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Chapter 3 - capítulo 3: El Santuario de las Sombras

El crepitar de la hoguera iluminaba los rostros de los mercenarios con sombras danzantes. Habían decidido acampar en el límite del bosque, donde los árboles aún permitían que las estrellas fueran visibles. El aire estaba cargado con un silencio extraño, roto solo por el crujido de las ramas bajo el peso del viento. Aquel lugar, conocido como El Sitial de las Sombras, no era uno al que los lugareños se acercaran. Las historias sobre quienes habían osado cruzar sus límites terminaban siempre igual: desapariciones, gritos en la oscuridad y cadáveres que nunca se encontraban.

Sin embargo, los Cuervos de la Hoja Negra no eran conocidos por huir ante rumores o supersticiones. Para ellos, aquel bosque era una oportunidad, un camino hacia la gloria y la riqueza. Al menos, eso pensaban algunos de los hombres que rodeaban la hoguera.

Kaidan Dren, sentado ligeramente apartado del grupo, observaba las llamas con una expresión inescrutable. Su capa oscura descansaba sobre sus hombros, y en su mano enguantada sostenía una pequeña daga que giraba entre sus dedos con movimientos precisos, casi hipnóticos. Aunque el líder había explicado poco sobre el motivo de la misión, nadie se atrevía a cuestionarlo directamente. Su autoridad era absoluta, forjada en batallas sangrientas y decisiones que habían salvado al grupo en más de una ocasión.

No obstante, la incertidumbre flotaba en el ambiente como un humo invisible. Un arqueo se inclinó hacia un espadachín joven, el cual también se encontraba junto a la hoguera, y murmuró con un tono apenas audible:

—¿Qué crees que buscamos aquí? Este bosque no tiene buena fama, y el capitán no suelta prenda.

El espadachín, afilando su espada con movimientos lentos, respondió sin apartar la vista del metal:

—No es nuestra tarea hacer preguntas. Solo seguimos órdenes. Además, ¿no dijiste que te uniste a los Cuervos porque pagaban bien? Pues aquí estamos.

El arquero bufó y miró de reojo hacia Kaidan, quien seguía inmóvil, con los ojos fijos en las llamas.

—Sí, pero esto… —dudó un instante, bajando la voz aún más—. Esto es diferente. Nadie se acerca a este lugar por una buena razón. ¿Y si lo que busca el capitán no es un tesoro, sino algo peor?

El espadachín levantó la mirada, clavando sus ojos oscuros en los de su compañero. Su voz salió baja, pero firme:

—Entonces más vale que estés preparado. Si hay algo peor aquí, el capitán ya lo sabe. Y si él no tiene miedo, nosotros tampoco deberíamos.

A pesar de sus palabras, incluso el espadachín no podía ignorar el escalofrío que parecía emanar del bosque cercano. Los árboles se alzaban como columnas inmensas, sus ramas entrelazándose en un techo natural que prometía ocultar cualquier rastro de luz. Era como si el bosque respirara, como si estuviera vivo y vigilando.

Mientras tanto, Kaidan continuaba inmerso en sus pensamientos. Sus hombres podían especular todo lo que quisieran; al final, solo unos pocos conocían la verdad sobre su misión, y él no era de los que compartían información innecesaria. Su mente repasaba los detalles una vez más: el cliente, el objeto que buscaban, y las advertencias que había recibido antes de aceptar el contrato.

"Cualquier otro grupo habría rechazado esto", pensó, su rostro iluminado tenuemente por la luz de la hoguera. "Pero nosotros no somos cualquier grupo."

Una ráfaga de viento apagó parcialmente las llamas, arrancando un murmullo de alerta entre los hombres. Kaidan alzó una mano, calmándolos con un simple gesto.

—Descansen —ordenó, su voz firme y baja como el trueno antes de la tormenta—. Nos adentraremos al amanecer.

La confianza en su tono bastó para silenciar cualquier duda. Los Cuervos se dispersaron, algunos preparándose para dormir y otros asumiendo la primera vigilia. Aunque pocos se atrevían a admitirlo, el bosque parecía estar observándolos, como si fuera consciente de su presencia.

Kaidan se quedó junto a la hoguera, observando cómo las llamas morían lentamente. Mientras los demás se acomodaban, sus pensamientos regresaron al propósito de su misión. No buscaban riquezas, ni reliquias, ni fama. Lo que él quería estaba en las profundidades del bosque, y sabía que no sería fácil obtenerlo.

Por un momento, sus ojos se dirigieron al cielo. La luna, apenas visible entre las copas de los árboles, parecía un ojo vigilante. Sin apartar la mirada, murmuró para sí mismo:

—Las raíces más profundas no se quiebran… pero pueden ser arrancadas.

Finalmente, se levantó de su lugar junto al fuego y dio un par de pasos hacia el claro donde los hombres comenzaban a reunirse. Su postura erguida y su porte autoritario parecían calmar el ambiente, aunque el aire seguía denso, como si el bosque mismo estuviera esperando algo. Los mercenarios, que ya habían comenzado a preparar sus armas y equipo, detuvieron sus movimientos cuando Kaidan alzó la mano.

—Reúnanse —ordenó con voz firme.

Los mercenarios se alinearon rápidamente, mirando con atención a su líder. Entre ellos, algunos mostraron impaciencia, pero el peso de la mirada de Kaidan bastaba para que el silencio se apoderara del campamento.

Con una mirada calculadora, Kaidan observó a cada uno de sus hombres. Sabía que todos tenían la capacidad para moverse con sigilo y ejecutar emboscadas, pero el terreno sería diferente. No sería una misión común. No serían simples cazadores en busca de tesoros. Lo que acechaba en ese bosque requeriría una precisión milimétrica y un control absoluto sobre las emociones.

—Escuchen bien —comenzó Kaidan, su voz resonando en la fría noche—. El bosque nos observa, pero nosotros lo haremos nuestro. No hay espacio para errores. Eviten caminos abiertos, manténganse a cubierto. No estamos aquí para pasear, sino para movernos con discreción.

El líder hizo una pausa, mirando a su alrededor para asegurarse de que todos estuvieran escuchando atentamente. Algunos de los hombres intercambiaron miradas rápidas, otros asintieron sin decir palabra. Kaidan no era de los que confiaba en las dudas de sus soldados, y lo demostraba con su mirada fija y su presencia imponente.

