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"Lo que veo, pero lo que no entiendo"

Obsirum
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Synopsis
Leonel, un joven de 15 años, posee una capacidad extraordinaria para descifrar las emociones de los demás, aunque es incapaz de reconocer las propias. Este conflicto interno lo ha moldeado como una persona egoísta y distante, reservando su afecto únicamente para su familia. Sin embargo, incluso allí, sus decisiones suelen ser impulsivas y erráticas. En la escuela y en su vida diaria, su desconexión emocional lo coloca en constantes malentendidos, complicando sus relaciones con quienes lo rodean. Todo cambia drásticamente cuando, en un giro inesperado, se ve obligado a comprometerse con Rachel, una chica de su misma edad. nota del autor: puedes tener contenido no apto para todo público Por lo cual queda Bajo su discreción gracias por su atención y que disfruten la novela ya que soy novato todavía excepto todo tipo de sugerencias. Por favor déjeme un comentario qué les pareció el primer capítulo.
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Chapter 1 - Capítulo 1: El ego

La vida de un estudiante no debería ser complicada, pero a veces la vida tiene un extraño sentido del humor. Lo que menos esperas, sucede.

Entender las emociones de los demás siempre me ha parecido sencillo: felicidad, tristeza, ira… Todo es evidente. Pero entenderme a mí mismo es un desafío. Mis emociones son caóticas, agotadoras, y a menudo preferiría ignorarlas.

Siempre he sido egoísta, lo admito. Me llaman "el ego", y no se equivocan. Pero aprendí a no esperar demasiado de nadie. Es mejor así. Mantener mi bienestar personal es lo único que importa, o al menos, eso intento creer.

—Estudiante Leonel, a la pizarra —la voz del profesor interrumpió mis pensamientos.

Levanté la vista. Todos los ojos estaban sobre mí, curiosos o indiferentes. Me levanté con calma. Resolver problemas es fácil, mucho más que lidiar con la confusión que llevo dentro.

Al llegar a la pizarra, tomé el plumón con movimientos seguros. Resolví el ejercicio en silencio, trazando números y ecuaciones con precisión. Al terminar, me volví hacia el profesor.

—¿Es todo?

—Sí. Pasa a tu asiento, pero presta más atención a la clase —respondió, algo molesto.

Caminé de regreso a mi lugar mientras las palabras del profesor se desvanecían en el fondo. Resolver un problema matemático es simple; entenderme a mí mismo, no tanto.

Cuando el timbre anunció el final de la clase, recogí mis cosas. Por poco olvido mi teléfono en la caja designada para ellos. Lo revisé: nada nuevo. Suspiré y, tras colocarme mis audífonos, encendí a mi asistente personal.

—Inge, ¿novedades?

—Tu nivel de interacción interpersonal sigue siendo bajo —respondió la voz mecánica en mis oídos—. Recomiendo incrementar conversaciones significativas.

—Siempre lo mismo —respondí, rodando los ojos.

—Los datos no mienten, Leonel. Las relaciones humanas requieren esfuerzo de ambas partes.

Ignoré su tono sarcástico y salí al pasillo. Las conversaciones de otros estudiantes llenaban el aire, una mezcla de risas y susurros. Mientras caminaba, un fragmento de conversación llamó mi atención.

—¿Te enteraste? Habrá un estudiante transferido.

—¿Sí? ¿Es una chica? —preguntó alguien con curiosidad.

—Eso dicen. Parece que el consejo estudiantil la está guiando.

—Espero que sea linda —comentó otro, entre risas nerviosas.

—Por eso no tienes novia —intervino una chica con desprecio.

Sonreí con cinismo mientras seguía avanzando. ¿Un estudiante transferido? Qué más da. Todos tienen sus prioridades. Yo también.

—Inge, ¿cuánto saldo tengo en mi tarjeta? —pregunté, buscando distraerme.

—Actualmente tienes un saldo de 100,000 MR de dinero. Tus padres hicieron una transferencia de tu mesada mensual. Además, dejaron un mensaje: "No llegues tarde a casa. Necesitamos hablar contigo."

Fruncí el ceño. —¿Tienes idea de qué quieren hablar?

—Mis registros indican que están preocupados por tus relaciones sociales. Parece que han encontrado una solución.

—Perfecto. ¿Y qué esperas, que me alegre?

—No tengo acceso a esa información —respondió con neutralidad.

El camino a casa transcurrió en silencio. La reja de entrada, con sus intrincados diseños de metal, se abrió automáticamente al detectar mi presencia. Saludé al guardia con un leve movimiento de cabeza y avancé por el camino de piedra que atravesaba el jardín. Los árboles a los costados proyectaban sombras alargadas bajo el sol de la tarde.

La casa, de estilo campestre, se alzaba imponente al final del camino. Tres pisos de paredes de piedra y ventanales amplios que reflejaban el cielo. Al entrar, una sirvienta me esperaba en la puerta.

—Joven maestro, sus padres lo están esperando.

Asentí en silencio y avancé hacia el comedor principal, preguntándome qué solución habrían ideado.