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Chapter 3 - Palacio de Ángeles #3

La ceremonia se desarrollaba en un majestuoso salón iluminado por candelabros de cristal, donde los directivos de la competencia saludaban y recibían a los funcionarios de diversas naciones y reinos. El murmullo de los asistentes reflejaba la preocupación por la reciente explosión en una planta de maquinaria en las afueras de la ciudad.

Desde los asientos tapizados en terciopelo rojo, Soko observaba atentamente el sorteo de los combates. Los emparejamientos prometían enfrentamientos de alto nivel, augurando uno de los torneos más competitivos de los últimos años. El presentador, con voz firme, hizo una mención especial a Quirisia, que por primera vez no presentaba aspirantes al título, dejando cuatro lugares vacantes.

—Todos los países tendrán la oportunidad de presentar candidatos al torneo clasificatorio —anunció el presentador—. Cada reino o nación puede presentar dos participantes. No clasificarán por pareja; será un todos contra todos. Los últimos cuatro en pie avanzarán a la siguiente etapa y podrán competir por el título mundial del torneo de combate. Con los sorteos realizados y establecido cómo se llenarán los cupos vacantes, les deseamos mucha suerte a todos. ¡Nos vemos el próximo mes para la mejor exhibición de combates y artes marciales de la última década!

Stak, sentado al otro lado de Soko, chistó molesto y susurró:

—Ese presentador claramente no vio el combate que tuvimos con el general quirisiano.

Koi suspiró y palmeó el hombro del joven monje.

—¿Dónde entra tanto ego, Stak?

El calvo suspiró y negó con la cabeza. En ese momento, las autoridades de Draxelia se acercaron y solicitaron hablar con él sobre el incidente en la fábrica en las afueras de la ciudad, ya que había encontrado a dos sujetos extraños en la escena. De reojo, vio cómo Soko se unía a ellos para prestar declaración también. Con sumo respeto, las autoridades condujeron a Stak a un interrogatorio que resultó poco útil.

La noche transcurrió entre murmullos y susurros. Las noticias en televisión ofrecían versiones distintas para desviar la atención de la situación real. Soko fue el primero en informar a su reino sobre todo lo que había visto y sospechaba, seguido por Stak y Koi desde su nación.

La tensión internacional aumentaba. Los rumores sobre una nación que habría roto el "Pacto Mesías" no hacían más que incrementar las tensiones y motivar investigaciones al respecto. Con todo lo ocurrido, el repechaje de los cupos pasó a un segundo plano.

Mientras tanto, en un rincón apartado del mundo, lejos del bullicio político y las intrigas diplomáticas, Tesio disfrutaba de su recién adquirida libertad. Recostado a la sombra de frondosos árboles, sentía la fresca brisa que acariciaba la orilla de un pequeño río. El murmullo del agua y el canto de las aves componían una sinfonía natural que contrastaba con el caos que había dejado atrás.

Saomi, por su parte, recorría las calles de una aldea cercana. Sus ojos, al utilizar sus poderes psíquicos, brillaban con un intenso color morado. En la carnicería local, el carnicero, bajo su influencia, la miraba con una mezcla de confusión y afecto.

—Gracias, papá, pero debo irme. Tranquilo, ¿sí? Estoy bien, todo está bien —dijo ella, sonriendo.

El hombre la soltó, lágrimas de alegría rodando por sus mejillas, sin percatarse de que la joven se marchaba con una generosa cantidad de carne sin haber pagado.

Saomi regresó al refugio junto al río, cargando varias bolsas no solo de la carnicería, sino también de ropa, calzado y dos mochilas grandes. Al llegar, lanzó una pequeña piedra que golpeó suavemente la frente de Tesio, despertándolo de su siesta.

—¡Auch! ¡Te dije que ya no hicieras eso! —protestó él, frunciendo el ceño.

Ella rió suavemente y suspiró.

—¿Qué me harás, chispitas? Sin mí, no tendrías a dónde ir ni cómo vivir —respondió, orgullosa, arrojándole algunas bolsas mientras se limpiaba unas gotas de sangre que caían de su nariz.

—Conseguí algo de ropa interior, calzado... No puedo llevarte a la ciudad con esa ropa de laboratorio toda rota y ensangrentada.

