La luz del sol se filtraba a través de las desgastadas ventanas del orfanato, iluminando las sombras de un lugar que solía ser un hogar, pero que se había convertido en una prisión. Flap, un niño de ojos grandes y alma valiente, recordaba cada rincón de aquel edificio con un nudo en el estómago. Desde el momento en que su hermana Mediun y él habían sido abandonados allí, la vida se había vuelto un ciclo de sufrimiento y maltrato. Los adultos, figuras imponentes que portaban la crueldad como un estandarte, llevaban a cabo sus abusos sin razón aparente, usando a los niños como sacos de boxeo.
Flap había aprendido rápidamente que era su deber proteger a su hermana. Cada vez que el eco de un grito resonaba en los pasillos, él se convertía en el blanco, atrayendo la atención de los adultos hacia sí mismo. Al final del día, cuando el dolor de los golpes se hacía insoportable, alguna parte de él sabía que había cumplido su misión: Mediun estaba a salvo, al menos por un día más.
Sin embargo, la esperanza llegó de la mano de un viejo de cabello canoso que montaba un dragón. Su nombre era Mails, y su llegada cambió el destino de los huérfanos. Con una determinación feroz, Mails desató su ira sobre los adultos del orfanato, liberando a los niños de sus cadenas. Desde ese momento, todo lo que Flap había conocido se desvaneció, y con las lágrimas brotando de sus ojos, comprendió lo que significaba ser libre. Sin más golpes, sin más sacrificios.
Años después, la vida había llevado a Flap y a Mediun a un camino diferente. Aunque la sombra del pasado seguía acechando, la promesa de un futuro mejor brillaba en sus corazones. Sin embargo, el mundo exterior no era menos cruel. En un día fatídico, dragones aparecieron en el horizonte, lanzando sombras amenazantes sobre la ciudad. Dirk, un líder entre los hombres, observaba con preocupación, sintiendo que un cambio inminente se avecinaba.
La batalla se desató, y entre el caos, un hombre cubierto de sangre, con dos espadas gemelas, se acercó a Dirk. Era Yamal, un prisionero que había sido liberado para ayudar en la defensa de la ciudad. La tensión en el aire era palpable, y Dirk, con la sabiduría de un líder, decidió liberar a Yamal a cambio de su ayuda, a pesar de las dudas que lo asaltaban. En ese momento, el destino de muchos comenzaba a entrelazarse.
Mientras tanto, en un rincón distante, Rem se encontraba bajo arresto domiciliario. La mansión era un refugio con un dragón pacífico como espectador silencioso. Cuando el Primer Ministro Versted entró en la sala, la atmósfera cambió. La conversación que siguió fue un juego de palabras cargado de intenciones ocultas. Rem se dio cuenta de que la guerra que se estaba librando no solo era un combate físico, sino también un juego de estrategias y lealtades.
A medida que la historia avanzaba, Flap despertó en una habitación oscura, sintiendo que todo su cuerpo había sido drenado de energía. A su lado, Madeline lo observaba con curiosidad. La conexión entre ellos se hizo evidente cuando ella le preguntó sobre el colmillo de Carrillón. Flap compartió su historia, la historia de su amistad con Balero y Mails, y el sacrificio que habían hecho por él y su hermana. La conversación se tornó intensa, y Madeline reveló su propia historia de venganza.
La revelación de que Vincent, el emperador, había sido el responsable de la muerte de Balero, rasgó el velo que cubría el pasado de ambos. Flap sintió la urgencia de actuar, de buscar justicia no solo para Balero, sino también para todos aquellos que habían sufrido en un mundo que parecía estar en contra de ellos.
Mientras tanto, en la isla de los gladiadores, Naegi despertó confundido y aterrorizado. La realidad que lo rodeaba era una prisión, y su vida pendía de un hilo. Conoció a Ceci Luz, quien se presentó como uno de los nueve generales divinos, pero Naegi no podía evitar dudar de sus intenciones. La isla, un lugar de gladiadores, prometía ser un campo de batalla, y Naegi se vio arrastrado a un juego del que no comprendía las reglas.
