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Chapter 4 - Palacio de Ángeles #4

El rocío del alba cubría los pastos mientras el cántico de los pájaros resonaba con los primeros rayos del sol, pintando el cielo con tonos naranjas y dorados. Tesio y Saomi, un dúo que ahora se percibía como hermanos a pesar de no compartir sangre, abandonaban sin rumbo la aldea que había sido su refugio durante varios días. Tesio caminaba con el ceño fruncido, visiblemente disgustado por la decisión de partir.

—Ya, quita esa cara —interrumpió Saomi, la joven de ojos verdes, golpeándole la cadera con un movimiento juguetón que casi lo hace perder el equilibrio—. Te lo expliqué: en lugares más poblados podemos estafar a más gente. Es más fácil para mí hacer mi trabajo y cuidarnos. Ahora, lee el mapa que conseguimos.

Tesio soltó un profundo suspiro, resignado, y sacó el mapa del bolsillo. Sus ojos se entrecerraron mientras examinaba el pergamino con frustración.

—Aquí dice, Saomi: "Me sorprende que aún estés de pie con ese nivel de estupidez. Parece que desafías las leyes de la biología."

La chica, claramente aludida, le arrebató el mapa de las manos y lo examinó por sí misma.

—¡Ni siquiera sabes qué es la biología! ¿De dónde sacaste eso, estúpido?

Tesio, con una sonrisa burlona, se cruzó de brazos y miró al cielo como si recordara algo importante.

—Ni siquiera sé leer… Es algo que me decía el doctor Eiffelblood cada vez que fallaba en una de sus pruebas.

Saomi exhaló, entre divertida y exasperada. A pesar de las constantes disputas, sus peleas tenían un matiz familiar que evidenciaba un vínculo genuino entre ellos. Tras un rato, buscaron un lugar más privado donde Tesio pudiera dar saltos largos, ayudado por los poderes psíquicos de Saomi, quien lo impulsaba para avanzar mayores distancias. Cuando ella indicó la dirección a seguir, se colocó la mochila de ambos, se subió a su espalda y emprendieron el viaje.

Finalmente, decidieron detenerse cerca de un río cristalino para descansar y comer algo. El lugar era sereno, rodeado de árboles que susurraban con el viento.

—Me gusta este lugar. ¿Cómo se llama? —preguntó Tesio mientras avivaba el fuego.

—Este es el reino de Quirisia. ¿Por qué Sisi? —respondió Saomi, usando un apodo juguetón.

—Me preguntaba qué otras cosas increíbles hay aquí… —murmuró él, apagando y encendiendo el fuego como si explorara sus habilidades, dejando pequeñas chispas danzar en el aire.

No muy lejos de allí, el general Astvakia recibía con cortesía a los draxelianos, Stak y su padre, el maestro Koi.

—Bienvenidos, maestro Koi, campeón Stak —saludó con una reverencia marcada. Ambos visitantes correspondieron al gesto.

—Parecen hambrientos y deshidratados. ¿Qué les parece si desayunamos primero y luego les muestro las instalaciones? Aunque imagino que están ansiosos por ver los entrenamientos. —Soko sonrió con confianza, guiándolos por los pasillos de piedra del castillo hacia el cuartel.

Padre e hijo, de pocas palabras, agradecieron la hospitalidad. Koi, tan pronto llegó el momento de entrenar, se descalzó y quedó solo con sus pantalones holgados estilo Harén, imitado por Stak. Soko, curioso, no pudo evitar preguntar:

—¿Entonces quieren participar? Perfecto, será motivador para los soldados.

—Tú también eres joven, Soko. Deberías tomar esto como inspiración —bromeó Koi mientras estiraba los brazos y piernas.

—No lastimes a tus alumnos intentando ser algo que no son —añadió Stak, esbozando una sonrisa engreída que encendió una chispa de irritación en el general.

Antes de que la tensión aumentara, un grito rompió el ambiente:

—¡ESPEREN! ¡LLEGUÉ A TIEMPO!

Era la princesa Saki, jadeando de emoción. Llegaba con ropa de entrenamiento, claramente ansiosa por unirse.

—No, Saki. Nos harás quedar en ridículo. Vete —ordenó Soko, frunciendo el ceño.

—¡No, mi general! Este es mi sueño. Yo no nací para ser princesa. ¡Quiero ser soldado como usted, como ellos! —respondió ella con firmeza, sus ojos brillando de determinación.

