La lluvia era fría y persistente, como si el cielo llorara por un mundo que ya no existía. Harry Potter, ahora el último mago vivo, permanecía inmóvil en la cima de la colina. Sus botas estaban hundidas en el barro oscuro, manchado de sangre seca y cenizas. A su alrededor, el paisaje era una pintura grotesca de destrucción: árboles calcinados, cráteres donde alguna vez hubo prados verdes, y los restos de lo que habían sido magos y muggles. La guerra había reclamado todo.
Harry alzó la vista. Desde esa altura podía ver las ruinas de Londres en el horizonte, aún envueltas en llamas infernales que no se apagaban, alimentadas por la magia oscura liberada en los últimos días de la batalla. Ese fuego era un monumento cruel a los sacrificios que habían hecho sus aliados y amigos. Una táctica desesperada para detener el avance de los muggles, que habían adaptado su tecnología para cazar y esclavizar magos. Pero incluso la magia más poderosa no fue suficiente para salvar al mundo de la destrucción.
Harry cerró los ojos y dejó que la lluvia empapara su rostro. Las palabras de Hermione, dichas siglos atrás, resonaron en su mente como un eco distante:
*"No protegemos solo a los nuestros, Harry. Protegemos el futuro, un futuro en el que magos y muggles puedan vivir como iguales."*
Ella siempre había creído en ese sueño. Todos lo habían hecho. Y ahora yacían bajo tierra, enterrados hace más de mil años, junto a la esperanza que habían representado.
Frente a él, las cenizas de sus compañeros aún mantenían formas humanas, como esculturas grotescas y frágiles. La lluvia caía sobre ellas, pero no las disolvía. Parecían un recordatorio eterno de sus voluntades y sacrificios. Harry se arrodilló ante ellas, dejando escapar un susurro apenas audible.
—Lo siento... —murmuró, con una voz cargada de años y dolor—. Lo intenté... con todo lo que tenía. Pero fallé.
Su mirada se posó en el cofre que llevaba consigo, protegido por encantamientos irrompibles. Era su legado, su última apuesta. Dentro de él descansaban las crías de todas las criaturas mágicas que pudo salvar, un macho y una hembra de cada especie, junto con libros, artefactos y materiales mágicos irremplazables. Todo estaba almacenado en ese pequeño contenedor que parecía ordinario pero era, en realidad, un universo en miniatura. Era el último refugio de la magia en un mundo donde ya no quedaba vida.
Y, sin embargo, Harry sabía que no era suficiente. Aunque lograra llegar a Pandora, ese planeta que los magos creían rico en energías mágicas, aunque lograra liberar las últimas brasas del mundo mágico, la promesa que había hecho a Ron, Hermione y Ginny seguía sin cumplirse: construir un mundo donde magos y muggles convivieran.
Miró las ruinas de Londres una vez más y recordó los rostros de aquellos que había perdido. Ron, con su sonrisa despreocupada incluso en las peores circunstancias. Hermione, cuya determinación nunca se apagó. Ginny, cuyo amor había sido su mayor refugio. Y los demás Weasley, su familia en todos los sentidos que importaban.
—Les prometí... —su voz se rompió, y sus manos se cerraron en puños—. Les prometí un futuro mejor. ¿Y qué logré? Cenizas. Solo cenizas.
La culpa lo consumía como una llama lenta. Era inmortal, sí, gracias a las lágrimas de fénix que corrían por su sangre. Pero esa inmortalidad era una maldición, no un regalo. Había vivido más de dos siglos viendo cómo todo lo que amaba se desmoronaba. Y, aun así, no podía morir. No mientras quedara una sola chispa de esperanza en ese cofre.
Harry respiró hondo, dejando que el aire frío llenara sus pulmones. **La batalla en la Tierra había terminado**, pero su guerra no.
Harry respiró hondo, sus ojos recorriendo el círculo rúnico que había completado con precisión casi obsesiva. Este ritual, el más complejo que jamás había intentado, era su último regalo para su madre espiritual, Gaia, la Tierra misma. Era un intento desesperado de redimir sus errores, de proteger a la naturaleza que los muggles habían devastado con su insaciable hambre de poder y destrucción.
**Gaia no debía morir.**
Había estudiado durante siglos, combinando el conocimiento antiguo de la magia con lo que quedaba de la tecnología muggle. En esos años de investigación, había descubierto la verdadera razón por la que magia y tecnología no coexistían: la magia era caótica, vibrante y libre, mientras que la tecnología requería precisión y control. Esa incompatibilidad había causado el colapso de la tecnología en presencia de magia. Sin embargo, ahora, con este ritual, Harry planeaba fusionarlas. Unir lo mejor de ambos mundos para que la Tierra no solo sobreviviera, sino que prosperara.
Al centro del círculo, con la maleta mágica a su lado, Harry comenzó a recitar el encantamiento. Cada palabra resonaba con un eco profundo, como si la misma Tierra respondiera a su llamado. La magia a su alrededor comenzó a agitarse, formando corrientes de energía que se enredaban como ríos de luz líquida. Las runas grabadas en el suelo brillaban intensamente, un caleidoscopio de colores que iluminaba la noche.
