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Chapter 3 - El rugido de la guerra

Eldran se despertó con una tensión en el aire que incluso los niños notaron. El sonido de cascos y el relinchar de caballos resonaban por las calles, anunciando la llegada de visitantes que el pueblo no esperaba. Los aldeanos, acostumbrados al trabajo duro y la vida tranquila, se amontonaron con cautela en la plaza, observando cómo un grupo de soldados bien armados y un caballero imponente entraban en el pueblo.

El caballero era un hombre alto y de complexión fuerte, su armadura oscura decorada con runas brillantes que indicaban que no era un simple soldado, sino un guerrero de renombre. Su espada colgaba de su cadera, emitiendo una leve vibración que Kael, oculto detrás de un carro junto a Aeris, pudo sentir incluso a la distancia.

—Es el caballero Gorath de Ashelor, un maestro de espada del reino —susurró un aldeano cerca de ellos.

Pero no estaba solo. Junto a él, montada en un caballo blanco, iba una joven de cabello castaño y ojos verdes que parecían observar todo con una mezcla de curiosidad y preocupación. Su armadura era más ligera, diseñada para la agilidad en lugar de la resistencia, y aunque su porte era firme, había algo en su expresión que la hacía diferente de su padre.

—Esa debe ser su hija, Elara. Dicen que ya es una aprendiz de su padre y que es tan hábil con la espada como cualquier soldado adulto —comentó otro aldeano en voz baja.

El reino de Azareth estaba en una posición delicada. Aunque una vez fue un reino poderoso, conocido por sus ejércitos bien entrenados y sus magos altamente capacitados, las décadas de corrupción y la avaricia de la nobleza habían debilitado su influencia. Ahora, enfrentaba la amenaza de dos enemigos principales:

1. El Imperio de Vorthan, al este, un reino militarista conocido por sus maestros de espada, guerreros que dominaban el aura como si fuera una extensión de su cuerpo. Sus soldados podían cortar acero con un solo golpe y eran prácticamente imparables en combate cuerpo a cuerpo.

2. El Dominio de Zeryth, al norte, una tierra gobernada por poderosos magos que utilizaban la magia elemental para arrasar ejércitos enteros. Sus hechiceros eran temidos en todo el continente por su capacidad de convocar tormentas, muros de fuego y criaturas mágicas.

Azareth, atrapado entre estas dos potencias, había comenzado a reclutar hombres jóvenes desesperadamente para reforzar su debilitado ejército. Pero mientras los nobles protegían sus propios intereses, los campesinos y aldeanos como los de Eldran eran los que sufrían las consecuencias.

Mientras los aldeanos se reunían en la plaza, Kael no podía quitarse de la cabeza lo que había visto el día anterior en el bosque. La marca grabada en el árbol, con su extraño resplandor, seguía atormentándolo. Algo en su interior le decía que no era un simple accidente, que esa marca estaba relacionada con los acontecimientos que comenzaban a desarrollarse en el reino.

—Kael, ¿qué crees que quieren esos soldados? —preguntó Aeris, tirando de su brazo mientras miraba con inquietud hacia la plaza.

—No lo sé, pero no me gusta —respondió él, apartando la vista de Gorath y su hija.

Los dos se escondieron detrás de un carro mientras escuchaban la voz autoritaria del caballero resonar por la plaza.

—¡Aldeanos de Eldran! —exclamó Gorath, desmontando de su caballo con un movimiento firme—. Por orden del rey, he venido a buscar jóvenes prometedores que puedan servir al reino en esta hora de necesidad.

Un murmullo de preocupación recorrió a la multitud. Las familias se miraban unas a otras, temiendo lo peor. Edvar y Lyria, que estaban entre los aldeanos, intercambiaron una mirada tensa mientras buscaban a Kael con la vista.

—No tengan miedo —continuó Gorath, aunque su tono no era tranquilizador—. Los que sean seleccionados tendrán la oportunidad de entrenar bajo mi mando, de convertirse en guerreros que traerán gloria a sus familias. Este es un honor que no deben tomar a la ligera.

Mientras hablaba, Elara observaba a los aldeanos con una expresión de incomodidad. A diferencia de su padre, parecía darse cuenta del miedo en sus rostros y no lo ignoraba. Sus ojos recorrieron la plaza hasta que se detuvieron en Kael, que apenas asomaba la cabeza desde su escondite.

—Padre —dijo ella en voz baja, acercándose a Gorath—, deberíamos ser más cuidadosos con cómo hablamos. Estas personas no están acostumbradas a la guerra.

Gorath le lanzó una mirada severa.

—Elara, no estás aquí para cuestionar mis métodos. Observa y aprende.

Aunque se mantuvo en silencio, Kael notó que Elara frunció ligeramente el ceño, como si estuviera en desacuerdo con su padre pero no quisiera enfrentarlo.

Más tarde, cuando los soldados comenzaron a evaluar a los jóvenes del pueblo, Kael trató de mantenerse alejado, pero su madre lo encontró.

—Kael, no podemos dejar que te vean. Ven conmigo —dijo Lyria, llevándolo hacia la parte trasera de la casa. Sin embargo, antes de que pudieran esconderse, Elara apareció frente a ellos.

—¿Tú eres Kael? —preguntó, mirándolo con curiosidad.

Kael sintió un nudo en el estómago. No sabía cómo responder, pero su madre dio un paso adelante, protegiéndolo con su cuerpo.

—Mi hijo no tiene nada que ofrecer a su causa —dijo Lyria con firmeza.

Elara levantó una mano, con una expresión apaciguadora.

—No vengo a forzar nada. Solo quiero hablar.

Kael la miró con desconfianza, pero algo en su tono calmado y en sus ojos lo hizo relajarse ligeramente.

—¿Por qué haces esto? —preguntó Kael finalmente.

Elara bajó la mirada por un momento antes de responder.

—Porque creo que mi padre está equivocado. Esta guerra no debería ser su responsabilidad... ni la tuya.

Lyria, aunque seguía protectora, permitió que Elara se acercara. La joven aprendiz extendió una mano hacia Kael.

—Si alguna vez necesitas ayuda, búscame. No puedo prometer que cambiaré lo que ocurre aquí, pero haré lo que pueda para proteger a quienes no deberían cargar con el peso de esta guerra.

Kael no tomó su mano, pero sus palabras se quedaron grabadas en su mente.