La primera luz del amanecer comenzaba a iluminar el claro del bosque donde Malaquías y Darius habían acampado tras la batalla. Las brasas de la fogata apenas humeaban, dejando escapar un tenue aroma a madera quemada que se mezclaba con la frescura del rocío. El lugar estaba envuelto en un silencio que solo era roto por el canto lejano de algunos pájaros, presagio de un día caluroso. A un lado, Malaquías se encontraba de pie, observando el horizonte con ojos entrenados, su postura rígida, como si aún estuviera en el campo de batalla. Parecía una estatua, un vigilante que no podía permitirse bajar la guardia. Su expresión no reflejaba cansancio, aunque había dormido apenas unas horas.
A su lado, el contraste era notable. Darius seguía envuelto en su capa, profundamente dormido, con su cuerpo casi enterrado en su improvisado saco de dormir. Su respiración era pesada, y un leve ronquido escapaba de vez en cuando, rompiendo la paz del momento. Malaquías lo observó de reojo, con un ligero movimiento de cabeza que denotaba algo entre fastidio y resignación. No era la primera vez que se encargaba de despertarlo. Con pasos firmes, se acercó y lo miró desde lo alto, cruzando los brazos.
—Si no te levantas ahora, te dejo aquí. —Su voz cortó el aire, seria y sin rastro de humor.
Darius, aún medio dormido, murmuró algo ininteligible mientras se revolvía en su lugar, ajustando la capa como si quisiera desaparecer dentro de ella.
—Cinco minutos más... Estoy soñando con algo bonito.
—Con tus ronquidos, lo único que sueñas es con una estampida —respondió Malaquías con tono seco, aunque había una pizca de burla en su mirada.
Darius, finalmente abriendo un ojo, soltó una carcajada suave mientras se incorporaba lentamente, frotándose los ojos.
—¿Siempre tienes que ser tan dramático por las mañanas? Eres peor que un maestro de entrenamiento.
—Si no fuera por mí, seguirías durmiendo hasta que los bandidos regresaran a buscarte. Ahora levántate antes de que me arrepienta de no haberte dejado atado a un árbol anoche.
El comentario hizo reír a Darius mientras sacudía la capa y se ponía de pie, todavía algo desganado. La diferencia entre ambos era evidente: mientras Malaquías ya había revisado el área y estaba listo para moverse, Darius apenas estaba comenzando a desperezarse, con una sonrisa despreocupada que contrastaba con la seriedad de su compañero.
Mientras desmontaban el campamento, Darius rebuscó entre sus pertenencias hasta sacar un mapa viejo y gastado que había tomado como botín en la guarida de Korr. Sus dedos señalaron un punto en el papel, y su rostro mostró esa chispa de entusiasmo que siempre parecía acompañarlo.
—Mira esto. Estas coordenadas parecen llevar a algo interesante. Tal vez haya algún tesoro, o al menos algo emocionante.
Malaquías apenas le dedicó una mirada antes de continuar ajustando su espada.
—No estamos aquí para seguir tus caprichos.
Darius suspiró dramáticamente, enrollando el mapa entre sus manos.
—Oh, vamos. Una pequeña aventura no hará daño. Además, con lo que pasó ayer, claramente necesitas más práctica. Podría ser útil para ti.
Esa última frase le valió una mirada severa de Malaquías, aunque no dijo nada al principio. Tras un largo momento, finalmente suspiró, como quien acepta algo inevitable.
—Está bien. Pero si resulta ser una pérdida de tiempo, esta será la última vez que te sigo.
Darius sonrió ampliamente, como un niño al que acaban de concederle un capricho, y comenzó a guardar sus cosas con más entusiasmo. Malaquías, por su parte, solo negó con la cabeza, preguntándose si algún día aquel hombre tomaría algo en serio.
El día transcurrió entre caminatas largas por senderos sinuosos, colinas cubiertas de hierba alta y pequeños bosques donde los rayos del sol se filtraban entre las ramas, creando patrones de luz y sombra en el suelo. Durante largos momentos, ninguno de los dos hablaba, pero Darius no tardó en romper el silencio con alguna de sus historias, aparentemente incapaz de soportar el peso de la quietud.
—¿Sabías que estas ruinas tienen fama de estar embrujadas? —comenzó, con tono conspirador. Malaquías no respondió, pero Darius continuó, imperturbable—. Los viajeros dicen que escuchan voces que los llaman, y que si las sigues, nunca regresas. Aunque, claro, probablemente sea solo el viento… ¿verdad?
Malaquías no detuvo su paso, pero su respuesta fue directa.
—Si quieres que el viento también te dé una paliza, sigue hablando.
Darius rió por lo bajo, divertido por la reacción de su compañero, aunque pronto su atención se desvió cuando tropezó con una raíz expuesta, cayendo de bruces al suelo. Malaquías se detuvo, observándolo con algo de ironía antes de extender una mano para ayudarlo a levantarse.
—¿Así planeas enfrentarte a lo que nos espera? Si una rama ya te venció, quizás deberías quedarte aquí.
Darius aceptó la mano con una sonrisa avergonzada mientras se sacudía el polvo de la ropa.
—Cállate. Fue una trampa del bosque, no mi culpa.
Disfrutando el momento más de lo que admitiría.
La tarde continuó avanzando, y con ello, la temperatura bajó aún más, creando un contraste con el calor del día. Malaquías y Darius se adentraron en las ruinas con un paso cauteloso pero seguro, sabiendo que, aunque el lugar parecía abandonado, no podían bajar la guardia. Las viejas columnas y las paredes derrumbadas seguían siendo testigos de un pasado lejano, y el aire, impregnado con humedad, traía consigo el aroma a tierra y vegetación. La combinación de elementos dejaba una sensación de quietud, de un descanso obligado que parecía haberse apoderado del sitio.
Darius, con su usual entusiasmo, caminaba de un lado a otro, buscando algo que pudiera llamar su atención. "¿No sientes la historia en el aire? Es como si todo estuviera aquí esperando a ser descubierto. Si estas ruinas pudieran hablar…" murmuró, mirando las columnas con una mezcla de asombro y ansias por saber más.
Malaquías, aunque igualmente fascinado por la magnificencia de lo que había quedado, no podía evitar sentirse alerta. El lugar no era tan inocente como Darius lo veía; todo en él parecía llevar consigo una historia de desolación. El viento que cruzaba las grietas de las construcciones traía consigo ecos de un pasado distante, como si las piedras mismas estuvieran susurrando sus secretos. Sin embargo, el joven soldado no iba a permitir que su mente se desviara por completo. "Vamos a montar el campamento, no sabemos qué nos espera después de la noche," dijo mientras sacaba su equipo de viaje.
Darius asintió, aunque no sin una última mirada a las piedras caídas. "Claro, claro. Pero no te preocupes, Malaquías. Si algo sale de las sombras, seremos los primeros en saberlo."
La noche comenzó a caer rápidamente, y el aire se volvió más fresco. Al encender el fuego, las sombras danzaban en las paredes de las ruinas, creando una atmósfera inquietante. Sin embargo, el calor del fuego les dio algo de consuelo. Mientras comían algo sencillo, sentados alrededor de las llamas, la quietud del lugar parecía engullir todo, como si el tiempo no tuviera cabida allí.
Ambos se quedaron en silencio por un rato, mirando las llamas que se retorcían y crepitaban. Era una sensación tranquila, y la idea de descansar en un lugar tan apartado les proporcionaba una calma momentánea. Sin embargo, la mente de Malaquías no podía relajarse por completo. Algo en el aire parecía pesado, cargado de historia, pero también de misterio. Las viejas ruinas no eran simplemente un refugio temporal; algo más estaba presente, una presencia que no era visible pero se sentía en cada rincón.
Darius, observando las ruinas con una mirada pensativa, rompió el silencio. "¿Crees que realmente hubo alguien aquí? Quiero decir, esta ciudad debe haber sido impresionante en su apogeo. Las columnas, los grabados, todo… no puedo evitar pensar que algo o alguien pudo haber estado aquí, mucho después de lo que creemos."
