La brisa era cálida en el aire mientras el grupo se acercaba a la imponente entrada de la ciudad de los demonios. Louis, con su risa infantil, hacía ruidos de bebé mientras jugueteaba con las riendas, y el sonido era una mezcla de diversión y nerviosismo. Medio, el robusto guerrero de la compañía, observaba con una sonrisa, pero era evidente que la emoción latente en todos era palpable. Finalmente, habían llegado a su destino, y con cada paso, Naegi sentía que la historia que se desarrollaba ante ellos era como un cuento de hadas que había tomado un giro inesperado.
Al cruzar la puerta de la ciudad, Naegi quedó asombrado por la visión que se desplegaba ante él. La arquitectura era una amalgama de estilos que desafiaban cualquier lógica; edificios altos y bajos, de formas extrañas y colores vibrantes, que parecían contar historias de sus habitantes. En el centro, un castillo rojo brillante se erguía majestuosamente, rodeado por un anillo de casas que parecían protegerlo. Sin duda, era el hogar de la figura más importante de esta ciudad: la general divina Jhornan.
"Es impresionante, ¿no?" murmuró Naegi, su voz llena de admiración. Miró a su alrededor y notó cómo la diversidad de razas era abrumadora. Hombres y mujeres de bestias, demi-humanos y criaturas quiméricas se mezclaban en una danza de vida y color. Aldebarán, a su lado, sonrió.
"Sí, nunca había visto un lugar así. He estado en muchos, pero esto... esto es único," respondió, sus ojos brillando con nostalgia. "Yo solía vivir en una isla de gladiadores. Nunca imaginé que vería algo como esto."
Naegi no pudo evitar sonreír ante la imagen de Aldebarán de joven gladiador, posiblemente en medio de un partido de béisbol, algo que el guerrero había mencionado en un tono burlón antes. "¿Era el tipo de chico que bebía mientras miraba béisbol?" bromeó Naegi, provocando una risa en su compañero.
Su risa se detuvo abruptamente cuando se dieron cuenta de que la entrada estaba custodiada por un imponente cíclope. La tensión se hizo palpable, y Vincent, con un gesto de seriedad, se colocó la máscara demoníaca que había usado antes. "Debemos ser cautelosos; no se supone que el emperador esté aquí," dijo, mientras pasaban la inspección con éxito.
Una vez dentro, la variedad de razas y especies seguía asombrando a Naegi. Mujeres gato, hombres perro, y hasta criaturas con múltiples brazos de la tribu Kurgán se movían con gracia por las calles. "¿Cómo será el trato de los demi-humanos aquí?" pensó Naegi, sintiéndose un poco fuera de lugar en esta mezcla vibrante y caótica.
"Vincent, dijiste que esta ciudad no tiene leyes," preguntó, su curiosidad ganando terreno.
"El orden se establece a través de la identidad," respondió Abel, con una sabiduría que resonó en el aire. "El caos puede ser controlado por aquellos que entienden la lucha humana, convirtiendo el desorden en un mecanismo de supervivencia."
Naegi asintió, comprendiendo que la figura que mantenía este equilibrio era Jhornan. A medida que se adentraban más, la conversación se tornó más seria. Abel habló sobre la importancia de la general divina y cómo había sobrevivido a múltiples intentos de eliminación debido a su habilidad para controlar el caos.
Finalmente, el grupo llegó a una posada adecuada donde podrían descansar y planear su próximo movimiento. Mientras estaban allí, Vincent le entregó a Naegi una carta que debía entregar a Jhornan. Sin el sello del emperador, la carta era un símbolo de las circunstancias inusuales que habían enfrentado. "Usa tu encanto," le aconsejó Vincent con una sonrisa cómplice.
Las palabras de Vincent resonaban en la mente de Naegi mientras se preparaban para la reunión. "No debes mencionar mi nombre," le advirtió. Naegi asintió, entendiendo la gravedad de la situación.
Cuando llegaron al castillo, el ambiente era tenso. Un gran salón de espera, vacío y desprovisto de guardias, les dio la sensación de ser prisioneros en un juego de ajedrez donde cada movimiento contaba. Mientras esperaban, Naegi reflexionó sobre su relación con Abel. Era un contraste con su amistad con Julius, llena de camaradería y superación. La idea de que pudiera llegar a ser amigo de Abel parecía un sueño lejano.
Finalmente, una sirvienta apareció, la mitad bestia, con un aire de dignidad que capturó la atención de todos. Con un gesto, los condujo al piso superior. Naegi miró a su alrededor, notando la arquitectura del castillo que se asemejaba a un antiguo castillo japonés, un recuerdo de su hogar.