Tesio suspiró, mirando las bolsas con una mezcla de confusión y gratitud. Buscando privacidad, se alejó para cambiarse de ropa. Al regresar, encontró a Saomi preparando una fogata. Ella colocó la olla que había "pedido prestada" y comenzó a cocinar la carne condimentada.

—Fireboy, necesito tu ayuda aquí —llamó ella.

Movido por el hambre y el deseo de ayudar, Tesio encendió la fogata con un chasquido de su dedo índice. Se sentó frente a ella, abrazando sus rodillas, y esperó en silencio. A veces era callado, y otras, le resultaba imposible mantener la boca cerrada.

—El grandote se fue a dormir después de que escapamos; ya no está tan molesto ni lo escucho —comentó, rompiendo el silencio y señalando su propia cabeza.

Saomi le sonrió, asintiendo, aunque sabía que no tenía relación con lo que decía.

—Esos dos hombres... El calvo y el de negro... —continuó Tesio, dudando un momento antes de hablar—. Sentí algo extraño... Ellos eran como nosotros, ¿lo notaste?

—Realmente no te dieron educación allí abajo... —respondió ella, tapando la olla después de agregar los condimentos y dejándola cocinar.

—Como ya te dije, tenía una vida normal, una familia... Hasta que se enteraron de mis pequeñas trampas para conseguir lo que quería, jeje —rió nerviosa—. Ellos mataron a mi familia y me secuestraron; no dejaron rastro de nada ni de nadie... Y pasé esos horribles dos meses bajo estudios, y luego el corto tiempo contigo allí abajo...

Tesio la escuchaba atentamente, inclinándose hacia adelante, con los ojos abiertos de par en par, demostrando un interés genuino.

—Verás... Existen distintos tipos de humanos sobre esta tierra, "Sisi". Están los humanos comunes, capaces de... de nada, y los especiales como nosotros, con capacidades amplificadas. Nos temen por... es por una leyenda; ya no la recuerdo, pero dicen que sucedió algo malo con uno de nosotros hace siglos —ella acomodó su cabello y se recostó sobre la hierba.

Tesio la imitó, acostándose al otro lado de la fogata.

—Entonces, ¿hay muchos de nosotros?

—Ejércitos; algunos muy fuertes, como tú; otros menos fuertes, como yo —replicó la muchacha de ojos verdes.

—¿Soy fuerte? ¿Más que tú? ¡Rompiste mi brazo!

—Yo no hubiera logrado hacerle cosquillas a Stak. No tienes ni idea de quién era el calvo. ¡Es el tipo más fuerte del planeta!

El joven se incorporó, sorprendido.

—¡Soy el más fuerte entonces! Yo gané ese combate; él no me logró golpear —guardó silencio de golpe—. Pero el de negro sí me golpeó... Bien, seré el segundo más fuerte hasta que me enfrente al de negro de nuevo —sonrió, vislumbrando un sueño por cumplir, materializándose como una meta futura.

Los jóvenes rieron y pasaron la tarde en el río tras almorzar, compartiendo sus sueños y deseos ahora que ambos eran libres. El agua reflejaba el sol en un baile de luces, mientras el murmullo del río se mezclaba con sus voces. Saomi, con una sonrisa en el rostro, observaba cómo Tesio parecía por fin más relajado, aunque su inquietud nunca lo abandonaba del todo.

Cuando el ocaso tiñó el cielo, caminaron hasta la aldea más cercana para buscar refugio. Saomi, utilizando sus habilidades consiguió que les cedieran dos habitaciones en una pequeña posada. Tras despedirse con palabras escuetas frente a sus puertas, cada uno entró a descansar.

Por primera vez en meses, Saomi se recostó en una cama cálida y cómoda. Su cuerpo, agotado tras días huyendo, se dejó hundir en la suavidad del colchón mientras su mente empezaba a ceder al sueño. Pero su paz se interrumpió por un ruido: pequeños golpes repetidos y erráticos en la pared contigua.

Abrió los ojos y se concentró, intentando contactar a Tesio psíquicamente, pero su esfuerzo despertó algo más. Las voces en la mente del huesudo invadieron la suya:

—Debes buscarlos.

—Escapa.

—Eres una cucaracha.

—Mereces algo mejor.

—Descansemos.

—¿Comida?

—Familia...