—Mantendremos formaciones pequeñas —continuó—. El terreno es demasiado traicionero para grandes agrupaciones. Estaremos dispersos, pero cada hombre debe estar preparado para dar apoyo cuando sea necesario. Las emboscadas rápidas serán nuestra prioridad en caso de que alguien nos ataque.

Un murmullo recorrió el grupo, pero Kaidan lo acalló levantando la mano.

—Si no están dispuestos a seguir mis instrucciones, pueden regresar al campamento ahora. Aquí no hay lugar para dudas.

Los murmullos se apagaron inmediatamente, y todos los mercenarios asintieron, algunos con determinación, otros con una ligera aprensión en sus ojos. Sabían que desafiar a Kaidan no era una opción. La confianza que les inspiraba, forjada en años de batallas y victorias, era inquebrantable.

—Bien, preparen sus armas —ordenó Kaidan, señalando los equipos esparcidos por el campamento—. Espadas y lanzas de acero forjado, resistentes contra las criaturas mágicas que podrían encontrarse en el camino. Antorchas imbuidas de magia. Son nuestras mejores aliadas en esta oscuridad.

Mientras los mercenarios verificaban su equipo, Kaidan observó la atmósfera que los rodeaba. El aire estaba impregnado con la humedad de la neblina densa que emergía entre los árboles. No era un fenómeno natural. El bosque mismo parecía exhalar algo antinatural, algo que apretaba el pecho y hacía que los nervios se agudizaran. Incluso los más experimentados sentían la opresión de ese lugar.

Los rumores de los lugareños se convertían en una constante en sus mentes. No obstante, sus razones para entrar en ese bosque no podían ser detenidas por supersticiones. Había algo allí que Kaidan necesitaba, algo que solo podía ser encontrado en las profundidades donde la luz del día nunca llegaba.

El grupo estaba listo para moverse, y Kaidan les dio una última orden.

—Recuerden, no estamos aquí para explorar. Vamos a completar nuestra misión y salir. Sin excusas, sin retrasos.

Mientras los mercenarios se adentraban en el bosque, la densa niebla cubría sus movimientos. Solo las antorchas mágicas que portaban proporcionaban algo de claridad en la oscuridad. Cada paso parecía más pesado que el anterior, y aunque el grupo avanzaba con destreza, todos sentían que el bosque los vigilaba, que algo en sus entrañas se removía con cada uno de sus movimientos.

Kaidan, al frente, mantenía su concentración al máximo. Su objetivo estaba claro, pero el destino del grupo era incierto. El bosque no era solo un obstáculo natural; era un ente por derecho propio, y el líder lo sabía. Lo que verdaderamente buscaba en ese lugar no podía ser explicado con simples palabras. Solo lo sabían aquellos pocos que conocían su propósito verdadero.

Con un último vistazo al campamento detrás de ellos, Kaidan dio una orden silenciosa. La marcha comenzó. Y mientras avanzaban, el peso de la neblina, el silencio y la oscuridad se cerraban más sobre ellos, como si el propio bosque quisiera tragarlos.

El aire era espeso, y el suelo crujía bajo sus botas. No había sonido alguno, más allá de sus respiraciones y el susurro lejano del viento moviendo las hojas. La sensación de estar siendo observados no se desvanecía, y Kaidan lo sabía: este bosque no era solo un conjunto de árboles y raíces. Algo más lo habitaba, algo que los observaba, los probaba.

A medida que avanzaban más profundamente en la espesura, los árboles comenzaban a torcerse en formas grotescas, sus ramas se estiraban como garras, y la neblina se volvía aún más densa. Kaidan levantó la mano para señalarles a sus hombres que se detuvieran. Un paso en falso en este terreno podría ser fatal.

—Formaciones compactas —ordenó, su voz baja pero firme—. No bajen la guardia. Mantengan la disciplina.

El grupo obedeció, ajustando sus posiciones. Las antorchas mágicas arrojaban una luz titilante que parecía luchar contra las sombras. Los soldados, con espadas y lanzas firmemente sujetas, sabían que la amenaza podía llegar en cualquier momento.

De pronto, el suelo bajo sus pies tembló, y las raíces del bosque comenzaron a moverse. De forma impredecible, emergieron del suelo con una rapidez mortal, envolviendo las piernas de los soldados más cercanos. Kaidan vio cómo las raíces se alzaban como serpientes, abrazando con fuerza a varios de sus hombres.

—¡Retírense! —gritó uno de los soldados, mientras luchaba por liberarse.

Las raíces crecían más, entrelazándose alrededor de sus compañeros, y Kaidan observó la escena sin apartar la mirada. No había tiempo para sentir lástima. El objetivo seguía siendo el mismo: sobrevivir y cumplir la misión.

Con un grito bajo, Kaidan ordenó a sus hombres que formaran equipos pequeños. Mientras la batalla comenzaba a desatarse, Kaidan observó cómo las raíces, fuertes como acero, aplastaban huesos y atrapaban a sus hombres, quienes luchaban en vano por liberarse.

—¡Corten esas malditas raíces! —ordenó, su voz endurecida por la urgencia.

Los hombres comenzaron a atacar, pero era una lucha cuesta arriba. Cada soldado sabía que no solo luchaban contra las criaturas del bosque, sino también contra la propia esencia de este lugar.

Y entonces, como si el bosque no estuviera satisfecho con solo atacar con raíces, algo aún más grande emergió entre los árboles: los hombres árbol. Seres gigantescos, con troncos gruesos como pilares, cuyas extremidades de madera endurecida se movían con una fuerza devastadora.

Uno de estos colosos levantó su brazo y lo dejó caer con un estruendo, derribando a varios mercenarios. Los árboles caían con un estrépito ensordecedor, y la lucha se convirtió en un caos total.

—¡Mantengan la calma! —gritó Kaidan, cortando el aire con su voz—. ¡Enfréntenlos con todo lo que tienen!

Sus hombres, aunque diezmados por el ataque, reaccionaron con velocidad. Algunos de ellos utilizaron antorchas mágicas para iluminar y repeler a las sombras errantes que surgían de la oscuridad. Las sombras, veloces como un pensamiento, se movían por todo el campo de batalla, atacando de forma impredecible, causando terror y desorientación entre los mercenarios.

Pero Kaidan estaba preparado. Ordenó que formaran pequeños grupos, cada uno destinado a atacar con precisión y rapidez. Algunos mercenarios se encargaron de cortar las raíces que atrapaban a sus compañeros, otros lucharon contra los hombres árbol, mientras que otros más se encargaban de eliminar a las sombras.