La magia del mundo se comprimió y fluyó hacia él. Harry sintió cómo lo inundaba, llenándolo más allá de cualquier límite humano. **Era magia pura, la esencia misma de la vida y la creación.** Las criaturas mágicas extintas, las praderas destruidas, los bosques calcinados... todo volvió a existir en un suspiro. Nuevas tierras surgieron en el horizonte, expandiendo la superficie del planeta. Nuevas especies mágicas y no mágicas aparecieron, algunas peligrosas, otras increíblemente bellas.
Cuando la magia alcanzó su punto máximo, Harry extendió los brazos y liberó el último hechizo: un encantamiento que vinculaba la Tierra a su propia inmortalidad. Gaia sería eterna, indestructible, y su magia protegería el equilibrio de la naturaleza.
La energía que lo rodeaba estalló en una onda expansiva que cubrió el planeta. Harry cayó de rodillas, jadeando, mientras observaba cómo el mundo cambiaba ante sus ojos. Las llamas que habían consumido Londres se transformaron en campos verdes. Los cielos despejados eran surcados por fénix, thestrals y pájaros del trueno. Los ríos contaminados ahora fluían con aguas cristalinas, y en las praderas florecían hierbas mágicas que habían desaparecido siglos atrás.
Una lágrima solitaria rodó por su mejilla. **Esto es lo que ellos habrían querido.**
—Ron, Hermione, Ginny... —murmuró con voz quebrada—. Este mundo es para ustedes. Lamento no haberlo logrado mientras estaban aquí.
Se levantó lentamente, cargando la maleta mágica que ahora parecía más pesada, como si compartiera el peso de su misión. Antes de irse, volvió la mirada hacia las tumbas de sus amigos y susurró una última promesa:
—Volveré algún día. Pero por ahora, debo cumplir nuestro sueño en otro lugar.
Con determinación renovada, Harry activó las runas de teletransportación en su muñeca. La magia se concentró en un destello cegador, y, por un instante, todo el planeta pareció detenerse mientras el último mago de la Tierra desaparecía de su superficie.
La transición fue un torbellino de energía. Harry sintió cómo su cuerpo atravesaba dimensiones, su mente resistiendo la presión de fuerzas desconocidas. Finalmente, la sensación cesó, y Harry cayó de pie sobre un suelo blando y extraño.
A su alrededor, el paisaje era completamente diferente. Un cielo lleno de lunas y estrellas gigantes iluminaba un mundo exuberante y salvaje. Plantas bioluminiscentes brillaban en tonos azules y verdes, mientras criaturas majestuosas caminaban con calma por las llanuras. El aire era denso pero puro, cargado de una energía que vibraba en su piel.
Harry dejó caer la maleta y respiró profundamente. Su magia, aunque débil después del ritual, ya comenzaba a conectarse con este nuevo entorno. Este mundo no solo estaba vivo, **rebosaba magia.**
—Aquí es donde empezaremos de nuevo... —murmuró, sus ojos escaneando el horizonte.
Caminó hacia el corazón del bosque cercano, donde una nueva aventura lo esperaba. Este mundo no sería fácil de conquistar, pero Harry estaba acostumbrado a lo imposible.
Y esta vez, no fallaría.
Harry avanzaba lentamente, perdiéndose en la inmensidad del bosque. A medida que se adentraba más, la vegetación se volvía más exuberante y extraña, iluminada por un leve resplandor bioluminiscente que parecía pulsar con vida propia. Aquí, la magia no era solo energía; era parte intrínseca de cada hoja, flor y tronco que lo rodeaba.
A lo lejos, una zona rosada captó su atención. Plantas espirales se alzaban como esculturas vivientes, girando lentamente en el aire. Intrigado, Harry se acercó. Su curiosidad lo llevó a inclinarse hacia una de las plantas, tocando con suavidad los pétalos brillantes que formaban un remolino perfecto.
Con un sonido sutil, como el de algo sorbiendo aire, la planta se replegó de inmediato. Sus pétalos desaparecieron dentro de su tallo, que ahora parecía una simple vara de pocos centímetros saliendo de la tierra. Harry dio un paso atrás, sorprendido y fascinado.
—Increíble... —murmuró, sus ojos brillando con una chispa de asombro que no había sentido en siglos.
Lo que ocurrió después lo dejó aún más perplejo. Una tras otra, las plantas cercanas comenzaron a replicar el movimiento, plegándose en un perfecto efecto dominó que se extendió hasta donde alcanzaba la vista. Harry soltó una risa genuina, la primera en mucho tiempo, al ver el espectáculo. Decidió probar algo: tocó otra planta cercana, causando el mismo fenómeno en una dirección diferente.
—Así que se comunican... —murmuró, maravillado ante esta demostración de conexión entre las criaturas de este mundo.