El ruido continuaba, acompañado de una desesperación tangible que resonaba en la pared. Tesio golpeaba intentando contener los impulsos que lo invadían, pero las voces seguían discutiendo, fragmentadas y caóticas, hasta que percibieron la presencia de Saomi.

—No me hagan dormir mal —dijo ella con su habitual calma, en un susurro audible. Luego añadió, en tono firme—: Duerman bien, chicos.

Las voces se callaron, sorprendidas, y una a una se despidieron de Saomi, como si fueran niños obedeciendo a una figura de autoridad. El ruido cesó. Tesio, agotado, se sentó en la cama, respiró hondo y dejó que el sueño lo alcanzara.

La noche era tranquila en la frontera, y ninguno de los dos sabía que ya la habían cruzado. Esa pequeña aldea donde descansaban se encontraba en Quirisia, un reino que para ellos representaba un punto de partida hacia la paz que tanto ansiaban.

En ese mismo momento, el general Soko ajustaba su armadura mientras se preparaba para un día más de deberes al servicio del reino.

Quirisia se extendía ante sus ojos como una obra maestra viviente: campos verdes, ríos cristalinos y ciudades donde la tradición y la modernidad convivían en perfecta armonía. Las calles de la capital estaban llenas de vida, con edificios de arquitectura moderna junto a casas que evocaban épocas pasadas. En el centro, el imponente castillo neogótico destacaba como el corazón del reino, una mezcla de historia y fortaleza.

Aunque Soko no lideraba el ejército, era uno de sus pilares más respetados. Supervisaba entrenamientos, gestionaba recursos y evaluaba posibles amenazas con una diligencia que inspiraba confianza. Pero Soko nunca asumía que su fuerza lo hacía infalible. Por el contrario, siempre buscaba el consejo de superiores, aprendiendo de ellos como si aún fuese un soldado novato.

Al salir de una reunión con uno de sus mentores, la voz de Saki lo detuvo.

—General Astvakia, ¿puedo robarle un momento?

Soko arqueó una ceja. No era común que ella se dirigiera a él de manera formal. Con un gesto de curiosidad, se volvió hacia ella.

—Por supuesto, princesa. —Hizo una reverencia, adaptándose al tono solemne.

Caminaron juntos hacia un pasillo más apartado. Cuando estuvieron solos, Saki extendió un pergamino que llevaba consigo.

—Quiero entrenar con su pelotón. Tengo autorización de mis padres. —Su mirada estaba llena de determinación mientras agitaba la carta frente a él—. Ya sabes cuánto me gusta el combate. No seré una carga, lo prometo.

Soko leyó el documento con calma y luego sonrió, dejando escapar una risa ligera.

—Mañana, a las 530 horas, en el campo de entrenamiento. No tolero retrasos, princesa. Si no estás allí, comenzaremos sin ti.

La sonrisa de Saki se transformó en una expresión de júbilo. Antes de que pudiera detenerla, lo abrazó con una alegría contagiosa.

—¡Gracias! Estaré allí, lo prometo.

Antes de que Soko pudiera responder, un siervo mensajero se acercó trotando con la cabeza erguida. Llevaba una nota consigo. Soko la tomó y leyó las palabras urgentes que indicaban que los reyes lo necesitaban para una reunión privada.

Mientras tanto, lejos de Quirisia, el consejo de ancianos en Draxelia se reunía bajo la penumbra en el templo. La atmósfera era solemne, pero no se lograba ocultar la tensión.

Kaelor fue el primero en hablar, con su tono habitual de diplomacia:

—Gracias por venir con tanta rapidez, joven Stak. Como sabes, eres parte del "proyecto Mesías". Este pacto internacional se creó para guiar a los humanos con los potenciales más altos, llevándolos por el camino del bien...

Stak lo interrumpió, cruzando los brazos.

—Ya me explicaron esto antes. Sé que mi padre también fue parte del proyecto. ¿Por qué lo mencionan otra vez?

Kaelor vaciló por un momento, llevando una taza de té a sus labios, pero antes de que pudiera continuar, Therion se adelantó.

—Porque Noctisárida nos ocultó un candidato. Quizás dos.

Las palabras resonaron con un peso que Stak comprendió al instante. Su mente volvió a las imágenes del joven de las manos de fuego y su compañera de mirada indescifrable.

