Chapter 73 - Revelaciones (1)

El ambiente en la mansión seguía cargado de tensión, pero también de incertidumbre. Después de todo lo sucedido, muchos de los miembros del grupo no sabían qué esperar, ni qué más podían aprender de Sholan y sus nuevos aliados. Mientras algunos trataban de procesar lo que había ocurrido, otros se sentían desconcertados por los cambios de Sholan.

Mistique, siempre curiosa, observó a Sholan y a su grupo con una sonrisa enigmática. No era de las que dejaban pasar una oportunidad para entender lo que realmente ocurría a su alrededor. En particular, su mirada se centró en Sholan, sabiendo que había algo más detrás de su poder y sus decisiones.

Se acercó a él de manera casi imperceptible, con una postura relajada pero firme. Sus ojos, como siempre, brillaban con una mezcla de inteligencia y fascinación.

—Así que... —comenzó Mistique, mientras caminaba a su alrededor, su voz suave y seductora—. ¿Eres un saiyayin, como dices? ¿Y qué es eso, exactamente? ¿Una especie de guerrero con poder ilimitado?

Sholan la miró fijamente, sin dejar de mantener la postura de líder que había adoptado. Su tono no cambió, aunque un atisbo de duda pasó por su mente, pues sabía que los conceptos de saiyayin podrían ser difíciles de asimilar para alguien ajeno a ese mundo.

—No es exactamente eso, pero... sí. Soy un saiyayin. Una especie que nació para luchar, Gabriel y Trevor, por otro lado, no son como yo. Ellos son dhampir, seres mitad humanos, mitad vampiros, pero con un control único sobre sus habilidades.

Mistique levantó una ceja, sorprendida por la respuesta. Aunque sabía que Sholan era especial, nunca imaginó que tendría algo tan fascinante como un saiyayin en su grupo. Pero más allá de las palabras de Sholan, algo le intrigaba aún más: Gabriel.

De manera astuta, se giró hacia él, dando un paso hacia su dirección. Sus ojos se entrelazaron, y con una sonrisa encantadora, su voz se tornó aún más cautivadora.

—Entonces, Gabriel... ¿me podrías contar un poco más sobre ti? —preguntó de forma seductora, mientras sus labios se curvaban en una sonrisa que solo podía significar una invitación a algo más personal—. ¿Qué historia se oculta tras ese aire de misterio que te rodea? ¿Cómo se forjó el guerrero que eres hoy?

Gabriel la miró fijamente, no con la misma fascinación, sino con una calma que denotaba experiencia y poder. Sabía lo que ella intentaba hacer, pero no le dio importancia. Sus ojos reflejaban una oscuridad profunda, como si las sombras estuvieran siempre a su alrededor, esperando ser desatadas. Sin dudarlo, aceptó la propuesta de contar su historia. Quizás sería una forma de alinear aún más a todos en la misma lucha.

—Muy bien, Mistique... si insistes. —dijo Gabriel con una sonrisa que apenas se asomó en su rostro—. Te contaré mi historia, pero no esperes un final feliz.

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Nací en una familia de guerreros, hombres y mujeres que formaban parte de la Hermandad de la Luz, una orden sagrada cuya misión era combatir las fuerzas oscuras que amenazaban al mundo. Desde joven, me prepararon para ser uno de ellos. Mi habilidad con la espada y mi sentido de la justicia se destacaban, y todos pensaban que mi destino ya estaba sellado: lucharía en nombre del bien, un guerrero destinado a la gloria.

Pero el destino no siempre es lo que creemos. Perdí a mis padres cuando aún era un niño. Criaturas de la noche acabaron con ellos, y mi vida, que parecía haber comenzado en el seno de la luz, se desmoronó en un abrir y cerrar de ojos. Los monjes de la Hermandad me recogieron, y fui entrenado por ellos, mi única familia, mi única guía. Me prepararon para el sacrificio y la lucha, pero nadie me dijo lo que la oscuridad me tenía reservado.

Cuando conocí a Marie, creí que la vida finalmente me devolvería algo de felicidad. Juntos, compartimos un amor profundo, puro. Pensé que nada podría separarnos, que el futuro estaba a nuestros pies. Pero el destino, en su crueldad, tenía otros planes. Marie fue asesinada, y mi mundo se deshizo en un instante. Aquella paz que habíamos construido, mi única razón para seguir adelante fue destruida por las mismas fuerzas que me habían arrebatado a mis padres.

