El silencio era absoluto.
Heven, una vez un reino imponente, flotando en la cima de los cielos, ahora era solo una sombra de lo que fue. Sholan permanecía en el centro de las ruinas, observando su obra con una expresión inescrutable. Todos los ángeles, excepto Angela, habían sido transformados en soldados sombra. Su antiguo esplendor divino había sido consumido por la oscura autoridad de Sholan, reduciendo su existencia a meros reflejos de lo que fueron.
Las altas torres que antaño brillaban con la luz celestial ahora estaban sumidas en sombras. No había gritos ni súplicas, solo la quietud de un reino caído.
Angela, aún aturdida, se tambaleó al ver el estado de su hogar. Sus manos temblaban, su mente incapaz de procesar la realidad que tenía ante sí.
—No... no puede ser...
Sholan la miró sin decir palabra. No había odio en su mirada, solo una fría determinación. Se acercó a ella lentamente y, sin previo aviso, extendió su mano hacia el espacio. Una grieta luminosa se abrió en la realidad misma, mostrando un portal hacia Asgard.
Sin perder tiempo, una figura surgió de entre las sombras: Aldrif.
La niña, que alguna vez había sido separada de sus verdaderos padres, miró a su alrededor con confusión antes de fijar su mirada en Sholan. Él asintió suavemente, y en un instante, ambos atravesaron el portal, dejando atrás a Angela a punto de ser ejecutada por un soldado sombra y el reino caído de Heven.
Un haz de luz se disipó lentamente, dejando a Sholan y Aldrif en el corazón de Asgard, justo frente a la imponente sala del trono. El sonido metálico de las armaduras resonó cuando los guerreros asgardianos se giraron de inmediato, listos para cualquier amenaza. Sin embargo, lo que vieron los dejó inmóviles.
Aldrif, la hija perdida de Asgard ya no era la bebé que habían llorado siglos atrás. Se erguía con una presencia imponente, su porte era el de una guerrera forjada en las llamas de la batalla, pero en sus ojos ardía algo más profundo: el peso de una verdad que había luchado por aceptar.
Heimdall, quien había estado observando desde su puesto, fue el primero en reaccionar. Dio un paso adelante y, con su voz profunda y solemne, anunció:
—Aldrif Odinsdottir ha regresado a su hogar.
El eco de sus palabras recorrió los muros del palacio, como si la misma Asgard contuviera la respiración.
Frigga apareció primero. La reina de Asgard descendió los escalones con la gracia de una diosa, pero sus ojos brillaban con una emoción cruda, sin la contención que solía mostrar ante su pueblo. Por un instante, la compostura que siempre la caracterizaba se rompió cuando sus labios temblaron al susurrar:
—¿Aldrif...?
La aludida sintió un nudo en la garganta. Había esperado este momento, lo había imaginado cientos de veces. Pero ahora que estaba aquí, frente a la mujer que la había traído al mundo, el cúmulo de emociones amenazaba con desbordarla.
—Madre… —murmuró con voz entrecortada.
Frigga ya no pudo contenerse más. Cerró la distancia en un instante y, sin importar cuán fuerte o letal fuera la guerrera en la que su hija se había convertido, la envolvió en un abrazo desesperado.
Aldrif sintió el calor de aquellos brazos y, sin darse cuenta, su armadura pareció pesarle menos. Un suspiro tembloroso escapó de sus labios cuando sintió el aroma de su madre, una fragancia suave y cálida, un recuerdo enterrado en lo más profundo de su alma.
—Por todos los reinos… —susurró Frigga, aferrándose a su hija como si temiera que el destino volviera a arrebatársela.
Aldrif, la orgullosa guerrera de Heven, cerró los ojos con fuerza y dejó que su corazón la guiara. Sin decir nada, correspondió el abrazo con igual fervor.
El sonido de un bastón resonó en el mármol del suelo.
Odin, el Padre de Todo, descendió lentamente los escalones. Su semblante, normalmente severo e impenetrable, mostraba algo que muy pocos habían visto en su rostro: vulnerabilidad.
El peso de la culpa lo había perseguido durante siglos. Su ira, su dolor, la guerra… todo lo había hecho bajo la creencia de que su hija había muerto. Y ahora, la veía allí, viva, tan fuerte y majestuosa como la reina que habría sido en Asgard.
Pero, ¿era demasiado tarde?
Aldrif se separó de Frigga y alzó la vista hacia él. Sus ojos se encontraron, y en ese instante, el tiempo pareció detenerse.
—Aldrif… —murmuró Odin, con una voz cargada de emociones reprimidas.