Resignado, Soko aceptó incluirla en los ejercicios. El entrenamiento comenzó con intensas pruebas de resistencia, reflejos, fuerza e inteligencia. Los soldados, bien adiestrados, demostraban su valía, pero Saki también sorprendía con su habilidad, producto de años de entrenar en secreto.

Tras varias horas, Soko los llevó a la arena de combate, un coliseo diseñado para duelos de alto nivel.

—Hoy fue especial. Quiero felicitarlos por superar sus límites —anunció el general, materializando fuego en sus manos que luego se transformaría en una esfera de fuego denso.— Ahora, como agradecimiento y motivación para ustedes, veremos de lo que son capaces tres de los sujetos más fuertes de este mundo.

El desafío fue aceptado por Stak y Koi, quienes saltaron al centro de la arena junto a Soko. El ambiente se cargó de emoción mientras los soldados observaban desde las gradas. El combate comenzó con un choque de estilos.

Soko, ágil como una brisa, redujo la distancia en un instante. Koi intentó golpear su plexo, pero el general lo atrapó y lo lanzó contra el suelo violentamente con un Koshi Nage que sacudió la arena. Stak atacó con un puño directo que impactó en el rostro de Soko, pero este respondió con un golpe fantasma al pecho del draxeliano, demostrando que no cedería fácilmente.

El combate alcanzó un punto de intensidad que parecía desafiar los límites de lo humano. Cada movimiento era un despliegue de precisión milimétrica y fuerza brutal. Soko, ligero como una pluma pero implacable como un huracán, avanzó hacia Stak con una serie de golpes bajos que obligaron al draxeliano a retroceder. Sin embargo, Stak, siempre al acecho, respondió con una patada lateral que apenas logró esquivar el general, dejando una grieta en el suelo de la arena.

Koi no se quedó atrás. Aprovechó el momento en que Soko estaba centrado en su hijo y lanzó una descarga de energía desde su palma, un proyectil brillante que parecía un rayo de luz sólida. Soko reaccionó al instante, girando sobre sí mismo y desviando la ráfaga con un rápido movimiento de su mano, dejando un leve resplandor en el aire tras el impacto.

—¡Muy mal! Necesitarán más que eso para derribarme —dijo el general, sonriendo con el rostro ya perlado de sudor.

Stak aprovechó la distracción y se deslizó bajo la guardia de Soko, impactando con un gancho ascendente en el hígado. El golpe resonó en el aire, arrancando un jadeo del quirisiano. Pero antes de que pudiera capitalizar el ataque, Soko reaccionó con una agilidad asombrosa, atrapando el brazo de Stak y torciéndolo en un ángulo que lo obligó a girar para evitar una luxación.

—¡Lento! —espetó Soko mientras giraba y lanzaba a Stak hacia el otro lado de la arena.

Koi apareció desde un lateral como un vendaval, buscando un golpe directo al plexo solar de Soko. Esta vez el general no tuvo tiempo de esquivar completamente, recibiendo el impacto que lo hizo retroceder varios pasos mientras la arena bajo sus pies se resquebrajaba por la fuerza del golpe. Pero antes de perder el equilibrio, utilizó el impulso para cargar contra Koi, embistiendo con un hombro que lo sacó del centro de la arena.

El público contenía la respiración, atrapado por el espectáculo. Cada choque de golpes parecía hacer vibrar la arena, cada movimiento dejaba una estela de energía o polvo suspendido en el aire. La princesa Saki estaba prácticamente inclinada hacia adelante, con los nudillos blancos de tanto apretar el borde de su asiento. Sus ojos brillaban, reflejando los destellos de poder que llenaban el campo de batalla.

Soko rugió mientras giraba en el aire, impulsándose con una patada ascendente hacia Koi, quien bloqueó el ataque justo a tiempo, aunque fue empujado varios metros hacia atrás.

—Nada mal muchacho —replicó Koi, ya recuperado, mientras su energía comenzaba a rodearlo como un halo ardiente.

En un movimiento coordinado, Stak y Koi atacaron al unísono. Stak se movió a velocidad cegadora hacia el flanco derecho de Soko, mientras Koi lanzaba una serie de golpes al frente. Soko apenas tuvo tiempo de bloquear el primer ataque cuando Stak logró conectar un rodillazo en su abdomen. El general contuvo el dolor, utilizando su fuerza restante para crear una explosión de energía que lo liberó del asedio, enviando a ambos draxelianos hacia los bordes de la arena.

Soko respiraba con dificultad, pero en su rostro no había señales de rendición. Sus ojos brillaban con determinación. Levantó su guardia nuevamente, aunque ahora su postura era más defensiva.

