— ¡Ya para! — grito Zoé, golpeando a Leonardo en el proceso hasta que terminó por caer al suelo.
— Si. Se acabó — susurro Dylan.
Connor golpeaba sus brazos al aire, tratando de alcanzar sin éxito al castaño. Hasta que, sus sentidos se fueron. Su mirada era borrosa, sus sentidos desaparecieron; apenas podia escuchar su alrededor, pero poco a poco, su vision se tornó borrosa. Mientras sus piernas dejaban de funcionar y lo unico que pudo ver fue el rostro orgulloso de Dylan antes de caer por el abismo.
El viento silbaba en sus oídos, su corazón latía desbocado y la adrenalina inundaba cada fibra de su ser. En esos instantes, la perspectiva de su vida parpadeó ante sus ojos, un caleidoscopio de recuerdos y emociones.
El tiempo parecía alargarse. Se preguntó si había salida, si sus elecciones habrían sido diferentes en un mundo donde la intimidación no fuera su sombra constante, mientras el recuerdo de la risa de Dylan era reemplazada por el canto de aves. Como rugidos que resonaban en sus oídos.
De repente, su cuerpo chocó con la superficie del agua con un estruendoso chapoteo. La fría corriente lo envolvió, y la presión del impacto lo desorientó por un instante. Siendo arrastrado por el agua, el canto de las aves y un par de plumas negras que convirtieron su visión en una eterna oscuridad.
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"Jiahh!" "Jiahh!" "Jiahh!"
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— ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Dónde estoy?
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"Jiahh!" "Jiahh!" "Jiahh!"
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— Son ... ¿Aves?
"Jiahh!" "Jiahh!" "Jiahh!"
Un lugar sombrío cubría todo lo que una persona podría ver. Los ojos oscuros de Connor se abrieron poco a poco, ante la oscuridad.
Mientras sus sentidos lentamente regresaban, el sonido persistente de los "Jiahh!" continuaba, ahora más claro y cercano. Connor intentó levantarse, pero sus piernas no funcionaban, en aquel extraño y húmedo lugar con olor a lodo.
— ¿Qué es esto...? —murmuró, su voz temblando.
Los ojos de Connor comenzaron a adaptarse a la penumbra. Sentado, sus manos sintieron la frialdad, giró la cabeza en dirección de donde venía cada cantar y en busca de una salida. Hasta que una nueva voz resonó en su mente, produciendo un escalofrío en toda su espina dorsal. Sintiendo como su cabello se erizaba ante la sorpresa.
— Son los kharis jharis —dijo una voz masculina, profunda y extraña—. Parece que les agradas.
Connor giró rápidamente, buscando el origen de la voz. Sin éxito.
— ¿Qué? ¿Quién eres?
— Por ahora, nadie más que un sustituto. ¿Y tú?
"Jiahh!" "Jiahh!" "Jiahh!"
Connor revolvió su mirada alrededor. Siguiendo en su búsqueda por esas voces que golpeaban en su mente, balbuceando por responder hasta que sacudió su cabeza y gritó:
— ¡NO ENTIENDO NADA! ¡¿DONDE CARAJOS ESTOY?! ¡YO MORÍ! ¡DYLAN ME EMPUJO!
El eco de sus gritos se extendió por la oscuridad, apagándose lentamente en la distancia. Mientras el cantar persistente de los kharis jharis continuaba, logró levantarse. Su cuerpo se balanceaba al dar un par de pasos eufóricos. Hasta que un par de ojos amarillos se posaron frente a él.
Deteniendo sus suspiro ahogado por el miedo y la confusión.
— Quieres vengarte ¿no? ¿Recuerdas? — Era de nuevo esa voz. Esta vez, más cerca. Proveniente de esos ojos.
Connor no respondió. Sus ojos se abrieron con sorpresa.
" El portón de tu escuela cerrada, entre los pasadizos, en el salón de clases y en las carpetas de cada uno, brillando por el rojo carmín de su sangre. Tus ojos viendo adelante, hacia el arma que los mató y terminó con tu sufrimiento "
Era tal como sus sueños, sin poder evitar dejar salir una pequeña sonrisa que escondio al volver a esos amarillos ojos penetrantes. Podían devorar su alma en cualquier momento.
— Los humanos son tan predecibles —continuó esa voz—. Ustedes se mueven por la venganza... Puedo ayudarte, puedo darte poder. Solo debes aceptar una condicion mía.
Connor titubeó, mirando fijamente a esos ojos. Recordando a Dylan y esos ojos sádicos cuando lo empujó por el acantilado, lo llenaba de rabia.
Empuño sus manos, apretando sus uñas en sus palmas, sintiendo el ardor. Pero no dolía.
— Yo … — empezó connor.
Tardó unos segundos en procesar, pero sus ojos volvieron a acomodarse en la tenue oscuridad. Logrando ver el rostro de esa figura. Los ojos amarillos parecian un fuego que alumbraba las mejillas firmes de una expresion determinada de un niño valiente que vio guerras.
Suspiro, sorprendido por esa apariencia. Pero sobre todo de esa voz de adulto. Era más pequeño que él, pero su ropa desgastada parecía de siglos pasados.
— Dejarás de ser un cero y te convertirías en el primero de todo— volvió a hablar el niño.
— Yo, acepto.
Fueron dos palabras, pero lo suficiente para que Connor pudiera ver esa expresión estoica del niño convertirse en una mueca de emoción. Mostró sus dientes con una gran sonrisa y sus ojos se convirtieron en fuego antes de correr, sorprendiendo a Connor.
