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Chapter 67 - cap 67

El eco de las palabras de mi celda resonaba en mi mente mientras observaba el mapa extendido sobre la mesa. Las luces titilantes del ayuntamiento apenas iluminaban la habitación, pero el peso de la realidad se sentía abrumador. Habíamos logrado liberar a Araque, pero el costo había sido alto: siete vidas perdidas, un precio que no podía ignorar.

Abel, con su usual aplomo, había empezado a trazar un plan para recuperar el control del imperio. Sin embargo, mientras hablaba sobre reclutar a los nueve generales divinos, yo no podía dejar de pensar en los muertos. Aunque el plan era ambicioso y sonaba como algo sacado de un videojuego, la realidad era mucho más compleja y peligrosa.

—Esto no es un juego, Abel —interrumpí, mi voz temblando con la frustración que me consumía—. ¿De verdad crees que podemos reunir a los generales divinos y salir airosos de esto? No todos ellos están de nuestro lado.

—Tienes razón, Naegi —respondió Abel, asintiendo—, pero no podemos quedarnos de brazos cruzados. Necesitamos su poder, y algunos de ellos no están con el primer ministro. Esa es nuestra oportunidad.

Priscila, quien había estado observando, me miró con una mezcla de respeto y desafío. —La guerra no se gana con ideales, Naegi. A veces, el sacrificio es inevitable. ¿Acaso pensabas que podrías tomar una ciudad sin derramar sangre?

Su pregunta me golpeó. En mi mente, había imaginado un mundo donde la violencia no era necesaria, donde las palabras y la diplomacia podrían resolver todos los conflictos. Pero ahí estaba la dura verdad: la guerra es despiadada. Y en ese momento, me sentí como un mentiroso. La imagen de aquellos siete hombres muertos se dibujó en mi mente como una sombra que no podía desvanecerse.

Abel, tratando de calmar la tensión, intervino. —Lo que hicimos fue necesario. No fue el plan lo que falló, sino la intervención de Araque. No podemos culparnos por eso.

A pesar de sus palabras, la culpa seguía aplastándome. Mi celda había perdido una pierna, y aunque había salvado a muchos, no podía dejar de sentir que había fallado en proteger a todos. Rem, sentada en el suelo, parecía más exhausta que nunca. Su preocupación por mí era palpable, pero yo no podía dejar de pensar en lo que había sucedido.

Cuando finalmente me acerqué a ella, sólo pude murmurar palabras de agradecimiento. —Rem, hiciste un gran trabajo. Nos ayudaste a salir de una situación muy complicada.

Ella, sin embargo, no parecía convencida. —No hice suficiente, Naegi. Mi celda... si tan sólo hubiera podido curarla.

—¡Pero lo hiciste! —exclamé, sintiendo la frustración brotar de mí—. Salvaste a muchos. No eres responsable de lo que sucedió.

—No puedo evitar sentir que soy débil —respondió, con lágrimas en los ojos—. Si tuviera mis recuerdos, tal vez habría podido hacer más.

Sus palabras resonaron dentro de mí. La idea de que la pérdida de sus recuerdos pudiera haberla limitado me hizo reflexionar. La magia curativa tiene límites; no podía salvar lo que ya estaba perdido. Pero la culpa seguía carcomiéndome.

Entonces, en un intento de calmar mis propios demonios, me alejé un poco, buscando un lugar donde pudiera pensar con claridad. Sin embargo, en mi desesperación, me encontré golpeando mi frente contra la pared. Cada golpe era un intento de liberar la presión que sentía en mi pecho. Pero antes de que pudiera dar otro, una mano me detuvo.

—¡Oye! —dijo Aldeberán, su voz firme pero comprensiva—. No te hagas daño. Sé cómo te sientes. La muerte no tiene un fin, y no importa cuántas veces lo intentes.

Su voz resonó en mi mente, y, por un momento, me detuve. Aldeberán tenía razón. Golpeándome a mí mismo, sólo estaba acumulando más dolor. Necesitaba encontrar una manera de lidiar con la culpa, no de dejarme consumir por ella.

—Es difícil, Aldeberán —susurré, sintiendo que la carga era cada vez más pesada—. No puedo quitarme de la cabeza lo que sucedió.

—Lo sé, hermana —me respondió con suavidad—. Pero tienes que entender que no puedes cargar con todo el peso del mundo. Todos estamos aquí para apoyarnos. No estás sola en esto.

Agradecí sus palabras, pero la verdad seguía siendo un monstruo aterrador. La guerra estaba lejos de terminar, y cada decisión que tomáramos podría costar más vidas. Mientras el mapa seguía extendido sobre la mesa, sabía que el futuro era incierto. Solo podía esperar que, en este camino lleno de sacrificios, encontráramos una luz que nos guiara a todos de regreso a casa.

Con un suspiro profundo, volví a la reunión. Todos miraban hacia mí, esperando alguna señal de decisión o liderazgo. Sabía que debía ser fuerte, no solo por mí, sino por todos ellos. Tenía que encontrar una manera de ser un líder en medio de la tormenta.

—Entonces, ¿cuál es nuestro siguiente paso? —pregunté, sintiendo que la determinación comenzaba a encenderse dentro de mí.

La guerra aún no había terminado, pero al menos, no estaba solo. Cada uno de nosotros teníamos nuestras propias batallas que enfrentar, y juntos, podríamos encontrar una forma de salir de esta oscuridad.

