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Chapter 2 - Capítulo II. Vínculos

El tiempo había pasado en un suspiro dentro de la mansión Rosier. Desde los días en que Dorian apenas comenzaba a gatear entre los corredores interminables, ahora era un niño de seis años lleno de curiosidad y energía controlada. La casa, con su atmósfera elegante y enigmática, seguía siendo el escenario perfecto para las historias que construía en su mente. Los corredores oscuros, las bibliotecas inexploradas y los jardines secretos formaban su mundo personal de aventuras.

Desde que cumplió tres años, Bellatrix había tomado como una misión personal enseñarle movimientos básicos con una varita. Aunque Dorian aún no podía canalizar magia, Bellatrix insistía en que entender el lenguaje corporal y la precisión serían esenciales cuando llegara el momento. Las lecciones comenzaron como algo casual, con ramas improvisadas como varitas, pero pronto se convirtieron en sesiones regulares que mezclaban aprendizaje y juegos.

Ahora, con seis años, Dorian había avanzado en su habilidad para imitar los movimientos con sorprendente precisión. Una tarde, mientras el sol proyectaba su luz dorada sobre el lago frente a la mansión, Bellatrix lo observaba practicar.

—Tu postura ha mejorado mucho, pequeño —comentó, cruzando los brazos mientras lo veía realizar un giro con la "varita" en la mano.

Dorian se detuvo y giró hacia ella con una pequeña sonrisa.

—Es gracias a ti, Bella. ¿Puedes enseñarme algo más difícil? —preguntó, sus ojos llenos de expectación.

Narcissa, sentada cerca en un banco de mármol, soltó una risa suave.

—Si sigues pidiéndole más, terminarás agotándote antes de la cena.

Bellatrix sonrió con su característico aire de desafío y se acercó a Dorian.

—El agotamiento es parte del aprendizaje, Cissy. Pero, por ahora, descansa. Practicaremos más tarde.

Dorian obedeció, aunque en su interior sentía una chispa de frustración. Quería demostrar que podía hacer más, que era digno de las enseñanzas de sus queridas hermanas mayores.

El vínculo con las hermanas Black

La relación entre Dorian y las hermanas Black se había fortalecido con el tiempo. Bellatrix y Narcissa parecían disfrutar de su compañía tanto como él de la suya. Bellatrix encontraba en Dorian un espíritu similar al suyo: decidido, curioso y con un fuerte deseo de destacar. Narcissa, en cambio, veía en él una dulzura que equilibraba la intensidad de su hogar. Ambas lo cuidaban con un cariño que sorprendía incluso a Vinda, quien observaba desde las sombras con una mezcla de orgullo y satisfacción.

Andrómeda, sin embargo, era diferente. Si bien al principio había sido una presencia constante en la vida de Dorian, sus visitas se hicieron menos frecuentes con el paso del tiempo. Cuando aparecía, casi siempre lo hacía sola, evitando las interacciones con sus hermanas.

En una ocasión, mientras Dorian jugaba con unas piezas de ajedrez mágico, Andrómeda se sentó a su lado en silencio. Él levantó la vista y le dedicó una sonrisa.

—¿Vas a jugar conmigo, Andy? —preguntó, ofreciendo una de las piezas.

Andrómeda tomó el caballero negro y lo giró en sus manos.

—No hoy, Dorian. Solo quería verte.

Dorian no entendía del todo su respuesta, pero aceptó su presencia con la naturalidad de un niño que aún no conoce la complejidad de las emociones humanas.

Después de que Andrómeda se marchara, Dorian se acercó a Bellatrix y Narcissa, quienes estaban sentadas en el gran salón.

—¿Por qué Andy ya no juega conmigo? —preguntó con inocencia, mirando a sus "hermanas mayores".

Bellatrix intercambió una mirada con Narcissa antes de responder.

—Está confundida, Dorian. Pero eso no tiene nada que ver contigo.

El niño asintió lentamente, aunque no comprendía del todo las palabras de Bellatrix.

La observación de Vinda

Desde la distancia, Vinda Rosier seguía los movimientos de Dorian con ojos atentos. Aunque rara vez intervenía en las interacciones entre él y las hermanas Black, siempre estaba al tanto de lo que ocurría. Para ella, era crucial que Dorian creciera rodeado de figuras fuertes, pero no permitiría que esas relaciones eclipsaran su propia influencia sobre él.

