La habitación estaba sumida en un silencio suave, solo roto por el sonido del agua cayendo en la tina de baño con un ritmo constante. En este ambiente tranquilo, Ariel Celestian, una niña de diez años de tez pálida, ojos y cabello negro y largo, jalaba con fuerza a su hermano mayor hacia el interior del cuarto. Franel, de doce años, pero con la misma estatura y rasgos que Ariel, se resistió, tirando hacia atrás con una expresión de desgana, su cabello corto y desordenado contrastando con la melena larga y oscura de su hermana. Su mirada seria y preocupada revelaba una inquietud interna que no podía disimular.
—¡Vamos, hermano! ¡Es hora del baño! —exclamó Ariel, mientras su hermano se agarraba del marco de la entrada con una mano firme—.
—Pero si ya me bañé más temprano —protestó, intentando liberarse de la mano de su hermana sin éxito.
Ariel sonrió con firmeza, sin ceder un ápice. —No se trata de eso, sabes. Es hora de que estemos juntos en familia. Llevas semanas evitándonos, ¿no quieres pasar tiempo con nosotras? —preguntó con un tono suave pero firme.
Franel intentó explicarse, pero no pudo encontrar las palabras adecuadas. —No, no es eso... Es solo... —tartamudeó, su voz llena de indecisión y duda.
Ariel lo interrumpió, su voz firme y decidida. —En serio, vas a hacer que te obligue. Sabes que puedo hacerlo—. Miró a Franel con seriedad.
—Además, Mamá estuvo de acuerdo, así que no te vas a escapar esta vez—. Jaló de nuevo, y Franel no tuvo más remedio que ceder. Con un suspiro de resignación, siguió a su hermana dentro del cuarto de baño.
El espacio era... peculiar, con tablas apiladas alrededor y en el techo, y huecos por todos lados. A pesar de su apariencia improvisada, el cuarto de baño había sido construido con amor y dedicación por Elron Celestian, el padre de Franel, en un intento valiente pero no exactamente exitoso de demostrar sus habilidades de carpintero. Sin embargo, su verdadero legado no se encontraba en la carpintería, sino en su valentía y liderazgo como capitán de la guardia de Silverwood. Había fallecido heroicamente cuatro años atrás defendiendo la ciudad de un ataque de bestias mágicas, y su nombre todavía era recordado con respeto y admiración por toda la ciudad.
Franel, obligado a entrar, se encontró con la imagen de su madre, Landriel, quien vestía un atuendo sencillo, un vestido largo de color azul claro que resaltaba su belleza natural. Era una mujer de rasgos finos y hermosos, con cabello negro que caía en cascadas por su espalda y ojos café muy claros que brillaban con una luz cálida y acogedora. Con un movimiento circular y elegante, Landriel acumulaba agua en el aire y la dejaba caer en la tina con un suave sonido —plop—, como si estuviera ejecutando un ritual antiguo y sagrado. La forma en que movía sus manos era como una danza, llena de gracia y belleza, cada gesto preciso y controlado.
Franel suspiró, admirando la habilidad Mágica de su madre, una maga excepcional conocida por su dominio dual de Agua y Luz. Ella podía curar enfermedades físicas y purificar las toxinas del cuerpo, y su bondad y dedicación no tenían límites. Landriel se entregaba por completo a su trabajo, utilizando su energía mágica para sanar a los enfermos y heridos en el barrio pobre, sin esperar nada a cambio. A pesar de su agotamiento, ella regresaba una y otra vez, siempre dispuesta a seguir ayudando. Sus hijos estaban orgullosos de ella y la amaban profundamente, dispuestos a apoyarla en todo lo que hiciera falta.
Franel se sentía frustrado, anhelaba convertirse en alguien fuerte para ayudar a su madre. "Daría lo que fuera por reparar mi semilla mágica ", pensó con amargura..
Recordó el día en que sintió la magia a su alrededor por primera vez, un momento conocido como "el despertar". Tenía solo diez años en ese entonces, lo que lo hacía diferente a la mayoría de las personas, que experimentaban este fenómeno a los doce o trece años.
La sensación de poder y libertad que sintió en ese instante fue indescriptible. Sin embargo, su alegría fue efímera. Un mes después de su despertar, intentó formar su semilla mágica, la primera fase para dominar la magia. Pero sin previo aviso, la energía se volvió incontrolable y comenzó a acumularse de manera desenfrenada a su alrededor. El dolor que sintió fue como un fuego que ardía en su interior, dañando sus órganos internos.
Franel se tocó el abdomen, sintiendo débilmente el punto de luz cálido, su semilla mágica que aún palpitaba en su interior débilmente. No estaba completamente destruida, solo que no pudo acumular energía mágica por más que lo intentó. Su cuerpo se había vuelto incapaz de absorber o producir magia, un liciado, una condición que lo hacía sentir inútil y limitado.