En medio de la confusión, Gustave, un gigante que gobernaba la isla, se convirtió en un recordatorio de la cruel realidad del imperio de Bolaquia. La lucha por la supervivencia se convertía en un espectáculo, y Naegi, siendo un niño, debía enfrentarse a bestias y hombres en un escenario donde la muerte era una posibilidad constante. La presión se acumulaba, y con cada paso, la determinación de Naegi para sobrevivir se fortalecía.
La historia continuaba tejiendo los destinos de Flap, Rem, y Naegi, tres almas que, a pesar de sus pasados dolorosos, estaban destinadas a cruzarse en un mundo donde la esperanza y la desesperación coexistían. Con cada batalla, cada conversación, y cada decisión, la lucha por la libertad se intensificaba, y el eco de sus pasados resonaba más fuerte que nunca en el presente.
Flap, con su espíritu indomable, Rem, con sus convicciones, y Naegi, con su bondad innata, estaban a punto de descubrir que incluso en las sombras más oscuras, la luz de la amistad y la justicia podría iluminar el camino hacia un futuro mejor. Aunque el camino sería arduo, la determinación de cada uno de ellos prometía forjar un nuevo destino, uno donde la esperanza podría renacer incluso en el corazón de la adversidad.
Naegi Makoto se encontraba de pie en el centro de una vasta arena, el sol brillando intensamente sobre su cabeza, mientras el murmullo de la multitud resonaba en sus oídos. La tensión era palpable en el aire, y su corazón latía con fuerza en su pecho. Había sido colocado en esta situación aterradora junto a otros tres gladiadores, todos esperando lo inevitable: la llegada de la bestia que debían enfrentar para ganar su derecho a permanecer en la Isla de los Gladiadores. El gobernador Gustave Merello había hablado en voz alta, su tono autoritario resonando en la arena. "Los caballeros ahora enfrentarán una prueba para determinar si son dignos de ser llamados gladiadores de esta isla".
Naegi no pudo evitar sentir un escalofrío recorrer su espalda. Se sentía pequeño y vulnerable, como un niño perdido en un mundo de adultos. "¿Qué he hecho para merecer esto?", pensó, mientras observaba a sus compañeros. El primero era Hidramisanga, un hombre pelirrojo con una barba espesa y un aire de desdén que parecía no tener fe en ellos. "¿Vas a iniciar el sparca ahora con este niño en nuestras filas? Esto tiene que ser una broma", había soltado con desdén.
Junto a él estaban Jane, un hombre lagarto que llevaba una capa que parecía un poco demasiado grande para él, y Higuaids, un hombre cuyas extremidades estaban cubiertas de intrincados tatuajes. Naegi sintió que la presión se acumulaba en su pecho. No conocía a estos hombres, y ellos tampoco parecían estar dispuestos a confiar en un niño como él.
"Silencio", interrumpió el gobernador, su voz resonando en el coliseo como un trueno. "Mis acciones y mis palabras son por orden del emperador. Si me vuelven a interrumpir, sería como interrumpir al mismísimo emperador del Imperio de Boquia". La amenaza en su voz hizo que todos guardaran silencio. Naegi se vio obligado a observar cómo la tensión crecía entre sus nuevos compañeros, quienes claramente no estaban de acuerdo con la elección del Gobernador.
Mientras la multitud se acomodaba en los asientos, esperando ansiosos el espectáculo, una jaula se abrió al otro lado del coliseo, liberando a la criatura que tendrían que enfrentar: el Gritalo, una bestia imponente que Naegi ya había visto en una pesadilla anterior. "¡Es un león!", gritó Naegi, su voz temblando al recordar el terror que había sentido en el pasado. Pero su grito fue ahogado por el rugido de la bestia, que resonó por todo el coliseo, haciendo eco en las paredes.
Los gladiadores comenzaron a mirarse entre sí, y Naegi sintió la desesperación en el ambiente. Ya se había dado cuenta de que la falta de colaboración sería su perdición. "No hay tiempo que perder", pensó, observando las dos espadas que estaban a su disposición. "Una es ligera y fácil de manejar, mientras que la otra parece imposible de levantar".
"Yo iré por la espada", dijo Hidramisanga, pero antes de que pudiera avanzar, el hombre lagarto se hizo invisible y se pegó a la pared. La situación se estaba desmoronando antes de que realmente comenzara. "¿Qué hago?", pensó Naegi, sintiendo cómo la frustración comenzaba a apoderarse de él.
