La noche había caído sobre Huaral, envolviendo a la ciudad en un manto de oscuridad que parecía esconder secretos y peligros. Sin embargo, a pesar del caos, los héroes de esta historia habían logrado un avance inesperado. Después de infiltrarse en la ciudad y capturar al general Dirk Otomano, la victoria parecía estar a su alcance. Pero como en toda buena historia, el peligro no se encontraba tan lejos.
Mientras tanto, en una torre distante, Emily se despedía de Volcánica, el dragón divino que había jurado protegerla. La conexión entre ellos era innegable. A pesar de que Volcánica hablaba en frases crípticas, Emily sabía que él entendía el peso de sus palabras. "Si ves a alguien tratando de cruzar el desierto o acercándose a esta torre, necesito que los alejes. Tienes que ser amable y cuidadoso", le había dicho. La respuesta de Volcánica fue un asentimiento solemne, una promesa sellada en el antiguo pacto que lo unía a ella. Con un movimiento mágico, dejó caer un fragmento de su garra, un símbolo de su compromiso. "En nombre del antiguo pacto, yo, Volcánica, pondré a prueba la voluntad de quienes lleguen a la cima". Emily, sintiendo la carga de su responsabilidad, aceptó el regalo con gratitud.
De vuelta en la mansión Rosal, el ambiente era ligero, pero la tensión era palpable. Rosal, siempre con su humor mordaz, sorprendió a Emilia con una broma sobre su identidad, recordándole el oscuro episodio en el que Baten Kaitos se había alimentado de sus recuerdos. Emilia, aunque al principio desconcertada, pronto se dio cuenta de que era solo una broma. Aun así, el alivio fue breve, ya que el estado de Ram no pasaba desapercibido. Rosal, siempre atenta, le ofreció una sesión privada de curación, lo que provocó un ligero sonrojo en el rostro de Ram, quien insistió en que debía ser solo entre ellas dos.
Mientras la conversación fluía, Anastasia anunció que esperaría a los Colmillos de Hierro en la mansión. "Ya les he avisado", dijo con una sonrisa. Todos estaban preparándose para volar al sur del Imperio Bolatti, donde su objetivo era rescatar a Naegi y Rem. Rosal, con un aire de certeza, afirmó que era probable que sus amigos hubieran sido transportados al sur. Aunque la tarea parecía titánica, la determinación brillaba en los ojos de todos.
Simultáneamente, en el ayuntamiento, Abel mantenía su espada en alto, amenazando a Dirk. "Ríndete ahora y haz que tus hombres tiren sus armas, o de lo contrario, tu copa se llenará de sangre". La tensión en la sala era densa, y el sudor corría por las frentes de los presentes. En un giro inesperado, uno de los generales, recuperándose, intentó atacar a Abel. Sin embargo, su intento fue frustrado por la rápida intervención de Tarita, quien disparó una flecha certera que detuvo el ataque.
La situación se tornaba más crítica, y el último intento de resistencia de Dirk fue confrontado con la fría determinación de Abel. "Haz que dejen de resistirse", ordenó, revelando su astucia estratégica. Con la rendición de Dirk, un nuevo capítulo comenzaba. La ciudad de Huaral había caído, y Naegi, en medio de la confusión, sintió una mezcla de alivio y miedo.
A la distancia, Jamal y Todo observaban desde lejos, asombrados por la escena que se desarrollaba ante ellos. La bandera de la ciudad ardía en llamas, un claro símbolo de la derrota imperial. "No puede ser, es Naegi Suárez", murmuró Jamal, quien no podía creer que aquella chica tímida ahora se atreviera a tal acción. La locura de la situación lo llevó a intentar avanzar, pero Todo lo detuvo, recordándole la realidad del peligro que acechaba.
Regresando al ayuntamiento, Naegi reflexionaba sobre la naturaleza de la guerra. Había aprendido que no siempre se necesitaba una masacre para obtener la victoria. La captura de un general podía ser suficiente para cambiar el rumbo de una batalla. Al verlo, su corazón se llenó de orgullo al recibir el reconocimiento de su compañera, Meisel. "Estoy orgullosa de ti, Naegi. Has demostrado tu valor". Él sonrió, pero la humildad lo mantenía en un pie de guerra.
La atmósfera cambió bruscamente cuando Priscila apareció, trayendo consigo una energía palpable. La sala se llenó de tensión, y todos se dieron cuenta de la gravedad de la situación. "No permitiré que nos quites la victoria que ya estábamos saboreando", gritó Meisel, lanzándose hacia ella. La respuesta de Priscila fue rápida y devastadora: un tornado surgió de su bastón, lanzando a todos por los aires.