Por si fuera poco, su crecimiento físico se había estancado. Dos años habían pasado desde el incidente, y su cuerpo no había experimentado el crecimiento normal que se esperaba en alguien de su edad. Su madre había buscado ayuda en todos lados, consultando a médicos, expertos y alquimistas, pero ninguno de ellos había podido encontrar una explicación o una solución para su condición. La respuesta siempre era la misma: "Su cuerpo se vio afectado debido al estado de su semilla mágica". Algunos mencionaron leyendas de métodos antiguos que podrían ayudarlo, pero en la actualidad, no había forma conocida de restaurar su poder mágico.
La desesperanza se apoderó de su corazón, llenándolo de preguntas sin respuestas. ¿Qué pasaría con su cuerpo en el futuro? ¿Podría envejecer como los demás o simplemente moriría viéndose así, sin poder crecer ni desarrollarse como una persona normal? La tristeza y la frustración se acumulaban en su interior, amenazando con explotar en cualquier momento. Franel suspiró de nuevo, su mirada cayendo al suelo en un gesto de derrota.
Justo en ese momento, su madre se acercó a la hoguera y vertió agua caliente en la tina, templando el baño. El sonido del agua rompió el silencio y Franel levantó la vista, observando a su madre mientras trabajaba. De repente, sintió un empujón en el brazo que lo sacó de sus pensamientos.
—¿Qué esperas, hermano, no me digas que entrarás al agua con la ropa puesta? —preguntó Ariel divertida, mientras daba un tirón a su vestido deslizándolo hacia abajo y dejando las puntas rosadas de su busto pequeño al descubierto. Luego se quitó las bragas y, juntando su ropa, la dejó en el bote de madera de la ropa sucia en la esquina.
—No pienses en escapar, vamos, anímate —añadió con una sonrisa.
Franel miró a su hermana por un momento, su rostro se ruborizó ligeramente. Ella no sentía vergüenza alguna, mostraba su cuerpo desnudo y pequeño, con una piel delicada y sin imperfecciones. Él rápidamente desvió la mirada, su mente turbia se dirigió hacia el verdadero problema que lo aquejaba en este momento. No se trataba de su incapacidad de crear magia o su cuerpo negándose a crecer. Desde el día del accidente, había estado experimentando algo extraño y perturbador.
Memorias que no eran suyas se habían filtrado en su cabeza, al principio como gotas esparcidas, pero luego esos recuerdos, memorias y sensaciones de un hombre llamado Tian habían inundado su mente. Eran tan vividos, tan reales, que Franel sentía que había vivido durante quién sabe cuánto tiempo en un mundo completamente diferente. Era como si hubiera sido transportado a una realidad de guerra y caos, rodeado de demonios y destrucción.
Ese hombre había sido un genio que revolucionó la ciencia y tecnología, creando cosas que muchos solo podrían imaginar. Sin embargo, también había sufrido pérdidas y desesperación en la guerra. Al final, había creado portales a diferentes planos, salvando lo poco que quedaba de su civilización.
Franel se sentía abrumado por la intensidad de las emociones y sensaciones que había experimentado a través de sus recuerdos. Era como si hubiera vivido una vida entera en tan solo dos años. Su mente se había expandido y fortalecido, aunque no del todo. La carga de esos recuerdos pesaba sobre él, y a veces se sentía como si estuviera perdiendo el control.
El colmo sucedió unas semanas atrás, cuando revivió los momentos íntimos y encuentros sexuales que había tenido con muchas parejas en un mundo al borde de la extinción. Había sido un intento desesperado por preservar la especie, pero para Franel, era un recuerdo incómodo que no podía sacudir.
Se maldijo a sí mismo por no poder evitar la excitación que sentía, como si su cuerpo y su mente estuvieran en guerra, luchando por controlar sus emociones y deseos.
—Maldito seas, Tian —murmuró uno de esos días, mientras se masturbaba en un intento de liberar la tensión que se había acumulado en su interior.
Así había sucedido todo, entre masacres y guerra, locura y pasión. Franel ahora luchaba para controlar el calor que comenzaba a sentir, un fuego que parecía arder en su interior y que amenazaba con consumirlo por completo.
La voz de su madre lo sacó de su ensimismamiento. —El agua está caliente, entren ahora —llamó, con un tono dulce y familiar.
Franel miró en dirección a la voz y su boca se abrió de par en par. —Santo maldito infierno— murmuró, sin poder creer lo que estaba viendo. Su madre, Landriel, estaba desnuda, recogiendo su cabello con un movimiento sensual y elegante que hacía destacar su figura. Sus brazos levantados acentuaban sus pechos muy grandes, redondos y firmes, que parecían tener vida propia. Unos pezones rosados se erguían con una suave erección, como si estuvieran respondiendo a su mirada.
Franel se sintió abrumado por una mezcla de emociones contradictorias al ver a su madre desnuda. La visión de su silueta perfecta, con curvas y líneas suaves, lo hipnotizó. Su cintura estrecha y definida se curvaba hacia sus caderas redondeadas y firmes, creando una forma femenina y sensual.
Franel se quedó petrificado, atrapado en un conflicto interno que no sabía cómo resolver. La situación era incómoda y confusa... "¿Y ahora, qué hago?".