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Chapter 85 - cap 85

La sala estaba envuelta en un silencio aterrador, un eco de lo que una vez fue la vitalidad y el fervor de los hombres que allí se reunían. Chiza Golf, en su última hazaña, había buscado desafiar el destino, incluso si eso significaba asumir el papel del emperador de Bakia. Pero ahora, mientras su cuerpo caía al suelo, el aire se volvió pesado, casi irrespirable, como un manto de tristeza que cubría a todos los presentes. Vincent Bakia, el nuevo emperador, se quedó paralizado, sus ojos fijos en el cuerpo inerte de su amigo.

La luz del rayo había sido rápida y letal, un destello que atravesó su ser y dejó un vacío donde antes había vida. Chiza había decidido enfrentarse al destino, a la profecía que dictaba su muerte, pero el destino no era algo que se pudiera desafiar tan fácilmente. La ironía era abrumadora; en su deseo de salvar a Vincent, había pagado el precio máximo.

Con un esfuerzo monumental, Vincent se arrodilló junto al cuerpo de Chiza, sintiendo que la realidad se desmoronaba a su alrededor. Recordó su primer encuentro, cuando Chiza era simplemente un campesino con el cabello negro que había decidido ayudarlo en un momento de necesidad. Esa conexión que habían formado, ese lazo que había crecido a lo largo de los años, ahora se sentía como un hilo desgastado, a punto de romperse por completo.

"¿Por qué, Chiza? ¿Por qué te sacrificaste?" murmuró Vincent, su voz quebrada por la tristeza. En su interior, una tormenta de emociones rugía, un torbellino de culpa y desesperación. Sabía que Chiza había creído en él, había apostado su vida por un futuro mejor, pero el costo había sido demasiado alto.

Mientras la sala se llenaba de murmullos y miradas de horror, Vincent sintió una llamarada de determinación crecer dentro de él. Chiza había querido que él luchara, que no aceptara la muerte como un destino ineludible. Con la mirada fija en el cuerpo de su amigo, Vincent se levantó lentamente, cada paso resonando con la gravedad de la situación.

"¡Nadie va a morir aquí hoy!" gritó, su voz resonando con una fuerza renovada. "No permitiré que este sacrificio sea en vano. No voy a dejar que el destino decida nuestra historia."

Su proclamación fue un faro en la oscuridad, un recordatorio de que, aunque el destino parecía haberse cumplido, todavía existía la posibilidad de cambiar el rumbo. La sala se llenó de una energía palpable, los nobles y guerreros que habían presenciado la escena sintieron el peso de sus palabras.

Vincent se giró hacia Ubil, el contempla estrellas, quien estaba parado al borde de la sala, observando con una mezcla de temor y admiración. "Tú dijiste que la muerte de un emperador marcaría el comienzo del desastre. Pero quizás, solo quizás, el verdadero cambio viene de aquellos que se atreven a desafiar lo que se predice."

Ubil tragó saliva, su mirada fija en Vincent. "Pero, ¿cómo lo harás? La profecía ya está en marcha. Las fuerzas que se han desatado son poderosas."

"Entonces, haremos que se conviertan en nuestras aliadas," respondió Vincent con una confianza que resonaba en su voz. "Usaremos todo lo que tengamos a nuestra disposición. Chiza no murió en vano, y yo no permitiré que su vida se convierta en un recuerdo olvidado."

Con esa declaración, Vincent comenzó a trazar un plan. Recordó las enseñanzas de Chiza, su capacidad para analizar situaciones desde diferentes ángulos, su habilidad para ver más allá de lo evidente. Había aprendido de él el valor de la preparación y la estrategia, y ahora, todo eso debía aplicarse para evitar el desastre que se avecinaba.

Las conversaciones comenzaron a fluir en la sala, los nobles y guerreros, inspirados por la pasión de Vincent, se unieron para discutir estrategias. Mientras tanto, Vincent se sintió invadido por una mezcla de emociones; la tristeza por la pérdida de su amigo y la rabia por la injusticia del destino. Pero también sentía una chispa de esperanza.

"Chiza, sé que estás aquí conmigo," pensó mientras se enfocaba en los rostros de aquellos que lo rodeaban. "No dejaré que tu sacrificio sea en vano. Te prometo que lucharé con todas mis fuerzas."

A medida que las horas pasaban, los planes comenzaron a tomar forma. Vincent, junto con sus aliados más cercanos, se prepararon para lo que estaba por venir. Era un camino lleno de incertidumbre, pero en su corazón llevaba la determinación de cambiar el destino que parecía inamovible.

En un rincón apartado del palacio, el diario de Stride Bakia yacía abierto, sus páginas revelando secretos y advertencias que Vincent sabía que debía entender a fondo. Cada palabra escrita en ese diario era una pieza del rompecabezas que debía resolver. Mientras leía, comprendió que las estrellas no eran las únicas que observaban; también había fuerzas dentro de él que podían cambiar el curso de su vida.

A medida que la noche se cernía sobre el imperio, Vincent miró al cielo estrellado, recordando las palabras de Ubil sobre los observadores. "Si realmente están observando, entonces verán cómo luchamos," murmuró para sí mismo. "Verán cómo desafiamos el destino."

Con su corazón lleno de determinación y un nuevo propósito, Vincent Bakia se preparó para enfrentar lo que vendría. La batalla estaba lejos de terminar, y aunque el sacrificio de Chiza había dejado una marca profunda en su alma, su espíritu lo impulsaba hacia adelante. Después de todo, no era solo un emperador; era un amigo que había prometido no dejar que el sacrificio de su compañero fuera en vano.

Y así, con cada paso que dio, se acercaba un poco más a la verdad que había estado buscando, un camino que podría cambiar no solo su destino, sino el de todo el imperio de Bakia.

