El estruendo de las llamas era ensordecedor, un rugido que se mezclaba con los gritos de desesperación de aquellos atrapados tras la barrera mágica. Frente a ellos, el dragón, una abominación colosal, alzaba su cabeza cubierta de escamas negras como el abismo, sus ojos resplandecían con una furia primordial.
En medio del caos, él estaba allí, la figura que todos temían, el villano de la historia: Darius Valtor. Con su armadura oscura manchada de sangre y ceniza, sostenía su espada, que brillaba con un poder que no le pertenecía del todo. Había alcanzado la cima de su rol, el apogeo de su reputación como el terror del reino.
Pero algo dentro de él estaba cambiando. Las líneas de la novela que alguna vez conoció al dedillo ya no eran tan claras. Miró hacia la barrera y encontró los ojos de la directora mágica, una mujer que siempre había sido un símbolo de esperanza para sus estudiantes, pero que ahora parecía atrapada en su propia impotencia.
—Esto no estaba en el guion —murmuró Darius con una sonrisa amarga mientras la bestia avanzaba.
De pronto, una chispa de movimiento llamó su atención: una figura cruzaba la barrera. Era ella, corriendo hacia el dragón con una determinación que parecía suicida.
El tiempo pareció detenerse. Darius apretó los dientes, maldiciendo al destino, al autor de la obra y, sobre todo, a sí mismo. Si este era el momento en que su existencia cobraba sentido, no se lo dejaría a nadie más.
—Si voy a morir, será como yo decida.
Y con un rugido que rivalizó con el del dragón, Darius cargó hacia la criatura, dispuesto a cambiar el destino de todo, incluso el suyo.