Su fascinación se interrumpió abruptamente. Un sonido grave, como un crujido masivo, resonó detrás de él. Harry se giró rápidamente, su cuerpo en tensión, y su mano fue instintivamente hacia su varita.
De entre los árboles emergió una criatura colosal. Su cabeza en forma de martillo le daba un aspecto imponente, y sus ojos pequeños pero brillantes se enfocaron en Harry con una mezcla de curiosidad y amenaza. Su cuerpo, de más de once metros de largo, era musculoso y robusto, sostenido por seis patas gruesas que aplastaban la vegetación bajo su peso. Su piel grisácea y rugosa parecía estar cubierta de un leve resplandor, como si estuviera cargada de energía mágica.
Harry retrocedió un paso, su mente evaluando rápidamente la situación. El tamaño y forma de la criatura le recordaban vagamente a los brontotéridos mágicos de la Tierra, antiguos antepasados de los rinocerontes mágicos, aunque esta versión era mucho más intimidante y claramente adaptada a este nuevo mundo.
La criatura lanzó un bufido profundo, expulsando una nube de vapor por sus fosas nasales. Su cabeza se inclinó ligeramente hacia un lado, como si intentara decidir si Harry era una amenaza o una presa.
—Tranquilo... —murmuró Harry en un tono calmado, alzando lentamente las manos. Sabía que atacar sería un grave error; las criaturas de este tamaño rara vez actuaban solas. Si había uno, seguramente habría más cerca.
La criatura dio un paso hacia él, el suelo temblando bajo su peso. Harry podía sentir su magia reaccionando al ambiente, alimentándose del aura del bosque. Con un movimiento sutil, sacó una pequeña rama de un árbol cercano y la encantó con un hechizo simple de luz, creando un resplandor suave y cálido. Lo levantó frente a la criatura como un ofrecimiento de paz.
El ser inclinó su enorme cabeza, observando la luz con aparente interés. Luego, con un gruñido bajo que resonó en todo el claro, retrocedió un par de pasos antes de darse la vuelta y desaparecer entre los árboles.
Harry soltó un suspiro de alivio, aunque su corazón aún latía con fuerza.
—Esto es mucho más emocionante que los thestrals... —murmuró, limpiándose el sudor de la frente.
El bosque estaba lleno de sorpresas, y Harry sabía que cada paso más allá sería un desafío. Pero también era una promesa de descubrimiento y maravilla.
Con una última mirada hacia la dirección en la que la criatura había desaparecido, Harry continuó adentrándose en el bosque, su mente ya pensando en cómo sobrevivir y convivir con los habitantes de este extraño y fascinante mundo.
Harry caminaba por la densa selva, cada paso revelando nuevas maravillas y misterios. La luz tenue que atravesaba el dosel de hojas verdes y azules daba un aire casi místico al ambiente. Pero su exploración se detuvo abruptamente al encontrarse con algo que no esperaba: el cuerpo inerte de un nativo de este mundo.
El joven yacía en el suelo, su piel azul brillante manchada de lo que parecía ser una sustancia negra, tal vez sangre o savia. Harry se inclinó cuidadosamente, murmurando un hechizo de examen para asegurarse de que no había peligro inmediato. La magia le dio respuestas claras: el nativo estaba muerto, posiblemente hacía algunas horas.
Era alto, al menos dos metros, con una complexión atlética que recordaba a un felino. Sus extremidades eran largas y musculosas, y una cola delgada y flexible se extendía desde su coxis, claramente diseñada para mantener el equilibrio. Su rostro, aunque extraño para Harry, tenía rasgos suaves y expresivos, ahora congelados en un último momento de dolor o miedo.
Lo que más llamó la atención de Harry fue la trenza del nativo. Al acercarse, notó que la coleta estaba entrelazada con lo que parecía ser una estructura orgánica compleja. Al tocarla suavemente, su magia le permitió vislumbrar algo sorprendente: en el interior había diminutos filamentos rojizos que parecían pulsar con energía residual.
—Es como... una conexión —murmuró Harry, maravillado. Podía sentir que la trenza no era solo parte del cuerpo del nativo, sino también un conducto para su mente y quizás su alma.
Un susurro interno lo llevó a una conclusión inquietante. Si los nativos de este mundo nunca habían visto un humano, su apariencia sería vista como una amenaza. Si quería sobrevivir y quizás integrarse en esta sociedad, debía dejar atrás su forma humana.
Harry suspiró profundamente, sus ojos mirando con tristeza al cuerpo del joven. Había aprendido mucho en su larga vida, pero aún sentía un peso cada vez que debía tomar decisiones que involucraban a otros.
—Perdóname —murmuró, colocando una mano sobre el pecho del nativo. Su magia detectó que su alma ya había partido, pero Harry igual dedicó unos momentos a honrar su memoria.
Decidido, comenzó a preparar un ritual. Recurrió a un hechizo de transmutación avanzado que había perfeccionado durante siglos, uno que permitiría a su cuerpo adaptarse a la forma del nativo sin perder completamente su esencia. Extendió un círculo de runas alrededor del cuerpo y comenzó a recitar palabras antiguas.
