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Chapter 83 - cap 83

La atmósfera en el segundo bastión era densa, cargada de tensión y la inminente amenaza que representaba Mesorella. Emilia, con su corazón acelerado, se encontraba frente al dragón divino, recordando su encuentro anterior con Volcánica. Aquella vez, había luchado con astucia, buscando cumplir las condiciones necesarias para pasar la prueba de la Atalaya Pleyades. Pero ahora, la situación era distinta. Esta vez, no podía permitir que la batalla se convirtiera en una simple defensa; debía atacar, debía vencer.

Un impulso ardiente la llevó a dar un gran salto, pateando con todas sus fuerzas hacia Mesorella. Sus zapatos, recubiertos de hielo afilado, impactaron contra el rostro del dragón, pero fue en vano. Mesorella permaneció inmóvil, como si el ataque no hubiera hecho más que acariciar su escamosa piel.

La expresión de molestia que apareció en el rostro del dragón fue suficiente para que Emilia se diera cuenta de que debía actuar rápido. Con un movimiento ágil, esquivó las garras que Mesorella lanzó en su dirección, utilizando dos soldados de hielo como catapultas para alejarse del peligro. Sin embargo, estos soldados fueron destruidos en el proceso, dejando a Emilia sola nuevamente frente al dragón.

"Yo soy Mesorella, de acuerdo con la voz de mi querida hija. Me convertiré en el viento de los cielos celestiales", resonó una vez más la voz del dragón, como un eco distante que hacía eco en la mente de Emilia. Sin embargo, su mente se centró en Madeline, la hija del dragón, a quien debía convencer para que se detuviera.

"¡Madeline, escúchame!" gritó Emilia, su voz llena de determinación.

"Silencio, no te dirijas a este dragón tan a la ligera", replicó Madeline, acercándose lentamente a Emilia. Cada paso que daba provocaba pequeños cráteres en el suelo, y un aura blanca de calor emanaba de su cuerpo, derritiendo los copos de nieve que caían a su alrededor.

Emilia había creado un campo de batalla helado, pero al expandir tanto el área, el frío ya no estaba tan concentrado. Así que decidió concentrar su magia en Madeline, lanzando una ráfaga de frío abrasador en su dirección. La semielfa observó cómo el aire se volvía denso con el hielo que ella había convocado. El impacto fue inmediato; Madeline tembló y parte de su cuerpo se congeló. Pero no podía permitir que Mesorella se interpusiera, así que rezó para que el dragón no interviniera.

Con un suspiro de alivio, Emilia notó que Mesorella permanecía al margen, observando el horizonte como si nada de lo que sucedía a su alrededor le importara. Esa revelación fue un faro de esperanza para Emilia; entendió que el dragón y su hija no estaban en sintonía. Mesorella podría ser un poderoso oponente, pero ahora sabía que debía centrarse en Madeline.

Madeline, sintiendo la presión del frío, lanzó un último intento de ataque con sus garras, pero Emilia ya estaba lista. Con un grito de determinación, congeló completamente a Madeline, quien quedó atrapada en un bloque de hielo. "Lo siento, Madeline. Hubiera querido hablar contigo y resolver esto con palabras, pero como no escuchabas, no me dejaste otra opción", dijo Emilia, sintiéndose un poco culpable, pero decidida.

Ahora, solo le quedaba enfrentar a Mesorella. Con una mirada desafiante, se dirigió al dragón. "Mesorella, puede que no entiendas lo que digo, pero tienes que dejar de pelear. Si realmente no puedes comunicarte, entonces solo vete y regresa a casa". La semielfa sintió que sus fuerzas comenzaban a flaquear. Había gastado casi todo su mana, y mantener a Madeline congelada requería un esfuerzo constante.

"Si realmente quieres seguir, no tendré piedad", advirtió Emilia, sintiendo el sudor resbalando por su frente. Pero Mesorella solo respondió con su mantra: "Yo soy Mesorella, de acuerdo con la voz de mi querida hija. Me convertiré en el viento de los cielos celestiales".

Frustrada, Emilia frunció el ceño al ver que el dragón no parecía dispuesto a ceder. Sin embargo, algo extraño sucedió. La repetición de las palabras de Mesorella se cortó de repente, como si un hilo invisible hubiera sido cortado. El dragón comenzó a balancear su cabeza, y Emilia no pudo evitar preguntar: "¿Qué sucede? ¿Acaso te duele la cabeza?"

Mesorella bajó la mirada hacia ella, y por primera vez, Emilia sintió que había una chispa de entendimiento en sus ojos. "Ahora sí podemos hablar", dijo Emilia, sintiendo que la conversación podría ser posible. Pero el dragón solo la miró y respondió: "Creo que ya te lo dije antes, humana. Este dragón no tiene nada que decirte".

