Al llegar a la puerta del comedor principal, me detuve un momento. ¿Qué clase de solución habrán ideado? Pensar en ello ya me daba dolor de cabeza. Me llevé ambas manos a la frente, tratando de calmarme, y sacudí mi cabello antes de acomodarlo de nuevo.
Con un suspiro, abrí la puerta y entré al comedor. Busqué un asiento frente a mis padres y dejé mi mochila en el suelo, a mi lado. El silencio en la habitación era extraño. Normalmente, durante la cena, mis padres hablaban de sus días o de trivialidades, pero esta vez no había ni una palabra. Era como si estuvieran guardando un silencio tenso antes de soltar una bomba.
Esa sensación fue interrumpida cuando un sirviente trajo mi comida y la colocó frente a mí. Apenas iba a tocarla cuando mi padre rompió el silencio.
—Leonel, sabes que hemos estado buscando una solución para tu problema.
Levanté la mirada, ya sintiendo un mal presentimiento.
—Intentamos darte la oportunidad de resolverlo por tu cuenta, pero el tiempo se ha agotado —continuó con tono grave—. Por eso, hemos tomado una decisión.
Me quedé inmóvil, esperando lo peor.
—Hemos firmado un contrato prematrimonial —anunció finalmente—. Te comprometerás con la hija de una familia amiga, personas con quienes tenemos una larga relación.
Por un momento, no supe cómo reaccionar.
—Quiero que entiendas que esto lo hacemos por tu bien —agregó, como si eso lo justificara todo.
Cuando al fin procesé sus palabras, me levanté de golpe de la silla, incapaz de contener mi enojo.
—¡¿Cómo se atreven a comprometerme con alguien que ni siquiera conozco?! —exclamé, mirando a ambos con furia—. ¿Por qué no me avisaron antes? ¿Por qué esperar hasta que ya hayan firmado el contrato?
Mi madre intentó intervenir, pero no le di oportunidad.
—¿Saben las consecuencias que esto podría traerme? —dije, llevándome una mano a la frente y volviendo a sentarme, tratando de calmarme.
Mi padre permaneció impasible.
—Entiendo que estés molesto, pero escúchame. Te diré lo esencial del contrato —dijo con calma—. El compromiso durará tres años. Durante ese tiempo, ustedes vivirán en esta propiedad.
Levanté la vista, con el ceño fruncido.
—Ambas familias proporcionarán los recursos necesarios. Cada una traerá a sus propios sirvientes para garantizar que todo funcione sin problemas. Además, organizaremos eventos para que ambos puedan convivir y construir una relación.
—¡Esto es ridículo! —interrumpí, pero mi padre levantó una mano para silenciarme.
—Cuando los tres años terminen, estarán obligados a casarse —continuó, ignorando mi protesta—. Después de eso, tendrán otros tres años para decidir qué hacer con sus vidas, ya sea juntos o separados.
Solté una risa amarga y me dejé caer contra el respaldo de la silla.
—Obligados... ¿De verdad creen que esto funcionará? —dije con sarcasmo, dirigiéndome más a mi madre que a él.
Ella suspiró, con una expresión entre preocupación y resignación.
—Hijo, sé que esto no es lo que querías, pero es una oportunidad para ti —dijo con voz suave—. Necesitas aprender a convivir con alguien que no sea tu familia. Este acuerdo les permitirá ayudarse mutuamente.
—¿Ayudarnos mutuamente? ¿Qué significa eso? —pregunté, cruzándome de brazos.
Mi madre esbozó una pequeña sonrisa.
—Cuando la conozcas, lo entenderás. Tienes un mes y medio antes de que llegue. Durante ese tiempo, puedes seguir con tu vida normal o usarlo para prepararte.
Mi padre intervino.
—También se transferirá a tu escuela, así que el consejo estudiantil te asignará la tarea de guiarla. Será mejor que te acostumbres a la idea.
Un silencio pesado se instaló en la habitación. Miré mi plato, pero el hambre se me había ido. La comida, que normalmente disfrutaba, me sabía amarga. Mi mente seguía intentando procesar todo lo que acababa de escuchar, mientras la certeza de lo que venía comenzaba a hundirse en mi pecho.
Después de terminar mi comida, recogí mi mochila y me levanté con un aire de resignación. Antes de salir del comedor, miré a mis padres, quienes seguían inmersos en su mundo de reglas y decisiones.
—Sé que peleando con ustedes nunca llegaré a una solución. No los culpo, pero deberían considerar mi opinión.
—dije, con un tono firme pero contenido.
Ellos no respondieron. Solo se miraron entre sí, como si ya hubieran tomado una decisión irrevocable. Dejé escapar un suspiro cansado y me dirigí a mi habitación. Al llegar, cerré la puerta con fuerza, dejando que el ruido reflejara la frustración que no podía expresar con palabras.
Encendí a Inge, mi asistente virtual, buscando claridad en el caos.
—Inge, ¿es legal obligar a dos personas a comprometerse? —pregunté mientras me dejaba caer en la silla frente al escritorio.
La voz de Inge respondió con su habitual neutralidad.
—Legalmente, no es posible. Sin embargo, existen acuerdos entre familias de gran influencia y poder económico que, aunque no son comunes, tampoco son infrecuentes. Las normas sociales tienden a presionar a estas familias para mantener dichos acuerdos en secreto. Aunque estén expuestos, la influencia de estas familias puede suprimir la información que llega al público, ya que este tipo de prácticas es mal visto en general.
En términos legales, los acuerdos prematrimoniales son permitidos. Sin embargo, comprometer a alguien mediante un contrato matrimonial sin su consentimiento es ilegal. No obstante, en tu caso, Leonel, es posible que debido a tu herencia estés obligado a aceptar este compromiso. Es probable que existan cláusulas específicas en el testamento familiar que condicionen tu acceso a la herencia, lo que tarde o temprano podría forzarte a casarte bajo estas circunstancias.
La información me golpeó con fuerza. Entonces, no solo era un peón en este juego, sino que ya estaba atrapado en él.
—Inge, programa una notificación para dentro de mes y medio —dije con un tono frío.
—¿Cómo deseas llamarla? —respondió Inge.
—"Visita de mi comprometida" —murmuré, sintiendo un amargo sabor en la boca.
—Entendido, Leonel. Notificación programada.
Después de apagar el dispositivo, me dejé caer en la cama. Mi mente era un torbellino. ¿Cómo debía enfrentar esta situación? Sabía que el tiempo corría, pero una idea surgió entre la maraña de pensamientos: si iba a perder mi libertad, al menos debía aprovecharla mientras pueda para intentar cancelar el compromiso.
Durante el mes y medio intenté de todo para cancelar el compromiso. Dejé de comer por días, falté a la escuela constantemente, e incluso intenté escapar de casa más veces de las que puedo recordar. Pero nada funcionó. Era como si me tuviera completamente vigilado.
Cada fracaso me llenaba de frustración, pero no podía rendirme. Si no podía escapar de este compromiso, entonces tendría que jugar bajo sus reglas. Aunque sabía que no sería fácil.
El tiempo pasó más rápido de lo que esperaba, y antes de darme cuenta, había llegado el día de la presentación de mi prometida