El aire a su alrededor comenzó a vibrar. Su propia piel empezó a arder, no de dolor, sino de transformación. Sentía sus huesos alargarse, su cola formarse, y su piel adquirir el tono azul característico de los nativos. Sin embargo, mantuvo ciertos rasgos suyos: sus ojos verdes y cicatriz en forma de rayo permanecieron como un recordatorio de su identidad pasada.
Finalmente, el ritual terminó. Harry se tambaleó, ajustándose a su nuevo cuerpo. Su cola se movió instintivamente para estabilizarlo, y sintió un escalofrío al notar que su trenza ahora contenía los mismos filamentos que había visto en el nativo.
Se miró en el reflejo de un charco cercano, observando su nueva forma.
—Un cuerpo diferente, pero la misma misión... —susurró para sí mismo.
Miró al joven nativo una última vez, luego utilizó su magia para enterrarlo con cuidado, cubriendo el lugar con ramas y hojas como señal de respeto.
Con una mezcla de ansiedad y determinación, Harry se adentró más en la selva. Ahora, ya no era solo un visitante; era parte de este mundo, y estaba dispuesto a descubrir lo que le deparaba esta nueva vida.
Harry avanzó con cautela hacia el lago, sintiendo cómo la tierra húmeda se hundía ligeramente bajo sus pies descalzos. La curiosidad lo impulsaba más que cualquier miedo. Necesitaba ver con sus propios ojos cómo el ritual había transformado su apariencia. A medida que se acercaba, el agua cristalina del lago reflejaba los rayos de luz que se filtraban entre las copas de los árboles, creando destellos que casi parecían mágicos.
Se inclinó sobre el borde, apoyando una mano en la suave hierba, y miró su reflejo con detenimiento. Lo que vio lo dejó sin aliento.
Su piel, antes pálida como la luna, ahora era de un azul vibrante, adornada con marcas oscuras que recordaban las vetas de un mineral precioso. Cuando inclinó la cabeza ligeramente, notó cómo esas marcas parecían brillar débilmente en respuesta a la luz que tocaba su piel.
Sus ojos, ahora más grandes y expresivos, mezclaban el verde esmeralda de siempre con un halo de amarillo brillante. Era como si contuvieran un fuego interno, una chispa de vida renovada. Harry parpadeó, observando cómo los colores reflejaban en el agua.
El cabello, aún tan rebelde como lo recordaba, tenía ahora trenzas intrincadas entretejidas con cuentas y pequeñas plumas de colores que debía haber añadido durante el proceso de transformación. Las trenzas parecían moverse con vida propia, recordándole que ahora formaban parte de una conexión mayor, un puente entre él y este nuevo mundo.
Se tocó el rostro, trazando los contornos de su nariz más pequeña y los pómulos más definidos. Las orejas alargadas y puntiagudas le parecían extrañas al principio, pero al moverlas ligeramente, notó que le daban una sensibilidad aguda a los sonidos del entorno.
"Así que... este soy yo ahora", murmuró, sorprendido pero también fascinado.
Cuando sus ojos bajaron a su cuerpo, notó cómo su nueva cola se movía de manera instintiva, ayudándolo a mantener el equilibrio. La flexibilidad y fuerza que sentía en cada músculo eran nuevas, pero no incómodas. Su ropa tribal, confeccionada a partir de fibras naturales, se ajustaba perfectamente, como si hubiera sido hecha a medida para él. Las cuentas y los pequeños cristales que adornaban sus brazaletes y collares parecían brillar con una luz propia, como si resonaran con la energía del bosque.
Entonces, su mirada se desvió al bastón que ahora sostenía en su mano. Lo levantó para examinarlo de cerca. Había sido su varita, pero la había transformado en algo más acorde con su nueva forma. El bastón era delgado pero resistente, decorado con grabados de animales y plantas que parecían danzar al contacto con la luz. Emitía un tenue resplandor verde, casi como si fuera un ser vivo.
Alzó el bastón hacia el cielo, sintiendo cómo la magia fluía a través de él, más natural, más conectada con el mundo que lo rodeaba. Sonrió, satisfecho con su trabajo.
Miró su reflejo una vez más, con el bastón en mano, y por primera vez en lo que parecía una eternidad, sintió que podía encajar. Este mundo no era solo un lugar para explorar; era una oportunidad para empezar de nuevo, para ser algo más que el "último mago".
Con un último vistazo al lago, Harry se enderezó, sus pasos más firmes ahora que aceptaba su nueva forma. Estaba listo para descubrir lo que este mundo tenía preparado para él.
Harry avanzó por el bosque, cada paso un recordatorio de lo extraño que era este cuerpo. Si bien el ritual le había dado la apariencia y las capacidades físicas de un Na'vi, coordinar sus movimientos era otra historia. Al principio, caminar sobre el suelo blando y resbaladizo de Pandora lo hacía sentir como un ciervo recién nacido.
