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Chapter 2 - 2: El origen del dolor

flashback:

Recuerdo ese día, el día de la primera ola de convertidos. El claxon de un auto, el gruñido y el gimoteo de dolor de mi perro. Solo tenía ocho años cuando mi primer mejor amigo murió delante mío. Connor y yo abrazados, inmersos en el escape del carro del perpetrador y en la sangre de terri. Mi perro.

Las lágrimas corrían por mis mejillas, mis pequeñas manos sudorosas acariciaban su pelaje. Sin poder moverme, inmersa en la escena, hasta que Connor llegó a mi lado y me abrazó. Aunque intentó verse duró, despues de verme llorar, él también lo hizo.

— No puede ser, chicos vengan aquí — escuche de mi madre. Pero ninguno pudo moverse.

Ese día estabamos atorados en la tristeza. Solo éramos firmes espectadores del charco de sangre.

— Connor. Terry … — fue lo único que dije, antes de abazarlo. Recuerdo que apretó mi espalda.

— Yo estoy contigo — se esforzo en no gimotear. Acurrucados— no me alejaré de ti.

Fue así como nuestra amistad se hizo más poderosa. Despues de pasar la cuarentena, nos convirtimos en mejores amigos y todos los días regresamos juntos a casa. Hasta que llegamos a secundaria y creo que, por nuevas responsabilidades terminamos separandonos poco a poco.

Yo tenía que mantener una beca deportiva y connor, era de los chicos más inteligentes de la escuela. No podía estar más orgullosa de él, por eso, debía esforzarme más. No quería solo ser la niña de los deportes.

Sin embargo, un día vi algo que nunca debió pasar. Ese año, cuando los rumores de un bravucon llegaron, cuando el nieto del director pidió obediencia, todo cambió.

— ¡¿Quién será capaz de proteger a esta basura?! — grito Dylan.

Visto por todo el colegio, Connor era el centro de diversión de ellos. Su ropa normalmente limpia, estaba desarreglada, con moretones a la vista y una expresion de miedo lleno. 

¿La razón por la que nadie se acercó? Era Dylan Bustamante, ese bravucon y nieto. De una familia con dinero que le llevó de una escuela privada a una estatal y lo convirtió en su patio de juegos.

Simplemente intocable.

Intente detenerlo, hablar con él. Quería asegurar que Connor no tuviera problemas, pero, no fue lo que esperaba.

— Solo te pido que no molestes a Connor — realmente quería verme ruda— Él está ocupado estudiando, quiere ir a una buena universidad y ayudar a su padre. No merece que tú lo estés jodiendo.

Realmente quería seguir, verme temible. Pero, en el momento que la mano de Dylan pasó por mi cabello y acarició mi mejilla, me dio un asco profundo, no pude moverme.

— Si vuelves a hablar de él o decir su nombre frente a mi, lo matare — sus ojos se curvaron con odio y desesperación. Parecía un demonio a punto de comerme.

Por primera vez, no supe como responder. Senti mi sangre fria, mientras me alejaba con asco. Pero esa no sería la única vez que lo sentiría. Desde ese día, me convertí en un casi cero, en el punto de Dylan. Eran coqueteos, pero si yo tenía malos momentos, Connor tendría menos posibilidades de ser acosado. No era mucho, pero era la única forma que tenía de protegerlo. Pero, entonces, ¿Por qué?

¿Por qué no pude protegerlo esta vez? ¿Por qué me siento con impotencia frente al peligro?

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— ¡CONNOR!

El grito de Zoé era estremecedor, la despertó de sus propios recuerdos. Corrió y golpeó el pecho de Dylan. Solo fueron unos pequeños golpes, antes de que el chico la detuviera a la fuerza. Con sus manos en las muñecas de Zoé y un desdén asqueroso, como si la estuviera criticando.

— Mierda, ¿Qué hiciste? — chasqueó Leonardo su lengia, lleno de furia.

— ¡Qué hicimos! — corrigió Dylan — todos aquí somos cómplices.

A pesar de su voz ronca y respiración lenta, estaba alterado y Zoé lo podía sentir. Sus manos con las que sujetaba temblaban. Solo bastó una sacudida para empujarlo.

— ¿¡QUÉ TE PASA?! — gritó ella — ¿cómo es que puedes comportarte así? Eres … eres un, ¡Hijo de puta!

— Detenganla — ordenó en un susurró antes de voltear a sus dos amigos — ¡Detenganla!

Zoé, a punto de escapar, sus brazos fueron sujetados por Leonardo y Dante. Peleo inútilmente, hasta que el castaño, jaló su cabello y la obligo a verlo.

— No entres en pánico — ordenó Dylan. Tan serio que asustaba hasta sus dos amigos — será un problema que intente hablar. Enciérrenla.

— Oye espera Dylan — detuvo Leonardo. Un moreno de cabello oscuro y alto. Quien sostenía con suavidad los hombros de Zoé — ¿no crees que te estás pasando?

— ¿Qué? — una queja. Dylan soltó un gemido escultural cuando jaló la ropa del chico — escúchame bien, haz lo que te digo si no quieres ser el nuevo cero.