Malaquías suspiró, dejando de lado su vigilancia por un momento. "Las ruinas son solo eso, Darius. Ruinas. Quizá la historia que buscas está ya enterrada bajo capas de tiempo. Lo que vemos ahora es solo lo que ha quedado de algo mucho mayor."
Darius no pareció convencido, pero asintió sin decir más. El fuego iluminaba sus rostros, y mientras la noche se instalaba por completo, un sonido suave y casi imperceptible cruzó el aire, como un susurro, un eco lejano. Malaquías se puso tenso, pero cuando observó el entorno, no vio nada fuera de lo común. La sensación de inquietud aumentaba, y el viento, que se había calmado por un rato, comenzó a levantarse nuevamente, agitando las ramas de los árboles cercanos.
Sin embargo, no sucedió nada más. Al poco tiempo, el silencio volvió a apoderarse del lugar, y ambos se recostaron para descansar, sabiendo que al día siguiente continuarían su viaje hacia el siguiente destino. La quietud de las ruinas, aunque desconcertante, les ofreció un breve descanso. Pero en el fondo, ambos sabían que esta parada no sería eterna, y que lo que estaba por venir podría ser mucho más complicado de lo que imaginaban.
La madrugada llegó sin previo aviso. La brisa fría despertó a Malaquías, quien abrió los ojos al sentir la humedad en el aire. El fuego ya se había apagado, y las primeras luces del amanecer comenzaban a atravesar las grietas de las ruinas.
A primera hora de la mañana, después de un descanso breve pero reparador, Malaquías y Darius emprendieron su camino. El viento suave de la mañana agitaba las hojas secas bajo sus pies, y el sonido del bosque era casi hipnótico. Aunque las ruinas ya quedaban atrás, la sensación de inquietud persistía en el aire, como si algo aún estuviera acechando en las sombras. Ambos sabían que su travesía apenas comenzaba.
A medida que avanzaban por el sendero, el terreno se volvía más abrupto, y el cielo se iba oscureciendo lentamente conforme se acercaba el atardecer. Fue entonces cuando llegaron a un claro, rodeado de árboles caídos y zarzas. Allí, en el centro del espacio despejado, se encontraba un campamento abandonado, con las huellas del tiempo grabadas en sus restos. Las tiendas desgastadas y la fogata apagada indicaban que en su momento fue un refugio para alguien, pero ahora solo quedaba el eco de un pasado distante.
Malaquías observó el campamento con atención mientras Darius comenzaba a inspeccionar las tiendas rotas. "Parece que alguien vivió aquí hace tiempo", dijo Darius, apartando algunas ramas secas.
"Sí", respondió Malaquías, "pero no es de extrañar. Este lugar tiene todo el aire de un campamento de viajeros que nunca llegaron a partir."
Cuando comenzaron a recorrer más a fondo el claro, un sonido de un arbusto cercano los alertó. Ambos se detuvieron en seco, y sin perder un segundo, Malaquías sacó su espada mientras Darius tomaba sus dagas, preparados para cualquier cosa.
De repente, la criatura apareció: un monstruoso ser con el cuerpo de un cerdo gigante, pero con cuernos curvados como los de una vaca. Un hedor nauseabundo lo precedió, haciendo que ambos retrocedieran al instante.
"¿Qué es eso?", preguntó Darius, tapándose la nariz con fastidio.
"Un Grovaka", respondió Malaquías, manteniendo la calma. "Nunca pensé que vería uno en persona."
Antes de que pudieran hacer algo más, el Grovaka, gruñendo furiosamente, embistió hacia ellos con una velocidad impresionante. Malaquías esquivó el ataque a duras penas, mientras Darius saltaba ágilmente hacia un lado. La bestia giró rápidamente hacia ellos, mostrando sus colmillos afilados y dispuestos a aplastarlos.
"¡Mantén la distancia!" gritó Malaquías, usando su espada para bloquear un nuevo embiste. Darius, con destreza, se lanzó hacia los costados de la criatura, clavando sus dagas en su piel gruesa.
El combate fue intenso. Cada embestida del Grovaka sacudía el suelo bajo sus pies, y sus colmillos parecían casi imbatibles. Pero Malaquías y Darius luchaban en perfecta sincronía. Mientras Darius esquivaba con agilidad, Malaquías bloqueaba y respondía con golpes precisos. El Grovaka embistió nuevamente, esta vez hacia Darius, quien apenas logró esquivar a tiempo. Aprovechando el momento de distracción, Malaquías le dio el golpe final a la criatura, atravesando su costado con un tajo certero.
Finalmente, el Grovaka cayó al suelo, muerto, su enorme cuerpo exhalando su último suspiro. Ambos, agotados pero victoriosos, se apartaron, observando a la criatura derrotada.
"Vaya… eso fue más difícil de lo que pensaba", comentó Darius, limpiándose la sudoración de la frente.
"Y apesta aún más", respondió Malaquías, haciendo una mueca ante el olor insoportable.
Con la batalla atrás, Malaquías se inclinó para comenzar a preparar un fuego. "Al menos no vamos a dormir con hambre", dijo mientras comenzaba a cortar la carne del Grovaka.
Darius se acercó, mirando con escepticismo la carne cruda. "Esto no tiene buen aspecto, ¿estás seguro de que esto es comestible?"
"Más vale que lo sea", respondió Malaquías, mirando el trozo de carne con una expresión decidida. "No tenemos muchas opciones."
Mientras cocinaban, el aire estaba cargado de silencio, solo interrumpido por el crepitar del fuego. Darius se dejó caer cerca, suspirando. "Esto sabe a... no sé, a algo que no quiero volver a probar."
Malaquías lo miró y, con una ligera sonrisa, le dijo: "Si sigues quejándote, la próxima vez te la doy cruda."
Darius levantó las manos en señal de rendición. "Preferiría comer piedras", respondió, sonriendo con algo de sarcasmo.
Ambos compartieron una risa, aunque el sabor de la carne era tan desagradable como esperaban. Aun así, era suficiente para llenar el estómago, y con ello, recuperar algo de la energía perdida. El fuego seguía ardiendo, y la noche comenzaba a caer sobre el campamento, donde los dos amigos, ahora más unidos por la batalla y la incomodidad de su cena, se preparaban para el descanso que los aguardaba.
El amanecer comenzaba a iluminar el horizonte cuando Malaquías y Darius dejaron atrás el campamento. El suelo, que antes era firme, se tornaba más blando, como si estuvieran entrando en un pantano seco. La atmósfera parecía pesada, cargada de un silencio que aumentaba la tensión con cada paso.
Malaquías iba al frente, siempre alerta, con su mano descansando cerca del mango de su espada. Darius, caminando detrás, miraba a su alrededor con evidente incomodidad, sus dagas listas en cada mano. Finalmente, rompió el silencio.
—Esto no se siente bien, ¿verdad? —murmuró, con la voz apenas audible, como si temiera que algo en el bosque lo escuchara.
—No, no lo es —respondió Malaquías sin voltear, con la voz firme pero contenida.
—¿Y seguimos avanzando como si nada? Porque, no sé tú, pero yo prefiero no terminar siendo desayuno de algo que ni sabemos qué es.
—Deja de hablar, Darius —dijo Malaquías, cortante. Luego añadió, en un tono más bajo—: Si hay algo aquí, lo estás llamando con tanto ruido.
Darius bufó, aunque obedeció, y ambos continuaron en silencio. A medida que avanzaban, el ambiente se volvía aún más opresivo. Las ramas de los árboles entrelazadas apenas dejaban pasar la luz del sol, y el aire estaba tan inmóvil que daba la sensación de que el tiempo mismo había dejado de avanzar.
Un crujido a lo lejos detuvo a ambos en seco.
Malaquías levantó una mano, indicando a Darius que se detuviera. Sus ojos recorrieron el entorno con precisión. Era un sonido que no encajaba con el paisaje, demasiado definido, demasiado cercano.
—¿Qué fue eso? —preguntó Darius en un susurro.
—Algo grande —respondió Malaquías, bajando la voz hasta casi un murmullo. Sus dedos se cerraron en el mango de su espada—. Prepárate.
Antes de que Darius pudiera responder, un rugido profundo resonó desde la espesura. Las ramas se sacudieron con violencia, y un ser masivo emergió de entre los árboles.
