El aire en la posada estaba cargado de tensión. Después de la sorprendente revelación de que la ciudad estaba bajo el control de un poder tan formidable como el "matrimonio del alma", Naegi y sus amigos se encontraron en una encrucijada. Mientras los ecos de la batalla se filtraban desde fuera, él no podía evitar preguntarse cómo habrían llegado a esa situación.
Recapitulando los eventos que llevaron a este punto, Naegi recordó el juego que había propuesto Old Bart. Algo en el anciano le parecía inquietante, como si estuviera jugando con ellos, pero al mismo tiempo, sabía que su única opción era participar en su juego. Con cada pista que Old Bart ofrecía, el peligro se intensificaba. Había logrado atrapar al anciano una vez, pero ahora la situación era mucho más grave.
"No puedo dejar que esto termine mal", pensó Naegi. Su mirada se centró en sus compañeros, en Aldebarán, en Médium y en Tarita, cada uno de ellos con su propio conjunto de habilidades y fortalezas. Sin embargo, la realidad de que estaban rodeados por un ejército de revenants, seres que se levantaban incluso después de ser heridos, les dejaba poco margen de maniobra.
"¿Qué vamos a hacer ahora?" preguntó Aldebarán, su voz llena de preocupación. "No podemos simplemente salir y enfrentarlos. No sabemos qué más pueden hacer."
Naegi asintió, su mente trabajaba a toda velocidad. "Si el matrimonio del alma les permite levantarse, entonces debemos encontrar una manera de desactivar esa habilidad. Tal vez haya un núcleo o un líder detrás de todo esto que esté alimentando su poder."
"Tu plan es bueno, pero ¿cómo lo llevaremos a cabo?" intervino Abel, su tono firme pero preocupado. "No podemos permitir que Tarita sea sacrificada sin un plan. Ella es nuestra mejor tiradora y necesita regresar."
Naegi sintió un escalofrío recorrer su espalda. Había visto lo valiente que era Tarita, y la idea de perderla lo llenaba de una desesperación que no podía permitirse. "No, no podemos dejar que eso suceda. Ella tiene que regresar. Todos deben regresar."
Médium, que había estado en silencio, finalmente habló. "Tal vez podamos usar la distracción de Tarita a nuestro favor. Si ella puede atraer a los enemigos hacia un lugar, nosotros podemos intentar buscar al verdadero enemigo, a quien está utilizando el matrimonio del alma."
"Sí, pero necesitamos ser rápidos," Naegi dijo, su voz firme. "No podemos darles tiempo para reagruparse. Si logramos desmantelar el núcleo de su poder, tendremos la oportunidad de ganar."
Con un plan rudimentario en mente, el grupo se preparó para la acción. Naegi sintió el peso de la responsabilidad sobre sus hombros, pero también la confianza en sus amigos. Estaban juntos en esto, y no importaba cuán difícil fuera, debían luchar.
"Bien, escuchen," comenzó Naegi, "Tarita, necesitarás atraerlos hacia la plaza central. Es un lugar amplio donde podemos verlos a todos. Aldebarán, tú y yo iremos a investigar si hay algún lugar donde se pueda estar usando el matrimonio del alma. Abel, quédate aquí y observa. Si las cosas van mal, asegúrate de que Tarita tenga un camino de escape."
Sin más dilaciones, Tarita asintió y salió disparada de la posada, su figura desapareciendo en la oscuridad de la noche. Naegi sintió un nudo en el estómago; cada paso que daba hacia la plaza era un paso hacia lo desconocido. Lo último que quería era que Tarita se convirtiera en una víctima del poder de Yorn.
Mientras tanto, Naegi y Aldebarán se movieron rápidamente hacia la dirección opuesta. Al llegar a la plaza, pudieron ver cómo Tarita comenzaba a atraer la atención de los enemigos. Las flechas volaban y los gritos de los demonios resonaban, pero lo más preocupante eran las llamas rojas que iluminaban el rostro de aquellos que caían, reviviendo con cada herida.
"Esto es una locura," murmuró Aldebarán, sus ojos fijos en la escena. "¿Cómo podemos luchar contra algo que no se puede matar?"
"Con inteligencia," respondió Naegi. "Debemos encontrar la fuente de ese poder. Si Yorn está manipulando a todos, debemos rastrear su ubicación."
A medida que se acercaban a un edificio en el centro de la plaza, Naegi sintió una extraña conexión. Algo en su interior le decía que allí encontrarían la clave. Entraron al edificio, y mientras subían las escaleras, el aire se volvía más denso, como si algo maligno se estuviera acumulando.
Al llegar a la cima, se encontraron en una sala amplia, llena de símbolos extraños y un altar en el centro, donde una figura encapuchada estaba de pie, rodeada de un resplandor rojo. La figura parecía estar canalizando la energía de la ciudad, y Naegi supo que había encontrado lo que buscaban.