En una conversación con Bellatrix, Vinda dejó clara su posición.

—Aprecio lo que haces por él, Bellatrix, pero recuerda que no es un juguete ni una distracción. Su potencial debe ser moldeado con cuidado, no con impulsos.

Bellatrix inclinó ligeramente la cabeza, aceptando las palabras de Vinda sin cuestionarlas. Sabía que, aunque Vinda rara vez mostraba su autoridad de manera explícita, su poder estaba siempre presente.

El entorno mágico de la mansión

La mansión Rosier seguía siendo el epicentro de la vida de Dorian, y cada rincón parecía guardar un secreto esperando ser descubierto. Uno de sus lugares favoritos era el jardín mágico detrás de la casa, donde flores de colores cambiantes y plantas susurrantes lo rodeaban mientras jugaba. Allí, se sentía libre de las lecciones y las expectativas, permitiéndose ser simplemente un niño.

En una de esas tardes, Narcissa lo encontró sentado junto a una fuente de agua cristalina, observando cómo los reflejos de la luz danzaban en la superficie.

—¿En qué piensas, pequeño? —preguntó, sentándose a su lado.

—En lo bonito que es todo aquí —respondió Dorian, sin apartar la vista del agua.

Narcissa sonrió y le revolvió suavemente el cabello.

—Es bueno que veas la belleza, Dorian. No todos tienen ese don.

Preparándose para lo que viene

Conforme se acercaba el final del día, Dorian regresaba al interior de la mansión, donde Vinda lo esperaba para una breve charla. Era un ritual que habían establecido: cada noche, antes de dormir, Dorian compartía sus pensamientos con su abuela.

Esa noche, mientras el crepitar del fuego llenaba la sala de estar, Dorian se sentó frente a Vinda con una pequeña sonrisa.

—Hoy aprendí algo nuevo con Bella —dijo, orgulloso.

—¿Y qué fue? —preguntó Vinda, mirándolo con interés.

—Que la práctica es importante, pero también el descanso.

Vinda asintió, satisfecha con su respuesta.

—Eres un niño inteligente, Dorian. Nunca olvides que el conocimiento y la disciplina son las claves para lograr cualquier cosa que te propongas.

Con esas palabras, Dorian subió a su habitación, sintiendo el peso de un día bien vivido. Mientras se acomodaba bajo las sábanas, su mente viajaba a los secretos que aún le quedaban por descubrir en la mansión, soñando con un mañana lleno de posibilidades.

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El tiempo en la mansión Rosier fluía como un río tranquilo, cada día imbuido de una sensación de misterio y serenidad. Dorian, ahora con seis años, había desarrollado un sentido agudo de su entorno. La conexión con la magia que lo rodeaba era más profunda de lo que podía explicar con palabras. Sentía que los muros de la mansión respiraban, que las estanterías de la biblioteca lo observaban, y que incluso el aire parecía vibrar con secretos no revelados.

Una tarde, mientras paseaba por el ala oeste de la mansión, descubrió una pequeña sala que no recordaba haber visto antes. Las paredes estaban cubiertas con espejos que reflejaban la luz de un candelabro encantado suspendido en el techo. En el centro de la habitación había una mesa redonda con un tablero de ajedrez mágico, sus piezas moviéndose ligeramente como si estuvieran vivas. Dorian se sentó frente al tablero, sus ojos brillando con curiosidad. Había aprendido las reglas del ajedrez gracias a Narcissa, pero este tablero parecía diferente. Las piezas no solo se movían, sino que sus expresiones cambiaban, como si anticiparan sus movimientos.

—¿Quieres jugar? —preguntó, casi en un susurro, sintiendo que la habitación lo escuchaba.

La reina negra, con su rostro tallado en una sonrisa enigmática, pareció asentir. Dorian movió un peón hacia adelante, y así comenzó una partida que lo absorbió completamente.

Cuando Bellatrix lo encontró varias horas después, no pudo evitar sonreír al verlo concentrado.

—¿Estás jugando solo? —preguntó con una ceja levantada, inclinándose sobre la mesa.

Dorian levantó la vista y sonrió.

—No estoy solo. La reina negra me está ganando.

Bellatrix soltó una carcajada y le revolvió el cabello con ternura.

—Pequeño, tienes una imaginación insuperable.