Era un espectáculo aterrador: un cuerpo tan musculoso como el de un oso, cubierto de escamas y pelaje oscuro, con una cabeza de cocodrilo cuyos ojos amarillos brillaban con una furia antinatural. Garras afiladas se hundían en el suelo blando, y un aliento pesado escapaba de su hocico lleno de dientes.
—Eso… no es un oso normal —murmuró Darius, dando un paso atrás.
—Es un Drakursa —dijo Malaquías, sus ojos sin apartarse de la criatura.
Darius lo miró con incredulidad.
—¿Drakursa? ¿Y cómo sabes qué es eso?
—Los Volkov estudiamos estas cosas —respondió Malaquías con calma—. Su piel es gruesa, pero las articulaciones son vulnerables. Apunta a las patas traseras.
Darius soltó un suspiro corto, como si procesara rápidamente la situación.
—Bien. Tú distraes al monstruo gigante, y yo le corto las piernas. Plan sencillo.
—Exacto.
El Drakursa rugió de nuevo, levantándose sobre sus patas traseras antes de lanzarse hacia ellos. La criatura se movía con una rapidez sorprendente para su tamaño, y ambos reaccionaron al instante.
—¡Muévete! —gritó Malaquías, apartándose hacia un lado mientras desenfundaba su espada.
Darius rodó hacia el lado opuesto, poniéndose de pie con las dagas firmes en sus manos. La criatura giró hacia Malaquías, quien mantenía su posición, evaluando los movimientos del enemigo.
El Drakursa atacó con un zarpazo horizontal, pero Malaquías bloqueó el golpe con su espada, desviando las garras hacia un lado con un giro preciso. Aprovechó el momento para lanzar un corte hacia el costado del monstruo, pero las escamas resistieron el impacto.
—Es más grueso de lo que pensaba —gruñó Malaquías, retrocediendo un paso.
—¡Entonces apunta mejor! —replicó Darius, mientras se movía en círculos alrededor del Drakursa, buscando un ángulo para atacar las patas traseras.
El Drakursa giró hacia él, lanzando un mordisco que Darius apenas logró esquivar.
—¡Lo tienes distraído! ¡Sigue así! —gritó Malaquías, avanzando con pasos calculados.
Cuando la criatura levantó una pata delantera para atacar, Darius aprovechó para lanzarse hacia la parte trasera del Drakursa. Con un movimiento rápido, hundió una de sus dagas en la articulación trasera izquierda.
El monstruo rugió de dolor, girando bruscamente hacia él, pero Darius ya había retrocedido con un salto ágil.
—¡Una menos! —gritó, con una sonrisa de satisfacción.
—¡Concéntrate! —advirtió Malaquías, lanzándose hacia el costado derecho del monstruo. Su espada encontró un punto más blando cerca de las costillas, atravesando la piel y provocando otro rugido ensordecedor.
El Drakursa tambaleó, pero aún tenía suficiente fuerza para lanzar un zarpazo hacia Malaquías. Éste lo esquivó por poco, manteniendo su postura firme.
Darius no perdió tiempo. Aprovechando que la criatura estaba desequilibrada, se deslizó hacia su otra pata trasera, clavando ambas dagas en la articulación.
El Drakursa cayó de rodillas, incapaz de sostenerse.
—¡Ahora! ¡Al cuello! —gritó Darius, retrocediendo rápidamente.
Malaquías corrió hacia adelante con determinación, saltando sobre la espalda del Drakursa. Con un movimiento firme, hundió su espada en la base del cuello del monstruo, torciendo el filo para asegurar el golpe letal.
El rugido final del Drakursa resonó en el bosque antes de que su cuerpo colapsara por completo.
El cuerpo del Drakursa yacía inerte en el suelo, su enorme figura proyectando una sombra inmóvil sobre las raíces de los árboles cercanos. El olor a sangre mezclado con tierra mojada y vegetación aplastada llenaba el aire, envolviendo a Malaquías y Darius en un ambiente cargado. Ambos respiraban profundamente, recuperando el aliento después de la intensidad de la batalla.
Darius se agachó ligeramente, inspeccionando el cadáver del Drakursa con una mezcla de curiosidad y cautela.
—Bueno, creo que por hoy he tenido suficiente de criaturas gigantes —murmuró, mientras se levantaba y observaba el bosque frente a ellos. Su tono seguía siendo ligero, pero había una sombra de seriedad en su mirada.
Malaquías, en cambio, apenas dijo una palabra. Limpió su espada con un trozo de tela que sacó de su cinturón y la envainó con un movimiento firme. Su atención estaba completamente en el entorno. A medida que se adentraban más en el bosque, un frío silencioso parecía envolverlos.
El paisaje cambió gradualmente. Las raíces de los árboles eran más gruesas y enmarañadas, extendiéndose como dedos deformes por el suelo. El follaje era tan denso que apenas dejaba pasar la luz del sol, que caía en débiles haces irregulares, dando al bosque una apariencia casi irreal. Las hojas, grandes y de un verde oscuro, parecían moverse con vida propia, susurrando entre sí con cada ráfaga de viento.
El aire era pesado, cargado de humedad, y cada respiración parecía más lenta, como si el bosque mismo estuviera robándoles el aliento. Una niebla tenue comenzaba a formarse alrededor de sus pies, subiendo lentamente hasta cubrir sus piernas.
Darius rompió el silencio con un comentario bajo, casi susurrando.
—Este lugar... definitivamente tiene algo. ¿No lo sientes?
Malaquías asintió sin mirarlo, sus ojos fijos en el camino que tenían delante.
—Es como si el bosque estuviera... observándonos.
El suelo crujía bajo sus botas, pero incluso ese sonido parecía amortiguado, como si el bosque se tragara cualquier ruido que intentara romper su quietud. El olor a tierra húmeda y vegetación en descomposición se hacía más fuerte con cada paso, mezclándose con un aroma más tenue pero inquietante: algo metálico y extraño.
Las ramas bajas de los árboles parecían formar arcos sobre sus cabezas, retorcidas en formas que desafiaban cualquier lógica natural. Cada tanto, un pájaro emitía un canto breve y distorsionado, como si algo lo hubiera obligado a detenerse.
Malaquías tensó la mandíbula, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. Su entrenamiento le había enseñado a no ignorar esas sensaciones.
—Es demasiado silencioso —murmuró finalmente, su voz apenas audible.
Darius asintió, aunque con una sonrisa que intentaba restarle importancia a la tensión.
—¿Demasiado silencioso? Vamos, eso siempre significa una de dos cosas: o el bosque nos quiere fuera... o algo más está esperando.
Malaquías lo miró brevemente de reojo, pero no dijo nada. Sus pasos eran firmes, aunque medidos, y sus sentidos estaban completamente alerta. Cada sombra entre los árboles parecía moverse, y cada crujido, aunque lejano, hacía que su cuerpo se tensara por reflejo.
El bosque parecía cambiar a medida que avanzaban. La niebla se hacía más densa, subiendo ahora hasta sus cinturas, y los árboles eran cada vez más altos, como si quisieran tocar el cielo. Las raíces se entrelazaban con tal complejidad que el terreno se volvía más difícil de recorrer, obligándolos a moverse con cuidado para no tropezar.
Darius exhaló un suspiro bajo, mirando hacia las copas de los árboles, apenas visibles entre la niebla.
—Sabes, he estado en lugares desagradables antes... pero este bosque tiene algo especial. Algo que... bueno, te pone los pelos de punta, incluso si no quieres admitirlo.
—Concéntrate —le respondió Malaquías, sin apartar la vista del camino.
—Oh, estoy concentrado, créeme. Pero dime que no sientes como si... —hizo una pausa, buscando las palabras— ...como si no estuviéramos solos aquí.
Malaquías no respondió de inmediato. El bosque parecía opresivo, como si cada paso que daban los adentrara más en una trampa invisible. No era miedo lo que sentía, sino una presión constante, como si el lugar estuviera diseñado para desgastar no solo el cuerpo, sino también la mente.
El tiempo pareció detenerse por un momento. Cada segundo se alargaba, cada crujido de una rama rota o susurro del viento sonaba como un eco interminable. Incluso Darius, normalmente relajado y despreocupado, había dejado de hablar tanto, limitándose a observar a su alrededor con ojos agudos.