Naegi sintió el impacto del ataque y cayó al suelo, aturdido. A su lado, Rem se mantenía erguida, avanzando con determinación. En un acto reflejo, Naegi se lanzó hacia Rem para protegerla, pero el ataque fue interceptado por Priscila, quien apareció como un rayo, usando su espada para desviar el peligro.
El caos se desató en la sala, y la lucha contra Araya se convirtió en una danza peligrosa. Las guerreras Udra, unidas, intentaron contener a la general de primera clase, pero su fuerza era abrumadora. La batalla parecía perderse, y Naegi sabía que su grupo estaba al borde de la derrota.
"Rem, ten cuidado", gritó Naegi mientras Araya lanzaba otro ataque devastador. Pero en ese momento, la conexión entre él y Rem brilló intensamente. Ella se lanzó a la ofensiva, usando un pilar como arma improvisada. Sin embargo, Araya se mantuvo firme, incapaz de ser herida. El enfrentamiento se tornó más intenso, y Naegi sintió cómo la lucha se convertía en un juego de vida o muerte.
La batalla no solo era física, sino también emocional. Los lazos que unían a los protagonistas se ponían a prueba en cada movimiento, en cada ataque. La lucha por la ciudad de Huaral no solo era por la victoria, sino también por la supervivencia de sus ideales y la amistad que habían construido en medio de la adversidad.
Mientras la noche continuaba, la historia de Naegi, Rem, y sus amigos se entrelazaba con la de sus enemigos, creando un tapiz de decisiones, sacrificios y valentía. La batalla por Huaral había comenzado, y el resultado aún estaba por decidirse. ¿Quién prevalecería en esta guerra de voluntades? La respuesta estaba en el corazón de cada uno de ellos.
La batalla en el ayuntamiento había comenzado, y el aire estaba cargado de tensión. Todos los presentes eran conscientes de que el destino de su mundo pendía de un hilo. Ante ellos, Arabia, la formidable guerrera, había desatado su poder de una manera que parecía incontrolable. Su ataque era como un torrente de fuego y viento, arrasando con cualquier resistencia que se interpusiera en su camino.
Justo cuando la desesperación comenzaba a apoderarse de los corazones de los estudiantes, una figura familiar apareció. Priscila Varié, después de años de búsqueda, había llegado para salvar a Naegi y a los demás. La expresión de Arabia era una mezcla de sorpresa y desafío, mientras que el rostro de Priscila, normalmente sereno y distante, se transformó al ver a su amada. "¡Princesa! ¡Mi princesa!", exclamó Araque, su voz temblando de emoción. Pero las palabras de Priscila fueron cortantes, casi crueles, como un rayo que rasga el cielo. "Cállate. Eso nunca pasó".
El aire se volvió denso con la historia no contada entre ellas, con la tristeza de los años perdidos y la batalla que había comenzado hace tanto tiempo. "¿Acaso piensas que luego de encontrarte iba a correr hacia tus brazos o algo así? No seas ingenua", continuó Priscila, despojando a Araque de la esperanza que había cultivado durante años. Araque, con el corazón roto, insistió: "¡Briscas ama!". Priscila, sin vacilar, respondió: "Prisca ha muerto. Fresca ya no existe". Su voz era un eco de lo que había sido, de la vida que había dejado atrás.
Naegi, sintiendo la angustia de Araque, intentó entender el dolor que ambos llevaban. Era un momento de gran confusión, pero su naturaleza amable lo llevó a acercarse a Araque. "No importa lo que pienses de mí, mi señora", dijo Araque, recobrándose un poco. "Voy a restaurar su lugar en el imperio, colocándola como la nueva líder del país". La resolución de Araque era conmovedora, y Naegi no pudo evitar admirar su valentía.
Sin embargo, el caos no daba tregua. Araque lanzó un poderoso ataque hacia Vincent, pero Naegi, impulsado por su instinto protector, corrió hacia él. En ese instante, el suelo tembló y se destruyó bajo los pies de todos. Vincent, con una rapidez sorprendente, se aferró a las cortinas, mientras Arabia flotaba en el aire, envuelta en llamas. Era una visión aterradora; su poder era tan vasto que podía desafiar la lógica misma.
"¡Eres terriblemente poderosa!", pensó Naegi, observando cómo Arabia utilizaba su magia de fuego y viento. Era una de las generales divinas del imperio, y su fuerza era casi indetenible. Solo Priscila, con su vasta experiencia y habilidades, podría enfrentarse a ella. La atmósfera se tornó más pesada, y la lucha parecía inevitable.