—¡No se rindan! ¡Avancen! —vociferó Kaidan, su mirada implacable.

La batalla siguió su curso, pero a un alto costo. Los hombres árbol continuaban aplastando todo a su paso, y las sombras atacaban sin descanso. A pesar de sus esfuerzos, el grupo se vio rápidamente diezmado, con más de una docena de muertos y heridos.

La atmósfera estaba cargada de terror y desesperación. El bosque parecía no tener fin, y las criaturas que lo habitaban no daban tregua. Pero Kaidan no mostró signos de debilidad. No podía permitir que sus hombres cedieran. Tenían que seguir adelante.

Cuando el último hombre árbol fue derribado, y las sombras finalmente desaparecieron, el grupo quedó de pie, cubierto de sangre y sudor, pero aún con vida. La victoria había sido amarga, y los cuerpos caídos de sus compañeros eran un recordatorio del alto precio que habían pagado.

Kaidan observaba a los sobrevivientes entre los caídos, su rostro impasible. El aire estaba cargado de silencio y tristeza, pero la tarea no había terminado. El bosque, oscuro y profundo, aguardaba. A pesar de las bajas, sabía que el verdadero desafío apenas comenzaba. Caminó entre los cuerpos, su tono grave y autoritario resonando con fuerza en el aire pesado.

—Recuperen fuerzas —ordenó Kaidan—. Esta es solo la primera prueba. El bosque tiene más sorpresas para nosotros.

Las heridas de sus hombres se atendían con rapidez, usando magia para aliviar el dolor y vendajes improvisados. Algunos mercenarios, fatigados y golpeados, se tomaban un momento para lamentar a los caídos. El miedo estaba presente, pero la determinación de seguir adelante permaneció firme en sus corazones, a pesar del agotamiento y la incertidumbre que rodeaba cada paso. La misión aún no estaba terminada, y Kaidan no iba a permitir que su gente se detuviera.

Un soldado, visiblemente molesto, levantó la voz.

—¿Por qué seguimos? Ya perdimos a más de la mitad de nuestros hombres. ¿No es suficiente?

Kaidan lo miró fijamente, su mirada tan penetrante que el soldado se quedó sin palabras. Con una calma imperturbable, Kaidan respondió.

—Si nos detenemos ahora, no solo moriremos en vano. Nuestra historia será devorada por este bosque.

Con esas palabras, el grupo se reorganizó rápidamente, el ánimo pesado pero resuelto. Kaidan había decidido cambiar su estrategia: rutas más seguras, más cautela. No se enfrentarían directamente al bosque, al menos no aún. Cada paso debía ser calculado. La tensión entre los soldados aumentó, ya no solo por la amenaza externa, sino por los murmullos de desconfianza que se esparcían entre ellos.

El aire del bosque se volvió más espeso conforme avanzaban. La oscuridad parecía tragarse la luz, y los árboles, altos y retorcidos, crecían en formas que parecían moverse a su alrededor. El suelo pulsaba como si algo vivo estuviera bajo él, esperando a que alguien se atreviera a pisarlo.

De repente, la calma se rompió. Las druidas corruptas emergieron de las sombras. Sus ojos brillaban con un poder oscuro mientras las raíces del suelo se alzaban, atrapando a varios mercenarios, aprisionándolos con fuerza imparable. Las druidas controlaban el terreno, enviando ráfagas de fuego que estallaban en el aire, mientras una niebla venenosa se extendía, debilitando a los soldados.

Kaidan, sin perder la compostura, gritó órdenes.

—¡Divídanse en grupos pequeños! ¡Luchen con rapidez y precisión!

Las tácticas previas no funcionaban en este terreno. Pero Kaidan, con calma y destreza, organizó a los hombres en pequeños grupos. Cada uno luchaba con valentía, desarmando las trampas de las druidas y enfrentando las raíces que trataban de aprisionarlos. La batalla fue feroz, pero el grupo logró derrotar a las druidas corruptas.

Cuando el último hechizo fue lanzado y la niebla comenzó a disiparse, Kaidan hizo un recuento de los supervivientes. Solo quedaban 35 hombres en pie.

La victoria había sido alcanzada, pero a un alto costo. La sensación de haber perdido demasiado se cernía sobre el grupo. Sin embargo, Kaidan no perdió tiempo en lamentarse.

—¡Avancen! —ordenó, con voz firme—. La misión continúa.

El bosque, siempre vigilante, parecía observar cada uno de sus movimientos. Sus sombras se alargaban más de lo natural, como si quisieran envolver a los mercenarios en su manto oscuro. Los Cuervos, aunque exhaustos, no se atrevieron a desobedecer la orden de su líder. Sus pasos resonaban pesados en la tierra húmeda, cargados con el peso de las pérdidas y la incertidumbre.

Tras horas de marcha, Kaidan alzó una mano, ordenando detenerse. El campamento se montó con rapidez, pero no con la precisión acostumbrada. Los soldados, agotados, apenas hablaban entre ellos. El aire estaba cargado de un silencio incómodo que solo el crujir del fuego rompía ocasionalmente. Las miradas entre ellos hablaban de inquietud y descontento.

Un murmullo comenzó a surgir entre un grupo de soldados cerca de las llamas. Las palabras, primero apenas audibles, crecieron hasta que uno de ellos, un hombre de rostro endurecido por las batallas, se levantó y alzó la voz.

—¿Por qué seguimos adelante? —preguntó con firmeza, mirando directamente a Kaidan—. Hemos perdido a muchos, y por qué… ¿Por qué estamos aquí? ¿Qué buscamos realmente?

Otros soldados asintieron, murmurando su apoyo. El peso de la pregunta pareció extenderse como una nube sobre el campamento. Kaidan, que había estado observando desde la penumbra, se levantó. Avanzó lentamente hacia el fuego, sus pasos resonando como un recordatorio de su autoridad. Su figura, recortada contra las llamas, parecía aún más imponente.

—¿Por qué seguimos? —repitió, su voz grave y cargada de intención—. ¿Por qué es fácil? Ningún héroe es recordado por su comodidad. Solo aquellos que desafían lo imposible son inmortales.

La intensidad de sus palabras resonó en los corazones de los soldados. Las dudas, aunque no del todo disipadas, parecieron desvanecerse bajo el peso de su convicción. Kaidan no esperó una respuesta. Se giró y se retiró hacia las sombras, dejando a los hombres con sus pensamientos.

