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Chapter 73 - cap 73

El eco de la destrucción resonó en el aire, mientras el castillo rojo rubí, símbolo del empeño y la esperanza de los habitantes de la ciudad demoníaca de Cause Flame, se desvanecía en un abismo de sombras. La visión era tan desgarradora que muchos, incluso aquellos que habían visto horrores inimaginables, se sintieron impotentes ante la magnitud de la catástrofe que se desataba ante ellos. La gran sombra no solo devoraba piedra y concreto, sino también los sueños y el futuro de cada uno de sus ciudadanos.

Mientras tanto, en el corazón del caos, Naegi se encontraba atrapado en una lucha que trascendía lo físico. La oscuridad que lo rodeaba no era solo un fenómeno natural, sino una manifestación de la desesperación y la mala suerte que siempre lo había acompañado. Atrapado entre sus propios pensamientos y la vorágine del desastre, su mente luchaba por encontrar una salida. El sonido de las sombras devorando el castillo resonaba en sus oídos como un recordatorio constante de su fragilidad.

Justo cuando Old Vaart se disponía a curar a Naegi, las sombras hicieron su aparición, despojando a Albert de su mano. La escena fue tan rápida y brutal que dejó a todos sin aliento. En un instante, el shinobi desapareció, como si nunca hubiera estado allí, y la única certeza era que la tela que lo había envuelto estaba viva, un eco de su arte que aún permanecía en el mundo.

Mientras tanto, en las calles de Cause Flame, los habitantes se reunían, atemorizados por la devastación que se desarrollaba ante sus ojos. Abel, el emperador derrocado, y el falso Vincent, un impostor que había tomado el lugar del verdadero gobernante, se encontraron en un momento de desesperación compartida. Ambos sabían que debían actuar rápidamente para contener la sombra que amenazaba con consumir no solo el castillo, sino a toda la ciudad.

"¡Debemos detener esto rápido!", gritó Abel, sus palabras impregnadas de urgencia. El falso Vincent asintió con la cabeza, consciente de que cada segundo contaba. "Si no actuamos de inmediato, el número de víctimas crecerá", replicó, su voz resonando con la gravedad de la situación. Ambos miraron hacia el horizonte, donde la oscuridad se expandía como un monstruo insaciable.

Fue entonces cuando ambos llamaron a Fuma Hilux, un sirviente leal al emperador. El llamado fue claro y resonante, un eco en la desesperación de la ciudad. Fuma, al recibir la orden, no perdió tiempo. Rompió la ventana de la posada y, con un movimiento ágil, se lanzó al aire, invocando a unas criaturas gigantescas que se asemejaban a insectos. Abel, con su mente estratégica, reflexionó sobre la cantidad de criaturas que tenía disponibles, y al saber que solo contaba con una parte de su fuerza, se sintió inquieto. "No son suficientes", murmuró para sí mismo mientras acariciaba su máscara, buscando un plan que pudiera devolver la esperanza a su gente.

En otro rincón de la ciudad, Carita, una guerrera de su drag, estaba atrapada en una batalla desesperada contra sus perseguidores, que parecían regenerarse de cualquier herida. Con ingenio y determinación, utilizó su chaqueta como un lazo, asfixiando a uno de sus atacantes hasta dejarlo inconsciente. El método funcionó, y pronto se encontró deshaciéndose de sus oponentes uno a uno, acumulando sus cuerpos en la calle. Sin embargo, su victoria fue efímera, pues un hombre de cabello largo apareció de repente, interrumpiendo su triunfo.

Uvik, el misterioso hombre, se presentó ante Carita con un tono amistoso, pero su presencia era inquietante. "Tranquila, solo soy un tipo común que camina por aquí", dijo, intentando calmarla, pero la guerrera no se dejó engañar. "No creo que un hombre común pueda ver todo esto y seguir calmado", respondió, desafiándolo con su daga en mano.

La conversación entre ellos fue tensa, ya que Uvik comenzó a mencionar palabras que resonaban en el doloroso pasado de Carita. Al mencionar "los sutras" y "los mandamientos", la guerrera se sintió atrapada en un torbellino de recuerdos y emociones. "¿Conoces a mi familia?", preguntó, su voz temblando. Uvik, con una sonrisa enigmática, le reveló que había venido con su familia, lo que despertó aún más su desconfianza.