La situación dio un giro inesperado. Aldebarán, el hermano de Naegi, apareció en la escena, bloqueando un ataque de Arabia con una fuerza que sorprendió a todos. "Demonios, cómo duele", exclamó, mientras su brazo temblaba por la potencia del ataque. Era un héroe inesperado, y la llegada de Aldebarán trajo un rayo de esperanza. "No sabía que estabas en el imperio", le dijo Naegi, asombrado.
"Puedes sorprenderte si quieres", respondió Aldebarán con una sonrisa irónica, "me tomó más de un intento lograrlo". Pero Arabia, furiosa, no estaba dispuesta a dar tregua. "Fuera de mi camino", le gritó, mientras intentaba seguir atacando a Vincent. Aldebarán, sin embargo, no se movió. "Lo siento, no puedo hacer eso porque vine para intervenir".
El intercambio de ataques continuó, y mientras Priscila se preparaba para hacer su movimiento, Ren se acercó a ella en busca de ayuda. "Por favor, ayúdanos. Realmente necesitamos tu ayuda". La pelirroja, con una mirada de determinación, respondió: "Ya estoy interviniendo, ¿no lo ves?". Era un momento de unión, donde todos comprendieron que su supervivencia dependía de su trabajo en equipo.
La batalla se intensificó. Abel, un aliado clave en la lucha, se unió a la pelea, coordinando ataques con Aldebarán y causando daño a Arabia. Fue un momento de estrategia brillante, pero la gran guerrera no se daría por vencida tan fácilmente. Un golpe certero de Arabia hirió a Aldebarán, y la situación se volvió crítica.
En medio del caos, la líder de las guerreras de Sudán, Micelle, intentó detener a Arabia, pero fue gravemente herida. El destino parecía sombrío, y Naegi, con el corazón en la garganta, sintió que el tiempo se detuvo. Sin embargo, Priscila, como una sombra rápida, se lanzó al ataque. Lo que sucedió a continuación fue un giro inesperado en la batalla.
Priscila cortó a Arabia con un movimiento preciso y mortal. La sala se llenó de un silencio asombroso, y la caída de Arabia fue un punto de inflexión. Pero la victoria era efímera. Micelle y los demás estaban heridos, y la batalla había dejado a todos exhaustos. Naegi, sintiendo la urgencia de ayudar, se movilizó hacia Micelle, mientras Aldebarán luchaba por recuperarse.
"¡No te vayas!", gritaba Ren a Micelle, mientras la guerrera caía al suelo. Pero el tiempo apremiaba, y la situación era crítica. La llegada de Tarita, la hermana de Micelle, trajo un nuevo rayo de esperanza. Su grito resonó en la sala, y todos comprendieron que debían trabajar juntos para sanar y proteger a los heridos.
Naegi, con su característico espíritu altruista, se dispuso a rescatar a Aldebarán de su trampa en la cortina. "No puedo dejar que esto termine así", pensó, mientras se movía con rapidez. La tensión en el aire era palpable, pero su mala suerte, que a menudo lo había llevado a situaciones complicadas, parecía ahora ser su aliada.
Finalmente, todos los caminos llevaron a una reunión donde se discutieron los próximos pasos. Las fuerzas eran escasas, pero la determinación de todos era fuerte. Priscila, con un aire de autoridad, comenzó a delinear su plan. "No tengo un ejército, solo un espadachín borracho y un niño pequeño sin experiencia", dijo con un deje de ironía, pero su mirada era firme.
A medida que la conversación avanzaba, Naegi sintió que las piezas del rompecabezas comenzaban a encajar. Había mucho en juego, y aunque la batalla en el ayuntamiento había terminado, la guerra estaba lejos de ser ganada. La amenaza de Arabia seguía presente, y su escape planteaba nuevos dilemas. "Necesitamos unirnos, aprender a trabajar juntos", pensó Naegi, con la esperanza de que la próxima batalla no solo fuera una lucha por la supervivencia, sino una oportunidad para redescubrirse a sí mismos y el verdadero significado de la amistad y el sacrificio.
Mientras las sombras de la noche caían sobre el ayuntamiento, una nueva tormenta se avecinaba, y Naegi, con su inquebrantable espíritu, estaba listo para enfrentarse a lo que viniera. Sin importar cuán oscura se tornara la situación, sabía que la luz de la esperanza siempre brilla más intensamente en los momentos más oscuros.