Finalmente, Malaquías se detuvo. Su mano descansó sobre el mango de su espada, sus ojos escaneando el área frente a ellos.
—Algo no está bien.
—¿Qué es? —preguntó Darius, aunque ya tenía una de sus dagas en la mano, girándola lentamente entre los dedos.
—No lo sé. Pero mantente alerta.
Ambos continuaron, sus pasos más lentos y medidos. El bosque parecía haberse transformado a su alrededor. Los árboles, antes solo figuras torcidas en la penumbra, ahora parecían más densos, más cercanos, como si la misma naturaleza quisiera atraparlos. La niebla que antes apenas rozaba sus tobillos comenzaba a espesarse, envolviendo sus piernas como una manta húmeda y fría.
El aire se volvió más pesado, cargado de una sensación opresiva que apretaba el pecho con cada inhalación. Cada sonido, desde el crujido de las hojas hasta el susurro de las ramas, resonaba con una claridad antinatural.
—Esto no es normal —murmuró Darius, sus ojos recorriendo el entorno.
—Nada aquí lo es.
Malaquías avanzó con cuidado, sus sentidos alerta. Sentía que algo, o alguien, los observaba, pero cada vez que giraba la cabeza hacia el lugar de donde provenía la sensación, solo encontraba más sombras y la densidad del bosque.
Darius, fiel a su naturaleza, trató de aligerar el ambiente con un comentario:
—¿Seguro que no hemos entrado al lugar favorito de algún viejo ermitaño loco?
Malaquías no respondió. Su atención estaba completamente concentrada en lo que lo rodeaba, pero no pudo evitar esbozar una leve sonrisa antes de volver a su expresión seria.
A medida que avanzaban, la niebla se tornó más espesa, y el suelo cambió. Lo que antes era tierra firme y húmeda ahora estaba cubierto de raíces entrelazadas y hongos que desprendían una tenue luz azulada. La luminosidad de estos hongos parecía jugar con sus sentidos, proyectando sombras que se movían con el viento, aunque no siempre de manera natural.
De repente, un ruido sutil rompió el silencio, un crujido, como si algo hubiese pisado una rama cercana. Ambos se detuvieron al instante, en sincronía perfecta.
Darius levantó una ceja y susurró:
—¿Amigos tuyos?
Malaquías no respondió. En cambio, desenfundó su espada con un movimiento suave y controlado, dejando que el acero reflejara la débil luz de los hongos.
Otro ruido, esta vez más fuerte, llegó desde su izquierda. Ambos giraron en esa dirección, pero no había nada visible entre la niebla. Sin embargo, la sensación de ser observados era inconfundible.
—Prepárate —dijo Malaquías en un tono bajo pero firme.
Darius asintió y ajustó la posición de sus dagas, listo para cualquier ataque. El bosque parecía contener la respiración, como si estuviera esperando algo.
Entonces, antes de que pudieran reaccionar, un tercer ruido rompió el silencio, pero esta vez desde detrás de ellos. Ambos se giraron rápidamente, solo para encontrarse con una figura que emergía de entre los árboles.
Era una joven, con el cabello largo cayendo en ondas desordenadas y la ropa desgastada por el tiempo. Su piel, pálida, reflejaba la luz azulada de los hongos, y sus ojos, de un color poco común que parecía cambiar entre ámbar y violeta dependiendo de cómo los alcanzara la luz, estaban fijos en ellos.
No parecía tener miedo, pero su respiración acelerada y las manchas de suciedad en su rostro y manos sugerían que había estado huyendo.
Antes de que pudieran decir algo, se oyó un grito. No de la chica, sino de las sombras que la seguían. Una risa áspera y grave llenó el aire, seguida de figuras que emergieron de la niebla. Eran cinco hombres, altos y de aspecto salvaje, portando armas improvisadas que parecían más herramientas de tortura que verdaderas armas de combate.
Los ojos de los recién llegados eran extraños, inyectados en sangre, con un brillo errático que hablaba de una corrupción que iba más allá de lo físico.
—¿Les gusta asustar a jovencitas? —comentó Darius, girando sus dagas en las manos y adoptando una postura ágil.
Malaquías, con una calma que resultaba casi intimidante, levantó su espada, listo para la pelea.
La chica no se movió, quedándose de pie tras ellos, observando con atención.
—Cinco contra dos. No parecen muy listos —dijo Darius, dando un paso hacia adelante con una sonrisa burlona en el rostro.
—Hazlo rápido —ordenó Malaquías, avanzando al mismo tiempo.
Y la batalla comenzó.
Uno de los bandidos, más corpulento que los demás, fue el primero en moverse, levantando un garrote con fuerza mientras corría hacia Malaquías. Sin embargo, el joven no retrocedió ni un paso. En un movimiento fluido y calculado, levantó su espada, bloqueando el ataque con un estruendo metálico que resonó en el bosque. Antes de que el bandido pudiera retroceder, Malaquías giró su espada con precisión y lanzó un golpe diagonal que lo derribó al suelo de inmediato.
Mientras tanto, dos bandidos se lanzaron hacia Darius, sus movimientos erráticos pero llenos de fuerza bruta. Darius sonrió, girando en su lugar para esquivar el primer golpe, y con un rápido movimiento de su daga, hizo un corte limpio en la pierna del segundo bandido, haciéndolo tambalearse.
—¿Es todo lo que tienen? —se burló Darius, esquivando un ataque más con facilidad.
Uno de los bandidos gritó con furia y lanzó un golpe directo hacia él, pero Darius giró sobre sí mismo, esquivando por completo el ataque y respondiendo con un corte preciso al brazo del atacante.
—Menos hablar, más pelear, Darius —dijo Malaquías con voz firme mientras bloqueaba a otro enemigo que intentaba atacarlo por el costado.
Malaquías enfrentaba a tres bandidos al mismo tiempo. Sus movimientos eran calculados, cada golpe de su espada largo y poderoso, obligando a los enemigos a retroceder con cada intento de ataque. Cuando uno de ellos trató de sorprenderlo desde un ángulo bajo, Malaquías giró su espada con rapidez y lo desarmó con un golpe contundente, dejándolo completamente expuesto.
—¿De verdad piensan que pueden ganar? —preguntó Malaquías, sin levantar la voz, mientras el bandido retrocedía, claramente intimidado.
Darius, por otro lado, usaba su velocidad para mantener a los dos enemigos restantes ocupados. Sus dagas se movían con rapidez, haciendo cortes precisos en las articulaciones de los bandidos, que pronto comenzaron a dudar de sus propios movimientos.
—¿Seguro que estos son los temidos corruptos? Qué decepción —dijo Darius, esquivando un golpe y lanzando una estocada que cortó el tendón de uno de sus oponentes.
Uno de los bandidos intentó atacar a Darius por la espalda, pero antes de que pudiera siquiera acercarse, Malaquías lanzó un corte horizontal que detuvo al atacante en seco.
—Estás distraído —dijo Malaquías, volviendo a su posición con calma.
—Solo quería darte algo de diversión —respondió Darius con una sonrisa, mientras derribaba a su último oponente con un giro rápido y un golpe certero.
El bosque parecía contener la respiración mientras los últimos dos bandidos, al darse cuenta de que estaban perdiendo, comenzaron a retroceder. Uno de ellos soltó un grito de frustración antes de dar media vuelta y correr hacia la niebla, seguido por su compañero.
Darius suspiró, guardando sus dagas y girándose hacia los cuerpos caídos.
—Bueno, eso fue divertido —dijo, revisando los bolsillos de uno de los bandidos caídos.
Malaquías limpió la hoja de su espada con calma, observando el área con atención.
—¿Algo útil? —preguntó, sin apartar la vista de los árboles.
—Nada interesante. Estos tipos eran solo peones, aunque... —Darius encontró un pequeño amuleto colgando del cuello de uno de ellos—. Esto sí es raro.
Antes de que pudieran discutirlo más, la chica, que había permanecido en silencio durante todo el enfrentamiento, dio un paso adelante. Su voz era suave, pero estaba cargada de urgencia.
—Gracias... pero debemos irnos. Esto es solo el comienzo.