"¡Ah, así que han llegado!" exclamó la figura, su voz resonando como un eco. "No esperábamos que llegaran tan lejos. Pero esto termina aquí."
Naegi sintió que su corazón latía con fuerza. "¡No dejaré que continúes con esto! ¡Liberaremos a esta ciudad de tu control!"
La figura se rió. "¿Crees que puedes detenerme? El matrimonio del alma está más allá de tu comprensión. Cada vida aquí está atada a mí. Si caigo, todos ellos caerán."
Aldebarán se preparó para atacar, pero Naegi levantó la mano, deteniéndolo. "Debemos ser inteligentes. Si atacamos sin pensar, solo haremos que se desate el poder de Yorn. Necesitamos desactivar este altar."
"¿Cómo?" preguntó Aldebarán, frustrado.
"Debemos encontrar la manera de interrumpir el canal que conecta a todos. Si logramos romper el flujo de energía, la conexión se desvanecerá." Naegi miró alrededor, buscando alguna pista. "Mira, hay runas en las paredes. Si podemos activarlas en el orden correcto, tal vez podamos desactivar el altar."
Con una determinación renovada, comenzaron a estudiar las runas, buscando el patrón que podría romper el hechizo. Sin embargo, el tiempo corría. Afuera, podía escuchar los gritos de Tarita, que seguía luchando valientemente, y sabía que no podían fallar. La vida de todos dependía de ellos.
Con cada runa que activaban, la figura encapuchada se volvía más furiosa. "¡No! ¡No pueden hacer esto! ¡Deténganse!"
"¡No lo haremos!" exclamó Naegi, mientras el último símbolo cobraba vida. Una onda de energía recorrió la sala, iluminando todo a su alrededor. La figura gritó, pero su voz se ahogó en el resplandor.
"¡Ahora, Aldebarán!" Naegi gritó. Con un poderoso golpe, Aldebarán atacó el altar, y una explosión de luz y energía los rodeó. La conexión se rompió, y en un instante, el poder del matrimonio del alma se desvaneció.
Naegi sintió que el mundo giraba a su alrededor. La figura encapuchada se desvaneció en la luz, y con ella, el ejército de revenants cayó al suelo, sin vida. La ciudad había sido liberada, pero el precio había sido alto.
Mientras el polvo se asentaba, Naegi y Aldebarán se quedaron mirando el lugar donde una vez había estado el altar. "Lo logramos," murmuró Aldebarán, su voz llena de incredulidad.
"Sí, pero a qué costo," respondió Naegi, mirando hacia donde Tarita había estado luchando. "Debemos asegurarnos de que todos estén bien."
Desesperados, se apresuraron a salir de la habitación, solo para ser recibidos por un extraño silencio. La plaza estaba desierta, y al mirar a su alrededor, el corazón de Naegi se hundió. "¿Dónde están todos?"
La ciudad, que momentos antes había estado llena de vida y caos, ahora parecía un campo de batalla olvidado. Sin embargo, en el aire había un sentimiento de esperanza. Habían superado una prueba increíble y, aunque el camino por delante sería difícil, sabían que juntos podrían enfrentar cualquier desafío.
"Vamos a encontrar a los demás," dijo Aldebarán, determinación brillando en sus ojos. "No hemos terminado aquí."
"Sí," respondió Naegi, sintiendo la chispa de la esperanza renacer dentro de él. "Juntos, siempre juntos."
Y así, con el coraje en sus corazones, comenzaron a buscar a sus amigos, sabiendo que cada paso que daban era un paso hacia un futuro mejor.
La ciudad estaba sumida en un caos palpable. Desde los rincones más oscuros hasta las plazas iluminadas, los ecos de la confrontación resonaban como un ominoso recordatorio de la fragilidad de la paz. Naegi Makoto se encontraba en medio de esta tormenta, su corazón palpitando al ritmo de su mala suerte habitual, que en esta ocasión se había convertido en su salvación. Era un día como cualquier otro, pero el peso de las decisiones que se estaban tomando lo había llevado a un punto crítico.
Abel, el emperador, estaba decidido a obtener el poder necesario para proteger a su gente, pero las palabras de Subaru resonaban en su mente. "No tienes que hacer daño a nadie... hay otras formas". Pero Abel replicó con la fría lógica de la guerra: "Si no quieres ni muertos ni heridos, necesitas el poder para lograr ese resultado. Si realmente lo deseas, sería una contradicción no estar dispuesto a pagar por ello". La lucha entre ideales y realidades se manifestaba en cada esquina de la ciudad, y Naegi, atrapado en el medio, sentía el peso de la responsabilidad.
Con la determinación de proteger a sus amigos, Subaru tomó una decisión impulsiva. "No pasa nada si salgo herido", gritó antes de correr hacia el peligro. Naegi, incapaz de aceptar la idea de perder a alguien más, sintió que su corazón se rompía. "¡Vamos, vengan por mí!", exclamó, su voz resonando en el aire mientras se lanzaba al abismo de la incertidumbre.
