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Chapter 68 - cap 68

La brisa fresca de la mañana acariciaba el rostro de Naegi mientras se asomaba por la ventana del carruaje. El gran vehículo, adornado con insignias que denotaban la nobleza de su dueño, avanzaba por un camino polvoriento y lleno de vida. Al fondo, la imponente figura de la ciudad se alzaba, sus murallas antiguas y robustas prometiendo historias de héroes y villanos, de gloria y tragedia. Pero, como siempre, Naegi llevaba consigo una mezcla de esperanza y ansiedad. Después de todo, su vida parecía estar tejida con hilos de mala suerte y sorprendentes giros del destino.

"¿Te gusta asomarte, Natsumi?" bromeó Aldebarán, quien se encontraba al mando de las riendas del caballo, Lady. Su sonrisa era amplia, y aunque sus palabras estaban llenas de burla, había un atisbo de camaradería en su tono. "Espero que no te marees, porque el viaje apenas comienza".

Naegi se rió, sintiendo cómo su largo cabello negro se movía al compás del viento. "No te preocupes, Aldebarán. Solo quería sentir el aire fresco antes de entrar a la ciudad", respondió, sintiéndose un poco más seguro. Sin embargo, las palabras de Aldebarán lo hicieron dudar por un momento. ¿Era realmente un héroe, o solo un chico atrapado en una serie de eventos desafortunados?

Aldebarán, al darse cuenta de su momento de introspección, rápidamente cambió de tema. "Espero que tu hermano no sea una mujer para siempre", comentó, provocando una risa entre los demás.

"¡Eso es temporal!", replicó Naegi, tratando de mantener la dignidad. Había pasado por un cambio de vestuario significativo, despojándose de su atuendo de bailarina para adoptar un look más guerrero. La ropa de color rojo, ajustada y práctica, le pertenecía a Dir, y ahora se sentía más como una guerrera que nunca. "No quiero que me traten como una dama", afirmó con determinación.

Sin embargo, la conversación se tornó más seria cuando Aldebarán le habló sobre el General Divino, una figura envuelta en misterio. "Es una adivina, una profeta, con un poder similar al de la piedra del dragón", explicó. Naegi recordaba las historias que había oído sobre la piedra de la profecía y la enfermedad que había afectado a la familia real. Todo esto parecía tan distante y al mismo tiempo tan cercano.

Mientras tanto, Abel, quien había estado escuchando con atención, reafirmó su deseo de recuperar su trono. "No importa lo que diga el General Divino. Estoy decidido a volver, incluso si tengo que destruir el imperio para lograrlo", dijo con ferocidad. Las palabras de Abel resonaron en el interior de Naegi, quien siempre había creído en la redención y el cambio, pero ahora se enfrentaba a la dura realidad de las decisiones que sus amigos estaban tomando.

Pronto, el carruaje se detuvo ante las puertas de la ciudad. Naegi sintió un nudo en el estómago al pensar en la inspección. "¿Y si Arabia está aquí?", murmuró, recordando los peligros que acechaban a cada paso. Pero Abel, con una confianza inquebrantable, le aseguró que Arabia se había escapado en la dirección opuesta, aliviando un poco la tensión en el aire.

A pesar de su nerviosismo, Naegi se preparó para usar su encanto y ayudar a que el grupo pasara la inspección. "Soy Natsumi, hija de un noble inferior", dijo con voz firme, mientras los guardias los miraban con recelo. A su lado, Tarita, que también había cambiado de vestuario, lo apoyó con su propio disfraz de mayordomo.

Los guardias, al ver la determinación en sus rostros, finalmente los dejaron pasar, pero no sin advertirles que se mantuvieran alejados de las partes más peligrosas de la ciudad. Naegi sonrió al recibir agradecimientos de sus compañeros. "Solo hice lo que debía", respondió modestamente, aunque en el fondo se sentía un poco orgulloso.