Malaquías y Darius se miraron, y aunque ninguno de los dos confiaba completamente en ella, sabían que quedarse en ese lugar no era una opción.
—Bien —dijo Malaquías, guardando su espada—. Llévanos.
La chica asintió, comenzando a caminar con rapidez. Sus ojos seguían recorriendo el bosque, como si temiera que algo más estuviera acechándolos desde la niebla.
—¿Seguro que no estamos siguiendo a una loca? —susurró Darius mientras seguían a la joven.
—Si tiene razón, este bosque es peor de lo que parece —respondió Malaquías, manteniéndose alerta.
A medida que avanzaban, el ambiente se volvía aún más opresivo. La niebla parecía moverse con vida propia, y las sombras de los árboles formaban figuras que desaparecían tan pronto como intentaban enfocarlas.
La chica no dejó de mirar hacia las sombras, como si algo pudiera surgir en cualquier momento de la densa niebla que los rodeaba. Su andar era rápido, casi desesperado, mientras Malaquías y Darius se esforzaban por seguirle el ritmo.
Finalmente, un árbol colosal apareció frente a ellos, como un gigante que se alzaba entre la bruma. Sus raíces formaban una estructura intrincada, entrelazándose para dar forma a lo que parecía ser una vivienda. Las ramas se extendían como brazos protectores hacia el cielo, aunque no lograban disipar la sensación de que algo les acechaba desde las sombras.
—Es aquí. —La voz de la chica era apenas un susurro, pero cargada de una urgencia que no invitaba a cuestionarla.
Darius alzó la vista hacia el árbol, dejando escapar un silbido bajo.
—Impresionante. Aunque no puedo decir que sea acogedor.
—No se queden ahí. Entren. —Ella apartó una cortina de ramas que hacía las veces de puerta, lanzando una última mirada al bosque antes de desaparecer en el interior.
Malaquías fue el primero en seguirla, sus sentidos aún en alerta mientras sus ojos se adaptaban a la tenue luz del interior. La casa era pequeña pero extrañamente cálida. Un fuego crepitaba en el centro, rodeado por piedras, y el espacio estaba lleno de frascos, hierbas secas y herramientas rudimentarias. Todo en el lugar hablaba de supervivencia, no de comodidad.
Darius entró detrás de él, inspeccionando el lugar con curiosidad.
—Definitivamente mejor que dormir en el bosque. Aunque ese fuego... ¿siempre lo mantienes encendido? —preguntó, señalando las llamas.
La chica, que estaba dejando su capa a un lado, lo miró por un momento antes de responder.
—El fuego mantiene alejadas algunas cosas. Pero no todo.
Su tono era neutral, pero había algo en su mirada que hacía difícil ignorarla. Se sentó junto al fuego, sus movimientos tensos, y finalmente habló:
—Pueden llamarme Ayla.
Malaquías asintió, aunque no apartó su atención del ambiente. Todo en el lugar parecía cuidadosamente calculado para protegerse de algo, pero no había señales de comodidad o paz real.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —preguntó él, su tono tan neutral como el de ella.
—Suficiente. —Ayla respondió mientras tomaba un pequeño palo y removía las brasas. —El bosque me enseñó a sobrevivir, pero no a entenderlo.
Darius se dejó caer cerca del fuego, acomodándose con una facilidad que Malaquías consideró imprudente.
—¿Y qué es lo que hay que entender? —preguntó Darius. —Está claro que este lugar quiere matarnos. ¿Hay algo más que deberíamos saber?
Ayla levantó la mirada, sus ojos ámbar brillando con un matiz extraño bajo la luz del fuego.
—El bosque no siempre fue así. Hace unos años, algo cambió. Las sombras empezaron a moverse, las raíces a atrapar a los desprevenidos, y las criaturas... ya no eran lo que solían ser.
Malaquías intercambió una mirada rápida con Darius antes de volver su atención a Ayla.
—Hablas como si el bosque estuviera vivo.
—Lo está. —Su respuesta fue inmediata, pero había algo más en su tono, como si no quisiera explicar demasiado. —Y ahora está... enfadado.
El silencio que siguió fue denso, interrumpido solo por el crujir de las llamas. Finalmente, Ayla se puso de pie y comenzó a caminar hacia una de las estanterías.
—Los lobos espectros son los primeros que notarán. No los verán, pero estarán ahí. Si escuchan un gruñido, corran.
Darius dejó escapar un bufido, aunque su expresión estaba más seria de lo habitual.
—¿Algo más que deba preocuparnos? ¿Tal vez árboles que cobran vida?
Ayla se detuvo, su mano en un frasco lleno de un líquido verdoso.
—Sí. Los hombres árbol son lentos, pero fuertes. Si los enfrentan, háganlo rápido. Y las raíces... —Se giró hacia ellos, su rostro sombrío. —Si las sienten moverse, no se queden quietos. Saltar puede ser la diferencia entre vivir o ser arrastrados bajo tierra.
Malaquías asintió, procesando cada palabra. Había algo en la forma en que hablaba, en su postura, que sugería que no solo conocía los peligros, sino que también los había enfrentado.
—Entonces, no será un camino fácil.
—Nunca lo es. —Ayla colocó el frasco sobre la mesa improvisada y volvió a sentarse junto al fuego.
Darius, que hasta ese momento había permanecido más callado de lo normal, se reclinó hacia atrás con un suspiro.
—Bueno, al menos aquí tenemos techo y fuego. Prefiero esto que otro enfrentamiento en medio de esa niebla.
—No estarán seguros si no descansan. —Ayla tomó un trozo de tela que parecía ser una manta y se la lanzó a Darius, quien la atrapó en el aire.
—¿Eso fue una invitación a quedarnos? —preguntó él, con una sonrisa.
—El bosque no perdona a los cansados. Descansen. Mañana saldremos al amanecer.
Malaquías no respondió. Se limitó a sentarse junto al fuego, sacando su espada para afilarla mientras sus pensamientos se mantenían en los peligros que aún no habían enfrentado.
Afuera, el sonido de las ramas crujiendo continuaba, como un susurro interminable. Por un momento, Ayla pareció tensarse, como si hubiera escuchado algo fuera de lugar, pero no dijo nada. Simplemente dejó que el silencio llenara la habitación, mientras la noche los rodeaba con su manto opresivo.
El amanecer llegó lentamente, filtrándose con dificultad entre las ramas densas del bosque. La luz apenas lograba disipar la niebla, que aún parecía viva, moviéndose con un propósito incierto. Ayla fue la primera en despertar, silenciosa como una sombra, preparando lo que parecía ser una mezcla de hierbas en un pequeño cuenco.
Malaquías abrió los ojos poco después, su instinto militar siempre alerta. Afuera, el crujir de las ramas había cesado, pero la calma era inquietante.
—El bosque siempre parece más tranquilo al amanecer, pero es una mentira —dijo Ayla, sin mirarlo.
Darius, que hasta ese momento seguía dormido, se removió incómodo antes de sentarse, despeinándose con un gesto rápido.
—No sé qué es peor, la noche o tus comentarios crípticos.
Ayla ignoró su tono y colocó el cuenco frente a ellos.
—Esto los ayudará a mantenerse alerta. —Su voz no admitía objeciones, aunque Malaquías notó que sus manos temblaban levemente mientras les ofrecía la mezcla.
Tras un desayuno breve y silencioso, Malaquías y Darius decidieron salir a investigar. Ayla, aunque reticente, aceptó quedarse en su casa.
—Si no regresan antes del anochecer, no los buscaré. —Fueron sus únicas palabras antes de que cruzaran la cortina de ramas y se adentraran en la neblina.
La tensión en el bosque era palpable, y cada paso parecía resonar más de lo que debería. Malaquías iba al frente, con la mano firme sobre la empuñadura de su espada, mientras Darius avanzaba detrás de él, sus ojos escaneando el entorno con cuidado.
—¿Tienes alguna idea de lo que estamos buscando? —preguntó Darius, rompiendo el silencio.
—Lo que sea que esté causando todo esto. —La respuesta de Malaquías fue seca, pero su tono dejaba claro que estaba tan incómodo como su compañero.
