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The Mech Mage

A_Salgado
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Synopsis
Franel Celestian era un niño prodigio con un futuro brillante, hasta que a los diez años un trágico accidente al formar su núcleo mágico fracturó no solo su pode magico, sino también su futuro. Incapaz de sobresalir en un mundo donde el poder lo es todo, encuentra refugio en los recuerdos de una vida pasada: un mundo lejano lleno de maravillas tecnológicas y desafíos imposibles, donde fue un ingeniero mágico capaz de transformar realidades. Armado con fragmentos de ese legado y su inquebrantable determinación, Franel se embarca en un camino que podría cambiar el destino de su mundo para siempre. "The Mech Mage" es un capricho literario nacido de la pasión por mis novelas favoritas, será una novela lenta, pero sin límites ni censura. Escrito por puro gusto, no pretende más que entretener, sin intención de ofender a nadie. Lean bajo su propio riesgo. Y si tienen sugerencias o comentarios, por más extraños o atrevidos que sean, no duden en compartirlos: si me gustan, los incorporaré con entusiasmo. Género: Aventura, Magia, Romance, Comedia, Harem, Maduro, R18, Incesto...

Table of contents

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Chapter 1 - Parte 1

El sol nacía sobre la pequeña ciudad de Silverwood, un asentamiento tranquilo al borde del Bosque Prohibido, tan peligroso como rico en recursos. En las afueras, rodeada por densa vegetación, se alzaba la majestuosa mansión de la familia Rantel.

La brisa fría de primavera acariciaba las piedras antiguas del edificio mientras los primeros rayos dorados iluminaban sus muros. Dentro, entre pasillos decorados con el sello de un linaje noble, un lugar ya estaba en pleno movimiento: la cocina.

El caos y la disciplina se entrelazaban en un baile perpetuo. Los hornos escupían calor como dragones furiosos, mientras las ollas hervían en un coro constante de burbujas y vapor. El tintineo de utensilios y los comandos de los cocineros llenaban el espacio, creando una sinfonía que solo los oídos acostumbrados podían interpretar. La magia fluía con naturalidad entre los trabajadores: un hechizo de fuego encendía un caldero; con un gesto de la mano los hilos de agua danzaban para limpiar utensilios. Cada movimiento mágico era eficiente, calculado, parte del lenguaje cotidiano de quienes vivían en esa cocina.

Franel Celestian, un niño menudo de piel pálida y cabello desordenado, con un rostro que evocaba una dulzura casi melancólica, estaba sentado en una esquina con un cuenco de frutas frente a él. Parecía una extensión del mobiliario, una figura más entre el incesante ajetreo de la cocina. Pero sus manos, pequeñas y veloces, se movían con una precisión casi hipnótica, pelando y cortando frutas en espirales perfectas. Cada movimiento era una muestra de habilidad refinada, aunque nadie parecía reparar en ello. Para los demás, Franel no era más que "el niño con el núcleo mágico roto", una sombra discreta y fácilmente ignorada.

El cuchillo en sus manos, pequeño pero eficiente, era un reflejo de su determinación. Su ropa gastada contrastaba con el color vibrante de las frutas que pulía con cuidado, pero más aún con las miradas vacías de quienes lo ignoraban. A los diez años había sido un prodigio, una promesa brillante, pero el accidente que fracturó su núcleo lo había condenado, atrapándolo en un cuerpo que se negaba a crecer y relegándolo siempre un paso detrás de los demás. Ahora, a los doce años, la cocina era su refugio, un lugar donde podía fingir que su existencia tenía un propósito.

En Antalya, un continente donde la magia dictaba el destino y el poder, despertar un núcleo mágico era la línea que separaba el privilegio de la miseria. Los nacidos sin magia ocupaban el escalón más bajo de la sociedad, incluso por debajo de esclavos con afinidades mágicas, valorados por su utilidad. En este mundo cruel, Franel, con su núcleo roto, estaba condenado al rechazo. Solo su madre, Landriel, lo salvó de un destino más sombrío. Como ama de llaves en la mansión Rantel, le aseguró un lugar en la cocina, un refugio modesto pero seguro. Sin embargo, su defecto mágico siempre lo perseguía.

El eco de pasos lo arrancó de sus pensamientos, una figura se acercó, irradiando una arrogancia que Franel reconocía muy bien.

—Mira nada más, el gran genio trabajando en su última obra maestra —dijo Elian Rantel, inclinándose con una sonrisa desdeñosa—. Supongo que no todos los milagros duran.

Franel mantuvo su mirada fija en las frutas. No respondió. Cada palabra era un recordatorio punzante de sus limitaciones, pero había aprendido a ignorar sus provocaciones.

Los cocineros presentes desviaron la mirada con la precisión de quienes habían perfeccionado el arte de no involucrarse. Era una habilidad indispensable en una cocina donde el silencio era más valioso que el mejor de los condimentos.