Pero el destino tenía otros planes. Un niño, afectado por el Matrimonio del Alma, se acercó a él y, antes de que pudiera reaccionar, lo lanzó por los aires. La sensación de volar, aunque momentánea, le proporcionó una mezcla de terror y asombro. "Lo siento", fueron las palabras del niño antes de que su cuerpo girara y se dirigiera hacia el suelo. Naegi cerró los ojos, preparándose para el impacto, pero el destino lo salvó de nuevo. Una lona lo atrapó en su caída, pero el impacto lo llevó a un nuevo caos.
Desorientado, Naegi se levantó y vio cómo Louis, el arzobispo de la gula, había sido gravemente herido al intentar protegerlo. El horror se apoderó de él al ver cómo la sangre manaba de las heridas de su amigo. Sin embargo, la desesperación pronto se transformó en determinación: "¡No te mueras, Louis! ¡No puedes morir!", gritó, desenterrando piedras y escombros con manos temblorosas. La frustración lo invadió al darse cuenta de que no podía mover las vigas que mantenían atrapada a Louis.
Mientras tanto, Medium luchaba contra el pastorcillo, quien parecía tener una fuerza descomunal, pero carecía de la habilidad necesaria para aprovecharla. La lucha se intensificó, y Naegi sabía que debía actuar. Recordó los momentos que había compartido con Louis, la forma en que siempre había estado a su lado a pesar de sus miedos. "¡Louis, mantente fuerte!", exclamó, mientras la luz de la esperanza comenzaba a brillar en los ojos casi apagados de Louis.
Finalmente, en un giro del destino, Louis recuperó su fuerza y se lanzó contra el enemigo. La velocidad y el poder que mostró dejaron a todos atónitos, incluso a Naegi, quien veía a su amiga como un verdadero arzobispo de la gula. "Ese es el poder de la verdadera Louis", pensó, mientras un escalofrío le recorría la espalda al recordar el horror de su pasado.
Abel, viendo cómo la batalla se tornaba a su favor, se dirigió a Medium y le dio un empujón de confianza. "Muestra tu fuerza", le dijo, y ella, revitalizada, se lanzó a la pelea con renovada determinación. Cada golpe que daba resonaba en la ciudad, cada uno un símbolo de resistencia contra la opresión.
Sin embargo, la batalla no se estaba ganando sin sacrificios. Aldebarán, quien había sido un pilar de fortaleza, se encontraba en el suelo, abatido. La desesperación se apoderó del grupo mientras luchaban contra las fuerzas que los rodeaban. En medio del caos, la verdad empezó a emerger. "No somos los enemigos", gritó Abel. "Solo estamos aquí por la verdad".
Mientras tanto, Naegi, aún preocupado por su amigo, se dirigió hacia Aldebarán. "¿Estás bien? ¡No te mueras!", exclamó, pero Aldebarán solo podía murmurar. La tensión estaba en su punto más alto, y todos estaban al borde de la desesperación.
El nuevo personaje, Vick, apareció como un rayo de esperanza en medio de la oscuridad. Aunque tenía un aire misterioso, su deseo de ayudar a los niños lo hizo un aliado inesperado. "No puedo soportar que niños sean perseguidos de esta manera", dijo, y aunque Naegi era escéptico, sabía que no podían darse el lujo de rechazar la ayuda.
Mientras se escondían entre barriles, Naegi se dio cuenta de que había más en juego de lo que parecía. La historia de discriminación y lucha por la aceptación comenzó a desenredarse, y cada palabra de Vick parecía resonar con verdades ocultas. "Las estrellas cambian a cada momento", dijo, y Naegi sintió que sus palabras tenían un significado más profundo. Eran indicios de que había un camino entrelazado por el destino.
Al escapar de la persecución, Naegi y Louis se encontraron en una encrucijada. Tenían que decidir si confiar en Vick y seguir adelante o arriesgarse a ser atrapados. Finalmente, Naegi decidió seguir su instinto. "Parece que tu consulta ha funcionado", dijo mientras comenzaba a correr hacia lo desconocido, con la esperanza iluminando su camino.
Mientras se alejaban, una sensación de camaradería comenzó a formarse entre ellos, un vínculo que iba más allá de las palabras. Sabían que, pase lo que pase, debían estar juntos en esta lucha. La ciudad, con sus sombras y luces, se extendía ante ellos, un recordatorio constante de que la lucha por la verdad y la justicia apenas comenzaba.
Con una nueva determinación, Naegi se prometió a sí mismo que encontraría a Allbar, que desharía la maldición y, en el proceso, descubriría la verdadera naturaleza de los lazos que los unían. La lucha no había terminado, y aunque el camino era incierto, la esperanza seguía brillando, guiando a Naegi y a sus amigos hacia un futuro desconocido, pero lleno de posibilidades.