Horas más tarde, ya en movimiento, el bosque pareció abrirse, revelando una posición elevada desde la cual podían observar un claro a lo lejos. Kaidan alzó una mano, indicando a sus hombres que se detuvieran. Allí, en la distancia, un grupo avanzaba con determinación: cuatro figuras destacaban entre la neblina. Malaquías, Darius, syrfil y Áyla caminaban juntos, sus movimientos firmes y coordinados.

Kaidan observó con atención, intrigado. Había algo en ellos que no era común. No era solo su capacidad para moverse a través del bosque, sino la extraña confianza que irradiaban.

—No ataquen —ordenó Kaidan, su voz apenas un susurro—. Observemos.

Los Cuervos permanecieron ocultos, sus figuras oscurecidas por las sombras de los árboles. Desde su posición elevada, el grupo observaba con atención la escena que se desarrollaba en el claro. Los árboles se inclinaban ligeramente hacia el interior, como si fueran testigos silenciosos de lo que estaba a punto de suceder. Kaidan, con los ojos fijos en los cuatro viajeros, analizó cada movimiento. Había algo en ellos que lo inquietaba. No eran simples aventureros; había una precisión en su andar, una tensión en sus cuerpos que hablaba de disciplina y experiencia.

El aire estaba denso, cargado con la humedad y los aromas del bosque: tierra húmeda, hojas en descomposición, y un leve rastro de algo más oscuro, casi corrupto. Los sonidos eran mínimos, apenas el crujido ocasional de una rama bajo el peso de algún animal. Sin embargo, todo cambió en un instante cuando una figura oscura emergió de las profundidades del bosque. Era una druida corrupta, su figura grotesca envuelta en raíces negras que se retorcían con vida propia. Los ojos de la criatura brillaban con una luz verde enfermiza, y su presencia parecía infectar el entorno.

Kaidan alzó una mano, indicando a sus hombres que permanecieran en silencio. La criatura avanzó lentamente hacia los viajeros, y, como si el bosque mismo respondiera a su voluntad, las raíces del suelo comenzaron a moverse, creciendo como serpientes en dirección al grupo.

Malaquías fue el primero en reaccionar. Su espada destelló con un movimiento preciso mientras cortaba una de las raíces que intentaba atraparlo. Su postura era firme, su mirada fija en la druida. Cada uno de sus movimientos era calculado, casi como si estuviera siguiendo una danza mortal. Syrfil, moviéndose con una gracia casi etérea, desvió una raíz que se dirigía hacia ella, sus alas translúcidas brillando tenuemente bajo la luz que se filtraba entre los árboles. Su velocidad y agilidad parecían sobrenaturales, dejando a Kaidan intrigado.

Ayla, situada un poco más atrás, extendió sus manos y conjuró un círculo mágico que emitía una luz suave pero poderosa. Su magia parecía ser una barrera contra los hechizos oscuros de la druida, que gruñía con frustración al ver cómo sus ataques eran repelidos. Darius, por su parte, permanecía tranquilo, casi indiferente, pero cuando una raíz intentó envolverlo, se movió con una rapidez sorprendente, destrozándola con un solo golpe. Su postura relajada era un contraste inquietante con la brutalidad de sus movimientos.

El enfrentamiento se intensificó rápidamente. La druida, al darse cuenta de que no podría derrotarlos con simples raíces, levantó ambos brazos y lanzó un hechizo que hizo temblar el suelo. Del suelo surgieron espinas enormes que se dirigieron hacia el grupo. Syrfil, con un vuelo ágil, esquivó las espinas mientras atacaba desde lo alto, lanzando pequeñas esferas de energía que explotaban al impactar contra las raíces. Malaquías, siempre al frente, dirigía la ofensiva, cortando espinas y raíces con una fuerza implacable.

Ayla, mientras tanto, mantenía su barrera mágica activa, protegiendo al grupo de los ataques más peligrosos. Darius, con movimientos precisos, atacaba cuando era necesario, destruyendo las espinas que se acercaban demasiado. El trabajo en equipo del grupo era evidente; cada uno parecía conocer el papel que debía desempeñar, actuando con una coordinación que Kaidan no había visto en mucho tiempo.

La druida, ahora claramente debilitada, intentó un último ataque. Con un grito ensordecedor, las raíces se alzaron en un movimiento desesperado, formando una masa gigantesca que se abalanzó hacia Malaquías. Pero él, con un movimiento fluido, esquivó el ataque y lanzó un golpe final que atravesó el corazón de la criatura. Syrfil descendió rápidamente, lanzando un hechizo que desintegró las raíces restantes. La druida cayó al suelo, sus ojos perdiendo el brillo maligno mientras su cuerpo se descomponía lentamente en el suelo.

Kaidan dejó escapar un leve suspiro, aunque sus ojos permanecieron fijos en el grupo. Habían enfrentado a una amenaza formidable con una coordinación que no se veía en simples aventureros. Había fuerza, pero también algo más profundo: un vínculo que parecía ir más allá de la simple supervivencia.

—Nos acercaremos —dijo finalmente, con un tono que no admitía discusión. Sus hombres asintieron en silencio. Descendieron con cautela, sus pasos silenciosos como el viento. Kaidan lideraba al grupo, su postura imponente pero relajada, sus manos lejos de las armas, como un gesto de respeto.

El grupo de Malaquías se volvió hacia ellos al instante, sus cuerpos tensos, sus armas listas para el combate. Los ojos de Malaquías se encontraron con los de Kaidan, y la desconfianza fue inmediata.

—¿Quiénes son? —preguntó Malaquías con voz fría. La dureza en su tono no dejó dudas sobre su disposición a luchar si era necesario.

Darius, detrás de él, observaba a los recién llegados con aparente indiferencia, pero sus ojos no perdían ningún detalle. Syrfil se colocó cerca de Ayla, sus alas agitándose ligeramente mientras observaba a los desconocidos. Fue Ayla quien rompió el silencio, su voz firme pero conciliadora.

—Este bosque no es lugar para enfrentamientos innecesarios. Si están aquí, deben tener un propósito. Lo mismo que nosotros. Quizás podamos ayudarnos mutuamente.

Kaidan escuchó sus palabras con atención antes de responder.

—Puede ser. Pero eso dependerá de ustedes. No busco pelea, solo un objetivo claro.

Malaquías mantuvo su postura defensiva, pero los demás parecían considerar la propuesta. La tensión en el aire era palpable, como si el bosque mismo aguardara para ver el desenlace de aquel encuentro.