El dolor que sentí fue insoportable. El vacío, la impotencia, me consumían. Pero juré algo en su tumba, algo que cambiaría mi vida para siempre: encontraría una manera de devolverla a la vida. No importaba el precio. No importaba el sacrificio. Nada me detendría.

La Hermandad me ofreció una misión, una oportunidad para conseguir lo que tanto deseaba. Para derrotar a los tres Señores de la Sombra, entidades malignas que habían traído caos y sufrimiento al mundo. Si lograba reunir los fragmentos de la Máscara de Dios, me prometieron que podría resucitar a Marie. Creí en ello con toda mi alma. El camino estaba claro, y aunque peligroso, me sentía seguro de que lo lograría. Lo que no sabía, lo que no imaginaba, era que la oscuridad me estaba esperando en cada paso.

A lo largo de mi viaje, luché contra demonios, vampiros, licántropos y otras criaturas del abismo. Mi mente estaba centrada en un solo objetivo: traer a Marie de vuelta. Pero, a medida que avanzaba, algo comenzó a cambiar en mí. La oscuridad, esa misma oscuridad contra la que luchaba, empezó a consumir mi alma. Mis actos, antes nobles, comenzaron a ser más violentos, más desesperados. Ya no luchaba solo por el bien. Comencé a luchar por algo mucho más personal, más profundo. Cada victoria, cada batalla, me acercaba más a la perdición.

Cuando los tres fundadores de la Hermandad fueron dados por muertos, el sello que mantenía al Olvidado cautivo comenzó a debilitarse. Podía sentirlo, una presión que me invadía desde el corazón del Reino de la Oscuridad, como si algo estuviera despertando de un largo sueño. El Olvidado se estaba preparando para escapar.

Fue Laura, la hija vampiro de Carmilla, quien primero lo advirtió. Ella aún habitaba el Castillo Bernhard, y sabía que no podía permitir que esa abominación regresara a la Tierra. Así que me convocó, me pidió ayuda para luchar contra la criatura antes de que fuera demasiado tarde. Juntos, enfrentamos las pruebas impuestas por los tres fundadores, desafíos que protegían el portal hacia la prisión del Olvidado. Y, aunque la lucha fue ardua, lo logramos. Abrimos la puerta, el acceso estaba allí, y con ella, la posibilidad de que entrara y matara al demonio antes de que pudiese escapar.

Pero para acceder a esa prisión, sabía lo que debía hacer. Mi humanidad debía ser sacrificada. No había otra forma de obtener la fuerza suficiente para enfrentar al Olvidado. Así que bebí toda la sangre de Laura, la maté en el proceso. Lo hice por piedad, para darle una muerte rápida, porque sabía lo que me esperaba. Y entonces, algo cambió dentro de mí. La oscuridad se apoderó de mi ser. Me convertí en lo que nunca había querido ser: un vampiro.

Siguiendo al Olvidado, me adentré en el Reino de las Sombras, sin que el demonio notara mi presencia. Era demasiado poderoso, y yo, aunque renovado por mi nueva naturaleza, aún no estaba listo para enfrentarlo de frente. Lo observé, esperando el momento adecuado, observando cómo se concentraba para destruir los sellos que lo mantenían prisionero. Y cuando llegó ese momento, lo enfrenté.

Mi primer ataque fue inútil, apenas rasgué su armadura, pero lo suficiente como para que el Olvidado me reconociera como una amenaza. Al ver que no huía, siguió su camino. De alguna manera, su indiferencia solo fortaleció mi determinación.

La puerta hacia la Tierra estaba al alcance, y el Olvidado comenzó a transferir todo su poder al sello para destruirlo. Ahí fue cuando lo alcancé nuevamente, ya sin más opciones. La batalla que siguió fue brutal, pero antes de que pudiera alcanzarlo, el poder del Olvidado logró destruir el último sello. El portal se abrió ante nosotros, y con ello, su regreso parecía inevitable.

Pero entonces, el destino me jugó una última carta. En un impulso frenético, me lancé hacia él, absorbiendo todo su poder. Lo vi, en su desesperación, caer de rodillas ante mí. "Me rindo ante ti… Misericordia, mi señor… ¡Misericordia!" Su voz era casi suplicante, pero no hubo piedad. La humanidad que aún quedaba en mí se desvaneció en ese instante. Mi corazón, consumido por la oscuridad del vampirismo y el poder demoníaco, no tenía espacio para nada más.