Ella sostuvo su mirada, buscando algo en él. Había crecido odiándolo, viéndolo como el villano que había condenado a Heven, pero en ese momento, no vio a un dios todopoderoso. Vio a un padre. A un hombre que había sufrido tanto como ella.
—Padre.
Odin contuvo el aliento.
Aldrif se acercó lentamente. Sus manos temblaban ligeramente, pero no por miedo, sino por la inmensidad del momento. Cuando finalmente estuvo frente a él, hizo lo que nunca pensó que haría: levantó su mano enguantada y la colocó sobre el rostro de su padre.
Odin cerró los ojos ante el contacto.
—Te vi —susurró Aldrif—. Vi lo que hiciste… vi cómo lloraste mi pérdida.
Odin apretó los labios.
—Vi la furia que nubló tu juicio. La desesperación de un padre que no pudo proteger a su hija.
Los ojos de Odin se abrieron y brillaron con una intensidad indescriptible.
—No sé si puedo perdonar todo lo que pasó —continuó Aldrif, con una voz firme pero suave—, pero sé que ya no quiero aferrarme a este odio.
El corazón del Padre de Todo tembló. Nunca había esperado el perdón de su hija, pero escuchar esas palabras fue como si el peso de milenios de culpa se disipara, aunque fuera un poco.
Sin más palabras, Odin hizo lo único que podía hacer. Extendió sus brazos y la abrazó con fuerza. Aldrif, después de un breve momento de duda, finalmente se permitió abrazarlo también.
La sala del trono, testigo de tantas batallas, ahora era testigo de la redención de una familia.
Y Sholan, quien había permanecido en silencio todo ese tiempo, sonrió con satisfacción. Había restaurado algo más valioso que cualquier victoria en la guerra: había restaurado una familia.
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Un año y medio pasó después de haber cumplido con el juramento mágico hecho a Odín y Sholan sabiendo que su tiempo en Asgard estaba por terminar se encontraba en su espacio personal, revisando la cantidad inmensa de puntos quantum que había acumulado tras la misión de Aldrif, la caída de Heven y sus viajes con Thor y Aldriff. La recompensa había sido astronómica, y había esperado el momento adecuado para usarlos.
En su mano, una carta brillaba con una luz especial.
Superpolimerización.
—Es hora de hacer algo grande… —susurró con una sonrisa.
El sistema había generado con los puntos restantes un súper cofre de visos dorados, demostrando que lo que estaba en su interior era extremadamente especial, y lo que obtuvo dentro lo dejó satisfecho. Cartas de guerreros de leyenda, todas esperando ser fusionadas.
—Muy bien… —Sholan respiró hondo y tomó las cartas.
Cada una representaba el poder de un caballero dorado. Mu de Aries, Seiya de Sagitario, Manigoldo de Cáncer, Camus de Acuario, Shura de Capricornio, Shaka de Virgo, Milo de Escorpión y Albafica de Piscis. Incluso había obtenido a Gambito de X-Men '97, añadiendo una versatilidad inesperada.
Colocó todas las cartas juntas y, sin dudarlo, activó Superpolimerización.
La luz fue cegadora. El sistema trabajó con precisión, combinando las habilidades, la esencia y el poder de cada caballero dorado en una única entidad.
Cuando la luz se disipó, una nueva carta apareció en su mano dónde se podía ver un grupo de jóvenes en esplendidos ropajes de oro.
Carta creada: Caballeros de Oro Trascendencia Dorada
—Perfecto… —susurró, equipándola inmediatamente.
El poder corrió por su cuerpo como un torrente de energía pura, también al crear esta fusión Sholan instintivamente supo que solo podría usar ciertas habilidades de los caballeros, pero las que podía usar lo dejaron satisfecho, la carta de Gambito fue absorbida en su totalidad por Albafica lo que potenció el ataque de las rosas dándole ahora la posibilidad de cargarlas cinéticamente.
Aún había muchas batallas por delante, muchos desafíos que enfrentar… pero con cada paso, se hacía más fuerte. Y esta vez, el cosmos de los caballeros de oro ardía en su interior.
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El gran salón de Asgard estaba colmado de voces, susurros y miradas expectantes. Todos los presentes sabían que algo trascendental estaba por ocurrir. Sholan, de pie en el centro, observó a cada uno de los rostros que lo rodeaban: Thor, Sif, Frigga, Aldrif, Odín, los guerreros más grandes de Asgard… Todos habían sido parte de su viaje, y ahora había llegado el momento de partir.
—Mi tiempo en Asgard ha terminado —declaró con voz firme, silenciando la sala—. Es hora de que regrese a Midgard.
Las reacciones no se hicieron esperar.
