José se inclinó hacia atrás para mirarla, como si estuviera incrédulo. Ella lo miró fijamente a cambio, como si lo desafiara a continuar.
Él gruñó ante la resistencia que ella estaba poniendo entre ellos, él podía sentirla con el vínculo de compañeros y eso lo frustraba. Sin pensar, la empujó contra el árbol, sujetando sus manos hacia arriba, su rodilla subió para mantenerla en su lugar, descansando entre sus piernas.
—José —gruñó ella.
—Dime que no quieres esto, Luan. Mírame... dime que no quieres esto y te dejaré en paz. Lo juro.
—José —suspiró ella, intentando bajar los brazos pero él aún los mantenía levantados—. Me las arreglaré. No podemos... no en esta situación. Estamos en una misión.
—Sé eso... pero esta es nuestra oportunidad... el momento perfecto para plantar mis semillas en ti. ¿Sabes cuánto hemos esperado este momento?