—Entiendo. ¿Cómo piensan proceder?

Kaelor intentó retomar el control de la conversación, alzando un dedo como preludio a su discurso, pero Zariel lo interrumpió con brusquedad.

—Sanciones económicas, tal vez políticas. Nosotros no moveremos un dedo. Noctisárida está podrida, pero sospechamos que hay algo más detrás de ellos. Algo que aún no identificamos.

Kaelor, perdiendo la paciencia, levantó la voz para interrumpir a Zariel esta vez.

—¡Eso ahora es problema de Quirisia! Según los informes, esos individuos cruzaron la frontera. Ellos tienen su propio prospecto del proyecto Mesías.

Stak reflexionó por un instante antes de hablar.

—Tal vez sea hora de visitar al general Soko. Fortalecer las relaciones internacionales podría beneficiarnos.

Sin esperar más, se levantó, reverenciando al consejo. Esa misma noche, él y el maestro Koi emprendieron el camino hacia Quirisia.

En la capital de quirisia, el amanecer encontró a Saki exhausta, pero radiante, mientras humillaba con destreza a varios soldados en el entrenamiento del pelotón que estaban atónitos por su habilidad.

Soko la observaba desde lejos con una mezcla de satisfacción y orgullo, aunque no planeaba permitirle tregua.

—¡Excelente derribo, Saki! —gritó mientras el pelotón se preparaba para correr con equipamiento adicional de peso.

Saki, jadeando, se colocó las pesas con resignación, siguiendo al grupo hacia las afueras de la ciudad. Pronto quedó rezagada, hasta que finalmente se detuvo para recuperar el aliento. Aprovechando el momento, caminó entre los árboles cercanos, fascinada por el paisaje que conducía al rio de aguas cristalina.

El tirón de su cabello la sacó de su ensueño.

—Hoy te perdono, pero mañana no toleraré faltas de respeto. Aquí no eres princesa. —Soko la miró con severidad.

—Bueno… Estúpido insensible, solo disfrutaba el paisaje. —Saki resopló mientras se frotaba la cabeza donde había sentido el tirón.

Soko, sin inmutarse, le tendió una mano para ayudarla a levantarse. Antes de que pudiera dar las gracias, una ligera patada en la pierna la obligó a avanzar hacia el grupo que ya estaba lejos.

—No te quedes atrás, princesa. Aquí no hay títulos, todos entrenan igual.

Saki suspiró, pero obedeció. El camino de regreso al castillo fue más llevadero; el breve descanso junto al río había renovado sus energías. Al llegar, el pelotón se disolvió con despedidas cortas y formales. Los soldados respetaban a la princesa, pero también sabían que el día había sido especialmente duro gracias a su presencia.

Saki se dirigió directamente a sus aposentos, ansiosa por sumergirse en un baño caliente y descansar tras la intensa jornada. Mientras tanto, Soko continuaba con sus deberes.

Horas después, ya avanzada la tarde, fue convocado al despacho privado de la reina Malika. La soberana, siempre impecable en su porte, lo recibió con una mirada calculadora que denotaba seriedad. Sobre su escritorio había un pergamino que ella apenas tocó antes de hablar.

—General Astvakia, mañana recibirás dos visitas importantes: Stak y el maestro Koi. —Hizo una pausa, evaluando la reacción de Soko, quien mantuvo una expresión neutral—. Según el comunicado, querrán observar nuestro entrenamiento, tal vez incluso participar. Asegúrate de que sea un espectáculo que demuestre por qué nuestras fuerzas no deben subestimarse.

Soko inclinó ligeramente la cabeza, su respeto evidente.

—Entonces, permítame utilizar la arena de combate con él, por favor.

La reina entrecerró los ojos por un momento, como sopesando la propuesta, antes de responder con un ligero asentimiento.

—Hecho. Que sea una jornada divertida, General Astvakia.

Soko reverenció profundamente antes de salir de la habitación. Sin embargo, esta vez su semblante serio cedió a una sonrisa confiada. Mientras caminaba por los pasillos del castillo, los ecos de sus botas resonaban como el preludio de su determinación.

—Te enseñaré de lo que soy capaz ahora, Stak… —murmuró para sí mismo, con un brillo de malicia orgullosa en los ojos.