Kaidan escuchó sus palabras con atención antes de responder, su tono firme pero sin hostilidad aparente:

—Puede ser. Pero eso dependerá de ustedes. No busco pelea, solo un objetivo claro.

El aire alrededor de los dos grupos parecía detenerse, cargado de una tensión palpable. Los árboles crujían ligeramente, como si fueran testigos de un momento crucial. Malaquías, aún con la espada en mano, no bajó la guardia. Sus ojos se clavaron en los de Kaidan, buscando algún rastro de engaño, algo que delatara una amenaza oculta. Pero Kaidan se mantenía firme, su postura erguida y relajada, como si nada en el mundo pudiera intimidarlo.

Ayla avanzó un paso, rompiendo el pesado silencio.

—Este bosque está lleno de peligros. Si nuestras metas son diferentes, quizás podamos compartir el camino por un tiempo. Pero no esperes que confiemos en ti tan fácilmente.

Syrfil, a su lado, agitó levemente sus alas, su mirada fija en los hombres de Kaidan. Aunque su aspecto etéreo y delicado podía sugerir vulnerabilidad, había en ella una calma calculadora, una energía contenida lista para ser liberada si la situación lo requería. Darius, como siempre, permanecía en la retaguardia, su semblante indiferente, aunque sus manos descansaban peligrosamente cerca de sus armas.

Finalmente, Malaquías bajó la espada, aunque no la enfundó del todo.

—Si decides traicionarnos, no tendrás tiempo de arrepentirte. —Su tono era cortante, dejando claro que cualquier alianza sería temporal y bajo estricta vigilancia.

Kaidan asintió, una leve sonrisa formándose en sus labios, aunque sus ojos permanecieron fríos.

—Entendido.

El bosque, que hasta entonces parecía contener el aliento, pareció relajarse levemente. Una vez alcanzado el acuerdo, ambos grupos continuaron su marcha en silencio, sus pasos resonando suavemente sobre el suelo cubierto de hojas y raíces.

A medida que avanzaban, el ambiente comenzó a cambiar. Los árboles se volvían más grandes, sus ramas entrelazadas creando una especie de cúpula natural que bloqueaba casi toda la luz. Una oscuridad pesada y opresiva envolvía a los viajeros, mientras que un aroma acre llenaba el aire, como si algo en el corazón del bosque estuviera muriendo lentamente.

—¿Qué es este lugar? —preguntó uno de los hombres de Kaidan, rompiendo el silencio.

Frente a ellos, emergió una estructura colosal: el Santuario de las Raíces Corruptas. Sus paredes parecían formadas por un entretejido de raíces negras, retorcidas y pulsantes, como si estuvieran vivas. Árboles gigantes rodeaban la estructura, sus troncos desgarrados y sus hojas marchitas, pero aún de pie, como guardianes derrotados.

Estatuas de figuras humanoides, probablemente antiguos druidas, se alzaban en las paredes del santuario. Sus rostros estaban deformados en expresiones de agonía y furia, y de sus bocas abiertas emanaba un susurro apenas audible que ponía la piel de gallina.

—Es peor de lo que imaginé —murmuró Syrfil, su voz apenas un susurro, mientras sus alas se cerraban ligeramente detrás de ella, como un reflejo de su incomodidad.

El aire se sentía cargado, pesado, como si una fuerza invisible intentara aplastar a quienes se atrevían a acercarse. Algunos soldados de Kaidan se detuvieron, el miedo reflejado en sus rostros. Uno de ellos incluso retrocedió un paso antes de que Kaidan lo mirara con severidad.

—¿Tienes miedo? —preguntó Kaidan, su tono gélido como el acero—. Entonces regresa. Pero recuerda, no hay gloria en retroceder.

El hombre, avergonzado, apretó los dientes y volvió a su posición.

Malaquías observaba todo con atención. Aunque mantenía su expresión fría, sentía el peso del lugar en su pecho, una opresión que no podía ignorar.

—Esto no es natural —murmuró Ayla, su mirada fija en las raíces que parecían moverse levemente, como si respiraran.

—Nada aquí lo es —respondió Darius, su voz tranquila pero cargada de seriedad.

Dentro del santuario, el ambiente era aún más opresivo. Las paredes, formadas por raíces negras y húmedas, parecían estar vivas, latiendo débilmente al ritmo de un corazón oscuro y corrupto. Pequeñas luces verdes flotaban en el aire, como luciérnagas, pero su brillo no tenía nada de cálido. En cada rincón, la humedad impregnaba el aire y las sombras parecían retorcerse de forma extraña, como si observaran al grupo.

—Manténganse alerta —ordenó Kaidan, aunque no hacía falta decirlo. Todos estaban tensos, sus armas listas para cualquier amenaza.

El eco de sus palabras se perdió rápidamente en el vasto santuario, cuya profundidad parecía no tener fin. Las raíces cubrían el suelo y las paredes, formando un enredo intrincado que dificultaba el paso, pero al mismo tiempo, el suelo vibraba de una manera extraña, como si el santuario mismo respirara, y lo hacía al ritmo de la presencia del grupo. Los miembros del equipo avanzaban con cautela, mirando a su alrededor, cada uno sintiendo esa presión en el aire. No era solo la humedad ni el frío, sino una sensación mucho más profunda: algo estaba observándolos. Y no era solo el ambiente, sino algo más, una presencia latente que se estaba despertando.

Kaidan dio un paso al frente, su rostro tenso, concentrado. Sabía que lo peor aún estaba por llegar. Malaquías, a su lado, sentía el peso de la oscuridad del lugar, como si sus sentidos se estuvieran nublando poco a poco. La conexión con su espada, siempre tan nítida, se veía interrumpida por la extraña energía que emanaba de las raíces. Sintió que las paredes se cerraban a su alrededor, pero continuó, sin dejarse atrapar por el miedo.

—Este lugar no me gusta —comentó Syrfil en voz baja, acercándose a Ayla mientras observaba las raíces moverse a su alrededor, como si siguieran un patrón de vida propio.

Ayla no respondió de inmediato. Ella también sentía la tensión. Sin embargo, su mirada estaba fija en algo más: un mecanismo grabado en la pared del santuario. Era pequeño, casi insignificante entre el caos de raíces, pero algo en él le llamó la atención. Las inscripciones en el muro brillaban débilmente con la misma luz verde que flotaba en el aire. Al acercarse y tocarlo, una vibración sutil recorrió sus dedos, y en ese momento, todo cambió.