—Admito que estoy disfrutando esto más de lo que esperaba —comentó con una sonrisa ladeada—. Pero no me subestimen, aún puedo ir más allá.

Koi, al ver a su hijo levantarse con algo de dificultad, levantó una mano en señal de alto.

—Suficiente.

—¡¿Qué?! —protestó Stak, con el rostro lleno de incredulidad—. ¡Ni siquiera ha sacado todo lo que tiene!

—Ni nosotros —respondió Koi, con una sonrisa tranquila—. Pero ya es claro que Soko es un rival digno. No hay necesidad de seguir.

El general, aún respirando con dificultad, bajó la guardia y asintió, inclinándose en señal de respeto.

El público estalló en vítores y aplausos, el sonido reverberando en la arena. Saki, incapaz de contener su emoción, saltaba en su lugar, aplaudiendo con entusiasmo.

Agradecieron al público con un gesto solemne, levantando las manos en señal de respeto, mientras la multitud continuaba vitoreando con fervor. Luego, con la misma solemnidad, comenzaron a caminar hacia el castillo. A pesar de la evidente tensión del combate, el aire estaba cargado de una energía especial, algo que Saki no podía dejar de absorber. Con una sonrisa amplia, sus pasos parecían saltar de entusiasmo. No podía mantener la boca cerrada, las palabras fluían sin cesar, como un torrente de emociones que había estado esperando liberar.

—¿Quién diría que eres amante del combate? —le dijo Koi, con una sonrisa, mirando a la joven princesa que se mantenía a su lado, casi saltando de alegría.

Saki, completamente extasiada por lo vivido, no podía dejar de hablar, su rostro iluminado por una energía contagiante. Estaba feliz, encantada, como si todo su ser se hubiera fundido con la emoción del combate que había presenciado.

—¡Esto ha sido increíble! ¡No puedo creer lo que vi! —dijo, sus ojos brillando con admiración—. ¡Nunca imaginé que vería algo así! Y los dos... ¡Son increíbles!

Koi soltó una risa suave al ver la efusividad de la joven. Su entusiasmo era tan genuino que resultaba difícil no contagiarse de él.

—Princesa Saki, cuando llegue tu momento de reinar, tendrás el apoyo incondicional de Draxelia —comentó Koi, refiriéndose a la promesa de lealtad que le ofrecía con un tono de camaradería.

La joven princesa, tocada por las palabras de Koi, agradeció repetidamente, sin poder dejar de sonreír. Estaba tan llena de emoción que no encontraba una manera adecuada de expresar lo que sentía, por lo que sus palabras se sucedían sin parar, como una corriente de gratitud.

Koi, observando su alegría sincera, no pudo evitar sonreír. Era evidente que el combate y el honor de ser testigo de algo tan impresionante la había marcado de una manera profunda. La risa de Koi se unió a la de la princesa, creando una atmósfera de camaradería y esperanza mientras continuaban su camino de regreso.

A pocos kilómetros de la metrópolis neogótica, Tesio y Saomi buscaban un lugar donde pasar la semana. La joven con habilidades telequinéticas había encontrado una manera eficiente de conseguir dinero fácil: se hacía pasar por la dueña de varios locales, llevándose la recaudación del día sin levantar sospechas. Ni siquiera los propietarios que atendían personalmente eran inmunes a su manipulación. Esa tarde, acompañada por Tesio, quien parecía más un espectador que un cómplice, entraron a una tienda de zapatos.

Los ojos de Saomi cambiaron, teñidos por un brillo hipnótico que pasaba de un verde profundo a un morado vibrante. Al instante, la dependiente cayó bajo su influencia y comenzó a sacar el dinero de la caja registradora, apilándolo frente a ellos en la soledad del local. Tesio se acercó, recogiendo el dinero con tranquilidad mientras lo guardaba en una mochila. Sin entender del todo la gravedad de la situación, comentó con una sonrisa burlona: 

—¿Quién diría que sería tan sencillo "trabajar" para ti? 

No tuvo tiempo de recibir una respuesta. Una mano grande y poderosa lo tomó del rostro, estampándolo contra el suelo con fuerza. Saomi apenas logró captar el movimiento: una sombra, la puerta que se abría con un golpe seco, y un desconocido que entraba con una risa estridente. 

El recién llegado era un hombre alto, probablemente de dos metros, de piel extremadamente pálida, labios carmesí y un traje de colores extravagantes. Portaba un bastón, y su risa descontrolada llenó el lugar, haciendo que la dependiente saliera del trance para, ahora, temblar de miedo. Detrás de él entraron tres hombres más, todos enmascarados, pero fue el primero, delgado y vestido de negro, quien se había adelantado para atacar a Tesio. 

