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Chapter 3 - PASO TRES DE AMOR.

Todo en exceso es malo: comer, dormir, sentarse, incluso amar...Llegó la noche. El tiempo pasó sin nada importante que mencionar. Todo me era extraño; sentía que en cualquier momento despertaría o que mi corazón explotaría, lo cual no sabía si considerarlo malo o bueno. Me movía histéricamente de un lado a otro buscando la ropa que iba a utilizar. Sudaba descontroladamente, no podía hallar una de las medias que había tenido en mis manos hacía un par de segundos. Por mi mente pasaban diversos pensamientos, desde cambiar mi nombre a Paco, huir a México, casarme con una mujer con cinco hijos y olvidarme de mi actual vida, hasta fingir mi muerte.A punto de escribirle a Fumio una excusa para no ir, me detuvo un mensaje amenazante de él, que juraba acabar conmigo si no iba. Resignado, me senté en el mueble soltando un gran suspiro. Aún faltaban un par de horas para la cita. Mi mente no dejaba de divagar, creando un escenario peor que otro.—Es raro verte así —dijo mi padre de forma burlesca. Con dos copas y una botella de vino, se sentó a mi lado.—Todo es nuevo para mí —dije tomando una de las copas—. Es raro que tenga miedo —le pregunté.—No, aunque no puedo dejar de pensar que es mi culpa por no hablarte sobre mujeres —dijo, llenando las copas. Los dos le dimos un largo trago y suspiramos al mismo tiempo—. Por fin tendremos la charla de los bebés —añadió con una sonrisa.—Sé de dónde vienen —dije llenando las dos copas. Al escucharme, me miró con una cara exagerada de sorpresa.—¡Así que has visto porno! —exclamó sin quitar aquella extraña cara—. ¡Mi hijo ve porno, Dios! —gritó.—Lo siento, padre, te he fallado —dije siguiéndole el juego tras tomar un poco de vino.—No te perdono. Vete de mi casa —gritó, empezando a llorar.—¿Cómo puedes llorar a voluntad? —pregunté sorprendido.—Es fácil. Algún día lo desarrollarás —dijo, tomándose todo el vino de su copa. Tras llenar otra vez las copas, dimos un trago largo y nos quedamos en silencio unos segundos. —Siempre has sido raro...—No, gracias por quererme tanto —dije, riéndome.—Calla —dijo, tomando más vino—. Aún recuerdo cuando me preguntaste por qué el cielo es azul. Para salir rápidamente, dije que era porque Dios lo quiso así, pero tú me detuviste dándome una explicación sobre la atmósfera, dispersión y no sé qué otra cosa. —Dándole otro trago a su copa, sonrió levemente—. Tenías cinco años y me dio miedo. En ese momento llamé a mis amigos para lincharte por brujería. ¿Qué clase de niño de tu edad sabe eso? Estaba seguro de que eras el anticristo. Tu madre me detuvo. Quedándose en silencio un par de segundos, me miró con los ojos vidriosos. Con dolor en su tono de voz, añadió: —Si te viera tu madre estaría muy feliz. Siempre me detuvo de sacrificarte por ser raro. Sabes, me alegra verte tan nervioso por una cita, aunque no deberías. Eres una gran persona, algo raro, malo para los deportes, no sabes cocinar, a veces ni te bañas, pero con todos esos defectos estoy orgulloso de que seas mi hijo. Aunque... usa condón. No quiero ser abuelo todavía. Aquella mujer es afortunada de que te fijaras en ella. Ve por ella, tigre.Nos tomamos todo el vino. En su mayoría, había sido mi padre, el cual se quedó profundamente dormido en el mueble mientras balbuceaba un par de cosas que no logré entender. Le puse una almohada debajo de la cabeza, lo arropé con una de sus sábanas, recogí las copas y la botella, y tras dejarlas en la cocina, me marché de la casa al terminar de arreglarme.Faltaba una hora para poder verla de nuevo, pero no lograba quedarme quieto, me estaba dando sueño, así que decidí caminar. Llegué al parque donde nos encontraríamos todos. Estaba repleto de personas, las cuales parecían felices, aunque me era difícil saberlo. Me senté en una banca vacía; no lograba ver ninguna estrella en el cielo, aunque la luna estaba hermosa, como era habitual en ella. Ya hacía tiempo que no la veía. Me preguntaba si se sentía sola o solamente era observada por alguien más.—¿Por qué tan reflexivo, amor mío? —preguntó Fumio sentándose a mi lado.—¿Qué haces aquí? Aún falta media hora —pregunté.—Quería venir antes, pero fue imposible —dijo soltando un suspiro—. Es gracioso verte así.—¿Cómo? —le cuestioné.—Nervioso y precioso —dijo con una risa.—Nervioso estoy, precioso solamente usted, rey.—Estamos preciosos, disculpa por llevarte la contraria, amor. Ellas tienen suerte de salir con nosotros —dijo con una seguridad envidiable, aunque falsa, lo cual me hizo reír.—No sé qué diré cuando lleguen —dije. Los dos nos quedamos en silencio por unos minutos.—Mientras no les pegues un puño y salgas corriendo, todo irá bien —respondió Fumio rompiendo el silencio.—¿Cómo se te hace tan fácil hablar con mujeres? —pregunté.—Me crié con mujeres. Es una habilidad que viene por defecto. También la homosexualidad, pero esa no la tenía hasta que te vi así vestido —respondió Fumio, acariciando mi rostro suavemente—. ¿Por qué eres tan hermoso? —preguntó, poniendo la voz gruesa.—Tú no estás nada mal —dije, poniendo mi mano en su pierna—. ¿Y si huimos? —pregunté, acariciando su pierna. Acercando suavemente nuestras cabezas de arriba, nuestras narices se tocaron.