Mientras tanto, la oscuridad no se detenía. A lo lejos, el castillo rojo se derrumbaba, y Carita, abrumada por la noticia, preguntó a Uvik si era responsable de tal desastre. "No tengo nada que ver con eso", respondió él, pero sus palabras solo aumentaron la confusión en la mente de la guerrera. La tensión se palpaba en el aire, y en ese momento, el suelo comenzó a temblar, como si la misma tierra estuviera respondiendo al caos que se desataba.

A medida que la batalla continuaba, otros personajes se unían a la lucha. Entre ellos, la figura de Jorna se destacaba. Ella, al ver la sombra devorando su castillo, se preparó para enfrentar a la oscuridad. A pesar de la desesperación, su determinación brillaba como una llama en la oscuridad. Con un grito de desafío, comenzó a lanzar edificios cercanos a la sombra, mientras sus subordinados, bajo su mando, también se unían a la lucha.

Fue entonces cuando Abel y el falso Vincent se dieron cuenta de que la única manera de enfrentar a la gran sombra era uniendo fuerzas. Abel, con su visión estratégica, comprendió que la batalla no solo dependía de la fuerza bruta, sino de la voluntad de la ciudad de luchar por su propia supervivencia. "Debemos contener el daño, pero también debemos encontrar una forma de combatir a esa cosa", dijo, mientras el caos se desataba a su alrededor.

Las sombras, sin embargo, no se detenían. A medida que crecía su poder, Abel y los demás se enfrentaban a la dura realidad de que la lucha podría ser en vano. Sin embargo, en medio de la desesperación, Tarita, que había escuchado lo que Abel había dicho sobre el "gran desastre", se dio cuenta de que tenía un papel que desempeñar. La verdad que había mantenido oculta ahora se convertiría en su carga.

"Si he heredado el mandamiento para detener al gran desastre, entonces debo actuar", pensó, mientras se preparaba para enfrentar su destino. Al mismo tiempo, Aldebarán, que había estado atormentado por sus propias decisiones, reflexionaba sobre su papel en todo esto. "He perdido mi mano", murmuró entre risas amargas, reconociendo que la lucha no solo era física, sino también un combate contra sus propios demonios.

El capítulo culminó en un punto crítico. La sombra seguía devorando la ciudad, y los personajes se encontraban en una encrucijada, cada uno enfrentándose a sus propios miedos y secretos. La lucha por Cause Flame había comenzado, y la determinación de cada uno de ellos se pondría a prueba en los momentos venideros. La oscuridad podía devorar el castillo, pero la luz de la esperanza aún brillaba en los corazones de aquellos que se negaban a rendirse.

Naegi se encontraba atrapado en un abismo de oscuridad. La sensación de vacío lo envolvía, como si el tiempo y el espacio hubieran dejado de existir. Sus recuerdos eran un collage borroso de imágenes y sonidos, una mezcla de momentos felices y aterradores que parecían flotar en la nada. Intentó mover sus brazos y piernas, pero se sentía como si estuvieran hechos de plomo, desconectados de su voluntad. Aunque había estado en situaciones difíciles antes, esta era diferente. Era como si la oscuridad misma lo abrazara, intentando asfixiar su espíritu.

En medio de esa desolación, una voz etérea resonó en su mente, un susurro suave pero penetrante que repetía una y otra vez: "Te amo". Era un eco distante, lleno de calidez, que contrastaba con la frialdad del entorno. Naegi se estremeció al escucharla. Intentó gritar, pero su voz fue tragada por la negrura que lo rodeaba. "Por favor, ayúdenme", gimió, sintiendo que el miedo comenzaba a apoderarse de él. Pero la oscuridad no tenía respuestas, solo lo mantenía prisionero en su abrazo helado.

Mientras tanto, Abel y Journal, junto a sus valientes subordinados, luchaban en el campo de batalla. La sombra había surgido cuando Naegi iba a recibir tratamiento, y ahora, con sus enormes manos oscuras, atacaba con una ferocidad que había dejado a todos sin aliento. Los defensores de la ciudad se habían agrupado, atacando y esquivando los embates de la entidad oscura. Cada golpe que asestaban parecía apenas rasguñar la superficie de su poder. Abel, con la determinación brillando en su mirada, dirigía a sus compañeros con una mezcla de estrategia y coraje.