No tuvieron que esperar mucho para encontrar el primer rastro de anomalías. Huellas profundas, demasiado grandes para cualquier lobo común, marcaban el suelo húmedo.
—Lobos espectros —murmuró Darius, agachándose para inspeccionar las marcas.
El aullido llegó de repente, resonando en el aire como un lamento que parecía provenir de todas direcciones. Malaquías desenvainó su espada, y Darius hizo lo mismo, sus movimientos sincronizados por pura necesidad.
—Mantén los ojos abiertos. —La advertencia de Darius sonó casi como un eco de las palabras de Ayla.
La niebla se movió, y las figuras comenzaron a emerger. Lobos espectros, sus cuerpos translúcidos y ojos brillantes como brasas, los rodeaban.
—Son rápidos —advirtió Darius, retrocediendo un paso mientras desenfundaba su daga.
—Pero no imposibles. —Malaquías avanzó, su espada trazando un arco perfecto mientras uno de los lobos se abalanzaba sobre él.
La batalla fue intensa. Los lobos eran difíciles de enfocar, sus cuerpos casi desapareciendo en la niebla antes de reaparecer para atacar. Pero Malaquías y Darius comenzaron a coordinarse, cubriendo los puntos ciegos del otro con una precisión que solo se lograba a través de la confianza y la experiencia compartida.
—¡A la izquierda! —gritó Malaquías, girando justo a tiempo para bloquear el ataque de otro lobo.
—¡Ya lo vi! —respondió Darius, lanzando su daga con precisión hacia el animal, que dejó escapar un chillido antes de disolverse en la niebla.
Cuando el último de los lobos cayó, ambos se detuvieron para recuperar el aliento.
—Esto fue... interesante —dijo Darius, con una media sonrisa mientras recogía su daga del suelo.
—No bajes la guardia. Esto no ha terminado. —La voz de Malaquías era firme, aunque su respiración era pesada.
El bosque parecía aún más silencioso después del enfrentamiento, pero ninguno de los dos se relajó mientras continuaban avanzando.
El siguiente encuentro fue menos súbito. Los hombres árbol no eran criaturas que atacaran con velocidad; su amenaza radicaba en su fuerza bruta.
El primero que vieron era gigantesco, con un cuerpo que parecía una mezcla entre madera podrida y piedra musgosa. Sus ojos brillaban con un tono verdoso, como si el bosque mismo lo controlara.
—Es lento, pero no te confíes —advirtió Malaquías mientras evaluaba la situación.
Darius soltó una risa nerviosa.
—¿Crees que este tipo de consejos me tranquilizan?
El hombre árbol atacó con un movimiento lento pero devastador, levantando una de sus extremidades para intentar aplastarlos. Ambos se apartaron justo a tiempo, las raíces bajo sus pies retorciéndose como si intentaran atraparlos.
La batalla fue diferente a la anterior. Malaquías atacó con precisión, buscando las grietas en la "piel" de la criatura, mientras Darius usaba su velocidad para distraerla y mantenerla en movimiento.
—¡Darius, cúbreme! —gritó Malaquías, lanzándose hacia la criatura con un salto que lo llevó directo a su torso.
—¡Eso intento! —respondió Darius, esquivando por poco otro golpe del monstruo.
Finalmente, Malaquías logró hundir su espada en el punto correcto, y la criatura dejó escapar un sonido profundo antes de colapsar, sus restos volviendo a convertirse en madera inerte.
Ambos se quedaron quietos por un momento, el bosque ahora sumido en un silencio pesado.
—Tal vez deberíamos regresar. No quiero ver qué más tiene preparado este lugar. —Darius rompió el silencio, su tono medio en broma, medio en serio.
Cuando comenzaron a regresar, una figura pequeña y luminosa apareció entre los árboles. Flotaba con gracia, y su voz era suave pero clara.
—¿Pensaban que estarían solos en esta travesía?
Malaquías levantó su espada por instinto, pero la figura levantó una mano diminuta, con un gesto que transmitía paz.
—Mi nombre es Sirfi. He estado observando este bosque por mucho tiempo. No soy una guerrera, pero sé más de lo que puedo decir.
Su luz era reconfortante, y su presencia, aunque inesperada, parecía una tregua en medio de la oscuridad.
—Genial. Más secretos y misterios —murmuró Darius, bajando su arma mientras miraba a Malaquías.
Este último no dijo nada, pero sus ojos permanecieron fijos en el hada, intentando discernir si realmente estaba de su lado.
Syrfi, al ver que la tensión había bajado un poco, se quedó quieta, observándolos desde una distancia prudente. Aunque no se unió de inmediato a ellos, su curiosidad la mantenía cerca. No quería ser un estorbo, pero tampoco podía evitar sentirse atraída por la energía de los dos humanos. Habían mostrado una fuerza inesperada, y eso la había intrigado. De todos modos, no podía revelarlo todo; sabía que la situación era compleja y que, aunque conocía bien el bosque, aún quedaban misterios que no comprendía.
Ellos comenzaron su regreso hacia la casa de Ayla, con la figura de Syrfi siguiéndolos desde las sombras, un poco más allá, como si se deslizara en el aire con la misma ligereza con la que las hojas caen de los árboles. Aunque mantenía su distancia, no perdía de vista a los dos hombres.
El camino hacia la casa de Ayla no era largo, pero al ser una zona del bosque conocida por pocos, la vegetación se volvía densa y las sombras se alargaban con el paso del tiempo. En ese silencio, lo único que rompía la quietud era el suave murmullo de la brisa moviendo las ramas de los árboles.
—Es extraño… —dijo Darius, mirando el entorno mientras caminaba—. Este bosque tiene algo raro. Como si estuviera vivo, pero a la vez… muerto.
Malaquías asintió en silencio, sin apartar la vista del sendero frente a ellos. Había algo inquietante en el aire, algo que parecía cambiar la atmósfera a medida que avanzaban. No sabía qué era exactamente, pero algo estaba alterando la normalidad del bosque.
Syrfi, al escuchar las palabras de Darius, se acercó un poco más, pero aún manteniendo su espacio.
—No es solo que esté "vivo", como dices… Es que sí lo está —dijo con una sonrisa ligera, aunque su tono no reflejaba ligereza alguna. Parecía que las palabras que elegía no eran casuales—. Y no siempre es bueno que esté tan vivo.
Ambos hombres se voltearon hacia ella, sorprendidos por su comentario.
—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Malaquías, su voz cautelosa.
Syrfi, con una mirada seria, continuó mientras se deslizaba un paso más cerca.
—El bosque está cambiando. Aunque soy parte de él, no siempre puedo sentir lo que sucede en todos sus rincones. Pero he notado que algo está perturbando el equilibrio. No es solo el daño visible, es algo más profundo. Algo que está infectando las raíces, las mismas que sostienen la vida de todo lo que ves aquí. Y aunque sé muchas cosas sobre este lugar, todavía hay muchas áreas que no comprendo. Es como si… algo estuviera succionando la esencia del bosque.
Darius frunció el ceño.
—¿Sabes qué lo está causando?
Syrfi sacudió la cabeza, frustrada.
—No lo sé todo, lo lamento. Hay fuerzas que ni yo misma alcanzo a comprender. Todo lo que sé es que esto no es una simple plaga, ni una maldición de fácil solución. Hay algo más, algo que se está alimentando del bosque, y las raíces, las mismas que nos mantienen unidos a él, están siendo corrompidas.
Malaquías, al escucharla, comprendió que había más de lo que veían a simple vista. No se trataba solo de enfrentarse a una amenaza inmediata, sino de algo mucho más grande y profundo. Su instinto le decía que Syrfi sabía más de lo que estaba dejando entrever, pero también entendía que, por alguna razón, ella no podía revelarlo todo.
—Es un buen comienzo —respondió Malaquías, aunque aún sentía que la conversación estaba lejos de aclarar todo lo necesario—. ¿Qué podemos hacer? ¿Hay alguna forma de detener esto?
Syrfi no dudó en responder.
—Lo primero que debemos hacer es entender lo que está pasando realmente. Pero para eso, necesitamos ir más allá de lo que el bosque nos muestra a simple vista. Ayla tiene algo que nos puede ayudar. De alguna manera, ella puede sentir lo que nosotros no.
