—¿Qué es lo primero que recuerdas, niño?
—¿Lo primero… de todo?
—Sí, lo primero.
—Bien… Creo que… Recuerdo estar acostado sobre una maceta, Había mucho sol y tenía algunas hojas encima, yo…
Una seta de color morado, ancha y con gafas cuadradas se encuentra interrogando a un pequeño lanzaguisantes en el jardín zen. Mientras ella responde y el niño pregunta, lee varios papeles que tiene sobre su propia maceta. Pero por un instante deja de ver sus notas y observa a la joven planta a través de los cristales de sus lentes, levanta una ceja para demostrar que no se toma muy en serio lo que el pequeño acaba de decir.
—Eso no es posible, —dice la voz de la seta—. Has estado toda tu vida en el jardín zen y has crecido aquí, creo que tendremos que terminar nuestra sesión por hoy…
—¡No, espere! —el lanzaguisantes se sonroja, casi nunca levantaba la voz— Creo que recuerdo algo más, habían dos personas viéndome fijamente desde arriba, no puedo recordar su rostro, no puedo recordar quienes eran… También recuerdo estar junto a un pequeño brote, ¡Él era mi amigo, estoy seguro de eso!
La seta lo observa de pies a cabeza nuevamente, hubo unos segundos de silencio mientras el interrogado se avergüenza después de hablar con tanta prisa.
—Guisante Clorofil, ¿verdad? —la de lentes echa un ojo a los papeles que reposan sobre el borde de su maceta, siempre que charlan ella se asegura de estar hablando con la persona correcta, pero fuera de la actuación siempre lo tiene presente—. Este proceso es para determinar si estás preparado para salir o no del jardín zen, Tú ya sabes cómo es esto. Y por lo que veo, aún debemos charlar por mucho tiempo… ya te dije que esos recuerdos no son reales, ya tienes catorce años.
—Pero doctora Humoseta, yo…
—Ya debe acabar nuestra sesión, seguiremos hablando luego.
—¡Espere! —cada vez que Guisante y Humoseta tienen una conversación es una oportunidad más para salir del jardín zen. Es normal que el chico tímido y callado del lugar hable un poco más claro cuando su única posibilidad de escapar se presenta—. ¿Por qué todos pueden salir y yo no?
—Eh… —la doctora observa al suelo mientras titubea antes de responder, se le ve algo confundida—. Ahí fuera todo es peligroso, niño. Será mejor que estés preparado antes de…
—He escuchado que afuera entrenan a las plantas, yo puedo aprender a…
—¡No más charla, Guisante! —responde Humoseta levantando la voz, luego se retira del lugar.
Guisante Clorofil es un lanzaguisantes del jardín zen, ¿Qué es el jardín zen? bueno, él tampoco lo sabe muy bien. Pero es el único mundo que conoce, está compuesto de dos mesas blancas con puestos hechos de bambú para colocar macetas, debajo de las mesas solo hay tierra y algunos cachivaches como gnomos de jardín y sartenes, también hay algunas palas pero el pequeño Guisante siente terror hacía ellas. No hay mucho que hacer en un lugar como este. Él hablaba con la doctora Humoseta cada vez que las plantas del exterior entraban para llevarse a algunos pocos seleccionados pero él nunca tuvo la buena fortuna de lograr algo así, catorce años encerrado en el mismo lugar, catorce años viviendo lo mismo cada día, catorce años sin ver el mundo exterior, menos mal que no estaba solo, no desde el primer dia que es capaz de recordar. Guisante creció junto a otras plantas y se crió con ellas, ¿Menos mal? No tanto, fue lo peor de todo.
Recuerda el pasado como si fuera hace apenas unos días…
—¡Juguemos a correr y a atraparnos! —Guisante hace memoria de la vez que Jalapeño gritó tal frase, apenas tenían seis años.
—¡Si, y juguemos por equipos!
—¿Por Equipos? la gracia del juego es correr como locos, ¡qué idea tan estúpida Guisante!.
Algunas semanas después jugaron a atraparse por equipos, no solo el crédito se lo llevó Jalapeño, si no que nadie dejó jugar a Guisante ese día. Alguna otra vez, cuando ya tenían ocho años, los juegos empezaron a ser más agresivos, pelear entre sí era una actividad frecuente en el jardín zen. Parece que nunca fue muy zen después de todo.
—A mi no me gustan estos juegos…
—¡Callate Guisante! —gritaba Cactus—. ¡Voy a pelear contra ti pedazo de maíz!
—¿No podemos jugar otra cosa? —intentó sugerir el pequeño—. ¿O hablar?
Cactus detuvo su furia hacia el pobre lanzamaiz, dio un giro para observar a Guisante.
—¿Hablar?¡¿En serio?! ¡¿Y qué divertido tiene eso?! —contestó la planta con púas en su cuerpo, de manera inconveniente, todos eran más grandes y fuertes que el lanzaguisantes—. ¿Por qué tú siempre debes fastidiar nuestros juegos? siempre tienes que tener miedo de lo que hacemos, no te atreves a pelear. ¡Eres un lanzaguisantes pequeño y débil!.
