El tercer camino condujo a una fortaleza suspendida sobre un abismo interminable. El aire estaba lleno de un lamento constante, como si las almas atrapadas en la oscuridad lloraran su destino. Quin cruzó un puente estrecho hasta un campo de batalla vacío, donde un caballero encapuchado lo esperaba.
El Caballero del Abismo estaba cubierto de una armadura negra que parecía absorber la luz. Cuando habló, su voz era profunda y resonante.
—Yo fui como tú. Un portador de la luz. Pero la oscuridad consume todo. Incluso a los héroes.
El combate comenzó sin previo aviso. El Caballero atacó con una espada larga envuelta en sombras que parecían gritar con cada golpe. Quin apenas podía seguirle el ritmo; cada movimiento del Caballero era preciso, cada golpe cargado de una fuerza inmensa.
Sin embargo, Quin se dio cuenta de algo: el Caballero evitaba ciertas áreas del campo de batalla, como si algo invisible lo repeliera. Al observar más de cerca, notó símbolos grabados en el suelo, restos de una antigua magia que la luz había dejado atrás.
Usando esta ventaja, Quin condujo al Caballero hacia uno de los símbolos. Cuando la luz del sello tocó la armadura del Caballero, este vaciló, y Quin aprovechó la oportunidad para atravesarlo con su espada.
El Caballero cayó de rodillas, y por un momento, su rostro quedó al descubierto: era una versión mayor y cansada de Quin, un reflejo de lo que podría ser.
—Sigue adelante, pero recuerda… todo sacrificio tiene un costo.
Con esas palabras, el Caballero se desvaneció en un remolino de sombras.