En un rincón menos agitado del combate, Aldebarán y el anciano All Back observaban desde una taberna alejada. Aldebarán, quien había sido convertido en niño, se retorcía de frustración. "¡Quiero ayudar!", exclamó, su voz temblando con la mezcla de impotencia y miedo. "No puedo quedarme aquí mientras ellos luchan". El anciano lo miró con pena. "Tu poder no ha regresado, joven. No puedes enfrentar esa sombra en tu estado actual".

Aldebarán apretó los dientes, recordando la desesperación que había sentido cuando la sombra apareció por primera vez. "Pero, ¿no ves? Si el emperador está luchando, eso significa que todos están arriesgando sus vidas. Debo unirme a ellos". La voz de All Back resonó con sabiduría. "No arriesgues lo que no puedes recuperar. Tu vida y la del emperador son importantes. Debes vivir sabiamente".

Sin embargo, el miedo del anciano se mezclaba con la creciente determinación de Aldebarán. "Esas sombras tienen algo que ver con mi hermano", dijo, su voz firme. All Back lo miró, reconociendo la resolución en sus ojos vendados. "Si él está allí, entonces debemos actuar". Aldebarán asintió, sabiendo que su destino estaba entrelazado con el de Naegi. "No puedo quedarme aquí y esperar".

Mientras se preparaban para el inevitable enfrentamiento, el caos en el campo de batalla continuaba. Vincent había acorralado a Atari, quien llevaba el peso del mandamiento para evitar el gran desastre. "¿Qué es un estar gasser?", preguntó Atari, confundido. Abel, con una mirada intensa, comenzó a explicarle la conexión entre ellos y el destino del imperio. "Eres alguien que puede leer las estrellas, y gracias a eso, puedes predecir el futuro. Tienes un papel crucial en esta lucha".

Sin embargo, antes de que la conversación pudiera continuar, un grito desgarrador interrumpió el aire. Medium miraba hacia arriba, paralizada por el terror al ver un enorme brazo negro que se cernía sobre ellos. La sombra había alcanzado su posición, y el tiempo se desvanecía rápidamente. Sin pensarlo, Tarita tomó a Medium y Abel, llevándolos a un lugar seguro. "¡Corre!", gritó, pero la oscuridad se acercaba con una velocidad aterradora.

En un acto de heroísmo, K fuma apareció, levantando una barrera de hiedras espinosas que se erguían como un escudo contra el ataque inminente. La barrera se mantuvo por un momento, pero pronto fue consumida por la oscuridad. "No toleraré más desorden en mi ciudad", proclamó Journal, pateando un muro del castillo derrumbado. Los escombros cayeron sobre el brazo gigante, brindando a los tres un breve respiro.

A salvo, Abel miró a Tarita, la gratitud reflejada en su rostro. "¿Por qué me has salvado?", preguntó, aún en shock. Tarita lo miró a los ojos y sonrió suavemente. "Porque no hay nada más importante que salvar vidas, especialmente en tiempos como estos". Abel, tocado por su valentía, se dio cuenta de que había mucho más en Tarita de lo que inicialmente había creído.

Mientras tanto, la batalla continuaba y las sombras seguían extendiéndose por la ciudad. Aldebarán y All Back se preparaban para unirse al combate, sabiendo que no podían permitir que la oscuridad se lo llevara todo. "Si no puedo vencer a la sombra en diez mil intentos, entonces lo intentaré un millón de veces", se dijo Aldebarán, determinación ardiendo en su corazón.

Con esos pensamientos en mente, Aldebarán estaba listo para enfrentarse a la oscuridad y, con la ayuda de sus amigos, luchar por el futuro que todos deseaban. Mientras tanto, Naegi, atrapado en su propia batalla interna, escuchaba el eco de esa voz lejana que lo había mantenido vivo. "Te amo", repetía, como un faro de esperanza en medio de la obscuridad. Pronto, el destino de todos se entrelazaría en esta lucha monumental, y el verdadero significado de la amistad y el sacrificio se revelaría en el fragor de la batalla.