Las raíces en las paredes comenzaron a moverse, como si respondieran a la vibración, al toque de Ayla. A lo lejos, se escuchó un crujido profundo, y el santuario empezó a temblar levemente. La tensión en el aire aumentó de manera inmediata, y la luz verde comenzó a intensificarse, convirtiéndose en un resplandor enfermo que iluminaba las paredes de manera antinatural.

—¿Qué has hecho? —preguntó Kaidan, girándose rápidamente hacia Ayla, pero su voz se ahogó con el sonido de un zumbido cada vez más fuerte.

Las raíces empezaron a retirarse lentamente, revelando una cápsula metálica gigantesca incrustada en el centro del santuario. El resplandor de las inscripciones comenzó a brillar con fuerza, y la cápsula empezó a abrirse lentamente, como si estuviera despertando de un largo sueño. En su interior, una figura sombría estaba oculta, esperando ser liberada. El aire se volvió más denso, y una oscuridad profunda rodeó la estructura. La atmósfera del santuario se volvió aún más pesada, como si la tierra misma estuviera a punto de ceder.

Un crujido ensordecedor se escuchó cuando las últimas partes de la cápsula se abrieron. Un temblor recorrió el suelo, y de la oscuridad emergió una figura gigante, un ser de metal y raíces entrelazadas, con placas metálicas negras cubriendo su cuerpo. Su rostro era una máscara lisa y oscura, sin rasgos, salvo dos líneas de luz blanca que parpadeaban como ojos en la negrura de su rostro. Raíces metálicas emergían de su espalda, moviéndose con una rapidez letal, como tentáculos que buscaban envolver a los intrusos en su camino.

El "Guardián del Umbral" estaba ante ellos.

Kaidan retrocedió rápidamente, con la mano extendida hacia sus hombres. Pero ya era demasiado tarde. La figura empezó a moverse, su gigantesca altura de más de cuatro metros dominando la escena. Las raíces que cubrían su cuerpo comenzaron a dispararse hacia el suelo, golpeando con fuerza el terreno y liberando máquinas diminutas, drones formados por raíces entrelazadas y metales pulidos. Estos drones atacaron con gran precisión, se movían de forma rápida y casi impredecible, como si estuvieran coordinados por una inteligencia propia. Los mercenarios se vieron rápidamente abrumados, cayendo bajo los ataques que no daban respiro.

El santuario cobró vida de una manera aterradora. Las raíces que cubrían las paredes y el suelo se levantaron y se retorcieron, rodeando a los miembros del grupo. Syrfil y Ayla intentaron conjurar barreras mágicas para proteger al grupo, pero las raíces se extendieron, y su magia se vio superada por la fuerza de la criatura.

—¡No podemos enfrentarnos a esto de forma frontal! —gritó Kaidan, intentando ordenar a sus hombres mientras el caos se desataba.

Malaquías, con su agilidad acostumbrada a las batallas, esquivó con destreza los ataques, pero pronto se dio cuenta de que no podía seguir el ritmo del enemigo. La criatura no solo era fuerte, sino que su control sobre el entorno era absoluto. Cada movimiento que hacía estaba acompañado por una alteración del terreno, como si la gravedad misma se doblara a su voluntad, desestabilizando a todos a su alrededor.

—¡Agrúpense! ¡Vengan hacia mí! —ordenó Kaidan, pero la criatura los desbarataba rápidamente, destruyendo sus formaciones con ataques masivos de ondas de choque. Cada golpe del guardián golpeaba el suelo con tal fuerza que la tierra temblaba, enviando a los mercenarios volando por los aires.

Syrfil, sabiendo que necesitaban tiempo para encontrar una solución, comenzó a desactivar las raíces que protegían al enemigo. Su magia se concentró en una de las áreas más densas, donde las raíces se agrupaban de forma más apretada. Ayla, con su destreza mágica, comenzó a alterar la energía dentro del santuario, tratando de crear una reacción que debilitara al enemigo. Pero la batalla se volvía cada vez más desesperante.

Mientras tanto, Darius y Malaquías, trabajando en conjunto, comenzaron a explorar el santuario en busca de un punto débil. La criatura parecía reaccionar de manera predecible, y se dieron cuenta de que si lo atraían hacia un área específica del santuario, podrían lograr que cometiera un error.

—¡Darius, al pilar! —gritó Malaquías, señalando uno de los pilares caídos en el centro del santuario.

Ambos se movieron rápidamente, atrayendo al Guardián hacia el lugar indicado, mientras Kaidan y los pocos mercenarios restantes intentaban distraerlo con ataques a distancia. El guardián, implacable, no dejaba de generar más drones y manipular las raíces a su alrededor.

Pero la cooperación entre los grupos no tardó en dar resultados. El pilar cayó con un estruendo, y justo cuando el Guardián se acercaba, el suelo bajo sus pies cedió. Fue en ese momento cuando Syrfil, con un gesto rápido, logró desactivar la barrera de energía del guardián, dando una oportunidad única.

Malaquías, aprovechando la brecha, se lanzó al ataque con toda su velocidad y destreza. Con un movimiento rápido, asestó un golpe directo al núcleo de la criatura, destruyendo su escudo. Pero la batalla no había terminado. El Guardián, en su último aliento, cayó hacia atrás, dejando caer una llave metálica con inscripciones arcanas.

Darius se acercó rápidamente y recogió la llave, sintiendo que era un objeto crucial para avanzar. Un silencio inquietante se apoderó del santuario. La tensión aún no se disipaba.

Las raíces comenzaron a retraerse lentamente, y el grupo observó que, con la caída del enemigo, algo más estaba a punto de ocurrir.

El silencio en el santuario era profundo y abrumador, casi insoportable. Las raíces, que antes se movían con vida, ahora se estaban retirando, deslizándose lentamente hacia las paredes y el suelo, como si el mismo santuario estuviera exhalando un último suspiro de alivio. Las luces verdes que flotaban en el aire se desvanecieron gradualmente, apagándose una por una hasta que el ambiente quedó sumido en una oscuridad parcial, iluminada solo por el débil resplandor de las inscripciones en las paredes.

Malaquías respiraba con pesadez, su espada empapada en sudor y sangre. Había sido una batalla extenuante, y aunque el Guardián del Umbral había caído, el aire seguía denso, lleno de una energía que no se disipaba por completo. El grupo se mantenía alerta, observando con cautela el espacio que los rodeaba.