Como si fuera intangible, lo vio atravesar su cuerpo, alcanzando un suspiro, mientras una extraña sensación lo jalaba hacia atrás y sus ojos oscuros, por un segundo, flamearon en un amarillo fosforescente.
De repente, Connor sintió una energía extraña fluir por sus venas, sus sentidos se agudizaron, escuchando el cantar de los kharis jharis con más fuerza.
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"Jiahh!" "Jiahh!" "Jiahh!"
— ¿Qué? — susurro Connor.
Flotando en el agua, sus ojos pegados al cielo azulado del bosque. Escuchó el cantar de las aves alrededor de él, sintio el suave oleaje y hasta el sonido del movimiento de las ramas mecerse por el aire.
— ¿Estoy vivo?
De repente, su cabeza chocó contra una pequeña roca. Asustando y moviéndose por primera vez.
Con un gran esfuerzo, sus manos tocaron la textura rugosa de la roca mojada. Aún sin poder entender lo que había pasado, se mantuvo en el río absorto en sus pensamientos, hasta que una pluma negra volar frente a él y un canto llamó su atención:
"Jiahh!" "Jiahh!" "Jiahh!"
— Los kharis jharis — susurro. Tomó la pluma en mano— Claro. La venganza… Espera, ¿Regresé a la vida? —se preguntó, y de repente una sonrisa brillante apareció en su rostro—. ¡Ajá! ¡Ajajaja! ¡AJAJAJA! ¡SIGO VIVO!
La risa de Connor era encantadora, llena de alivio y euforia. Experimentando sus primeros nuevos pasos, sin saber que otra gran alegría se daba en el ese centro que adolescentes usaban como campamento.
Mientras en el interior de una oficina. El subdirector se volvía más desesperado revisando los estantes, hasta que tres golpes en la puerta lo alarmaron.
— Subdirector Ramirez — se escuchó.
El profesor Morales entró, con tanta seriedad como calma. Sin ser visto por el subdirector que bufaba con un agrio pesar, molesto aún por la cerveza desaparecida.
— ¿Encontró algo? dígame que encontró las latas de cervezas pérdidas. — Habló con firmeza, revisando unos estantes.
— No.
Morales lo dijo naturalmente. Sin ningún miedo, hasta que el subdirector golpeó la pared.
— ¡Mierda! — grito — ¿Por qué todos son unos incompetentes? Primero el profesor de ciencias, la profesora Jimena ni siquiera aparece desde hace más de dos horas.
El profesor Morales se mantuvo quieto. Reacio al subdirector a punto de gritar, como esa vez que le gritó en la mañana. Cuando estaba delante de todos los profesores del campamento, fue tratado como un adolescente.
Recordó sus gritos, su enojo, los susurros de sus compañeros profesores. Cerró sus manos en un firme puño, mientras sus ojos se pixelean como un computador y de su nariz una gota de sangre brotaba lentamente.
— Si no encuentras esas latas de cerveza, serás tú el culpable — explicó el subdirector.
— Ahora entiendo porque él te odia.
Sus palabras asombraron al subdirector. Volteo lentamente, asustandose por ver la sangre deslizarse por la barbilla y manchar su ropa.
— Profesor Morales — susurró el subdirector Ramirez — no me diga ... ¿estás infectado?
De pronto, una gran sonrisa se dibujó en su rostro. Su boca se abrió de oreja a oreja, sus dientes se mostraron mientras caminaba frente al sub director. Sus manos en la mesa, impregnando sus huellas en ella, antes de que sus ojos se tornaran negros.
— Mo, mons … monstruo — logró decir.
— No — detuvo morales — soy una evolución.
Después de unos minutos de silencio. La puerta de esa oficina volvió a abrirse. El profesor Morales salió con serenidad, su rostro tan calmado como su caminar.
No parecía importarle nada, ni siquiera cuando una profesora habló.
— Profesor Morales — dijo una mujer de cabello amarrado. La profesora Jimena — Vaya con sus estudiantes. Los organizadores dicen que van a iniciar con una premiación.
Dijo lo último divertida, terminando por detener al hombre y reírse frente a él.
— Enserio — se contuvo ella — los niños de ahora les gusta hacer tonterías. ¿No? Como sea, debe apurarse a reunir a sus estudiantes. Mi clase está bien, hasta Dylan me dijo que me echaria la mano. ¿No es increíble? El nieto del director, ¿Ayudándome? Ajajaja.
Su mano terminó en el pecho del hombre.
— En serio — agregó Jimena — Creo que tengo suerte de tenerlo en mi clase. Aunque, claro me da pena los niños que usa como burla. Pero, ¿qué puedo hacer yo? Dylan es casi como un vicepresidente de toda la escuela, los niños le tienen miedo.
— ¿Tiene poder?
Al final Morales habló, sostuvo lo que sea que estuviera comiendo. Volteo al pecho de la mujer, escuchaba el latir.
— Tu corazón late rápido — la arrincondo contra la pared.
— Mateo ¿Qué haces? — susurro divertida y sonrojada — ¿Estás molesto por qué el sub director siempre te molesta?
En ese momento, él abrió la boca, dejando caer una oreja a los pies de la mujer. Ella bajó la mirada hacia el pequeño charco de sangre que se formaba antes de volver a mirar al otro profesor.
Con una gran sonrisa demoniaca y dientes filosos.
Un grito desgarrador se ahogó en un segundo. Nadie pudo saber que pasó con la profesora Jimena.