Al entrar en la sala donde se encontrarían con Jhornan, la tensión era casi palpable. Cuatro guardias armados vigilaban, y el aire estaba cargado de anticipación. Naegi se sentó en un asiento inferior, notando que el asiento superior, reservado para Jhornan, estaba vacío.
De repente, la puerta se abrió y un desconocido entró, su mirada feroz examinando a cada uno de ellos. "¿Quién pidió la entrevista con Jhornan y con qué propósito?" La voz resonó, y la ansiedad llenó la habitación. Naegi no pudo evitar sentirse pequeño ante la autoridad que emanaba del hombre.
Y entonces, una figura familiar entró, un hombre con el mismo rostro que Vincent. La confusión se apoderó de Naegi. Este no podía ser Vincent; algo en su presencia era diferente. ¿Era Jhornan en sí, capaz de cambiar su apariencia? O quizás, ¿su mano derecha, Chicha Gol? La incertidumbre creció al igual que la tensión en el aire.
El capítulo terminó en un clímax de preguntas sin respuesta, dejando a Naegi y su grupo atrapados en la incertidumbre de lo que vendría a continuación. La historia estaba lejos de terminar, y mientras el misterio se desvelaba, Naegi no pudo evitar sentir que el destino de todos ellos estaba a punto de cambiar para siempre.
El castillo de la General Divina, conocido como el Castillo Rojo de Lapislázuli, se alzaba imponente en el centro de la ciudad de los demonios. Con su estructura caótica y su combinación de colores, era un espectáculo que desafiaba la lógica y la razón. Desde lejos, el rojo vibrante del castillo resaltaba contra el cielo gris, mientras que el brillo azul de las gemas de lapislázuli en su base parecía atraer la mirada de todos los que pasaban. Era un lugar que emanaba una extraña mezcla de belleza y peligro, un reflejo de la misma ciudad en la que se encontraba.
A medida que Naegi Makoto se acercaba, sus palpitaciones se intensificaban. El sudor frío se deslizaba por su frente al recordar la figura que había visto antes, un hombre con la cara de Vincent. Sin embargo, a pesar de la inquietud que lo acompañaba, Naegi se esforzó por mantener la calma. Sabía que su amabilidad y su enfoque realista podrían ser la clave para navegar por este nuevo y desconcertante entorno.
—Oye, ¡silencio! —interrumpió Aldebarán, su mano cubriendo la boca de Medium mientras observaban al falso Vincent. Naegi se sintió un poco aliviado al ver que sus amigos también estaban confundidos. No eran los únicos que se sentían fuera de lugar en este castillo.
El escolta del falso Vincent, un hombre de cabello amarillo verdoso y una armadura oscura, los observaba con una mirada penetrante. Naegi sabía que no podían permitirse un error en este momento. Sin embargo, el ambiente en el castillo era tan tenso como el momento en el que se encontraban. La incertidumbre flotaba en el aire, y Naegi intentó romper el hielo.
—¿No crees que es un poco extraño? —murmuró Naegi a Aldebarán, que todavía estaba absorto en la situación—. Este tipo no puede ser realmente Vincent.
—Por supuesto —respondió Aldebarán, tocando las mejillas de Medium sin pensar—. Pero, ¿quién es entonces?
Medium, entre risas y sonrisas, respondió:
—Si sigues tocándole la cara, te acusarán de acoso.
El comentario rompió la tensión, y Naegi sonrió mientras la conversación se volvía más ligera. Sin embargo, la sombra de la situación seguía acechando.
—Mira —dijo Medium, mirando a su alrededor—. No entiendo nada. Abel Chin es diferente de la Belle Chin que conocemos.
Naegi asintió, recordando que la confusión era un tema común en su vida. La llegada de la General Divina significaba que las cosas estaban a punto de complicarse aún más.
Y de repente, la puerta se abrió con un crujido. La General Divina entró en la sala, vistiendo un kimono moderno, adornado con flores brillantes y accesorios elaborados que le daban un aire de majestad. Su cabello, una mezcla de blanco y naranja, caía en ondas suaves, mientras que los colmillos y escamas que decoraban su cabello hablaban de su estatus y poder.
Naegi no pudo evitar pensar en las meretrices de la antigüedad de Japón al observar su apariencia. Había algo en ella que evocaba misterio y peligro. La General se sentó, y un hombre calvo le ofreció una pipa bañada en oro. Cuando encendió la pipa, una nube de humo púrpura se esparció por la habitación, y Naegi sintió como si el aire se volviera más pesado.