—Ay, ay, ay... pequeños retoños... —dijo el hombre pálido con una voz afeminada, pero firme y cargada de autoridad. 

Tesio, aún en el suelo, se levantó de un salto, poniéndose en guardia. Pero al verlo, rompió en carcajadas. 

—¡Sasa! ¡Sasa! ¡Se parece al mimo que vimos hace dos pueblos! ¡JAJAJAJA! 

Saomi, consciente del peligro y del cambio en la expresión del hombre, sonrió con nerviosismo, tratando de contener su propia risa. 

—Idiota... este tipo parece peligroso. 

La dependiente, mientras tanto, cayó de rodillas, temblando. Entre sollozos, intentó justificarse. 

—Señor Donkya, le juro... yo no sabía... pensé que era mi patrona. ¡Perdóneme, por favor! 

El hombre, identificado como Donkya, frunció el ceño al ver que no lo tomaban en serio. Se acercó un paso hacia la dependiente, quien, aterrorizada, no pudo evitar hacerse pis encima. 

—Agh... qué bajeza. Ya, vete. Desaparece de mi vista, querida. ¿Quieres? —Ordenó con una sonrisa amigable pero siniestra. Luego, dirigiéndose a sus hombres, añadió—: Sáquenla de aquí. 

Los hombres de Donkya arrastraron a la dependiente fuera del local y cerraron la puerta, colocando un cartel de "Cerrado". De pronto, una figura salió volando por la ventana, envuelta en llamas, seguida por otra. 

—Agh... ese flacucho es fuerte —se quejó Tesio, levantándose con dificultad y acomodándose la espalda mientras observaba el caos. La gente afuera los miraba boquiabiertos y luego comenzaron a correr despavoridos. 

—¡OIGAN! ¡VUELVAN! ¡El local dice abierto! ¡Es el cartel rojo! —gritó Tesio, confuso. 

—Rojo es cerrado, imbécil —corrigió Saomi, limpiándose la sangre de la nariz—. ¿Tenías que decirle que parece un florero largo con patas? 

La puerta se abrió de nuevo, y Donkya salió tranquilamente, como si no acabara de destruir el lugar. 

—Niños, niños... si evitaran decir UNA estupidez por minuto, yo podría ofrecerles algo interesante. 

—¡Ya cállate, radiografía! —gruñó Tesio. 

—¿Radiografía? —preguntó Donkya, arqueando una ceja. 

—No, él tiene algún trastorno de identi— 

—¡Porque se te ven todos los huesos! —interrumpió Tesio, soltando una carcajada estruendosa. 

El joven no solía actuar así, y Saomi no lograba concentrarse para calmar sus voces. De pronto, todo se tornó negro. 

Cuando despertaron, estaban en una habitación desconocida. Tesio seguía inconsciente, mientras Saomi, al abrir los ojos, vio a Donkya entrando con una sonrisa amplia y perturbadora. 

—Tú, cariño, pareces ser el cerebro entre los dos, ¿no es así? 

Saomi entendió que estaban en desventaja. Ni siquiera había logrado reaccionar cuando los sacaron del local, y menos cuando los noquearon. Suspiró. 

—¿Qué desea de nosotros? 

La sonrisa de Donkya se ensanchó. 

—Quiero contratarlos. Les ofrezco una vida mejor que robar miserias a personas que no lo merecen. ¿Por qué no mejor... a gente rica, poderosa? Ellos ya tienen suficiente, ¿no? 

Saomi, cautelosa, tomó un momento antes de responder. 

—¿Por qué nosotros? ¿Y por qué confiar en dos desconocidos? 

El mafioso cruzó sus piernas y se inclinó hacia adelante, con una sonrisa que irradiaba peligro. 

—Porque yo sé lo que Noctisárida hacía con ustedes, querida "540-MI". 

Saomi no pudo ocultar su sorpresa. Sus labios se entreabrieron y sus ojos se abrieron más de lo habitual. 

—Estuvimos cerca de sacarlos de allí cuando tu amiguito y tú lograron, de algún modo, escapar de un laboratorio subterráneo de máxima seguridad. Desde entonces, los hemos seguido. Y ahora, resulta que están robando negocios protegidos por nosotros. Qué... decepcionante. 

Donkya negó lentamente con la cabeza, con la misma sonrisa siniestra en el rostro. La sensación de estar atrapados era más fuerte que nunca.