"Esto es genial… ¡Sí, claro! Genial hasta que tropiezo y mi cara se convierte en parte del ecosistema," murmuró mientras apartaba una rama baja que, por supuesto, decidió regresar y golpearlo en la frente. "¡Por el amor de—!"
Harry respiró hondo. Concentración, Potter. Recuerda quién eres. Esto no puede ser peor que enfrentarte a un troll en Halloween… o... bueno, aquella vez con Malfoy.
Su mente lo llevó de vuelta a Hogwarts. Malfoy, con su característica arrogancia, había lanzado un hechizo que hizo volar los libros de Hermione por toda la sala común. Harry, en su infinita valentía de Gryffindor, decidió atacarlo de frente.
"¡Eso fue un error!" masculló Harry mientras recordaba el desastre. En lugar de llegar heroicamente hasta Malfoy, se tropezó con su propia túnica, resbaló en una pila de pergaminos y terminó cayendo de lleno sobre Hermione. El impacto hizo que ambos cayeran al suelo enredados, con Harry besando accidentalmente su mejilla. Por supuesto, aquello no terminó ahí: Hermione, furiosa y avergonzada, le dejó una marca roja en la cara con un libro de Mil hierbas mágicas y hongos.
"¿Por qué siento que algo así va a pasar aquí también?" murmuró, sacudiendo la cabeza para volver al presente.
De vuelta en Pandora, decidió que practicar sus movimientos sería una buena idea. Probó saltar entre raíces gigantes, pero el resultado fue menos que épico.
"Vale, Harry. Salta con fuerza, aterriza con gracia. Es solo un salto. No es gran cosa," dijo, flexionando sus piernas. Dio un salto largo y—
"¡Aaaahhh!" gritó mientras caía directo a un charco de lodo.
Sentado, cubierto de pies a cabeza en barro bioluminiscente, Harry suspiró. "Bueno, al menos no me vio nadie," dijo, justo antes de notar que pequeñas criaturas parecidas a luciérnagas flotaban alrededor de él, iluminándolo como si fuera un árbol de Navidad.
Explorando Nuevas Habilidades: Más Problemas que Éxitos
Harry decidió que lo mejor sería centrarse en lo básico: caminar, correr y, tal vez, trepar árboles. Observó un árbol cercano, alto y robusto, con ramas gruesas que parecían ideales para practicar.
"Si puedo trepar a un árbol, puedo hacer cualquier cosa," dijo con determinación. Claro, porque eso siempre ha funcionado para ti, añadió su mente sarcástica.
Los primeros intentos fueron desastrosos. Sus manos, ahora más grandes y fuertes, se aferraron al tronco, pero sus pies resbalaron. Eventualmente, logró avanzar unos metros antes de perder el equilibrio y quedar colgado boca abajo, atrapado por su propia cola.
"¿¡Tengo cola!? ¡¿Por qué no me acordé de esto antes?!" gritó mientras intentaba soltarse, solo para caer de cabeza en un arbusto espinoso.
Mientras se frotaba la cabeza, recordó otra joya de su pasado: aquella vez en quinto año, cuando decidió demostrarle a Ron y Hermione que podía montar una escoba con los ojos vendados. El resultado fue una caída espectacular en medio de la clase de Herbología, aterrizando justo en una fila de Mandrágoras. Nunca olvidaré esos gritos... ni a Neville desmayándose por cuarta vez en un día.
"Definitivamente, sigo siendo un Gryffindor," murmuró mientras volvía a intentar trepar al árbol, esta vez con más cuidado.
Momentos de Gracia y Torpeza
Finalmente, después de varios intentos y un par de nuevas heridas en el orgullo, Harry logró llegar a una rama alta. Desde allí, la vista del bosque de Pandora era impresionante. El aire estaba lleno de partículas brillantes, y las plantas parecían susurrar al compás del viento. Por un momento, Harry sintió una paz que rara vez experimentaba.
"Esto no está tan mal. Tal vez soy más ágil de lo que pensaba," dijo, justo antes de que la rama crujiera amenazadoramente bajo su peso.
"¡No, no, no, no—!" La rama cedió, y Harry cayó, aterrizando de espaldas en un claro lleno de flores bioluminiscentes. Para su sorpresa, las flores reaccionaron a su caída, iluminándose en un estallido de colores.
"Genial," dijo con sarcasmo. "Ahora no solo soy un desastre; soy un desastre brillante."
Se levantó, sacudiéndose las flores, y continuó su camino. Aunque su progreso era lento y accidentado, cada caída y tropiezo le enseñaba algo nuevo sobre su cuerpo. Aprendió a usar su cola para equilibrarse, a saltar distancias más largas y, lo más importante, a evitar los charcos de lodo.
Mientras se sentaba al pie de un árbol gigantesco para descansar, Harry se permitió una sonrisa. A pesar de las caídas, los tropiezos y los momentos incómodos, sentía que había logrado algo. Su cuerpo empezaba a sentirse menos extraño, como si poco a poco se estuviera adaptando a la vida en Pandora.