"¿Acaso eres Madeline?", replicó Emilia, sintiendo que tenía que continuar. En ese momento, la boca del dragón comenzó a cargar una gran cantidad de luz concentrada, y Emilia sintió un escalofrío recorrer su espalda.

Mientras tanto, en el tercer bastión, Dirk se encontraba luchando valiéndose de su astucia contra un ejército de golems de piedra, apoyado por Vincent y su ejército. Sin embargo, las fuerzas estaban siendo sobrepasadas. Con la llegada de un batallón de dragones voladores comandados por Serena Dracroy, la situación comenzó a cambiar. La batalla en el cielo se desató entre los dragones salvajes y los dragones montados, con jinetes que utilizaban sus espadas para derribar a los enemigos.

Entre tanto caos, las guerreras Sudra, impacientes por la situación, decidieron desafiar la orden de Dirk de quedarse atrás. Una voz familiar resonó en el campo de batalla. "Parece que las cosas están muy animadas por este lado", dijo una chica de cabello rosado, saltando desde su dragón.

"¿Qué sucede? ¿Tengo algo en la cara?", preguntó Ram, sorprendiéndose de la reacción de las guerreras. Mi celda, una de las guerreras, respondió: "No es eso, solo que eres idéntica a una chica a la que conocemos".

La conversación fluyó entre las guerreras, y aunque las circunstancias eran graves, se sintieron unidas por sus lazos y el deseo de luchar juntas por el imperio.

Cerca del cuarto bastión, Garfield se encontraba en una feroz batalla contra Olbard, el más poderoso ninja de Bolaquia. El anciano parecía estar en su elemento, esquivando los ataques de Garfield con una agilidad sorprendente. Sin embargo, Garfield no se rendía. Aunque su cuerpo se regeneraba constantemente, la batalla se tornaba más intensa con cada intercambio.

"¿No me digas que tus oídos jóvenes no oyen mejor que los de este anciano? Concéntrate", dijo Olbard, antes de lanzar explosivos a los lados de Garfield.

Garfield, sin embargo, había previsto el movimiento y se lanzó hacia adelante, esquivando la explosión, pero no sin recibir un golpe en el rostro. "Cállate, viejo. Esto no ha terminado", replicó Garfield, decidido a no dejar que su adversario lo venciera.

La tensión en el campo de batalla era palpable. Sin embargo, en un giro inesperado, Rosal apareció para salvar a Garfield de un ataque mortal, sosteniendo el arma del anciano con una sonrisa siniestra. "Por cierto, también he luchado contra muchos ninjas en el pasado", dijo, mientras Garfield lo miraba con desprecio.

Regresando al segundo bastión, Emilia se preparó para el ataque de Mesorella. Las palabras del dragón resonaban en su mente, y el miedo comenzó a apoderarse de ella. Pero en su corazón, la determinación brillaba con más fuerza. Sabía que tenía que proteger a todos los que amaba, y estaba dispuesta a arriesgarlo todo.

Mientras la luz concentrada se liberaba de la boca de Mesorella, Emilia creó múltiples capas de hielo para desviar el ataque. "Desaparece, humano", rugió el dragón, pero Emilia no se movió. En su mente, sabía que debía enfrentar lo que viniera, por el bien de todos en el campo de batalla.

La tensión era palpable, y la pregunta en el aire era clara: ¿Podría Emilia enfrentar al dragón divino y proteger a sus aliados? Era un momento decisivo, y el destino de todos dependía de ella.

El aire estaba impregnado de un intenso calor mientras el primer bastión se consumía en llamas. El cielo, una vasta extensión de rojo, parecía reflejar el caos que se desataba en el suelo. Arakia, la devoradora de espíritus más fuerte de los nueve generales divinos del imperio, se movía con una gracia aterradora, lanzando ataques implacables mientras absorbía la energía de los espíritus a su alrededor. Su mirada, llena de determinación, se centró en Priscila, la princesa que había jurado recuperar a toda costa.

El poder que emanaba de Arakia era palpable, como una tormenta que se avecinaba. Sin embargo, en el corazón del caos, dos figuras se mantenían firmes: Priscila y Journa. Ambas sabían que la batalla no solo era por sobrevivir, sino también por el destino de sus almas entrelazadas. La tensión en el aire era insoportable, y cada segundo que pasaba, la situación se tornaba más crítica.

"¡Madre, tus horquillas se están rompiendo!", exclamó Priscila, sus ojos fijos en las ofrendas que Journa había recibido de los ciudadanos que ella protegía. Las horquillas, símbolo de amor y respeto, se quebraban una tras otra, como si el destino intentara advertirles del peligro inminente.