El falso Vincent comenzó a hablar con la General, y Naegi no pudo evitar preguntarse por qué ella le daba la bienvenida. Sabía que la General no tenía buena opinión de Vincent. Sin embargo, el ambiente en la sala se tornó tenso cuando el escolta de Vincent, K Fuma, comenzó a hablar con un tono amenazante, cuestionando la presencia de Naegi y sus amigos.
—¿Por qué otros están presentes aquí? —dijo K Fuma, su mirada fija en ellos. Naegi sintió que la presión aumentaba.
—Estamos aquí por una razón —respondió Naegi, intentando mantener la calma—. No queríamos interrumpir.
Naegi sabía que debía elegir sus palabras cuidadosamente. La situación era delicada, y cualquier error podría resultar en un conflicto. De repente, el falso Vincent se volvió hacia ellos, su expresión llena de sorpresa al notar a los invitados.
Naegi sintió que el momento se tornaba crítico. Era un dilema: ¿debía arriesgarse y quedarse para descubrir más, o intentar huir antes de que la situación se volviera más peligrosa? Sin embargo, antes de que pudiera tomar una decisión, la General Divina habló.
—Lo escuché, señores —dijo con una voz que resonaba con autoridad—. ¿No tienen miedo de invitarme a ser enemigo del emperador?
Naegi sintió que su corazón se detenía. Esa frase resonó en su mente como un eco aterrador. No había planeado hacer enemigos, y mucho menos del emperador. Pero al parecer, la General había sacado conclusiones precipitadas sobre sus intenciones. La confusión y la tensión aumentaban a medida que las palabras de la General flotaban en el aire.
—Esto no es lo que veníamos a hacer —pensó Naegi, sintiendo que el peso de la situación se volvía insostenible. Sin embargo, sabía que debía actuar con sabiduría y calma.
En ese momento, Naegi se dio cuenta de que sus habilidades de mediador serían puestas a prueba. Se preparó para hablar, su mente se llenaba de estrategias y posibles respuestas ante la mirada inquisitiva de la General. Él quería encontrar una manera de aclarar la situación antes de que se descontrolara.
Sin embargo, la confusión seguía presente. ¿Cómo podría aclarar malentendidos en un lugar donde el caos reinaba? La incertidumbre lo envolvía, pero no podía dejar que eso lo detuviera. En su mente, Naegi recordó que incluso en los momentos más oscuros, siempre había una oportunidad para la esperanza.
Con su corazón latiendo con fuerza, Naegi decidió que era hora de enfrentar la situación de frente. Era un desafío que necesitaba superar. Y en ese momento, se dio cuenta de que, aunque la suerte a veces lo había llevado a situaciones complicadas, también le había dado las herramientas necesarias para encontrar la luz en la oscuridad.
Con una respiración profunda, se preparó para hablar.
El eco de las palabras de Naegi resonaba en la sala del trono, un lugar imponente y opresivo que reflejaba el poder del emperador. La tensión era palpable, y la frágil paz que había logrado establecer se tambaleaba peligrosamente. Con un profundo suspiro, Naegi recordó una lección importante que había aprendido en su viaje: incluso en las situaciones más desesperadas, nunca había que perder la esperanza, ni la amabilidad.
"¿Así que me declaras la guerra?" preguntó el falso emperador, Vincent, con una sonrisa burlona. Naegi, disfrazado como Natsume, se sintió atrapado entre el deseo de proteger a sus amigos y la necesidad de cumplir con su misión. No podría permitir que la situación se tornara más peligrosa, no cuando el futuro de tantos dependía de su éxito.
Sin embargo, el ambiente se volvió aún más tenso cuando K. Fuma, el guardaespaldas del emperador, soltó un grito de rabia. "¡Cállate! No tienes idea de a qué te enfrentas." Las palabras de Fuma parecían salidas de un oscuro cuento de hadas, donde los héroes se enfrentaban a monstruos que nunca dejarían de acechar. Naegi sentía que, a pesar de su mala suerte, había que mantenerse firme y no dejarse intimidar.
Mientras las palabras se intercambiaban como dagas afiladas, Naegi recordó el verdadero propósito de su visita: entregar la carta de Abel a la general divina, Lorna. Pero en aquel momento, las palabras parecían resonar en un eco vacío. No podía permitir que la conversación se deslizara hacia la violencia. "Escuchen", dijo Naegi, tratando de mantener la calma. "Solo estamos aquí para entregar un mensaje. No buscamos enemigos."
Pero el falso emperador no estaba dispuesto a escuchar razones. "¿No tienes miedo de invitarme a ser tu enemigo? ¿Quieres que me rebela contra su excelencia?" La risa de Lorna se alzó por encima del murmullo, mientras Naegi se sentía como un conejito atrapado en un laberinto de lobos.