Sin embargo, la ciudad no era un lugar seguro. Mientras exploraban las calles, un guardia les advirtió sobre un desertor del norte, un criminal buscado que tenía una apariencia inquietante. "Pelo azul, 50 años", murmuró Naegi para sí mismo, recordando a Rowan, una figura que había estado presente en sus pensamientos desde su encuentro anterior. ¿Sería posible que sus caminos se cruzaran nuevamente?

Mientras navegaban por la ciudad, un pequeño grito rompió la tensión del ambiente. La puerta del carruaje se abrió de golpe, y una figura pequeña y peluda apareció, asustando a Naegi. "¡Louis!" exclamó, mientras su corazón se aceleraba. La pequeña criatura había logrado colarse en el carruaje, y su presencia era tanto un alivio como una preocupación.

"¿Qué haces aquí, Louis?", preguntó Tarita, mientras levantaba a la pequeña niña en sus brazos. Pero el ambiente se tornó tenso cuando Aldebarán, molesto, comenzó a reprocharle su comportamiento. El caos se desató, con Aldebarán gritando y Louis llorando. "¡Cálmense!", gritó Naegi, sintiendo que la situación se salía de control. Sabía que Louis era más de lo que parecía, y su identidad como arzobispo de la gula lo complicaba todo.

Con el corazón en la garganta, Naegi se acercó a Abel, quien estaba listo para compartir información crucial. "Naegi, ven aquí", llamó Abel, y Naegi se sintió atraído hacia la urgencia de su voz. Pero antes de irse, se volvió hacia Aldebarán. "Por favor, cuida de Louis. Ella... tiene un papel importante que jugar en todo esto", murmuró, sintiendo que las palabras no eran suficientes para transmitir la complejidad de la situación.

Mientras se dirigía hacia Abel, la mente de Naegi estaba llena de preguntas. ¿Qué significaría el destino que les esperaba en esta ciudad? ¿Y cómo podrían enfrentar los desafíos que se avecinaban, especialmente con la sombra de Rowan acechando y Louis revelando su naturaleza peligrosa? La aventura apenas comenzaba, y Naegi no podía evitar preguntarse si su mala suerte sería su salvación o su perdición.

Con el eco de las palabras de Abel resonando en su mente, Naegi se preparó para enfrentar lo que viniera. La ciudad, con sus secretos y misterios, esperaba ansiosamente su paso.

La hoguera crepitaba suavemente, sus llamas danzando en la oscuridad de la noche mientras el grupo de viajeros se acomodaba a su alrededor. El aire fresco de la noche traía consigo tanto el aroma de la tierra húmeda como una sensación de inquietud que flotaba en el ambiente. Había una mezcla de emociones en el aire, y al mirar a sus compañeros, Naegi Makoto no pudo evitar reflexionar sobre lo que habían compartido esa noche.

El último capítulo había dejado una profunda impresión en él. Mientras escuchaba a Meido hablar sobre su pasado junto a su hermano Flan, no pudo evitar sentir una conexión más fuerte con ella. Ambos habían enfrentado dificultades en sus vidas, pero sus historias eran un recordatorio de que, a pesar de las circunstancias, el deseo de venganza y justicia podía nacer de las cenizas de la desesperación. Meido había mencionado que eran huérfanos, que habían sido golpeados y maltratados, y eso resonaba en el corazón de Naegi. La idea de escapar y buscar venganza era algo que él entendía, aunque sus motivos eran diferentes.

Mientras observaba a Meido, quien ahora estaba cuidando de Louis, se dio cuenta de que su bondad no era solo un rasgo de su personalidad, sino una manifestación de su deseo de proteger a aquellos que no podían defenderse. Ella había mencionado que en el orfanato había niños más pequeños que ella, y que siempre se encargaba de cuidarlos. Naegi sonrió con calidez al pensar que, aunque su vida había estado llena de malas experiencias, Meido había encontrado una manera de convertir su dolor en fortaleza.