A pesar de su corta edad, Dorian comenzaba a percibir el peso de su linaje. Aunque no entendía completamente lo que significaba ser un Rosier, o la importancia que su abuela le atribuía, sabía que había algo especial en su sangre. Vinda, siempre consciente de la necesidad de moldear a su nieto, le contaba historias sobre los grandes magos de la familia Rosier durante sus sesiones nocturnas. Una noche, mientras Dorian descansaba sobre un diván, Vinda relató una de esas historias, su voz resonando en el silencio de la habitación.

—Hubo un tiempo en que los Rosier eran consejeros de los magos más poderosos de Europa. Nuestro conocimiento de las artes oscuras y las runas era inigualable. Pero ese poder conlleva responsabilidad, Dorian. Nunca debes olvidar quién eres ni de dónde vienes.

El niño escuchaba con atención, aunque las palabras de su abuela tenían un peso que aún no podía comprender del todo. Sin embargo, algo en su interior resonaba con esas historias, como si formaran parte de un rompecabezas que aún no estaba listo para ensamblar.

Mientras Dorian crecía, su conexión con las hermanas Black también evolucionaba. Bellatrix seguía siendo la más cercana, su naturaleza apasionada y energética encajaba perfectamente con la curiosidad de Dorian. Narcissa, en cambio, le ofrecía un contraste, enseñándole paciencia y estrategia, ayudándolo a equilibrar su energía con reflexión. Sin embargo, la ausencia cada vez más frecuente de Andrómeda comenzaba a hacerse evidente.

Una tarde, mientras paseaba por el jardín con Narcissa, Dorian se atrevió a preguntar:

—Cissy, ¿por qué Andy ya no viene tanto como antes?

Narcissa suspiró, su mirada perdida en las flores mágicas que rodeaban el camino.

—A veces, las personas se enfrentan a decisiones difíciles, Dorian. Andrómeda está intentando entender las suyas.

El niño no insistió, pero aquellas palabras quedaron grabadas en su mente. Aunque todavía era pequeño para comprender los conflictos que enfrentaban las hermanas Black, la ausencia de Andrómeda dejó un vacío que intentaba llenar con su exploración constante de la mansión y su creciente interés por la magia.

Vinda, consciente de que su nieto estaba creciendo, comenzó a introducir pequeños cambios en su rutina diaria. Aunque no lo presionaba, le sugería actividades que fortalecieran su cuerpo y su mente. Una tarde, mientras caminaban juntos por el sendero junto al lago, Vinda señaló el reflejo de los árboles en el agua.

—La magia no es solo conocimiento, Dorian. También es equilibrio. Para controlar el mundo que te rodea, primero debes controlar tu propio cuerpo y mente.

Dorian tomó estas palabras en serio. Aunque al principio veía los ejercicios como un juego, pronto se dio cuenta de que lo ayudaban a sentirse más seguro de sí mismo. Cada mañana dedicaba tiempo a correr por los jardines, trepar árboles y perfeccionar su coordinación, actividades que Bellatrix supervisaba con entusiasmo.

Un evento aparentemente trivial marcó la diferencia en su día a día. Mientras jugaba en el jardín, encontró una piedra negra y lisa que parecía brillar bajo la luz del sol. Al sostenerla en su mano, sintió una vibración débil, como si la piedra estuviera viva. Corrió hacia la mansión para mostrarle su hallazgo a Vinda.

Cuando llegó al salón principal, ella tomó la piedra entre sus dedos y la examinó detenidamente.

—Es obsidiana encantada, un material poderoso. Guardaré esto por ahora, Dorian. Quizás algún día puedas usarlo.

Aunque no entendió del todo la respuesta de su abuela, Dorian sintió una mezcla de emoción y orgullo. Había encontrado algo que incluso Vinda consideraba valioso. Esa noche, mientras observaba el fuego crepitar en la chimenea de su habitación, Dorian no pudo evitar preguntarse qué más podía descubrir en su mundo.

Aunque su vida estaba limitada a la mansión y sus alrededores, sentía que había algo más esperándolo allá afuera. La conexión con sus hermanas Black, las enseñanzas de Vinda y sus propias exploraciones habían formado los cimientos de un niño que, aunque joven, tenía un espíritu intrépido y una curiosidad insaciable.

El futuro aún era incierto, pero Dorian no temía enfrentarlo. En su mente, la magia era un mundo infinito de posibilidades, y él estaba listo para explorarlas.