Journa, con una mirada decidida, chasqueó la lengua al ver el sacrificio. "Tratar los regalos de mis hijos como meros sustitutos de mi vida es repugnante", dijo con desdén. Pero Priscila, con una chispa de desafío en sus ojos, replicó: "Es curioso que alguien que vive eternamente transfiriendo su vida diga eso".

En ese momento, una lluvia de lanzas de agua se precipitó hacia ellas, cada una con el poder de cortar la piedra. Sin tiempo que perder, Priscila levantó su espada Yang, bloqueando las lanzas que Arakia había lanzado con furia. A pesar de su destreza, algunas lograron rasguñar su piel, dejando marcas que contarían historias de sacrificio.

Sin embargo, la lucha no era solo física; era un enfrentamiento de voluntades. En medio del caos, Journa sintió un profundo remordimiento por no haber conocido la relación entre Priscila y Arakia en una vida pasada. Recordó su propia muerte, el sacrificio que había hecho al dar a luz a Priscila, y el dolor que había sentido al perder a su propia hija en un tiempo que parecía tan lejano.

"¿Te arrepientes de tus acciones que nos han llevado a esta situación?", preguntó Journa, su voz temblando levemente mientras enfrentaba a Arakia. La respuesta de Priscila fue clara: "Tonterías. Todo en este mundo está hecho para mi conveniencia".

Ambas mujeres se lanzaron hacia Arakia, dispuestas a enfrentar su destino con valor. Priscila, con una sonrisa desafiante, se lanzó hacia el combate. Pero en el calor de la batalla, escuchó las palabras de su madre: "Te quiero". Esa simple declaración encendió algo dentro de ella, un poder que había estado latente, esperando el momento adecuado para manifestarse.

Con un ímpetu renovado, Priscila cortó los ataques de Arakia, sus ojos brillando con un fuego nuevo. Era un fuego que no solo provenía de su habilidad como princesa, sino de una conexión más profunda. Journa observó con asombro cómo su hija había activado el matrimonio de almas, un lazo que les permitiría compartir su poder.

"¿Al fin estás dispuesta a reconocerme como tu hija, querida madre?", preguntó Priscila, su voz llena de emoción. Journa, en respuesta, sonrió con determinación: "No soy una madre que solo observará como su hija lucha. Si vas a luchar, entonces yo también te ayudaré. Incluso si tengo que ir hasta el mismísimo infierno".

En ese instante, ambas mujeres brillaron con un resplandor mágico, sus ojos llenos de llamas. Se habían convertido en un solo ser, unidas no solo por la sangre, sino por el amor y el deseo de protegerse mutuamente. Arakia, al ver esta unión, sintió que algo se rompía dentro de ella. Su deseo de poseer a Priscila se convirtió en un grito de desesperación.

"¿Por qué? ¡¿Por qué tienes a mi princesa?!", gritó Arakia, su voz resonando en el aire caliente. La ira la consumía, mientras Journa y Priscila se mantenían firmes, sus corazones latiendo al unísono.

"No te equivoques, Arakia. Incluso suponiendo que tus deseos fueran tolerados, tú seguirías siendo mía, y yo nunca llegaría a ser tuya", declaró Priscila, su voz llena de determinación. No había espacio para la duda, no había lugar para la rendición.

En medio de la confrontación, un golpe repentino interrumpió su intercambio verbal. Priscila, sorprendida, se llevó una mano a la cabeza. "Querida madre, ¿por qué razón me has golpeado en la cabeza?", preguntó, mirando a Journa con incredulidad.

"No deberías hablar así. No recuerdo haber criado a mis hijos con tanta altanería", respondió Journa, su mirada fija en Arakia con una mezcla de desafío y respeto. La atmósfera se volvió tensa nuevamente, y el campo de batalla se preparaba para un enfrentamiento que definiría el destino de todos.

"Al fin has puesto tus ojos en mí, al fin me has visto, general de primera Araquia. Ha llegado el momento de remediar mi error de no haberte disciplinado junto a Priscila", dijo Journa, exhalando un poco de humo púrpura. Su sonrisa era una mezcla de complicidad y desafío, y ambas mujeres estaban listas para enfrentar lo que viniera.

El capítulo terminó con la declaración de Journa, quien se preparaba para corregir a sus dos hijas en un momento que prometía ser tanto un desafío como un renacimiento. En medio del caos, el vínculo de almas entre madre e hija brillaba con una luz que ni siquiera el infierno podría extinguir.

Así, el viaje de Priscila y Journa apenas comenzaba, con la determinación de luchar por su vínculo y por el futuro que aún les esperaba.