Sin embargo, la conversación dio un giro cuando Abel, el misterioso líder, interrumpió con una pregunta directa: "¿De dónde son tú y tu hermano?" Naegi se quedó en silencio, sorprendido por la familiaridad que Abel mostraba hacia Meido. La revelación de que su pueblo se llamaba Abilic y que estaba en la ciudad del oeste fue como una chispa que encendió una serie de pensamientos en la mente de Naegi.

Abel y Naegi comenzaron a discutir sobre la situación en su país, un debate que rápidamente se tornó intenso. Naegi se preocupaba por la forma en que el emperador utilizaba a la gente, tratando de hacer que Abel entendiera el sufrimiento de aquellos a quienes gobernaba. La respuesta de Abel, que prometía recompensar a quienes trabajaran duro, hizo que Naegi recordara su propia experiencia, cuando casi había perdido la vida en el ritual de sangre. Ese pensamiento le trajo una mezcla de ira y frustración.

La conversación terminó cuando Abel se despidió y se retiró a descansar. Naegi sintió un alivio momentáneo, aunque su mente seguía agitada. Meido, preocupada por su expresión, le preguntó si estaba bien. "Estoy bien", respondió Naegi, aunque en su interior sentía que había mucho más que debía procesar.

Mientras la noche avanzaba, Tarita se unió a la conversación. Con una mirada celosa en sus ojos, comenzó a hablar sobre su propia historia. Había estado siempre a la sombra de su hermana, Mi Celda, observando y sintiendo que nunca podría alcanzar su nivel. Naegi la escuchaba atentamente, sintiendo la angustia en su voz. Tarita estaba buscando respuestas sobre su futuro y su papel como posible jefa del pueblo de su drag.

Naegi, con su habitual amabilidad, le dijo que no debía sentirse culpable si decidía huir de esa carga. "No te culparé si sientes que hay alguien mejor que tú", le dijo, y se sorprendió al ver cómo esas palabras resonaron en Tarita, quien parecía contemplar profundamente su propia valía.

La conversación continuó y, al compartir sus propias inseguridades, Naegi se sintió más conectado con Tarita. Sus palabras sobre la confianza y la determinación revelaron que ambos luchaban con sus propios demonios internos. Naegi recordó su propia fuga de casa, cómo había dejado atrás a sus padres sin despedirse, y se dio cuenta de que, a pesar de las dificultades, había encontrado su camino.

Cuando Aldebarán se unió al grupo, Naegi se quejó de la pereza de Louis y Abel, quienes dormían cómodamente mientras el resto de ellos se turnaban para hacer guardia. Aldebarán lo tranquilizó, recordándole que al regresar al trono, Abel no tendría tiempo para descansar. Esa idea hizo que Naegi reflexionara sobre la carga que Abel llevaba sobre sus hombros.

Después de despedirse de Tarita, Naegi se retiró al carruaje para descansar. Aunque el sueño lo llamaba, no pudo evitar mirar a Abel, quien dormía con un ojo abierto. Esa imagen le resultaba inquietante, casi como una escena de horror. Decidió darle la espalda, buscando algo de tranquilidad y un respiro de los pensamientos que lo atormentaban.

Mientras el carruaje avanzaba hacia la Ciudad de los Demonios, Naegi sintió una mezcla de ansiedad y determinación. Sabía que el viaje no solo los llevaría físicamente a un nuevo lugar, sino que también les presentaría nuevos desafíos y revelaciones sobre ellos mismos y sus compañeros. La ciudad que se avecinaba prometía ser un lugar lleno de secretos, y Naegi estaba decidido a enfrentar lo que sea que les aguardara.

Con el grupo en movimiento y el destino acercándose, el silencio de la noche se llenó de la promesa de lo desconocido. Naegi cerró los ojos, permitiendo que la esperanza y el miedo coexistieran en su corazón, mientras el viaje hacia el futuro continuaba. Era un nuevo capítulo, y aunque no sabía lo que vendría, estaba listo para enfrentarlo con la valentía que siempre había tratado de cultivar dentro de él.