"Tal vez no sea tan diferente de mi tiempo en Hogwarts," pensó. "Después de todo, si pude sobrevivir a trolls, dragones y clases de pociones con Snape, seguro puedo con esto… ¿Verdad?"
Con ese pensamiento, cerró los ojos, dejando que el sonido del bosque lo arrullara. Mañana sería otro día lleno de desafíos, y Harry estaba listo para enfrentarlos... aunque probablemente con algunas caídas más en el proceso.
Al dia siguiente, Harry despertó con una sensación extraña. El suave murmullo del viento y el aroma fresco de Pandora lo rodeaban, pero no era eso lo que lo inquietaba. Había tenido un sueño. Bueno, más bien un sueño raro.
En su mente todavía flotaba la imagen de una mujer extraordinaria, vestida con hojas y ramas, que lo abrazaba con ternura. Su piel brillaba con un leve resplandor bioluminiscente, y su sonrisa... Harry no podía explicarlo, pero esa sonrisa lo llenó de una calidez que nunca había sentido antes.
"Gracias por curarme," susurró ella en su sueño, antes de desaparecer como un susurro entre los árboles.
Harry se incorporó rápidamente, frotándose los ojos.
"¿Quién era esa mujer?" murmuró, mirando a su alrededor como si esperara que la respuesta cayera del cielo. Nada, solo el sonido de las criaturas de Pandora.
Pero había algo más, algo en su interior que parecía... emocionado. Como si una parte de él reconociera a esa mujer, aunque su mente no pudiera recordarla.
"Genial, Harry. Ahora no solo tienes que preocuparte por sobrevivir, también por resolver un misterio romántico con una mujer que probablemente no existe."
Decidió dejar el sueño a un lado, al menos por ahora. Se sentó en una roca improvisada, con la mirada fija en la tumba que avia echo para el cadáver del Na'vi que había encontrado y enterado el día anterior. Si este chico había muerto cerca de aquí, seguramente habría una tribu cercana. Y si encontraba esa tribu, tal vez podría sobrevivir mejor en este mundo.
"Claro, suena fácil," dijo, cruzando los brazos. "Excepto por un pequeño detalle: no tengo ni idea de cómo comunicarme con ellos."
El idioma. Harry golpeó su frente, frustrado por no haber pensado en ello antes. Pero justo cuando la desesperación comenzaba a asentarse, una idea lo golpeó, como si un rayo hubiera descendido de las montañas y lo electrificara.
"¡Eso es! ¡La oclumancia!" exclamó, levantándose de un salto.
Por supuesto, si el cuerpo que había utilizado para el ritual tenía recuerdos, entonces debía haber fragmentos de memoria útiles escondidos en su subconsciente. Podría acceder a ellos con suficiente concentración.
La emoción lo invadió tanto que, sin darse cuenta, comenzó a posar como si estuviera en un manga de JoJo's Bizarre Adventure.
"Soy un genio," murmuró mientras levantaba los brazos dramáticamente, adoptando una postura que intentaba ser heroica.
Si alguien lo hubiera visto en ese momento, habría jurado que Harry había perdido la cabeza. Sus movimientos eran torpes, y su cuerpo Na'vi, aún en proceso de adaptación, no ayudaba mucho. Su cola se movía sin control, dándole un aspecto más cómico que heroico.
"Sí, definitivamente tengo que practicar esto más tarde."
Harry se sentó de nuevo, esta vez con las piernas cruzadas. Cerró los ojos y comenzó a aplicar las técnicas de oclumancia que había aprendido con Snape. Respiró hondo, calmando su mente y dejando que los recuerdos surgieran lentamente.
Al principio, solo eran fragmentos: imágenes borrosas de un joven Na'vi corriendo por la selva, trepando árboles con una agilidad que Harry solo podía envidiar. Luego, los recuerdos se hicieron más claros.
Había momentos felices: risas con amigos, cacerías exitosas, danzas bajo la luz de Pandora. Pero también había algo más... algo incómodo.
Uno de los recuerdos que emergió fue el de ese mismo Na'vi adolescente tratando de impresionar a una joven de su tribu. Parecía decidido, seguro de sí mismo, pero todo salió terriblemente mal.
El joven intentó trepar un árbol para alcanzar una flor brillante, pero su pie resbaló, y terminó cayendo de cara al suelo frente a la chica, quien no pudo evitar reírse. La sensación de vergüenza atravesó a Harry como si fuera su propio recuerdo, y lo hizo abrir los ojos rápidamente.
"¿En serio? Ni siquiera es mi torpeza, ¡pero aún así me siento como un idiota!"
Sin embargo, ese no fue el único recuerdo incómodo que surgió. Su mente, traicionera como siempre, decidió mezclar esos recuerdos con uno de sus momentos más vergonzosos: su intento fallido de coquetear con Cho Chang.
Flashback.