—¿Está… está muerto? —preguntó Syrfil, aún con la mano temblorosa sobre su arma, pero sin hacer un solo movimiento.

Kaidan observaba la figura caída del Guardián, su mirada fija en la llave metálica que Ayla había recogido del suelo. Sin embargo, sus ojos no solo estaban centrados en el objeto, sino que también analizaban el entorno. Algo no estaba bien.

—No… no es el final —respondió Kaidan con voz grave. La sensación en el aire seguía siendo ominosa. No podía ignorar la extraña sensación de que algo los observaba. Algo estaba por suceder, y no sería bueno.

Ayla, mientras tanto, examinaba la llave con más detalle. Era metálica, pero tenía un brillo etéreo, como si hubiera sido forjada en una materia que no pertenecía a este mundo. Las inscripciones en su superficie no eran de ningún idioma conocido, pero había algo familiar en ellas. Algo que resonaba en su interior, como si la llave estuviera conectada con algo más grande, con una fuerza más antigua.

—Esto… esto no es una llave común —dijo Ayla, su voz tensa mientras se mantenía mirando el objeto con una mezcla de fascinación y preocupación. —Parece… que pertenece a un mecanismo. Un sistema de sellado, tal vez.

Malaquías, aún agitado por la batalla, se acercó a ella. Sus ojos se centraron en la llave, pero algo en su interior le decía que no debían seguir adelante. Algo en su intuición le gritaba que el Guardián no era más que un obstáculo menor, una prueba antes de algo mucho más oscuro.

—¿Qué crees que abrirá esta llave? —preguntó Malaquías, observando la reacción de Ayla. Sabía que la respuesta podría ser peligrosa.

Ayla levantó la llave hacia el aire, examinándola con más cuidado. De repente, las inscripciones brillaron con intensidad, como si la llave respondiera a su presencia.

—No lo sé —admitió Ayla, pero sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa—. Pero hay algo aquí. Algo que se esconde. Y si no lo detenemos ahora… lo que venga después será mucho peor.

Darius, que había estado en silencio, observó el entorno con creciente preocupación. No podía ver el futuro con claridad, pero algo en su interior le decía que este santuario no era un lugar cualquiera. Las raíces, los símbolos y la energía en el aire eran parte de algo mucho más grande, algo que quizás nunca entenderían por completo.

—Deberíamos irnos —dijo Darius, sin apartar la mirada del Guardián caído. —Este lugar no está hecho para nosotros. La llave puede ser peligrosa, pero seguir adelante solo nos traerá más problemas.

Kaidan asintió lentamente. Aunque no quería admitirlo, Darius tenía razón. El peligro seguía latente, y el santuario había sido diseñado para algo mucho más oscuro que ellos. La llave podría ser la clave para algo que aún no entendían, pero al mismo tiempo, la decisión de seguir podría significar su perdición.

En ese momento, el suelo comenzó a temblar ligeramente. No era el mismo temblor de antes, cuando el Guardián del Umbral había caído, sino algo diferente. Algo que venía de las profundidades. Las paredes empezaron a crujir, y las raíces, que antes se habían retirado, comenzaron a moverse nuevamente, pero de una manera más caótica. El sonido de una puerta que se abría retumbó en el aire, profundo y ominoso.

—¡Rápido! —gritó Kaidan. Su tono era urgente, y sus ojos brillaban con la urgencia de una batalla que aún no había terminado. —¡Tenemos que irnos ahora!

Malaquías miró a su alrededor, y su sentido de peligro se activó con fuerza. Sabía que la situación se estaba saliendo de control. Algo estaba despertando en las entrañas de ese lugar, y no importaba cuánto lo intentaran, no podían escapar de lo que estaba por venir.

Ayla metió rápidamente la llave en uno de los mecanismos ocultos en la pared, siguiendo una corazonada. Un resplandor cegador llenó el santuario, y las raíces comenzaron a crujir y desmoronarse. Las paredes se deshicieron lentamente, como si estuvieran regresando a su estado original. La energía que antes era oscura comenzó a cambiar, tornándose más brillante, pero esa luz era mucho más peligrosa que la oscuridad previa.

De repente, una fuerza gigantesca surgió del suelo, arrastrando a todos hacia abajo. Los miembros del grupo, sin tiempo para reaccionar, cayeron uno tras otro, mientras el suelo se hundía bajo sus pies. La luz cegadora se intensificó, y el santuario se empezó a desmoronar a su alrededor, como si toda la estructura estuviera cayendo en pedazos.

Malaquías y los demás cayeron al vacío, hacia lo desconocido.

La caída fue más larga de lo que cualquiera hubiera imaginado. El aire a su alrededor se estiraba, como si el tiempo mismo se deshiciera en el vacío. Cada segundo se sentía como una eternidad mientras sus cuerpos descendían en espiral, arrastrados por un viento invisible que parecía empujarlos hacia lo desconocido. Aunque no podían ver mucho en la oscuridad, el susurro de la caída resonaba en sus oídos, amplificado por el silencio que los rodeaba.

De repente, un destello de luz rodeó a Syrfil y Ayla. Sus manos brillaron al unísono, las dos en el mismo gesto de concentración. La magia fluía de ellas, moldeándose en una esfera protectora que amortiguaba la velocidad de la caída. Era un esfuerzo conjunto, y a pesar de la tensión, sus rostros mostraban determinación. Sabían que no había margen de error.

El suelo llegó finalmente, pero no de la manera que se temía. La sensación fue más una desaceleración repentina que un choque violento. Aunque la magia no había podido eliminar por completo el peso de la gravedad, la caída fue menos destructiva de lo que hubiera sido sin la intervención de los dos hechiceros. Aún así, la vibración que recorrió sus cuerpos al aterrizar los dejó atónitos.

El lugar al que llegaron no era como nada que hubieran imaginado. No era un terreno sólido, ni una tierra firme. El suelo bajo sus pies era una mezcla extraña de metal frío y algo que parecía... orgánico. Algo que respondía a su presencia. La superficie era viscosa y resbaladiza, como si fuera una sustancia que respiraba, cambiando bajo su peso. No había tierra, ni piedra, ni ninguna de las familiaridades que pudieran haber esperado.

El aire era espeso, como si todo estuviera impregnado de una neblina sutil que no era visible pero sí palpable. La respiración de los tres se volvía más pesada, como si estuvieran inhalando algo denso que dificultaba el paso del aire. No había sonidos claros, solo el murmullo distante de algo, quizás el eco de su propia presencia. La quietud del lugar era profunda, casi asfixiante, con la sensación de que todo a su alrededor los observaba en silencio.

