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Chapter 3 - Humo denso y llamas

El aire era denso, cargado con el olor a humo y carne quemada. Las llamas devoraban lo que quedaba del pueblo mientras Zuni y yo corríamos sin mirar atrás. A cada paso, parecía que la tierra misma intentaba tragarnos.

—¡Rápido, Trex! ¡Nos alcanzan! —gritó Zuni, mirando por encima del hombro.

Podía oírlos. Las invocaciones. Bestias deformes que rugían mientras atravesaban los restos de las casas. Mi respiración estaba entrecortada, el pecho me ardía y las piernas apenas me respondían, pero no podíamos detenernos.

—¡Por aquí! —Zuni giró hacia una calle lateral, más estrecha, cubierta de escombros.

Lo seguí, tropezando con el suelo irregular. La desesperación hacía que mis sentidos se volvieran más agudos, como si el peligro fuera una descarga constante de adrenalina. Al final del callejón, un muro derrumbado nos obligó a detenernos.

—¡No me jodas! —gruñó Zuni, mirando a su alrededor.

No había salida. Solo teníamos dos opciones: enfrentar a lo que venía o morir.

—Zuni… —mi voz sonó más débil de lo que quería.

Él me miró, sus ojos oscilando entre el miedo y la determinación. —Trex, no sé qué puedas hacer, pero… necesitamos algo. Ahora.

Sentí el calor oscuro de Balgron despertando dentro de mí, como si respondiera al llamado del peligro. "Úsame," dijo la voz. "Pero no olvides el precio."

—Trex, ¿estás bien? —Zuni estaba sacudiéndome otra vez, pero apenas lo sentía.

—Sí. Sólo… dame un segundo.

Cerré los ojos y me concentré, buscando esa energía que había sentido antes. El aire a mi alrededor se enfrió de golpe, y el suelo comenzó a vibrar. Cuando abrí los ojos, ahí estaba: Balgron.

La cabra apareció como una sombra tangible, sus cuernos brillando con una luz oscura que parecía absorber todo a su alrededor. Zuni retrocedió, pero no dijo nada.

"Ataca," dijo Balgron, su voz resonando en mi mente como un trueno distante.

Las criaturas llegaron al callejón en ese momento: dos bestias deforme, una cubierta de espinas y la otra con garras tan largas como espadas. Sus rugidos llenaron el aire.

Balgron no esperó instrucciones. Con un movimiento de sus cuernos, una ráfaga de energía negra salió disparada, impactando a la criatura de las garras. El monstruo explotó en una nube de cenizas. La otra bestia se lanzó hacia mí, pero algo dentro de mí reaccionó antes de que pudiera pensar.

Extendí mi mano, y un cuerno negro emergió de mi frente. Una onda de energía brotó de mí, empujando a la criatura hacia la pared. La bestia cayó al suelo, inmóvil.

Zuni me miró boquiabierto. —Debería estar acostumbrándome a esto, pero… no lo estoy.

—Yo tampoco —admití, mi voz temblando.

Balgron giró su cabeza hacia mí. "Tu instinto mejora, Renacido. Pero aún eres débil."

—¡Oye! Estoy haciendo lo mejor que puedo, ¿vale?

La cabra no respondió, pero su mirada parecía juzgarme. Antes de que pudiera decir algo más, Balgron desapareció, dejando ese frío vacío en mi interior.

Zuni me dio un empujón. —Vamos, Trex. Esto no ha terminado.

Tenía razón. Aunque las criaturas estaban muertas, los rugidos en la distancia nos recordaban que el peligro seguía cerca.

—¿Hacia dónde? —pregunté, intentando calmar mi respiración.

Zuni señaló hacia las colinas que bordeaban el pueblo. —Si salimos del valle, podremos escondernos. Pero necesitamos llegar antes de que nos atrapen.

Corrimos. Las calles del pueblo parecían un laberinto infernal, cada esquina ocultando un nuevo horror. Vimos cuerpos —personas que conocíamos— y edificios reducidos a cenizas. Por cada paso que avanzábamos, sentía que el peso de lo que habíamos perdido se hacía más grande.

—Zuni… ¿crees que alguien más logró escapar? —pregunté, aunque no esperaba una respuesta.

Él me miró de reojo, pero no dijo nada. Ese silencio fue más elocuente que cualquier palabra.

Finalmente, llegamos a los límites del pueblo. El camino hacia las colinas estaba despejado, pero podía sentir que no estábamos solos.

—Trex… —murmuró Zuni, señalando algo en el horizonte.