Era su quinto año en Hogwarts, y Harry había decidido que era hora de ser valiente (algo irónico, considerando que estaba en Gryffindor). Se acercó a Cho con toda la confianza que pudo reunir.
"Eh... Cho, ¿quieres ir a Hogsmeade conmigo?"
Cho levantó la mirada, sorprendida. Pero antes de que pudiera responder, Harry tropezó con sus propios pies y cayó hacia adelante, aterrizando con la cara en el pastel de calabaza que estaba en la mesa.
Cho se llevó una mano a la boca para contener la risa, pero no pudo evitar soltar una carcajada. Harry, con crema de pastel en la cara, trató de recuperar algo de dignidad.
"Es un nuevo hechizo que estoy practicando," dijo, con una sonrisa incómoda. "Se llama Pastelus Encaraficus."
"Claro, Harry," respondió Cho, riendo.
De vuelta en Pandora, Harry se pasó una mano por la cara, tratando de despejar la vergüenza acumulada.
"Esto no está ayudando," murmuró.
A pesar de todo, algo útil había salido de la oclumancia. Ahora sabía que los recuerdos del Na'vi podían ser útiles para sobrevivir, pero también que necesitaría tiempo para descifrarlos.
"Está decidido," dijo, poniéndose de pie con determinación. "Buscaré esa tribu mañana. Hoy... necesito entender este cuerpo y practicar un poco más. Y tal vez dejar las poses dramáticas por ahora."
Con eso en mente, Harry se dispuso a prepararse para su próximo desafío, aunque algo le decía que el verdadero reto sería lidiar con más de esos recuerdos vergonzosos.
Harry avanzo por la jungla de Pandora, ajustándose al ritmo de su cuerpo Na'vi. Su entrenamiento había comenzado a rendir frutos, y aunque todavía tropezaba ocasionalmente con raíces traicioneras, se movía con una agilidad que comenzaba a parecerle natural.
En una de sus carreras, saltó desde una rama alta, dio un giro en el aire, y aterrizó con una precisión que habría impresionado incluso a Viktor Krum.
"¡Eso fue increíble!" exclamó, mirando sus manos con asombro. "¡Ni siquiera sabía que podía hacer eso!"
Pero su euforia duró poco. En medio de sus saltos y acrobacias, una presencia peculiar captó su atención. Un árbol enorme, que parecía brillar con una luz suave y cálida, se alzaba ante él como un centinela místico.
Harry se detuvo, jadeando ligeramente, y frunció el ceño. El aire a su alrededor era diferente, casi cargado de energía.
"¿Qué clase de magia es esta?" murmuró, avanzando con cautela.
Cuanto más se acercaba, más intenso era el resplandor del árbol. La sensación era extraña, como si una fuerza lo llamara, tirando de él de una manera que no podía explicar.
Justo cuando estaba a unos metros del árbol, un recuerdo que no era suyo explotó en su mente. Era como si alguien hubiera abierto un libro de memorias y lo obligara a leer.
La imagen de un joven Na'vi, arrodillado frente al árbol, pronunciando palabras sagradas en su idioma, llenó su visión.
"Vitraya Ramunong," murmuró Harry de manera inconsciente.
El sonido de las palabras resonó en su lengua como si siempre las hubiera sabido.
Harry parpadeó, sorprendido. "¿Qué diablos fue eso? ¿Y por qué lo dije como si fuera un experto lingüista?"
A pesar de su confusión, no pudo evitar sentirse intrigado. El recuerdo, aunque extraño, parecía guiarlo.
"De acuerdo," dijo, más para sí mismo que para nadie más. "Supongo que no estaría de más intentar seguir las instrucciones de un recuerdo aleatorio. Nada podría salir mal, ¿verdad?"
Harry se acercó al árbol con cautela, sus ojos fijos en las raíces resplandecientes que parecían pulsar como si estuvieran vivas. Sacó su tswin, la cola neuronal que ahora era parte de su cuerpo, y la examinó por un momento.
"Bueno, aquí vamos," murmuró, acercando los pequeños zarcillos al árbol.
Los zarcillos se entrelazaron instantáneamente con las lianas rojas del árbol, como si estuvieran hechas para conectarse. Apenas ocurrió esto, una ráfaga de energía lo atravesó, y Harry sintió como si su mente hubiera sido lanzada a un río lleno de voces, recuerdos y emociones.
Al principio, todo fue abrumador. Voces se superponían unas a otras, risas, lágrimas, cánticos y susurros llenaban su mente. Era como si todas las almas de Pandora estuvieran hablando a la vez.
De repente, el caos se calmó, y Harry se encontró en un espacio extraño y luminoso. Estaba rodeado de una luz cálida, y frente a él, una figura femenina imponente apareció. No era una persona real, sino una representación.
"Eywa," murmuró Harry, sintiendo una mezcla de respeto y asombro.
La figura no dijo nada, pero una oleada de emociones lo golpeó: amor, comprensión, y una profunda conexión con todo lo que lo rodeaba. Era como si pudiera sentir cada árbol, cada criatura, cada hoja y brizna de hierba en Pandora.