—Dejemos todo esto y seamos felices —replicó Fumio.—Sí —dije, dejándome llevar por aquellos ojos tan hermosos...—Disculpen por interrumpirlos otra vez —dijo aquella voz que me detuvo la respiración. Sentí que morí en ese instante. Al verla, me quedé sin palabras. Se veía hermosa con aquel vestido que resaltaba su figura. Estaba un poco despeinada; sus labios pintados de rojo llamaban mi atención. Llevaba zapatillas y un bolso negro donde guardó su teléfono. No podía apartar mi mirada de Izumi. Fumio la saludó casualmente, mientras yo solo me quedé en silencio, apreciando a aquella hermosa mujer. —Mi Yukiko dice que se tarda un poco; le surgió algo —añadió Izumi con pena e incomodidad.—No pasa nada —exclamó Fumio maliciosamente—. Me da tiempo para ir por algo y volver —agregó, levantándose de la banca. Sin saber qué pasaba, lo miré confundido. El miedo invadió mi cuerpo. Quería agarrarlo de la mano para que no se fuera, pero no pude. Estaba a punto de llorar. Marchándose con una gran sonrisa, me miró levantando el pulgar en señal de que todo iba a estar bien.Al darme cuenta, Izumi estaba sentada a mi lado mirando al cielo con gran admiración. Yo me retraje, intentando no ocupar más espacio del necesario para no incomodarla.—¿Cuánto llevan juntos? —preguntó, haciéndome ahogar con mi saliva. Al verme toser sin parar, empezó a darme suaves palmadas en la espalda, lo cual hacía que mi corazón se acelerara.—No somos gays —dije, todavía tosiendo. Sorprendida al escuchar mi respuesta, se puso roja.—Lo siento, pensé que eran novios —dijo incómoda.—No pasa nada —dije, calmándola—. No eres la primera persona que lo piensa.—¿En serio? —exclamó con mucha curiosidad.—Sí —dije—. La mamá, hermanas y tías de Fumio me odian. Creen que lo llevo al camino de la homosexualidad. Por eso no lo dejan salir conmigo.Sin aguantar la risa, me miró fijamente a los ojos, lo cual me encantó. —A mí también me odian —dijo con una gran sonrisa—. En mi anterior colegio, tras unas largas vacaciones, escuché a uno de mis compañeros hablar sobre el embarazo de una compañera. Al entrar al salón, rápidamente noté a una compañera más gordita rodeada de varias personas, lo cual era raro, ya que ella solía estar sola. Así que me acerqué y puse mi mano en su barriga, preguntándole cuántos meses tenía. Lo cual la hizo llorar. Resulta que solo había engordado por depresión, y todos empezaron a odiarme por insensible.Al escucharla, me quedé unos minutos en silencio, sin saber cómo reaccionar. Al instante, empecé a reírme sin poder parar. Sentía su mirada, la cual no sabía interpretar. Estaba seria o enojada, me pregunté volteando a mirarla. Su mirada estaba clavada en mí, con una gran sonrisa. No podía apartar mi mirada del café de sus ojos. —Tenemos algo en común: somos odiados —dije con tranquilidad.—Sí —dijo sin quitar aquella hermosa sonrisa—. Eso es bueno —añadió, mirando de nuevo al cielo. Levanté la mirada y, con seguridad, señalé un lugar. —Ahí debería estar la Osa Mayor —dije.—¿Cómo estás tan seguro? —preguntó Izumi, curiosa.—Por el viento y la tangente de los continentes —respondí, sintiéndome a la vez estúpido e inteligente.—Esa de allá es la Osa Mayor —me corrigió, señalando al lado opuesto al que había apuntado—. Y por allí debería estar el cinturón de Orión —añadió.—Confieso: no sé nada de estrellas —dije, lo cual provocó una carcajada en ella.—Lo noté. No te preocupes, guardaré tu secreto.—Gracias, así no tendré que matarte —respondí sin pensar. Al darme cuenta de lo que había dicho, me alarmé. Pensé que la había arruinado, pero Izumi seguía tranquila, sin apartar la mirada del cielo.—¿Por qué miras tanto el cielo? —le pregunté.—Porque es hermoso —respondió—. A veces me pregunto si las estrellas tienen complejos o si alguien las odia.—Son hermosas. Alguien las tiene que odiar —dije.—Buena respuesta —dijo, sonriendo.La noche había sido diferente a lo que imaginé. Aunque aún era posible que me pusiera una demanda por acoso o me robara un riñón, me sentí cómodo hablando con Izumi. No fue una larga charla, pero solo haberla visto sonreír valió la pena.Al cabo de un rato, llegó Yukiko. Al verla, Izumi se levantó y la saludó con un beso en la mejilla. Yo solo miraba en silencio, intentando pasar desapercibido. Con Yukiko llegó aquel hombre del centro comercial. Al verlo, algo dentro de mí se molestó. Un dolor punzante se hizo presente en mi pecho, y una gran envidia me invadió. Esa envidia se transformó en rabia que rápidamente se apagó convirtiéndose en tristeza; una tristeza tan grande que dolía. Ver cómo alguien más besaba aquellos labios rojos era insoportable.De repente, Fumio apareció de la nada, saludando a todos como si los conociera de toda la vida. Mirándome con orgullo, me dio una palmada en la espalda, como si quisiera abrazarme. Por un momento, imaginé que nos había estado observando, escondido en algún lugar.Además del sujeto, llegó una mujer que no conocía. Me miró de pies a cabeza, poniendo una cara de desagrado tras detallarme. Ignorando todo lo que la rodeaba, empezó a escribir en su teléfono, sin ninguna expresión en su rostro.—¿A dónde vamos? —preguntó Fumio con una sonrisa.