A lo lejos, vi una figura. Alta, encorvada, con un aire de autoridad que me hizo estremecer. No era humana. Sus ojos brillaban como llamas, y un aura oscura la rodeaba.

—¿Qué es eso? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

—No lo sé, pero… no quiero averiguarlo.

Sin decir una palabra más, nos lanzamos hacia las colinas. Podía sentir la mirada de esa figura clavada en mi espalda, como si nos estuviera evaluando.

El humo y las llamas se quedaban atrás, pero algo me decía que el verdadero peligro apenas estaba comenzando.

Finalmente, llegamos a los límites del pueblo. El camino hacia las colinas estaba despejado, pero podía sentir que no estábamos solos.

—Trex… —murmuró Zuni, señalando algo en el horizonte.

A lo lejos, vi una figura. Alta, encorvada, con un aire de autoridad que me hizo estremecer. No era humana. Sus ojos brillaban como llamas, y un aura oscura la rodeaba.

—¿Qué es eso? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.

—No lo sé, pero… no quiero averiguarlo.

Sin decir una palabra más, nos lanzamos hacia las colinas. Podía sentir la mirada de esa figura clavada en mi espalda, como si nos estuviera evaluando, esperando que hiciéramos algo estúpido. Aunque nos alejábamos, su presencia se sentía como un peso insoportable en el pecho.

El humo y las llamas del pueblo se quedaban atrás, pero algo me decía que el verdadero peligro apenas estaba comenzando.

Cuando por fin alcanzamos la cima de la colina, me detuve para respirar. Las piernas me temblaban, y mi pecho parecía a punto de explotar. Miré hacia abajo, al pueblo que una vez llamamos hogar. Era un espectáculo aterrador: un mar de fuego y sombras que consumía todo lo que alguna vez conocimos.

—Todo… todo está perdido —dije entre jadeos, dejando que las palabras escaparan como un susurro.

Zuni, a mi lado, estaba igual de agotado. Se dejó caer al suelo, mirando el desastre en silencio. Pero luego habló, su voz llena de una extraña mezcla de dolor y determinación.

—No todo, Trex. Nosotros seguimos aquí.

Quería responderle, pero no pude. Mi mente estaba llena de preguntas, de miedo y de esa presencia que ahora parecía formar parte de mí. La voz de Balgron volvió a surgir, como un eco lejano pero inquebrantable.

"Esto no es más que el inicio. Prepárate, Renacido, porque tu destino no es correr. Tu destino es enfrentarlo."

—¿Qué quieres de mí? —pregunté en voz baja, sin esperar una respuesta clara.

"Lo sabrás a su debido tiempo. Por ahora, vive… si puedes."

—¿Trex? —Zuni me llamó, su tono cargado de preocupación.

Levanté la vista. Lo vi mirándome, pero no solo a mí. Estaba mirando algo detrás de nosotros. Me giré lentamente, y el corazón se me detuvo.

Allí, en la distancia, más allá de las colinas, otro pueblo estaba siendo consumido por las llamas. El cielo nocturno estaba teñido de rojo, y las criaturas que habíamos visto no eran nada comparadas con las sombras que danzaban en el horizonte.

—Esto no es solo aquí… —susurró Zuni, su rostro pálido.

—Es todo el mundo… —respondí, sintiendo un frío que no tenía nada que ver con el viento nocturno.

Por un momento, nos quedamos en silencio, observando cómo la oscuridad avanzaba sin piedad. Fue entonces cuando entendí la gravedad de lo que enfrentábamos. Esto no era solo el caos de una noche. Era el principio de algo más grande, algo que no podía ni siquiera comprender.

—Zuni —dije, levantándome con dificultad—. No podemos quedarnos aquí.

—¿Y a dónde vamos? ¿A otro pueblo que arderá como este?

Lo miré fijamente, mi miedo luchando contra la determinación que comenzaba a brotar en mí.

—No lo sé. Pero no podemos rendirnos. No después de esto.

Zuni se quedó en silencio, y luego asintió lentamente. Había una chispa en sus ojos, un reflejo de la misma desesperación que sentía, pero también una pequeña llama de esperanza.

—Está bien, Trex. Pero más te vale que tengas un plan pronto, porque esto va a empeorar antes de mejorar.

Nos pusimos de pie y comenzamos a caminar, dejando atrás el pueblo destruido y el fuego que aún ardía. El camino era incierto, y el miedo seguía presente. Pero mientras avanzábamos, supe algo con certeza: ya no éramos los mismos.

Habíamos sobrevivido a esta primera noche, pero sabíamos que no sería la última. Y, de algún modo, sentí que lo peor estaba aún por venir.