La Eternidad y la Herencia del Sacrificio
Aunque la derrota de los dioses falsos trajo consigo una era de paz en el multiverso, los ecos de los sacrificios realizados resonaron en cada rincón de la realidad. El sacrificio de Alaric había sido el catalizador que restauró el equilibrio, pero también dejó una marca imborrable en los corazones de aquellos que conocieron su historia. Los hilos de la vida seguían entrelazándose, pero la guerra entre los verdaderos y falsos dioses había dejado lecciones profundas sobre el precio de la inmortalidad y la fragilidad del destino.
La memoria de Alaric fue preservada en todas las culturas que conocían su historia. En los mundos donde los mortales habitaban, se erigieron monumentos en su honor, y cada generación fue educada sobre el sacrificio realizado en el Corazón del Multiverso. Sin embargo, más allá de la gloria, su muerte dejó una inquietante pregunta sin respuesta: ¿realmente la lucha había terminado? ¿O los ecos de los dioses falsos continuaban acechando en las sombras, esperando su oportunidad de renacer?
En las Tierras de Eryndor, un continente olvidado por el resto del multiverso, los remanentes del poder de los dioses falsos se aferraban a lo que quedaba de sus hilos de vida. El último vestigio de Neroth, el Señor del Caos, permanecía en una grieta en el espacio-tiempo, donde la realidad misma se retorcía. El sacrificio de Alaric había debilitado su poder, pero no lo había destruido por completo.
En los años que siguieron, los descendientes de los Tejedores del Destino comenzaron a surgir, seres especiales nacidos de los linajes de Alaric, Selene, y otros héroes que habían luchado junto a ellos. Sin embargo, el precio del sacrificio de Alaric no solo había dejado cicatrices en la estructura de la realidad, sino también en los corazones de sus herederos. Aquellos que tenían la sangre de los héroes sentían una presión abrumadora: ¿Podrían vivir a la altura del sacrificio que se les había legado?
Uno de estos descendientes era Caelith, un joven guerrero que había heredado la fuerza de Alaric, pero no la sabiduría. Caelith soñaba con seguir los pasos de su antepasado, pero a menudo sentía que el peso de la historia lo aplastaba. Cada vez que empuñaba una espada, sentía una presencia extraña a su alrededor, como si una sombra del pasado lo observase, esperando que cometiera un error.
En la oscuridad, mientras el multiverso seguía su curso, un fenómeno extraño comenzó a suceder. Los hilos de la vida de los dioses falsos, aunque debilitados, no desaparecieron completamente. Neroth, el Señor del Caos, había encontrado una forma de resurgir de las cenizas de su derrota. No podía regresar como un dios completo, pero su poder, aunque fragmentado, había encontrado un refugio en las almas de aquellos que deseaban el caos. Su influencia comenzó a infiltrarse nuevamente en las mentes de los mortales más vulnerables.
Los Hijos del Caos, como se conocían, eran seres que vivían en las fronteras de la realidad, descendientes de aquellos que habían sido tocados por Neroth antes de su caída. Estos nuevos seguidores del caos eran más astutos, más peligrosos, y su objetivo era claro: reconstruir el dominio de Neroth sobre el multiverso.
Mientras los vestigios del caos comenzaban a levantarse en las sombras, los Cinco Dioses Verdaderos se vieron obligados a reconsiderar su papel en la preservación del equilibrio. Ailith, la Diosa de la Eternidad, se dio cuenta de que no podían permanecer al margen por más tiempo. Los hilos de la vida que los conectaban a la realidad ya no eran suficientes para garantizar la supervivencia del multiverso. Necesitaban algo más: una nueva generación de Tejedores, aquellos que podrían actuar como guardianes de los hilos, y que pudieran enfrentarse directamente a las fuerzas del caos.
Así fue como el destino de Caelith, el descendiente de Alaric, se entrelazó con los planes de los dioses verdaderos. Sin saberlo, Caelith había sido marcado como uno de los elegidos para tomar el manto de protector de los hilos, un papel que lo llevaría a enfrentar no solo a los Hijos del Caos, sino también a las decisiones más difíciles de su vida.
Caelith, acompañado por un grupo de guerreros y sabios, partió hacia Eryndor, donde las grietas en la realidad se habían hecho más profundas. Sabían que allí, en las Tierras de Eryndor, se encontraba la última fuente de poder de Neroth. Era un lugar donde los hilos de la vida se cruzaban con el Velo de la Realidad, creando una abertura en el tejido mismo del multiverso.
Para enfrentarse a Neroth, Caelith necesitaba una nueva arma: El Hilo del Destino, un artefacto capaz de cortar incluso los hilos más poderosos, el cual había sido forjado por Mithar, el Dios de la Sabiduría, pero perdido en el tiempo. Su misión sería encontrarlo antes de que los Hijos del Caos lo hicieran, pues si ellos se apoderaban del Hilo del Destino, el caos reinaría sobre toda la existencia.
La última prueba de Caelith no sería una batalla contra monstruos ni seres oscuros. Sería una batalla interna: enfrentarse a su propio miedo, a la duda que lo había atormentado durante toda su vida. El sacrificio de su antepasado, Alaric, pesaba en su alma como una cadena invisible. ¿Podría Caelith ser el héroe que el multiverso necesitaba? ¿O caería bajo el peso de las expectativas y el miedo al fracaso?