Darius observó a Syrfi con cierto escepticismo, pero al final, asintió lentamente. Sabía que no tenían muchas opciones.
—Vamos entonces —dijo, resignado.
El trío continuó su camino hacia la casa de Ayla, y, como siempre, la naturaleza parecía envolverlos de una manera casi hipnótica. Al llegar, la entrada de la casa apareció entre las raíces del árbol gigante, tan imponente como siempre. Las luces suaves de la chimenea se filtraban desde dentro, ofreciendo un refugio a lo que se avecinaba.
Ayla ya los esperaba, su presencia tranquila contrastaba con la tensión palpable en el aire. Sin mediar palabra, los dejó pasar.
Una vez dentro, el calor del fuego les dio una sensación de alivio, pero la preocupación seguía en sus rostros. Todos sabían que el problema estaba lejos de resolverse, y que el verdadero desafío apenas comenzaba.
Syrfi, mientras se acomodaba cerca del fuego, miró a Ayla.
—El bosque está sufriendo más de lo que pensábamos —dijo con voz grave—. Y no es solo el daño visible. Algo más está sucediendo, y si no actuamos rápido, no quedará nada por salvar.
Ayla, con una mirada seria, asintió.
—Entonces, debemos prepararnos para lo que se avecina. Este no es solo un problema del bosque, sino de todo lo que depende de él. Y si no lo solucionamos, todo lo que conocemos podría desaparecer.
Malaquías se levantó de su asiento, sus ojos fijos en las llamas mientras reflexionaba sobre las palabras de Ayla y Syrfi. No estaba seguro de hasta qué punto comprendían la magnitud del peligro, pero algo en su interior le decía que este no era un problema que pudiera solucionarse solo con magia o con palabras. Algo mucho más grande estaba en juego.
Darius, que había estado mirando pensativo la escena, intervino con su tono acostumbrado, entre burlón y preocupado.
—No podemos quedarnos aquí y esperar que el bosque se cure por sí mismo. ¿Cuál es el plan, exactamente? —preguntó, mirando de reojo a Syrfi.
Syrfi levantó la vista, los ojos brillando con un destello de determinación.
—Hay algo más. Algo que está ocurriendo bajo la superficie. No es solo la magia del bosque lo que está siendo corrompido, sino también sus raíces. Y si no conseguimos detener la propagación de esa corrupción, el bosque colapsará por completo. De alguna forma, la naturaleza misma está siendo distorsionada.
Ayla asintió, su rostro grave.
—No será fácil. Tendremos que buscar en las profundidades del bosque, donde nadie se atreve a ir. Pero debemos hacerlo si queremos salvar lo que queda de él.
Malaquías miró a los demás, comprendiendo que la decisión estaba tomada. No era el tipo de misión que se podía rechazar. Si no actuaban, el bosque caería, y con él, todo lo que dependía de él. El aire de la casa se volvía denso con la tensión de lo que estaba por venir.
—¿Cuándo comenzamos? —preguntó, su voz firme, mirando a Ayla y a Syrfi.
Syrfi, que había estado pensativa unos momentos, asintió con la cabeza.
—Lo más pronto posible. No podemos darnos el lujo de esperar. Pero antes de partir, necesitarán algo más que coraje. El bosque está lleno de peligros que no comprenden aún. La magia corrupta ha alterado todo lo que tocó. Y si no tenemos cuidado, podríamos quedar atrapados en sus trampas.
Darius soltó una risa baja, sin mucha gracia.
—Parece que nuestra aventura acaba de comenzar. Como si el bosque no fuera lo suficientemente peligroso ya.
Syrfi le lanzó una mirada divertida, pero su tono no dejaba lugar a dudas.
—La magia es impredecible, especialmente cuando se corrompe. Y, créanme, lo que hemos visto hasta ahora es solo la punta del iceberg.
Ayla, con la decisión firme en su mirada, se levantó de su lugar y comenzó a prepararse para lo que vendría.
—Empezaremos al amanecer. Necesitamos descansar y recargar energías. La travesía que nos espera no será fácil.
Mientras los demás se preparaban para descansar, el crujir de las ramas fuera de la casa era lo único que rompía el silencio. El bosque, aunque aparentemente tranquilo, estaba lejos de serlo. La oscuridad que se cernía sobre él era mucho más grande de lo que cualquiera de ellos podía comprender en ese momento.
El desafío que tenían por delante era incierto, pero sabían que no había vuelta atrás. El futuro del bosque, y tal vez mucho más, dependía de sus acciones.
A medida que el fuego seguía ardiendo, algunos se acomodaron en sus mantas, mientras que otros se mantenían alerta, preparando sus armas o revisando su equipo. Syrfi, aunque aparentemente tranquila, no dejaba de observar el entorno con una mirada pensativa. Había mucho más de lo que se veía a simple vista, y mientras el grupo descansaba, ella sabía que su participación en la misión era vital.
Finalmente, Syrfi decidió hablar, atraída por un impulso de compartir lo que había estado masticando en su mente desde el momento en que llegaron al refugio.
—Ayla —dijo con voz suave pero decidida—, hay algo más que necesitamos discutir. Aunque ya conoces lo que está sucediendo en el bosque, hay dos enemigos que están ganando fuerza y que debemos entender mejor. Las Sombras Errantes y las Dríadas Corruptas.
Ayla, que había estado observando las llamas del fuego, asintió, pero no sorprendida. Ya había sentido la presencia de esas criaturas, pero aún no comprendía del todo el alcance de su amenaza.
—Las Sombras Errantes... —continuó Syrfi—, no son como las criaturas que usualmente se encuentran en el bosque. No son simplemente bestias físicas que uno pueda ver y enfrentar. Estas sombras están hechas de la misma oscuridad que ha comenzado a corromper todo el bosque. Se deslizan a través de la niebla y la oscuridad, y son casi invisibles a los ojos. Se alimentan del miedo y la desesperación de aquellos que las encuentran. Cuando entran en un área, el aire mismo parece volverse más denso, más pesado. Y no se limitan solo a acechar en la oscuridad. Son rápidas, astutas, y cuando atacan, lo hacen en silencio, con una precisión mortal.
Ayla se quedó pensativa, recordando sus experiencias pasadas con estas sombras, pero no dijo nada. Sabía que Syrfi estaba apenas tocando la superficie de lo que significaban realmente esos enemigos.
—Las Dríadas Corruptas, por otro lado, son aún más peligrosas. Son dríadas, pero deformadas por la misma corrupción que afecta al bosque. Ya no son las guardianas del árbol como lo eran antes. Su piel ha oscurecido, sus ojos ya no muestran la serenidad del bosque, y sus poderes se han pervertido. Ahora controlan la maleza y las raíces, pero con una sed de destrucción en lugar de crecimiento. Algunas de ellas aún conservan la belleza de las dríadas, pero no dejen que su apariencia te engañe. Son más peligrosas de lo que jamás podríamos haber imaginado.
Malaquías frunció el ceño.
—¿Y cómo sabemos si estamos frente a una Dríada Corrupta? ¿Hay alguna forma de distinguirlas antes de que nos ataquen?
Syrfi asintió, mirando a Malaquías.
—Las Dríadas Corruptas tienen una forma... extraña de moverse. Ya no tienen la ligereza de las dríadas originales. Se mueven como si estuvieran atadas por las raíces que controlan. Es posible ver sus ojos, que brillan con una luz extraña, como si estuvieran reflejando el daño que han causado. Y sus ropas o piel tienen un tono oscuro, casi negro, como si la corrupción las estuviera consumiendo por dentro.
Ayla intervino, pensando en cómo había sentido la presencia de estas dríadas en las áreas más profundas del bosque.
—Lo peor es que son astutas. No todas se muestran de inmediato como las que conocimos antes, algunas se mezclan con el entorno, camufladas entre los árboles caídos y las sombras. Son como una plaga, se extienden sin que uno se dé cuenta.
Syrfi la miró, apreciando su comprensión, pero continuó.
—Y lo que es aún más aterrador es que las Dríadas Corruptas pueden infectar otras criaturas del bosque. No es solo una cuestión de defendernos de ellas; debemos evitar que su mal se extienda, porque cualquier ser del bosque que entre en contacto con ellas puede ser transformado. Ya no son solo enemigos, son vectores de una plaga que crece más rápido que nosotros.
