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Chapter 77 - cap 77

La luz del sol comenzaba a desvanecerse en la isla, tiñendo el cielo de un naranja profundo que contrastaba con la oscuridad que se cernía sobre el corazón de Naegi Makoto. Después de haber burlado los astutos planes de Araquía, se encontraba en un rincón sombrío, escondido junto a Jane, el hombre lagarto, quien, gracias a su habilidad de invisibilidad, les otorgaba un alivio temporal contra la inminente cacería que se había desatado. Mientras el eco de los pasos de Araquía resonaba en la distancia, Naegi no podía evitar sentir que el destino estaba jugando una cruel broma con él.

"¿Qué deberíamos hacer ahora?", murmuró Jane, su voz apenas un susurro, como si temiera que el sonido pudiera atraer la atención de los guardias.

Naegi, con su característica amabilidad, trató de calmar la agitación que crecía dentro de él. "Primero, necesitamos entender la situación. Araquía está buscando venganza, y no se detendrá hasta que nos encuentre". Mientras decía esto, su mente se llenaba de imágenes de sus amigos, de los gladiadores, de todos aquellos que ahora eran vistos como enemigos en esta peligrosa partida de ajedrez.

De repente, un grito resonó en el aire. "¡Escúchenme bien! El gobernador Gustavo ha sido asesinado por un lagarto gris y un niño de cabello negro", proclamó un guardia, su voz temblando de incredulidad. Para Naegi, cada palabra era un golpe en el estómago. La mentira se extendía como un virus, infectando las mentes de todos en la isla. "Ahora el papel de Gobernador será asumido por la general divina Araquía. Si no quieren morir por la regla de la maldición, maten a esos chicos".

Naegi sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. ¿Cómo podía una sola mentira cambiarlo todo? El pánico se apoderó de él mientras recordaba la cruel realidad: no podía salir a desmentirlo, pues eso significaría su muerte.

Mientras se debatía entre la desesperación y la acción, un grupo de gladiadores se lanzó hacia adelante, desafiando la orden de Araquía. "¡Mátanos!", gritaron, pero su valentía fue efímera, pues en un instante fueron aniquilados por el poder de Araquía, quien utilizó su varita para eliminar a los rebeldes con agua a alta velocidad, borrando sus vidas en un abrir y cerrar de ojos.

La realidad era dura, y la revelación de que los guardias, quienes alguna vez habían sido sus carceleros, ahora estaban alineados con Araquía, lo llenó de tristeza. "¿Por qué tienen tanto rencor?", se preguntó, sintiendo que su corazón se hundía. Era evidente que tanto gladiadores como guardias estaban atrapados en un ciclo de odio y miedo, ambos luchando contra un enemigo común: la maldición de Araquía.

Con determinación, Naegi decidió que debía encontrar al viejo Nal, quien siempre había sido una fuente de sabiduría en momentos de crisis. Sin embargo, al entrar en la enfermería, se encontró con un caos total. La habitación estaba devastada, y el viejo Nal yacía sin vida, víctima de una bestia que había arrasado con todo a su paso. Pero allí, entre la destrucción, estaba Tanza, la pequeña sierva que había demostrado ser más fuerte de lo que parecía.

"Tanza, ¿estás bien?", preguntó Naegi, su voz llena de preocupación.

"Schwart-sama, ¿es cierto que mataste al gobernador Gustavo?", inquirió Tanza, sus ojos llenos de incredulidad.

"¡No! ¡No lo hice! Gustavo fue asesinado por Araquía!", exclamó Naegi, intentando desviar la culpa que se cernía sobre él. La conversación se tornó tensa, y la revelación de un ejército rebelde liderado por el hijo ilegítimo del emperador dejó a todos en estado de shock. La conexión entre Naegi y el emperador se convirtió en un tema de debate acalorado.

"Yo… no soy el hijo del emperador", dijo Naegi, sintiendo el peso de la mentira que se tejía a su alrededor. Sin embargo, cuando su grupo comenzó a hablar sobre la posibilidad de escapar, la realidad de la situación se hizo evidente: no había salida fácil.

A medida que la tensión crecía, la figura de Tod emergió de las sombras, un guerrero decidido a demostrar su poder. "¿Por qué debería rendirme?", preguntó, su voz desafiando a Naegi y su grupo. En ese instante, la lucha por su supervivencia se convirtió en un torbellino de violencia y desesperación.

Naegi sacó la gema de la maldición, una herramienta que prometía salvarlos, pero la situación se tornó caótica. A medida que los golpes resonaban y las vidas se perdían, Naegi se dio cuenta de que cada decisión que tomaba tenía un peso mortal. La desesperación lo envolvía como una niebla, y en medio del caos, la figura de su amigo White apareció, dispuesto a protegerlo.

Sin embargo, en un giro trágico del destino, White fue sacrificado en un intento por salvar a Naegi. El tiempo parecía detenerse mientras el horror se apoderaba de él. La pérdida de su amigo lo sumió en una profunda tristeza, y su corazón se partió en mil pedazos.

Finalmente, cuando todo parecía perdido, una voz familiar resonó en su mente. "No te rindas, Naegi". Era Cecillus, el guerrero que había estado luchando contra Araquía. En medio de la desesperación, Naegi sintió una chispa de esperanza. Tal vez, solo tal vez, había una oportunidad para cambiar el rumbo de su destino.

A medida que la noche caía sobre la isla, Naegi comprendió que el camino hacia la redención sería difícil, pero estaba decidido a luchar por sus amigos, por su futuro y, sobre todo, por la verdad. Al final, cada uno de ellos tenía el poder de cambiar su destino, y aunque el eco de la desesperación resonaba en sus corazones, la luz de la esperanza comenzaba a brillar en la oscuridad.