Por un instante, se sintió más vivo que nunca.
Cuando la conexión se rompió, Harry cayó de rodillas, jadeando. Su cuerpo temblaba, pero su mente estaba clara.
"Eso fue..." comenzó, pero no pudo encontrar las palabras para describirlo.
Miró el árbol frente a él y luego al cielo de Pandora. Una sonrisa lenta y sincera se extendió por su rostro.
"Este lugar es increíble," susurró.
Por primera vez, Harry sintió que no solo estaba sobreviviendo en Pandora, sino que realmente pertenecía a este mundo. Y mientras se alejaba del Árbol de las Almas, supo que haría lo que fuera necesario para proteger ese planeta y las conexiones que lo unían a él.
El amanecer en Pandora era algo que Harry nunca dejaría de admirar. Las primeras luces del día pintaban la jungla con un resplandor iridiscente, iluminando las hojas y flores con colores que parecían salidos de un sueño. Se incorporó lentamente, aún procesando lo que había experimentado el día anterior.
"Solo han pasado tres días…" murmuró, mirando sus manos Na'vi. Aunque su cuerpo se sentía fuerte y ágil, había algo desconcertante en no necesitar comida. ¿Era parte de la transformación, o el Árbol de las Almas había hecho algo más?
Decidió no pensarlo demasiado. Después de todo, estaba en un planeta completamente nuevo con reglas diferentes.
Harry caminó hacia un arroyo cercano para refrescarse. Bebió un poco de agua del rocío acumulado en una hoja gigante, o al menos lo intentó. Era su décimo intento de beber agua de una hoja, y la mayor parte del líquido terminó escurriéndose por su cara.
"Bien hecho, Potter," se burló a sí mismo, limpiándose con la parte trasera de la mano. "Definitivamente un experto en supervivencia."
Después de terminar con los asuntos matutinos básicos, incluido orinar tras un arbusto mientras se aseguraba de que ninguna criatura salvaje lo sorprendiera, Harry se sentó junto a un árbol para reflexionar.
El idioma Na'vi, que había estado luchando por recordar, ahora fluía en su mente como si siempre hubiera sido parte de él. No solo podía hablarlo, sino que lo hacía con una perfección que lo sorprendía.
"Esto es raro," admitió. "Aunque supongo que no es tan extraño considerando todo lo demás que me ha pasado."
El pensamiento lo llevó a un recuerdo de Hogwarts, de los días en que demostrar su valía requería más esfuerzo del que muchos esperaban.
Sonrió al recordar sus exámenes de ÉXTASIS, en particular el día que tuvo que preparar dos pociones avanzadas: la Poción Animagus y la Felix Felicis. Snape había intentado todo para hacerlo fracasar, desde sabotear los ingredientes hasta cambiar el orden de los pasos en las instrucciones. Pero Harry, obstinado como buen Gryffindor, había superado cada obstáculo.
Cuando entregó sus pociones, incluso Snape tuvo que admitir que eran de la mejor calidad que había visto. El reconocimiento vino acompañado de tanta frustración que los profesores tuvieron que llevar a Snape a la enfermería después de que casi le explotara una vena por el coraje de calificar con la mejor nota al hijo de su antiguo enemigo.
Harry soltó una carcajada al recordar aquel momento. "Definitivamente uno de mis mejores logros," dijo, aún sonriendo.
Sin embargo, la sonrisa se desvaneció rápidamente cuando los pensamientos volvieron al presente. Estaba atrapado en un dilema que no podía ignorar. Por un lado, estaba cada vez más inmerso en el mundo Na'vi, adaptándose a su cultura y forma de vida. Por otro, había una parte de él que se aferraba a su humanidad, a su identidad como Harry Potter.
"¿Qué significa ser humano en un cuerpo Na'vi?" se preguntó, jugueteando con un mechón de su trenza neuronal.
Era como si estuviera perdiéndose a sí mismo, pero al mismo tiempo, descubriendo una nueva versión de quien era. Era una mezcla confusa de emociones: orgullo, incertidumbre, y algo que se parecía peligrosamente a nostalgia.
Después de varios minutos de cavilaciones, Harry se levantó con un suspiro. Miró hacia el cielo y declaró con firmeza:
"¿Sabes qué? Que todos estos problemas se vayan a la mierda. Soy Harry James Potter Black, heredero de dos de las familias más importantes de Gran Bretaña. Soy un Gryffindor, un idiota caballeroso, y eso nunca cambiará, no importa en qué cuerpo esté."
Se giró hacia la jungla, con una sonrisa confiada. Este era un nuevo comienzo, pero él seguía siendo él mismo: el mago testarudo que había enfrentado dragones, mortífagos y el mismísimo Voldemort.
"Así que, Pandora, prepárate," dijo, comenzando a caminar con renovada determinación. "El jodido Harry Potter está aquí, y no pienso irme a ningún lado."