Kaidan fue el primero en levantarse, tambaleándose al principio, pero finalmente encontrando su equilibrio. Miró a su alrededor, evaluando el entorno con desconfianza. Había algo en el aire que lo ponía nervioso, algo en el lugar que no podía entender. Sus ojos recorrían las paredes, que, aunque oscuras, tenían una ligera resplandecencia. No era luz, pero brillaban débilmente, como si una energía latente estuviera almacenada en ellas.

—Esto no... no es posible —dijo Darius, su voz quebrada por la sorpresa y el desconcierto. No importaba cuántas veces lo repitiera, no podía darle sentido a lo que veía. Estaban en un lugar completamente ajeno, sin ningún punto de referencia. No era un santuario, ni un templo. Era algo mucho más extraño, como si la misma naturaleza del lugar estuviera hecha para desconcertarlos.

Syrfil y Ayla también se habían levantado, sus ojos buscando alguna explicación en el vacío que los rodeaba. Los símbolos en las paredes brillaban de forma incesante, y aunque no parecían tener una estructura coherente, había algo en su disposición que sugería que no eran simples decoraciones. La sensación de que el lugar estaba vivo era palpable, casi insoportable.

—No hay forma de que esto sea natural —murmuró Ayla, tocando una de las paredes con cautela. Su dedo dejó una estela de luz, como si al entrar en contacto con el material, este reaccionara, pero no hacía ruido. Solo emitía una vibración suave que resonaba en sus huesos.

Malaquías observaba todo en silencio. La caída había sido lo suficientemente extraña como para que su mente estuviera procesando aún lo que había ocurrido. El miedo a lo desconocido estaba presente, una sensación incómoda que se apoderaba de él mientras sus ojos se ajustaban a la penumbra. No era solo la caída lo que lo inquietaba, sino el entorno en el que ahora se encontraba. Algo sobre ese lugar le resultaba inquietante. Como si todo fuera una trampa, una trampa que apenas comenzaban a comprender.

—Esto no es un simple santuario —dijo Malaquías, su voz grave. Aunque la duda aún pesaba sobre él, algo dentro de su ser le decía que el verdadero desafío comenzaba ahora. No estaban simplemente en un espacio extraño, sino dentro de algo mucho más grande. Algo que aún no sabían, pero que podía cambiarlo todo.

El aire parecía volverse más pesado, y la presión en su pecho se intensificaba. Sin embargo, a pesar del miedo palpable, la determinación en los ojos de los presentes no flaqueaba. Ninguno sabía exactamente lo que estaba sucediendo, pero todos sentían que debían avanzar. Algo los había traído hasta aquí, y aunque las respuestas estaban aún distantes, no podían darse el lujo de quedarse inmóviles.

Malaquías respiró profundamente, sintiendo el frío de la oscuridad que lo rodeaba, como una manta pesada que intentaba sofocar cualquier pensamiento claro. Pero su propósito era firme. A pesar de la incertidumbre, avanzó un paso hacia adelante. La sensación de desorientación lo invadía, pero se obligó a seguir caminando. Algo en su interior le decía que había más en este lugar de lo que los ojos podían ver. Necesitaban respuestas.

De repente, un sonido metálico, casi imperceptible, comenzó a resonar a través del suelo. El leve retumbar pareció crecer en intensidad, como si algo debajo de ellos se estuviera despertando. Darius, que caminaba al frente, dio un paso decidido, pero en ese momento algo debajo de su pie hizo clic. Un destello de luz azulada se extendió por todo el suelo, y antes de que cualquiera de ellos pudiera reaccionar, una vibración profunda recorrió el aire.

Un resplandor cegador llenó el espacio y, sin previo aviso, el suelo comenzó a ceder bajo sus pies. Un extraño sonido los envolvió, un eco vacío que resonaba como si todo el santuario estuviera a punto de desmoronarse. Malaquías, junto a los demás, sintió que el mundo a su alrededor se desvanecía por completo. El último vistazo que intercambiaron fue uno de desconcierto y sorpresa, pero ya no hubo tiempo para palabras. Un segundo después, el grupo se desintegró en la luz.

Cuando la neblina comenzó a disiparse y el calor del resplandor se desvaneció, el lugar había cambiado completamente. Los miembros del grupo ya no estaban juntos, sino dispersos en diferentes partes del santuario.

Darius, con los ojos aún ajustándose a la nueva penumbra, se encontraba en un estrecho pasillo que se alargaba interminablemente. Las paredes de metal se curvaban hacia arriba como si intentaran atrapar la luz que apenas entraba, y el aire estaba cargado de una electricidad palpable. A su lado, Ayla estaba igualmente desorientada, con la misma expresión de incomodidad. Ambos intercambiaron miradas, intentando entender cómo habían llegado allí. Sin embargo, la sensación de urgencia era inconfundible. No tenían más opción que avanzar.

En otro lugar, Syrfil emergió de la neblina acompañado de Kaidan y los tres mercenarios. Todos estaban visiblemente desorientados, pero juntos formaban un grupo más cohesionado. El lugar en el que se encontraban era una cámara de proporciones inmensas, con columnas que parecían fluir como líquido sólido, reflejando los destellos de un azul etéreo. Syrfil, con su mirada aguda, intentó discernir algún patrón en las estructuras, mientras Kaidan observaba con cautela, intentando encontrar algo familiar en el entorno. Los tres mercenarios, por su parte, mantenían la formación defensiva, atentos a cualquier amenaza.

Malaquías, al mismo tiempo, se encontró en una sala circular pequeña. Las paredes que lo rodeaban parecían estar hechas de un material extraño, oscuro, que se movía lentamente, como si tuvieran conciencia propia. El sonido de su respiración resonaba en el espacio, quebrando el silencio total que lo envolvía. Al igual que los demás, no entendía lo que sucedía, pero la sensación de que debía continuar era apremiante. Aunque solo, se adentró en la sala, el peso de la situación comenzaba a presionar sobre él, pero sabía que no podía detenerse. Algo más grande que él estaba sucediendo, y debía ser parte de ello.

Cada uno, ahora enfrentando diferentes caminos, sentía la misma tensión creciente. Nadie había tenido control sobre lo que ocurrió, pero ahora debían enfrentarse a los desafíos que el lugar les deparaba, aún sin saber cómo podrían reunirse nuevamente.