La atmósfera en la casa se volvió tensa mientras todos asimilaban la información. Darius, que hasta entonces no había hablado mucho, intervino.
—Entonces, ¿cómo luchamos contra ellos? ¿Cómo podemos detener esta propagación?
Syrfi suspiró y miró el fuego, consciente de que no había una respuesta fácil.
—No será fácil. Necesitamos encontrar el núcleo de la corrupción y destruirlo. Eso probablemente sea lo que mantiene unida a toda la corrupción. Las Sombras Errantes son solo la manifestación de esa oscuridad, pero las Dríadas Corruptas son el producto directo de su influencia. Si destruimos el origen, podemos detener todo esto. Pero no sabemos cuánto tiempo tenemos. Cuanto más avanzamos, más poderosa se vuelve la corrupción.
Ayla se levantó, su rostro decidido.
—No tenemos mucho tiempo. No podemos dejar que este mal siga creciendo. Si esta oscuridad se apodera del bosque, todo lo demás quedará en ruinas.
El grupo se quedó en silencio, cada uno reflexionando sobre las palabras de Syrfi. Sabían lo que debía hacerse, pero la tarea que tenían por delante parecía más grande y peligrosa de lo que jamás imaginaron. La noche avanzaba, y aunque el fuego proporcionaba algo de consuelo, el verdadero desafío apenas comenzaba.
Con la primera luz del amanecer, Ayla comenzó a preparar los suministros necesarios. Guardó algunas hierbas medicinales y pequeños cristales en su bolsa, mientras Syrfi observaba en silencio desde su posición, flotando ligeramente sobre el suelo. Darius, por su parte, afilaba su espada, aunque su mirada estaba fija en el bosque, atento a cualquier señal de peligro.
—Antes de partir, necesitamos una estrategia —dijo Ayla, mientras revisaba un mapa rudimentario del área—. Sabemos que las sombras errantes se mueven con la niebla, y las dríadas corruptas protegen las zonas donde la corrupción es más fuerte.
Syrfi, al escuchar esto, flotó más cerca, interrumpiendo el silencio que se había instaurado.
—Hay algo más que deben saber. Las dríadas corruptas no solo atacan a los intrusos, también manipulan el bosque. Pueden crear trampas vivas, ramas que atrapan y raíces que intentan desgarrar. Este no es el bosque que recuerdan. Está cambiando.
—¿Cambios tan rápidos? —preguntó Malaquías, con un tono incrédulo—. Eso suena como algo que no debería ser posible.
Syrfi asintió con seriedad.
—Es la oscuridad. Altera todo lo que toca. No solo las criaturas, sino también el bosque mismo. Pero no todo está perdido. Todavía hay zonas que resisten. Esas áreas son clave si queremos detener esta corrupción.
Ayla asintió, señalando un punto en el mapa.
—Aquí, en el claro de las Antiguas Raíces. Es un lugar donde las dríadas solían reunirse, antes de todo esto. Si la corrupción se está extendiendo, probablemente lo estén usando como un punto central.
Darius frunció el ceño mientras ajustaba la correa de su espada.
—Entonces debemos estar preparados. Si nos enfrentamos a esas cosas, no habrá margen para errores.
—No habrá errores —respondió Ayla con firmeza—. Pero necesitamos algo más que fuerza. Syrfi, ¿alguna forma de contrarrestar la influencia de estas criaturas?
Syrfi bajó la mirada, reflexionando por un momento.
—Hay una forma. La luz mágica pura puede ahuyentar a las sombras errantes. Pero para las dríadas corruptas, necesitarán encontrar la fuente que las corrompe. Solo destruyendo esa fuente podrán liberarlas, o... asegurarse de que no vuelvan a atacar.
Un silencio cayó sobre el grupo. La sugerencia de "asegurarse de que no vuelvan a atacar" resonó con un peso incómodo.
—Haremos lo necesario —dijo Malaquías, rompiendo el silencio con determinación—. Pero primero, lleguemos al claro.
Ayla dobló el mapa y se lo guardó en el cinturón.
—Entonces no perdamos más tiempo. Partimos de inmediato.
Con el sol elevándose en el cielo, el grupo se adentró en el bosque, conscientes de que cada paso los acercaba más a lo desconocido. Aunque la luz del día les ofrecía algo de seguridad, sabían que la verdadera oscuridad los esperaba en el corazón del bosque.
El aire estaba impregnado con un extraño aroma a humedad y podredumbre, algo que no era común en esa parte del bosque según Ayla. Syrfi volaba cerca, observando con atención. Su expresión alegre se había tornado seria, y eso no pasó desapercibido para Malaquías.
—¿Algo va mal? —preguntó él, manteniendo su espada desenvainada por precaución.
Syrfi bajó el vuelo hasta quedar cerca del grupo.
—Estas zonas están contaminadas por la oscuridad —respondió, mirando las raíces negras que sobresalían del suelo como garras deformadas—. Esto no estaba así hace unos días... Algo o alguien está acelerando la corrupción del bosque.
Darius frunció el ceño y golpeó una raíz con sus dagas.
—Si este es el ritmo al que avanza, no tendremos mucho bosque que salvar cuando lleguemos al centro.
Ayla asintió, pero mantuvo la mirada fija hacia el frente.
—Cuidado donde pisan. Algunas de estas raíces están vivas.
No tardó mucho en que sus palabras se confirmaran. Unos metros más adelante, el suelo comenzó a temblar, y varias raíces negras comenzaron a moverse, como si tuvieran voluntad propia. Las Raíces Malditas, retorcidas y cubiertas de espinas, se alzaron como si quisieran atraparlos.
—¡Prepárense! —gritó Malaquías, dando un paso adelante con su espada lista.
Las raíces atacaron de inmediato, buscando envolverlos y separarlos. Syrfi se mantuvo en el aire, lanzando destellos de luz para distraerlas, mientras Darius y Malaquías se lanzaban al combate.
—¡Estas raíces no se detienen! —gritó Darius, esquivando una que casi lo atrapa por el tobillo.
—¡Recuerda, fuego o contundentes, y avanzamos rápido! —respondió Malaquías, golpeando una raíz con su espada.
El combate fue intenso. Ayla, utilizando su magia, creó llamas para quemar las raíces más agresivas, mientras Darius y Malaquías atacaban con fuerza bruta. Syrfi, aunque no combatía directamente, utilizaba su magia para guiar a las llamas de Ayla hacia los puntos débiles de las raíces, ralentizando su avance.
—¡Cuidado a tu derecha! —gritó Syrfi, advirtiendo a Malaquías de una raíz que intentaba atraparlo.
—¡Gracias! —respondió él, girando con rapidez y cortándola en dos.
El grupo trabajaba en una sincronía inesperada, como si el peligro los hubiera unido de manera natural. Finalmente, tras varios minutos de lucha, las raíces comenzaron a retroceder, quemadas y partidas.
Ayla, agotada pero decidida, observó los restos que quedaron en el suelo.
—Esto no es natural. Estas raíces estaban bajo el control de algo mucho más grande.
Malaquías limpió su espada, mirando el horizonte.
—Entonces, debemos seguir avanzando. No podemos permitir que este mal siga creciendo.
Darius asintió, aunque seguía jadeando por el esfuerzo.
—Si esto fue solo el principio, no quiero imaginar lo que nos espera más adelante.
Syrfi bajó a su altura, con una pequeña sonrisa para calmarlo.
—No te preocupes, grandote. Mientras trabajemos juntos, no hay nada que no podamos superar.
Darius soltó una carcajada, aunque breve.
—Eso espero.
Sin embargo, el ambiente seguía tenso. La pelea había sido solo una muestra de lo que los esperaba, y lo sabían. El grupo tomó un momento para recuperar el aliento antes de continuar su camino.
El bosque se volvía más denso y oscuro a medida que avanzaban. Las raíces negras eran cada vez más comunes, y el aire se sentía más pesado. Nadie lo dijo en voz alta, pero todos tenían la misma sensación: el verdadero enemigo aún no se había mostrado.