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Chapter 2 - Sombras sobre Eldran

El sol despuntaba entre las colinas, bañando los campos de Eldran con un resplandor cálido. El aire estaba cargado con el olor de la tierra húmeda y los trinos de los pájaros, pero para Kael, algo en esa mañana no se sentía del todo correcto. Desde que los soldados pasaron por el pueblo, un silencio inquietante se había instalado entre los aldeanos. La plaza, usualmente animada, ahora parecía más vacía de lo normal, y las conversaciones eran apenas murmullos.

Kael se dirigió al establo donde su padre estaba reparando un viejo carro de madera. Edvar trabajaba con el ceño fruncido, como si quisiera evitar pensar en lo que venía.

—Padre, ¿qué está pasando? —preguntó Kael mientras le ayudaba a sostener una rueda pesada.

Edvar suspiró profundamente, limpiándose las manos con un trapo antes de mirarlo.

—Kael, hay cosas que un hombre debe enfrentar aunque no quiera. Los soldados vinieron a exigir más impuestos y hombres para el ejército. Dicen que el rey necesita fuerzas para proteger nuestras tierras de los reinos vecinos, pero... —Hizo una pausa, apretando los dientes—. No creo que este sea nuestro problema. Esto es una guerra de los nobles, no nuestra.

Kael asintió, aunque no entendía del todo lo que su padre quería decir. Él había escuchado historias sobre la guerra en las canciones de los bardos, relatos de héroes y monstruos. Pero la forma en que su padre hablaba de ello no tenía nada de glorioso.

—¿Crees que vendrán aquí? —preguntó finalmente.

Edvar se quedó en silencio por un momento, luego negó con la cabeza.

—Espero que no, hijo. Pero debemos estar preparados por si acaso.

Más tarde ese día, Kael encontró a su madre y su hermana en el huerto detrás de la casa. Lyria estaba arrodillada entre las plantas de zanahorias, arrancando las malas hierbas con paciencia. Aeris, por otro lado, saltaba alrededor, persiguiendo mariposas que revoloteaban entre las flores.

—¡Kael! —gritó su hermana al verlo, corriendo hacia él con una corona de flores en las manos—. ¡Mira lo que hice!

Kael sonrió y se inclinó para que Aeris pudiera colocarle la corona en la cabeza.

—Eres un desastre con estas cosas, ¿lo sabías? —bromeó, ajustando la corona para que no se cayera.

—¡No es cierto! —protestó ella, inflando las mejillas en un gesto que siempre hacía reír a Kael.

Lyria los observaba con una sonrisa tranquila. A pesar de las preocupaciones que cargaba, siempre encontraba consuelo al ver a sus hijos juntos. Se levantó, sacudiendo la tierra de sus manos, y se acercó a ellos.

—Kael, ¿puedes ayudarme a recoger un poco de agua del pozo? Aeris dice que quiere hacer pasteles de barro, y parece que tú serás su ayudante.

—¿Qué? —Kael fingió horror mientras Aeris se reía y tiraba de su mano—. Está bien, está bien. Pero si termino cubierto de barro, será culpa de ustedes.

Aeris reía mientras lo arrastraba hacia el pozo, y por un momento, las preocupaciones del mundo desaparecieron.

Más tarde, mientras la familia se reunía para cenar, los ecos de la guerra volvieron a hacerse presentes. Edvar habló sobre los rumores que había escuchado en la aldea ese día.

—Dicen que los soldados se están llevando a los hombres jóvenes de otros pueblos cercanos. Incluso a los que no quieren luchar.

Lyria frunció el ceño, su mirada fija en Edvar.

—Eso no puede ser. ¿Por qué se llevarían a nuestros hombres cuando apenas podemos sobrevivir como estamos?

—Porque no les importa —respondió Edvar con amargura—. Los nobles están demasiado ocupados protegiendo sus propias tierras. Nosotros solo somos peones para ellos.

Kael escuchaba en silencio, sintiendo una punzada de preocupación. Aunque no lo admitiera, sabía que si los soldados regresaban, él sería uno de los primeros en ser llevado. Apenas tenía quince años, pero era fuerte para su edad, gracias a los años de trabajo en los campos junto a su padre.

—¿Qué haremos si vienen aquí? —preguntó finalmente.

Edvar apretó los labios, luego miró a Lyria.

—Haremos lo que tengamos que hacer para proteger nuestra familia.

Esa noche, mientras todos dormían, Kael salió al patio. No podía conciliar el sueño; algo en su interior se retorcía, una sensación de que algo oscuro estaba por venir. Miró hacia las colinas que rodeaban el pueblo, donde las sombras de los árboles se movían bajo la luz de la luna. Por un momento, creyó ver algo moverse entre las sombras, pero cuando parpadeó, ya no estaba.

—No puedes dormir, ¿verdad?

Kael se dio la vuelta y vio a su madre de pie en la puerta, con una capa ligera cubriéndole los hombros. Lyria siempre parecía saber lo que pasaba por su mente, incluso cuando él no decía nada.

—No —admitió, mirando hacia el suelo—. ¿Qué pasará si los soldados vienen, madre? No quiero que nos separen.

Lyria se acercó y lo abrazó con fuerza.

—No importa lo que pase, Kael. Somos una familia, y mientras tengamos eso, encontraremos la manera de salir adelante. Pero recuerda algo, hijo: el mundo es cruel, y a veces nos quitará cosas que no estamos preparados para perder. Lo importante es cómo seguimos adelante después de eso.

Kael no entendió completamente esas palabras en ese momento, pero se las quedó grabadas en el corazón.

Al día siguiente, mientras Kael y Aeris recolectaban madera en el bosque cercano, encontraron algo inusual. En el suelo, cerca de un árbol caído, había un símbolo tallado en la madera. Era una marca que Kael nunca había visto antes: un círculo con líneas que se entrecruzaban en su interior, irradiando un brillo tenue.

—¿Qué es esto? —preguntó Aeris, inclinándose para tocarlo.

—No lo sé. No lo toques —advirtió Kael, instintivamente tirando de su mano.

Pero antes de que pudieran hacer algo más, un sonido extraño rompió el silencio del bosque. Era un rugido bajo, gutural, que parecía venir de todas direcciones. Aeris se aferró al brazo de Kael, temblando.

—Volvamos a casa —dijo él, tomando un tronco como arma improvisada.

Mientras corrían de regreso al pueblo, Kael no podía quitarse la sensación de que algo o alguien los estaba observando desde las sombras.