La sala del trono, otrora majestuosa, se había convertido en un escenario de caos y desolación. El eco del Gran Desastre resonaba en cada rincón del palacio, donde las sombras de la muerte y la traición se entrelazaban en una danza macabra. La muerte del emperador Vincent había sido el catalizador de esta catástrofe, y con ella, el destino del Imperio de Bakia pendía de un hilo.

Vincent, quien había sido entrenado para ser un líder fuerte y benevolente, se encontraba ahora en un mar de emociones contradictorias. Recordaba a Chiza, su sucesor, el joven que había sido su esperanza, su reflejo. Había dedicado su vida a prepararlo para enfrentar el futuro, para ser el emperador que salvaría al país del Gran Desastre. Sin embargo, todo había sido en vano. Chiza había burlado la profecía, pero a un costo devastador: su propia vida.

Mientras Vincent luchaba con su dolor, el sonido de una explosión lo sacó de su ensimismamiento. Un rayo de energía había desgarrado el aire, y antes de que pudiera reaccionar, un brazo gigante de piedra se interpuso entre él y la muerte. Moguro Hagan, el Gigante de Acero, había llegado justo a tiempo. Su figura imponente le otorgaba un sentido de seguridad momentáneo, pero la batalla aún no había terminado.

"Moguro, el emperador ha muerto. ¡Debemos actuar rápidamente!" Vincent gritó, tratando de contener la desesperación que amenazaba con desbordarse. El gigante asintió, y con una agilidad sorprendente para su tamaño, levantó a Vincent y lo colocó sobre sus hombros. Desde allí, Vincent podía ver la magnitud de la destrucción que los rodeaba, el caos que se desataba en la capital. Sin embargo, su mente estaba centrada en una sola cosa: prevenir la calamidad que amenazaba a su pueblo.

Mientras Moguro defendía a Vincent de los ataques, este último observó con atención. Su enemigo, un jinete de dragones voladores, se movía con una velocidad impresionante. "No puede ser…" pensó Vincent, "Valero… ¿estás vivo?" Recordaba la historia de su muerte, de cómo había caído en una revuelta hace tres años. Pero ahora, allí estaba, frente a él, desafiando toda lógica.

"¡Valero!" gritó Moguro, lanzando un contraataque. "No puedes estar aquí. ¡Eres un impostor!" Pero Valero simplemente se burló, esquivando el ataque con la agilidad de un depredador. La batalla continuó, cada movimiento una danza mortal, hasta que, de repente, un nuevo jugador entró en el campo de batalla: Madelin, quien había tomado posesión del cuerpo de Mesorea. La fricción entre los combatientes aumentó, y el caos se intensificó.

El suelo tembló cuando el brazo de Moguro se separó de su cuerpo, y la devastación se desató. Vincent observó horrorizado cómo su aliado caía, y cómo el impacto de la lucha causaba estragos en la ciudad. Las casas se derrumbaban, y la represa cercana comenzó a agrietarse. La inminente inundación era una amenaza que no podían ignorar.

"¡Debemos evacuar a la población!" Vincent gritó, pero era imposible que lo escucharan desde el cielo. La situación se tornaba cada vez más desesperada. En medio del caos, el gigante de acero fue mordido por Madelin, quien había tomado ventaja de la confusión. Vincent sintió que el tiempo se detenía mientras caía en picada, sin poder hacer nada para evitarlo. La muerte parecía inminente.

Sin embargo, un grupo de telas extendidas se interpuso en su camino, amortiguando su caída. "¡Eres Chiza! O tal vez, eres Vincent. En cualquier caso, el Gran Desastre ha llegado. ¡Lucharás contra el Gran Desastre conmigo!" exclamó Ubil, su voz rebosante de entusiasmo. La situación era crítica, pero la determinación de Ubil era contagiosa.

Mientras tanto, en el trono, Verst observaba con desdén a Chiza, quien yacía en el suelo. "Dado que traicionamos al emperador, este final es el más misericordioso", murmuró, su voz llena de resentimiento. Pero su atención pronto se desvió hacia el cielo, donde la batalla entre Moguro y Valero alcanzaba su clímax.

"¿Quién es ese que ocupa el trono?" preguntó Verst, al ver a Lamia Goodwin, una antigua candidata a la selección imperial, resurgir de entre los muertos. La incredulidad lo invadió. La historia del Imperio estaba repleta de personajes que habían caído en la oscuridad, pero el regreso de Lamia era una revelación que no podía ignorar.

Mientras tanto, en otro rincón de la ciudad, Garfield y Roswal luchaban contra un enemigo astuto. La tensión en el aire era palpable, y Garfield, en su constante evolución, comenzó a adaptarse al combate. La presión del conflicto lo empujaba a superarse, y la determinación brillaba en sus ojos. "Esto es solo el comienzo", pensó, mientras se preparaba para enfrentar a su adversario con renovada fuerza.

Pero el caos no se limitaba a la sala del trono o al campo de batalla. En las sombras, los ecos del pasado resonaban, y los viejos rencores y alianzas volvían a cobrar vida. La lucha por el poder estaba lejos de terminar, y el Gran Desastre solo era el preludio de algo mucho más grande.

El aire estaba cargado de expectativas, y Vincent, en su caída, comprendió que no podía dejar que la historia se repitiera. "Yo soy su emperador, Vincent Bakiya, y soy quien detendrá el Gran Desastre", proclamó con fuerza, el eco de su voz resonando en el corazón de todos los presentes. La determinación de un líder que se niega a rendirse, incluso en los momentos más oscuros, se alzó como un faro de esperanza.

El Gran Desastre había llegado, pero Vincent estaba decidido a cambiar su destino. La batalla por el futuro del Imperio de Bakia apenas comenzaba.