"Si hay algo que quieras decirme, solo dilo", respondió Naegi, sintiendo que su corazón latía con fuerza. El aire se volvió más denso, y la atmósfera estaba cargada de tensión.
"Esto es un juego peligroso", murmuró Lorna, observando a Naegi con curiosidad. "Los conejitos que intentan cazar a un lobo... No valen la pena." Pero Naegi no iba a dejar que esas palabras lo desanimaran. "Eres un gran estúpido por subestimarnos así", respondió con firmeza.
Entonces, la conversación se tornó en un enfrentamiento abierto. "¡Te estoy declarando la guerra!", exclamó Naegi, sintiendo la adrenalina correr por sus venas. K. Fuma se preparó para atacar, pero el emperador levantó la mano. "No me tomes a la ligera, mujer", dijo Vincent, con una mirada intensa. "Solo puedes llamarte un ciudadano imperial si tienes el valor de ir por mi cabeza."
Las palabras resonaron como un trueno en la sala, y Naegi se sintió pequeña e insignificante. "Eso es muy dulce de tu parte", respondió con ironía. "Pero el valor de mi cabeza no es tan barato como para que pueda dártelo tan fácilmente." La atmósfera se volvió tensa, y Naegi sintió que el tiempo se detenía.
Mientras el falso emperador y su guardia intercambiaban palabras, Naegi reflexionó sobre la situación. Tenía que cumplir con su misión y ayudar a Lorna, pero la violencia parecía ser inevitable. En ese momento, una figura anciana apareció de la nada. Era Ol' Bart, uno de los generales divinos. "¡Eres tú!", exclamó Naegi, recordando su nombre de las historias que había escuchado.
"Sí, soy algo así como una celebridad", dijo Bart, sonriendo con picardía. Su presencia trajo una nueva capa de complejidad a la situación. Naegi se dio cuenta de que Bart también era parte de la facción rebelde. Era un momento de revelaciones inesperadas.
"¿Por qué estás aquí, viejo vicioso?", preguntó Naegi, sintiendo que la situación se tornaba cada vez más peligrosa. La conversación entre los generales divinos se volvió más intensa, y Naegi sintió que el tiempo se agotaba. "No podemos permanecer aquí por más tiempo", pensó, buscando una salida.
Finalmente, después de una serie de intercambios tensos, Naegi entregó la carta a Lorna. "Vinimos aquí para entregarte esta carta de amor de nuestro maestro", dijo, sintiendo que cada palabra era un paso hacia la redención. Vincent, sorprendido, permitió que Lorna leyera la carta, pero el ambiente seguía siendo hostil.
"Entonces, ¿qué piensas hacer con nosotros?", preguntó Naegi, sintiendo que la situación podría descontrolarse en cualquier momento. Vincent, con una mirada fría, dejó claro que no tenía intenciones de dejar que se marcharan sin consecuencias.
En un instante, el caos estalló. K. Fuma lanzó un ataque devastador, y Naegi sintió que su corazón se aceleraba. "¡Aléjate de ella!" gritaron tanto Aldebarán como Medium, quienes se lanzaron al rescate. La batalla se desató, y los tres se encontraron atrapados en un torbellino de ataques y defensas.
Naegi sintió cada golpe, cada corte, pero a pesar del dolor, no podía rendirse. Con una determinación renovada, se lanzó hacia adelante. "¡No dejaré que esto termine aquí!" gritó, mientras Aldebarán y Medium luchaban a su lado. Juntos, se abrieron paso a través del caos, defendiendo a su amigo y a sí mismos.
Mientras la batalla continuaba, Naegi recordó que la verdadera fuerza no residía solo en su habilidad para luchar, sino en su capacidad para unir a las personas. "¡Tenemos que salir de aquí!", exclamó, guiando a su equipo hacia la única salida posible.
La lucha fue intensa, pero finalmente lograron escapar del castillo, aterrizando en los establos cercanos. Exhaustos, se acomodaron en el suelo, con el corazón aún latiendo con fuerza. "Lo logramos", murmuró Naegi, sintiendo una mezcla de alivio y preocupación. "Pero esto apenas comienza."
Mientras el horizonte se iluminaba con el amanecer, Naegi sabía que la rebelión apenas comenzaba. Con su equipo a su lado, estaban listos para enfrentar cualquier desafío que se presentara. La historia continuaría, y él estaba decidido a luchar por lo que creía, sin importar la adversidad.
Las filtraciones y rumores sobre el próximo capítulo habían creado una expectativa palpable, pero Naegi estaba listo para enfrentar lo que viniera, con la esperanza de que, al final del día, la amistad y la bondad prevalecerían.