—Quizá deberías convertir esto en un arte —Elian tomó una de las frutas, inspeccionándola con desdén—. Podrías ser el mejor pelador del reino. —Arrojó la fruta al cuenco, donde rebotó con un golpe sordo.

Franel apretó los dientes, pero cualquier respuesta quedó interrumpida por un golpe en la puerta trasera. Una ráfaga de aire fresco inundó la cocina, anunciando la llegada de Ariel. Con solo diez años, su energía brillante y determinación desbordaban la habitación. Aunque aún era solo una niña, Ariel poseía una belleza prometedora, una mezcla de dulzura y determinación que captaba la atención de todos. Su cabello negro, recogido en una trenza lateral, enmarcaba un rostro radiante, mientras sus ojos oscuros destellaban indignación al fijarse en Elian.

—¿Qué haces aquí, Elian? —preguntó Ariel con una firmeza que parecía venir de alguien mucho mayor.

Elian se enderezó, su sonrisa forzada revelando su incomodidad.

—Solo conversaba con tu talentoso hermano. Ya sabes, dándole ánimos —respondió.

Ariel cruzó los brazos, inclinándose ligeramente hacia él, su postura desafiante.

—Claro, porque tú eres conocido por tu bondad desinteresada —replicó, su tono cargado de sarcasmo.

La sonrisa de Elian vaciló, y antes de que pudiera responder, una voz suave interrumpió desde atrás.

—Mamá dijo que no molestes a los sirvientes. Y menos a Franel.

Lilith, la menor de la familia, apareció con la calma de una tormenta contenida. Con tan solo ocho años. Sus ojos verdes brillaban bajo la luz, reflejando una calma inesperada para alguien de su edad. Su vestido azul claro, con bordados plateados, caía con elegancia, mientras su cabello castaño recogido en una trenza perfecta añadía un aire de refinamiento.

Elian abrió la boca para replicar, pero las palabras se quedaron atascadas. Había algo en la serenidad de Lilith que cortó en seco cualquier respuesta. Ariel, por su parte, sonrió de lado, satisfecha.

Ruborizado y frustrado, Elian murmuró algo incomprensible antes de girarse y marcharse con pasos firmes, sus botas resonando contra el suelo.

—¿Estás bien? —preguntó Ariel, colocando una mano en el hombro de Franel.

Él asintió, aunque sus ojos seguían fijos en las frutas frente a él.

Lilith, con su sonrisa habitual, se acercó y susurró como si compartiera un secreto.

—Elian está celoso de ti. Ya sabes, tiene doce años y aún no ha formado su núcleo mágico. Tu talento lo irrita.

Franel levantó la mirada, intentando procesar las palabras, pero antes de que pudiera responder, un sirviente entró apresurado a la cocina, sus ojos buscaron a alguien entre los cocineros, hasta que se posaron en Franel.

—Franel… —jadeó, enderezándose como pudo—. Lady Melissia quiere verte. Ahora mismo.

Los murmullos de la cocina se reanudaron de forma casi automática.

—¿Qué hiciste ahora, hermano? —bromeó Ariel, aunque la preocupación se asomaba en sus ojos.

Lilith, por su parte, frunció el ceño. Su sonrisa habitual se desvaneció mientras observaba la situación con detenimiento, como si intentara descifrar las intenciones ocultas de su madre.

Franel no respondió. Apretó el borde del paño que sostenía, intentando ocultar la tensión que lo invadía. Las miradas en la cocina se posaban sobre él, llenas de curiosidad y expectación.

Con movimientos medidos, se quitó el delantal, limpiándose las manos con calma forzada. Inspiró profundamente antes de girarse hacia la puerta, su mente anticipando lo desconocido que lo esperaba.

El bullicio de la cocina quedó atrás, reemplazado por un silencio que parecía aún más pesado. Los pasos de Franel resonaban en los pasillos vacíos, donde las lámparas de aceite proyectaban sombras inquietantes. Por un momento, tuvo la sensación de que los retratos que adornaban las paredes lo observaban con juicio silencioso, como guardianes invisibles de los secretos de la mansión Rantel.

—¿Qué hice mal esta vez? —murmuró, repasando mentalmente los últimos días. Todo parecía normal… excepto por los sueños. Desde aquel accidente de hace dos años, esas visiones lo acosaban. No eran sueños comunes; eran fragmentos de otra vida, tan nítidos y reales que lo dejaban exhausto al despertar, como si realmente hubiera estado allí.

Franel cerró los ojos un momento y respiró hondo, obligándose a regresar al presente. No era el momento para distracciones.

Finalmente, llegó al despacho de Lady Melissia. Frente a la puerta, sus manos dudaron por un instante, pero un suspiro profundo le devolvió la compostura. Golpeó suavemente.

—Adelante, Franel —respondió una voz desde el interior, clara y melodiosa, con una mezcla perfecta de autoridad y calidez.

