Habían pasado eones. El tiempo, tal como Atlok lo conocía, había dejado de ser una simple sucesión de momentos. Ya no se medía en días ni en años, sino en ciclos cósmicos. En ese vasto horizonte infinito, donde los seres celestiales y los primordiales se enfrentaban en una lucha que parecía eterna, Atlok había forjado su destino. Había entrenado incansablemente, perfeccionando su destreza, consolidando su poder, y aprendiendo la paciencia de los dioses. Había aceptado su rol como protector del reino celestial, pero, con el paso de los siglos, también había llegado a amar a Dios como un padre, confiando en Él, guiado por Su sabiduría.Bajo el resplandor de las estrellas, Atlok había recorrido infinitos mundos, luchado contra enemigos, y preservado la luz en el corazón del cosmos. Sin embargo, el amor que sentía por la creación nunca eclipsó la verdad fundamental de su misión: la batalla contra los Primordiales estaba cerca, y el destino del universo pendía de un hilo. Él había sido forjado no solo para proteger la creación, sino para enfrentarse a las sombras más oscuras, aquellas que buscaban destruir la obra divina.Pero el destino de los seres celestiales nunca había sido sencillo. Los Primordiales, aquellos seres insondables y antiguos se acercaban con rapidez. La oscuridad crecía como una marea que arrastraba todo a su paso. El cielo, que una vez fue brillante con la luz del reino celestial, comenzó a oscurecerse, tiñéndose de tonalidades rojas y negras, como si la misma luz estuviera siendo consumida por la sombra.Y fue en ese momento que las trompetas del juicio resonaron a través del cosmos. Las vibraciones sacudieron el tejido mismo de la realidad, una llamada a las armas, un recordatorio de que la guerra estaba por comenzar."El tiempo ha llegado, Atlok," dijo la voz de Dios, fuerte y solemne, como una onda expansiva que atravesaba los corazones de todos los seres celestiales. "Es hora de que te pongas de pie, de que tomes tu lugar en la batalla. Los Primordiales vienen, y el reino celestial necesita a su protector."Atlok, ahora mucho más maduro, experimentado y poderoso, sintió que el peso de la misión caía sobre sus hombros. La armadura que llevaba, que había sido una extensión de su ser desde su creación, ahora latía con la misma intensidad que su propio corazón. En cada placa, en cada rincón, sentía la presencia de la luz que lo guiaba, pero también percibía las sombras que se acercaban rápidamente, ocultas en los pliegues del espacio-tiempo. Los Primordiales ya no eran simples leyendas, ya no eran conceptos abstractos. Estaban aquí. Y Atlok debía enfrentarlos.Con una determinación que solo los más antiguos guerreros poseían, se puso en marcha, uniendo su voluntad con la de los guerreros celestiales. Los Serafines, Querubines, Arcángeles y demás seres de luz comenzaron a formar una muralla de poder alrededor de la creación. La guerra sería larga, pero los ejércitos de la luz no se rendirían. No podían. No debían.El cielo se rompió. La barrera entre los planos colapsó y, de repente, los Primordiales se materializaron en todo su esplendor, sus formas indescriptibles y aterradoras eclipsando las estrellas mismas. Cthulhu, Yog-Sothoth, Nyarlathotep, y otros seres cuyas presencias desgarraban el tejido de la realidad, emergieron con una furia que superaba todo lo que los cielos y las estrellas habían presenciado jamás. Sus formas fluían y cambiaban, como si fueran parte de la misma oscuridad, incomprensibles a la vista y aterradoras en su sola existencia.El caos estalló. La batalla comenzó con una violencia indescriptible. La luz se estrelló contra la oscuridad, y los cielos temblaron con la furia de miles de batallas librándose simultáneamente. Atlok, en el corazón de la batalla, luchaba con la fuerza de un dios. Su espada, hecha de la luz misma, cortaba las sombras con una precisión mortal. Cada golpe que daba, cada movimiento que hacía, era un recordatorio de que la creación no sucumbiría tan fácilmente.La lucha fue feroz. Los Primordiales no eran solo seres de pura maldad; eran la antítesis misma de la creación. Cada uno de ellos parecía tener el poder de deshacer lo que Dios había hecho, de corromper y destruir todo a su paso. Las huellas de su presencia, como desgarros en el mismo tejido del universo, comenzaban a dejar marcas en las estrellas y planetas cercanos. La guerra no solo se libraba en los campos de batalla celestiales, sino en los rincones más oscuros del espacio, donde la misma realidad parecía desmoronarse.Atlok peleaba con todo su ser, su armadura vibrando con la energía del cosmos. Cada golpe era un impacto directo contra la oscuridad. Sin embargo, la lucha se prolongó, y, por más que luchara, la superioridad de los Primordiales era innegable. Sus cuerpos, capaces de existir más allá de las leyes de la física, cambiaban y se adaptaban, siempre un paso adelante.Los Primordiales eran una fuerza primordial, más allá de la comprensión y de las leyes de la creación. Cthulhu, en particular, con su gigantesca forma que parecía abarcar el horizonte mismo, se acercó a Atlok con un rugido ensordecedor. La batalla fue encarnizada, con Atlok usando todas sus habilidades y todo su poder para mantener la oscuridad a raya. Pero los Primordiales eran innumerables, y su poder se multiplicaba con cada enemigo que caía.En un momento de desesperación, Atlok sintió una oleada de oscuridad envolviéndolo. La energía misma del cosmos parecía perderse a su alrededor, y aunque luchó hasta el último aliento, la marea de maldad y destrucción era imparable."No has podido detenernos, Atlok," la voz de Nyarlathotep susurró, mientras su forma fluctuaba entre dimensiones. "El universo está destinado a regresar al caos. Lo has intentado, pero tu luz es solo una chispa, que no eres tú, una chispa en la oscuridad eterna... ¿No es así traidor?"Con un movimiento rápido, un golpe devastador de uno de los Primordiales alcanzó a Atlok, dejándolo gravemente herido. A pesar de su fuerza, a pesar de su voluntad inquebrantable, algo sucedió: su armadura comenzó a desmoronarse, su luz comenzó a extinguirse.Fue entonces cuando, en un último esfuerzo por salvar el universo, los Primordiales utilizaron su poder más oscuro: la magia de los abismos. Atraparon a Atlok, envolviéndolo en una oscuridad tan densa y fría que su voluntad misma fue anulada. Como un sueño que se desvanece, Atlok sintió cómo su conciencia se deslizaba hacia la oscuridad, atrapada dentro de un cráneo gigantesco, la prisión que los Primordiales habían creado para él.Y así, con la última chispa de su poder, Atlok fue sellado, su conciencia atrapada en el vasto vacío de su propio cráneo, donde solo la oscuridad reinaba. Pero en lo más profundo de su ser, Atlok sabía que la guerra aún no había terminado. Su luz podría haberse apagado, pero la creación seguía viva, y algún día, Dextera Dei, el semidios de la venganza, llevaría la espada de la justicia, cumpliendo la profecía que Atlok había esperado.Por ahora, todo lo que quedaba era la oscuridad. Pero Atlok, el protector de la luz seguía vivo en su corazón, esperando el momento en que, algún día, regresaría para salvar la creación de la sombra que la amenazaba