— ¡IRÁS A PRISIÓN! — grito Zoé, sacudiendo sus brazos sin ninguna forma de escape mientras la jalaba. Los ojos de Zoé chispeaban, sus puños se cerraban con tal fuerza que las uñas se clavaron en su piel.

Leonardo y Dante se voltearon a ver mientras caminaban, luchando contra la fuerza de la chica y sus llantos. Dylan, por su parte, dio un par de vueltas en su eje. Viendo el bosque, los cerros lejanos y sus zapatos sucios, a veces cerraba los ojos, dispuesto a no ver al abismo.

No podía acercarse a ver al cuerpo. ¿Ética? ¿Moral? Chasqueo su lengua y pateó la arena de solo pensar en lo nervioso que se sentía.

"Cobarde" cruzó por su cabeza. Pero no se iba a acercar. En el fondo de su alma, Dylan sabía que había matado a alguien.

— Cálmate Dylan — susurró para sí mismo — nadie lo sabrá ... Nunca. Nadie sabrá lo que pasó. Perdón, cero. Pero como dice mi papá: "En la sociedad los ceros disfrutan de la calma, pero no sobreviven a una fiebre".

Su expresión era triste. Tal vez se arrepentía mientras caminaba lejos del abismo. Esperando olvidarse lo que vivió ahí, tratando de ahogar su rostro en el brillo de primavera

— Y yo. Soy un "uno".

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Mientras tanto, en algún lugar detrás del campamento, entre carteles "Ingreso Prohibido" y puertas con señales de electricidad, los dos adolescentes empujaron a Zoé al interior de una de las pequeñas bodegas.

El espacio era mínimo y oscuro. Zoé tropezó con las escobas y un estante metálico, derribando algunas cosas en el proceso. El sonido del metal chocando con el suelo resonó en el espacio confinado, amplificando su desesperación.

— ¡No pueden hacer eso! — gritó Zoé.

— Cállate, por favor — dijo el moreno. Tomó una de las cintas aislantes del pequeño estante metálico y cerró la boca de ella — en verdad, lo siento.

No importó cuántas veces lo repitiera, los ojos de Zoé lo veían con un odio incandescente. Leonardo podría jurar que su corazón se quebró por la débil expresión de la chica cuando cerró la puerta frente a ella. 

Leonardo dio un último vistazo a Zoé antes de salir, cerrando la puerta con un clic que resonó como un martillo en la oscuridad. Los sonidos del exterior se desvanecieron, dejándola sola con su rabia e impotencia que perforaba su corazón.

Se resistió a llorar, no quería pensar en el rostro de Connor antes de morir.

Después de unos minutos, Dylan observaba el campamento llenándose de vida. Sutiles risas refrescaban el aire de la cercana noche, mientras los dos seguidores del castaño, padecían con la tristeza y el ansioso ambiente de no querer ser vistos.

Dylan sentía que los dos lo juzgaban y no le gustaba. Quería golpearlos, romper con esa aura de preocupación. A punto de quejarse, retrocedió ante un golpe en su hombro. Era el Sr. Morales, el profesor de historia, con un miedo profundo en su rostro y una expresión de preocupación.

— Ah, perdón — dijo mientras avanzaba. Perdiéndose de la vista molesta del castaño.

— Mierda — susurró Dylan — el profe morales es muy despistado.

El hombre caminaba apurado, con una intensa mirada en la preocupación de su trabajo. En una búsqueda inalcanzable que dirigiría el futuro de su puesto como profesor, pensando en las palabras del subdirector lanzo. Grotesco como siempre.

"Algún estudiante se robó las cervezas. Profesor Morales, ya que no estás haciendo nada busca al responsable",

Aún cuando se trataba de la culpa del subdirector Ramírez. O cuando intentó disuadirlo. Se volvió el responsable de buscar las cervezas.

«Yo tenía que proteger a mi estudiantes. No estar buscando algo que no me corresponde.»

"¡Tsk!" Chasqueó su lengua. Terminó golpeando el muro de la torre. En un espacio desolado frente a los contenedores de basura, dudando si revisarlos. Posiblemente algún estudiante sacó el contenido y botó las latas.

— Esos niños son inteligentes — susurró, empezando a caminar hacia el primer contenedor.

El olor a putrefacción golpeó su rostro. Aturdió por unos instantes antes de que un extraño sonido de las ramas crujiendo lo sorprendio.

— ¿Hay alguien? — preguntó al aire. Estirando su cuello en busca de alguna silueta, mientras se alejaba del hedor — ¿Subdirector Ramírez?

— Rata del laboratorio número 2 — escuchó de una voz varonil a sus espaldas.

Volteó rápido. Sin poder ver el rostro del hombre o el cuerpo completo del arma, cuando la boquilla disparó una bala. Gotas de sangre cayeron en los contenedores.

Su visión clara, se tornó borrosa. Verde. Y aquel hedor de la basura, inundó sus orificios.

— Número Dos. Busca el número cero.

Entonces una orden, mientras el rostro del profesor Morales se tornaba serio. Parecía un muerto.

Con ojos pixelados y un pequeño derrame de sangre cayendo por su nariz hacia sus labios, bebio de ella.