Con una sola explosión de poder, destruí al Olvidado por completo. Su esencia se desvaneció, y con ello, cualquier amenaza que hubiera representado para la Tierra. Regresé al mundo de los vivos, ahora con un poder mucho más allá de lo que jamás imaginé.

Me convertí en lo que nunca quise ser, en lo que todo ser humano teme. Tomé el nombre de Drácula, el Señor Oscuro de los Vampiros. Y con este nuevo poder, me convertí en una amenaza para todos. Era una fuerza imparable, capaz de arrasar con cualquier ejército con un solo movimiento.

En el infierno, mi viaje no terminó. Al buscar la Máscara de Dios, descubrí que Satanás no estaba muerto. Había poseído a Zobek, quien había sido manipulado para seguir un plan diabólico. Un plan que lo había llevado a obtener la Máscara del Diablo. Era él quien me había manipulado, quien había creado las circunstancias que me llevaron hasta aquí. Él había sido la causa de todo, la razón por la que mi destino se había torcido.

Fue Satanás quien, a través de Zobek, había lanzado el hechizo que separó el mundo de los cielos. Me había manipulado todo este tiempo, haciéndome jugar su juego. Pero cuando Zobek finalmente reveló sus intenciones, el demonio se mostró ante mí. Me dijo que su único propósito era ascender al Cielo, desafiar a Dios y tomar Su lugar. Me ofreció unirme a él en su cruzada, pero en mi corazón ya no quedaba lugar para la redención. Mi destino ya estaba sellado.

Lo enfrenté en una batalla titánica. Satanás era un ser de poder inmenso, capaz de herirme gravemente, pero aun así, no pude permitir que su plan tuviera éxito. Mi fuerza, alimentada por la oscuridad que me envolvía, fue suficiente para derrotarlo. Aunque él intentó burlarse de mí, intentando manipular mis emociones al mencionar a Marie, me mantuve firme.

"Tu alma irá solo al Infierno," le respondí, y con una explosión de luz, lo derroté de una vez por todas. Destruí su influencia, deshice el hechizo que mantenía las almas perdidas atrapadas en la Tierra. Con su caída, el equilibrio del mundo fue restaurado, pero la victoria fue vacía. La Máscara de Dios no tenía el poder para devolver a Marie. Toda mi lucha, todo mi sacrificio, había sido en vano.

La culpabilidad me aplastó, el dolor me consumió. La traición de Zobek, el falso destino, me dejaron sin fuerzas, sin esperanza. Ya no tenía razón para seguir luchando. Ya no quedaba nada. La luz que una vez vi en el horizonte se extinguió, y me vi arrastrado por las sombras, las mismas sombras que había combatido durante toda mi vida. No había vuelta atrás.

Y así, como la última chispa de humanidad se desvaneció en mí, nací de nuevo. Ya no era Gabriel Belmont. Ya no era el hombre que había luchado por la justicia, por el amor. Me convertí en Drácula, el Señor de los Vampiros, una criatura inmortal, condenada a vivir en la oscuridad, arrastrando consigo todo el odio y el dolor que me habían hecho ser quien era. No había luz que pudiera salvarme. Ya no quedaba esperanza. Lo único que me quedaba era el deseo de venganza. Y con él, el mundo entero caería bajo mi dominio.

Yo no elegí ese destino. Ese destino me eligió a mí.

Gabriel terminó su relato, y una quietud cayó sobre el grupo. La historia de su vida no era un cuento de hadas. En su relato había una lucha interna que resonó con la mayoría de los presentes. Había sido forjado en las sombras, y había salido de ellas para ser lo que era ahora: un ser capaz de enfrentarse a las peores amenazas, sin perderse en su propia oscuridad.

Mistique, aunque fascinada por la historia, no dejó de sonreír con su encanto usual.

—Vaya... —dijo, observando a Gabriel con una mezcla de admiración y deseo—. No esperaba algo tan… profundo. Supongo que, como todos, tienes tus propios demonios que te hacen ser quién eres.

Gabriel no respondió de inmediato. Sabía que Mistique intentaba captar algo más de él, pero en ese momento, no tenía más palabras que ofrecer.

—Creo que ahora es momento de que escuchen mi historia para tener un panorama más claro — Dijo Trevor acercándose y colocándose al lado de su padre.