—¿Qué-qué haces aquí? —tartamudeé y pasé junto a él para abrir mi puerta, pero él, siendo quien era, no tuvo problema en invitarse a entrar.
Una y otra vez había pensado en este escenario en mi cabeza donde él se disculpaba y seguiríamos adelante con el primer plan, pero por la expresión de su rostro, pude ver que esas no eran sus intenciones.
—¿Por qué no estás aceptando mis cheques? —exigió una respuesta de mí. Por supuesto, de nuevo era por esos malditos cheques.
Me siguió a la sala y agarró mi hombro. —¡Eh, te estoy hablando!
Asqueada, miré su mano que tocaba mi hombro. —No quiero que me toques.
Pareció ofendido, pero me escuchó y rápidamente retiró su mano. —Solo dame una respuesta y me iré, dime por qué no quieres mi dinero. Se supone que debes hacer lo mejor para ti y para el bebé —preguntó.
¿Yo?
—¡Tú ni siquiera quieres al bebé, así que no queremos tu dinero, y lo mejor para nosotros sería alejarnos de ti!