Empujó la puerta con cautela, encontrándose en una habitación que parecía contener un mundo entero. Estanterías repletas de libros y mapas cubrían las paredes de madera oscura, mientras una chimenea crepitaba al fondo, llenando el aire con un aroma dulce y acogedor. Sin embargo, toda esa atmósfera quedó eclipsada por Lady Melissia.

Sentada detrás de un escritorio imponente, su figura irradiaba control y elegancia. Era una figura que atraía miradas, pero no solo por su indiscutible belleza; había en ella un magnetismo natural, una mezcla de gracia y poder. Su cabello castaño con reflejos rojizos caía en ondas suaves sobre sus hombros, como un fuego domado que contrastaba con la claridad pálida de su piel. Un vestido rojo, ajustado a la perfección, realzaba su figura de manera majestuosa. Su escote, sutilmente elaborado, insinuaba sin revelar demasiado, dejando entrever la curva suave de unos pechos generosos que se alzaban con una firmeza natural, acentuados por el brillo de la tela. Pero eran sus ojos los que capturaban por completo: un azul profundo e hipnótico que analizaba a Franel con una mezcla de curiosidad y escrutinio.

—Cierra la puerta, querido —dijo Lady Melissia, su sonrisa cargada de confianza.

Franel tragó saliva y obedeció. Caminó hacia el escritorio con pasos cuidadosos, sintiendo el peso de la mirada de Melissia, que parecía atravesarlo.

—Siéntate —le indicó, señalando una silla frente a ella.

Franel se sentó, sus manos descansando rígidas sobre sus rodillas mientras ella se recostaba en su silla, cruzando las piernas con una gracia natural que dominaba la atmósfera.

—No estás en problemas, tranquilo —dijo, su tono suave pero firme. Sus ojos, brillantes con una mezcla de interés y autoridad, no dejaban de evaluarlo—. He observado tu trabajo, y debo decir que estoy impresionada.

Franel levantó la vista, sorprendido.

—Gracias, mi dama…

Melissia arqueó una ceja, su expresión suavizándose con una leve sonrisa.

—Puedes llamarme Melissia —interrumpió ella, con un tono cálido—. O tía, si lo prefieres. Tu madre es como una hermana para mí, después de todo.

Franel bajó la mirada, incómodo, aunque sus labios temblaron con una sonrisa vacilante.

—No sé si podría… pero se lo agradezco.

—Lo que importa es que lo intentes —respondió ella, su tono más serio ahora—. Escucha, Franel, este mundo puede ser cruel. Muchos te juzgarán por tu núcleo roto, pero jamás permitas que eso defina quién eres. Lo que llevas dentro es más fuerte de lo que ellos pueden imaginar.

Las palabras de Melissia parecían encender algo dentro de Franel, una pequeña llama que empezaba a crecer con cada sílaba.

—Y ahora —continuó, poniéndose de pie con un movimiento elegante—, quiero darte la oportunidad de demostrarlo.

Ella rodeó el escritorio, deteniéndose frente a él. Se inclinó ligeramente hacia adelante, sus ojos brillando con un cálido desafío.

—Mañana celebraremos un banquete importante. Asistirán nobles y comerciantes, figuras cruciales para el futuro de Silverwood. Este no es solo un banquete; es una declaración de fuerza. Quiero que formes parte de esto, Franel.

Él la miró, incrédulo.

—¿Yo, mi dama? Pero... soy solo un aprendiz. No sé cómo podría ayudar en algo tan importante.

Melissia inclinó la cabeza ligeramente, una sonrisa enigmática curvando sus labios.

—No te subestimes, Franel. Tienes algo que otros no tienen: creatividad. He visto cómo trabajas en la cocina, cómo transformas lo ordinario en algo único. Quiero que uses ese don para crear un plato que nuestros invitados jamás olviden.

Franel respiró hondo, luchando por contener la avalancha de emociones que lo invadía. ¿De verdad creía tanto en él? Incluso sabiendo de sus limitaciones.

—Haré todo lo posible, mi dama —dijo finalmente, con una firmeza que incluso lo sorprendió.

Melissia sonrió, su expresión una mezcla de satisfacción y confianza.

—Eso espero. Porque esta oportunidad no es solo para Silverwood, también es para ti. Si haces esto bien, podrías estar dando el primer paso hacia algo mucho más grande.

Franel se levantó, inclinándose antes de dirigirse a la puerta. Mientras salía, echó una última mirada a Lady Melissia, su figura iluminada por el cálido resplandor de la chimenea, una visión que quedaría grabada en su mente.

De vuelta en los pasillos, su mente bullía de ideas y posibilidades. Esta era su oportunidad, el momento de demostrar que era más que "el niño con el núcleo roto". Melissia había visto en él algo que ni siquiera él comprendía del todo: un potencial que estaba listo para despertar.