La situación se tornó caótica cuando Higuaids tomó la espada ligera, mostrando una confianza que resultó ser efímera. En cuestión de segundos, la bestia se abalanzó sobre él, destruyendo su cabeza con un solo zancada. El horror se apoderó de Naegi, quien se quedó paralizado ante la brutalidad de la escena. "No puede ser... esto no está pasando", murmuró, mientras la realidad se desmoronaba a su alrededor.
Con el león rugiendo y los otros gladiadores cayendo uno tras otro, Naegi se dio cuenta de que debía actuar. "¡Esto no puede seguir así!", pensó, mientras la adrenalina comenzaba a fluir por su cuerpo. "Necesito hacer algo. ¡Necesitamos cooperar!". Pero se dio cuenta de que era incapaz de dar órdenes sin conocer sus nombres. La desesperación se convirtió en determinación. "No puedo dejar que esto termine así", se dijo.
Finalmente, Higuaids fue el siguiente en caer, aplastado por el león mientras intentaba escapar. La escena era desoladora. Solo quedaba Hidramisanga, quien estaba claramente asustado y no mostraba señales de valentía. En un momento de desesperación, el pelirrojo lanzó a Naegi hacia la criatura, gritando que no quería morir. "¡No, espera!", pensó Naegi, pero sus palabras no llegaron a su compañero.
La muerte de Hidramisanga fue rápida y brutal, y el horror llenó a Naegi. "No puedo seguir así", pensó, mientras la bestia se abalanzaba sobre él. "Realmente odio al imperio", fue lo único que logró salir de su boca antes de que todo se volviera negro.
El mundo se reinició.
Naegi se encontró de nuevo en la arena, los recuerdos de la muerte aún frescos en su mente. "No puedo dejar que esto pase de nuevo", se dijo a sí mismo, mientras observaba a sus nuevos compañeros. "Debo cambiar las cosas, debo encontrar una manera de sobrevivir". La historia se repetía, pero esta vez Naegi no estaba dispuesto a rendirse.
Corrió hacia la espada, esta vez decidido a hacer que su voz se escuchara. "¡Hidramisanga! ¡Jane! ¡Higuaids! Escuchadme, necesitamos trabajar juntos!", gritó, sintiendo cómo la determinación llenaba su pecho. La bestia apareció de nuevo, y Naegi sintió cómo el miedo intentaba apoderarse de él, pero no iba a dejar que eso pasara.
Con una estrategia en mente, comenzó a dar instrucciones. "¡Hidramisanga, distrae a la bestia! ¡Jane, ve por la espada!", ordenó, mientras se movía con rapidez. La coordinación fue difícil al principio, pero cada intento les daba más confianza. Naegi se dio cuenta de que, aunque eran un grupo desorganizado, si cooperaban, podrían sobrevivir.
La bestia se lanzó sobre ellos, y en un momento de pánico, Naegi gritó. "¡No me rendiré! ¡No dejaré que me maten otra vez!". Con el corazón latiendo con fuerza, sintió que la adrenalina lo invadía, y aunque el miedo continuaba acechando, no iba a ceder.
La batalla era feroz, y aunque muchos de sus compañeros cayeron en el camino, Naegi continuaba luchando. Aprendió de cada uno de sus fracasos, buscando la manera de mejorar en cada intento. "No puedo dejar que esto termine mal", repetía para sí mismo, mientras el ciclo de muerte y renacimiento continuaba.
Finalmente, después de lo que pareció ser una eternidad de fracasos y desesperación, Naegi y su grupo lograron hacer lo que parecía imposible: derrotar al león. La victoria fue abrupta, pero el alivio que sintieron fue indescriptible. Habían sobrevivido.
Gustave, desde lo alto, proclamó su aceptación como gladiadores de la isla, y la multitud estalló en vítores. "Lo hiciste, Naegi", pensó, sintiendo que tal vez, sólo tal vez, había encontrado su propósito en esta aterradora isla. "Puedo hacer esto. No importa cuántas veces tenga que enfrentar la muerte, siempre encontraré una manera de volver a levantarnos".
Con esa determinación en su corazón, Naegi sabía que esta solo era la primera de muchas batallas que vendrían, pero estaba listo. No solo para sobrevivir, sino para luchar por algo más grande.