—¿Tan pronto? —preguntó Sif, cruzándose de brazos con un leve ceño fruncido—. Apenas comenzabas a encajar en nuestro estilo de lucha.
—¡Midgard siempre se lleva a los buenos! —exclamó Volstagg, golpeando su enorme mano contra la mesa—. ¡Qué desperdicio!
Frigga sonrió con ternura, aunque la melancolía brillaba en sus ojos. Thor, en cambio, permaneció en silencio, asintiendo con comprensión. Sabía que el destino de Sholan estaba más allá de los salones dorados de Asgard.
Aldrif, quien ahora había recuperado su verdadero lugar como hija de Odín y Frigga, dio un paso adelante.
—Gracias, Sholan. Sin ti, nunca habría conocido la verdad —dijo con solemnidad.
—No fue solo mi esfuerzo, Aldrif. Pero me alegra haber sido parte de tu historia —respondió él con una leve sonrisa.
Odín lo observó fijamente, como si pudiera ver más allá de su carne y alma.
—El destino te guía hacia caminos que pocos pueden recorrer, joven guerrero. No pierdas tu propósito.
Sholan asintió.
—Nunca lo haré.
Mientras la conversación fluía, y las despedidas eran expresadas, Sholan activó discretamente su poder. Sombras apenas perceptibles emergieron, ocultándose en la estructura misma del salón y en los rincones de Asgard. Cada uno de los presentes recibió, sin saberlo, un guardián sombra creado por él. No porque fueran débiles ni porque necesitaran protección, sino porque los apreciaba como su familia y quería asegurarse de que, aun en su ausencia, tendrían alguien a su lado.
Solo Odín lo notó. Su ojo restante se posó en Sholan con la calidez de un padre, comprendiendo en ese instante la grandeza del joven. No solo como guerrero, sino como un alma noble que no se permitía dejar a los suyos sin un último regalo.
"Incluso al partir, piensa en el bienestar de los demás. Es un gran guerrero… pero más aún, es un gran hombre."
Con su decisión ya tomada, Sholan se dirigió a la salida, pero antes de partir, había un último encuentro que debía tener.
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En una de las torres más altas del palacio, donde el viento aullaba entre las columnas de mármol, Loki esperaba, apoyado contra una pared, con los brazos cruzados y una mirada indescifrable.
—Sabía que vendrías —dijo con su tono habitual, una mezcla de burla y seriedad—. Supongo que es hora de despedirse.
Sholan se acercó con calma.
—Era parte del plan, ¿no? —respondió con una leve sonrisa—. No era un adiós, sino un movimiento necesario.
Loki desvió la mirada, su orgullo le impedía admitirlo en voz alta, pero en su corazón, sabía que Sholan tenía razón.
—Las cosas no serán fáciles para mí después de esto —confesó Loki, su voz perdiendo algo de su arrogancia habitual—. Sé lo que vendrá. Sé el dolor que enfrentaré.
Sholan colocó una mano en su hombro.
—No te rindas. No importa lo difícil que sea, lo que venga después será más grande que cualquiera de nosotros. Hay un propósito para todo esto.
Loki cerró los ojos un instante y, al abrirlos, su mirada reflejaba algo extraño… no tristeza, ni resentimiento, sino determinación.
—Eres mi mejor amigo, Sholan —dijo finalmente, sin adornos ni sarcasmos.
Sholan sonrió y asintió.
—Y tú el mío, Loki.
El dios de las mentiras dio un paso atrás y, con su característica teatralidad, hizo una leve reverencia antes de decir:
—Por el bien del multiverso.
Sholan giró sobre sus talones, caminando hacia su destino con la seguridad de quien ha elegido su camino. Antes de desaparecer por las sombras, pronunció con voz firme:
—Por la vida.
Y así, sin más palabras, ambos tomaron caminos opuestos, cada uno avanzando hacia su propio destino.
Cuando Sholan llegó al Bifrost, Heimdall ya lo esperaba, su espada lista para abrir el portal.
—¿Listo para volver a casa? —preguntó el guardián, con su mirada profunda como si ya supiera la respuesta.
Sholan respiró hondo y miró el puente del arcoíris extendiéndose frente a él.
—Siempre lo estuve.
Dijo Sholan mientras un soldado sombra se ocultaba en la sombra de Heimdall dejando al guardián del Bifrost sorprendido y a la vez agradecido por tan generoso gesto. Ya que había visto la misma acción momentos atrás en el palacio.
Con un resplandor cegador, la luz del Bifrost lo envolvió, enviándolo de vuelta a la Tierra… y a la siguiente etapa de su destino.