Naegi Makoto se encontraba sentado contra una de las frías paredes de la fortaleza, el eco de sus pensamientos resonando en su mente. Las palabras de Rem seguían dándole vueltas: "No eres un héroe". La verdad detrás de esas palabras le golpeaba mucho más fuerte que cualquier ataque físico. Mientras golpeaba suavemente su cabeza contra la pared en un intento de disipar su dolor emocional, la sensación de desesperanza lo envolvía. Era como si cada golpe fuera un recordatorio de que, a pesar de sus esfuerzos, no podía escapar de la sombra de la decepción.

Fue en ese momento, cuando su mente estaba atrapada en el ciclo de autocrítica, que Aldebarán apareció. Con su característica sonrisa, el guerrero se acercó, una mezcla de curiosidad y preocupación en su rostro. "¿Qué pasa, hermano? Te veo un poco… golpeado", bromeó, intentando romper el hielo.

Naegi se detuvo, sintiendo que en medio de su tristeza, la presencia de Aldebarán era un faro de luz. "Es solo… algo que Rem me dijo. Me lastimó más de lo que pensé", confesó, dejando escapar una pequeña risa amarga. Aldebarán frunció el ceño, comprensivo. "No le des tanto peso a las palabras de los demás. A veces, la gente dice cosas sin pensar, o simplemente no entienden lo que has logrado".

Naegi sintió un destello de esperanza en las palabras de Aldebarán. "¿Tú crees que realmente he hecho algo bueno?", preguntó, la vulnerabilidad en su voz palpable. Aldebarán asintió, su tono se tornó serio. "Recuerdas el discurso que diste en Presteza, ¿verdad? Hiciste que muchos creyeran en ti. Eres un héroe, independientemente de lo que digan los demás. Así que levanta la cabeza. No te dejes definir por una sola opinión".

A medida que las palabras de Aldebarán calaban en su interior, Naegi comenzó a reconsiderar su perspectiva. Tal vez había más en su viaje que solo el juicio de Rem. "Tienes razón. No puedo dejar que eso me detenga. Debo seguir adelante y demostrar que puedo ser el héroe que todos necesitan", dijo con renovada determinación.

Ambos se dirigieron hacia la sala de conferencias, donde Priscila y los demás los esperaban. Al entrar, la atmósfera era más tensa de lo que Naegi había anticipado. Priscila, siempre directa, comenzó a hablar sobre la situación actual. "Necesitamos el apoyo de al menos uno de los Nueve Generales Divinos. Sin eso, nuestras posibilidades de éxito son escasas", declaró con firmeza.

Naegi escuchó atentamente mientras el intercambio de ideas y estrategias se intensificaba. Abel, el emperador, mencionó la incertidumbre sobre el paradero de Gosh, uno de sus más leales generales. "No puedo garantizar apoyo hasta que sepa que Gosh está a salvo", dijo, su tono lleno de preocupación.

Dirk, otro de los presentes, argumentó que los recursos eran limitados. "Cualquiera que se una a nosotros tendrá que ser un poco… inestable, por decirlo de alguna manera. ¿Qué tal si intentamos buscar al General Silos?", sugirió. La conversación continuó, y Naegi se sintió como un observador en un juego de ajedrez, cada movimiento crucial para el resultado final.

Finalmente, Abel propuso una misión audaz: ir a Chaos Flame para reclutar a Jona, la séptima General Divina. "Es un lugar peligroso, pero es nuestra mejor opción", afirmó. La idea de adentrarse en una ciudad demoníaca hizo que el estómago de Naegi se revolviera, pero sabía que era necesario. "¿Y qué pasa con el hecho de que Jona ha intentado asesinarte en el pasado?", preguntó, un tanto alarmado.

"Es parte del riesgo", respondió Abel, con una sonrisa que desafiaba cualquier lógica. Naegi no podía evitar sentir que las decisiones que se estaban tomando eran un juego de alto riesgo, y él, como siempre, estaba en el centro de la tormenta.

A medida que la reunión avanzaba, se habló de quién acompañaría a Abel en esta peligrosa misión. Tarita, una guerrera decidida, expresó su deseo de unirse, afirmando que necesitaba probarse a sí misma. La confianza de sus compañeros la animaba, y aunque su valentía era admirable, Naegi no pudo evitar preocuparse por su seguridad.

Cuando se trató de la elección de Naegi, Abel lo miró y dijo: "Tú eres nuestro estratega. Eres esencial para esta misión". Naegi sintió una mezcla de emoción y ansiedad al ser reconocido de esa manera, pero también comprendió que esto significaba que su vida estaba en juego nuevamente.

Después de finalizar los preparativos y antes de partir, Naegi se acercó a Rem. "Lo siento por tener que irme", dijo con sinceridad. "Pero prometo volver". Rem sonrió, aunque había una sombra de preocupación en su mirada. "Cuídate, Naegi. No hagas nada imprudente", le respondió, su tono lleno de calidez.

A medida que el carruaje se alejaba, Naegi observó a Rem alejarse, su corazón lleno de una mezcla de determinación y tristeza. ¿Sería capaz de cumplir con las expectativas que otros tenían de él? ¿O seguiría siendo el chico con mala suerte que a menudo se encontraba en situaciones peligrosas?

Mientras el paisaje se deslizaba por la ventana, una nueva preocupación surgió en su mente. Luis, una figura inesperada, había decidido unirse al grupo sin que nadie lo supiera. Su presencia en el carruaje era un enigma que Naegi no podía dejar de considerar. Sin embargo, en aquel momento, una parte de él sabía que Luis podría ser la clave para sobrevivir a los peligros que les aguardaban en el camino.

Con una determinación renovada, Naegi se preparó para enfrentar lo que estaba por venir, decidido a convertirse en el héroe que tanto anhelaba ser.