—Yo… yo…
—¡Pelea contra nosotros! ¡Vamos, ven aquí!
Para los niños es satisfactorio dar golpes, pero no recibirlos.
No fue el único recuerdo que llegó a su cabeza, quizás uno de los días más extraños viene de cuando descubrió que tenía poderes. Alguien había escuchado a plantas de afuera hablar, pues era común para el jardín zen pegar sus oídos a los cristales del invernadero e intentar oír el exterior, las plantas de afuera decían que entrenaban para disparar mejor y fue así como una forma de estrella reunió a todos los pequeños para intentar disparar. Cactus se desempeñaba bien, lograba disparar espinas a un metro de distancia y Jalapeño fue capaz de escupir una pequeña llama de fuego, era el turno de Guisante.
—Vamos a ver que hace esta vez… —dijo una calabaza mientras todo el jardín zen observaba al pobre lanzaguisantes, el pequeño sentía la presión de todos en el zen.
—¡Seguro solo va a disparar saliva! —el comentario de Jalapeño hizo reír a todas las plantas menos a Guisante, y a otra detrás de él.
—Muy bien, estoy listo, ¡hoy es el día! —Guisante susurro para el mismo llenándose del optimismo que nadie le daba. A pesar de no querer estar ahí, la presión social de las otras plantas lo obligaba a intentarlo. Tampoco perdía mucho si fallaba—, ya tienes diez años, ¡tú puedes!
Hizo todo su esfuerzo por intentar no decepcionar a nadie, si lo lograba entonces podría ser una planta igual al resto, pero su pensamiento interno no desaparecía.
"Quizá no sea tan bueno"
—¡Oye! —grito una planta detrás de él, muy parecida salvo un ceño fruncido y una voz profunda—, ¡Espero que tengas suerte con eso, Guisante!
No supo qué responder, ¿Acaso le había dicho algo bueno? ¿Debía decir gracias? ¿O responderle de manera ofensiva como le responden normalmente? La ansiedad solo causó que se quedara en silencio. Las plantas empezaron a gritar, querían darse prisa. Guisante se concentró, pensó que podría disparar algo desde su gran boca así como lo hizo Cactus, así que se visualizó en la tarea, algo empezó a subir desde su tallo, algo redondo y duro que solo causaba molestia y sacarlo era la mejor idea. Cerró los ojos cuando sintió tal esfera en su boca.
—¿Qué está haciendo?
—¡Va a vomitar!
Escupió con todas sus fuerzas, aún no abría los párpados cuando sintió aquella bola salir al exterior. ¡Lo había logrado! ¡Disparó por primera vez! Ahora todos podrían ser sus amigos.
—¡Qué Asco!
Cuando abrió los ojos encontró un guisante en el suelo que rodó hasta su maceta, estaba lleno de saliva y todos los demás hicieron arcadas para vomitar, algunos lo fingían y otros realmente tenían nauseas.
—¡Quítate! —Cactus empujó al pequeño, por supuesto que el grande de púas sí podía volver a intentarlo, Guisante cayó en el suelo, golpeando su maceta y a él mismo.
Una vaina se estiró para ayudarlo, la planta que antes le había deseado suerte ahora estaba dispuesto a levantarlo, por primera vez sintió apoyo.
—Eeeh… Gra-Gracias —intentó decir Guisante.
—No es nada —respondió el desconocido mientras ambas vainas entraban en contacto. Él era realmente idéntico, con la única diferencia de tener más hojas en su corona, aún tenía el ceño fruncido.
—Espera… ¿Yo te conozco?
—Todo el mundo me pregunta si nos conocemos de algo.
—Eeeh… bueno yo…
—Todo el mundo me pregunta si nos conocemos de algo. Espera, ¿No acabo de decir eso?
—Si.. creo que…
—Mi nombre es Robin, y no tienes que preocuparte —respondió con seguridad—. Aprender a disparar es difícil, lo lograrás con el tiempo.
Guisante se sintió mejor con esas palabras.
—Si necesitas apoyo en algo, solo dime y ahí estaré ¿Vale? —Robin volteó la mirada para ir con el resto de sus amigos, era la repetidora que se juntaba con Cactus y Jalapeño ¿Por qué se juntaba con esos tipos?
—¡Espera! ¿Tú sabes disparar? es que… creo que nunca te he visto hacerlo.
—Si… bueno es que soy una buena repetidora pero me gusta disparar cuando nadie me ve… Que puedo decir, soy un tipo duro. Yo me crié en las calles.
—¿Qué es una calle? —preguntó el pequeño mientras sonríe, jamás se había sentido tan bien hablando con alguien.
—Soy un tipo duro, ah espera, ya dije eso ¿Verdad? Bien, ¡Adiós!.
No volvieron a tener una conversación tan larga hasta que Guisante cumplió once años, Cactus, y Jalapeño comenzaron a volverse cada vez más fuertes, su hobbie favorito se convirtió en molestar a los débiles, es decir, a Guisante. Le quitaban su comida y disfrutaban golpeándolo simplemente porque sí, un día le robaron su tierra abonada y lo metieron en la bolsa vacía, a alguien no le agrado ese comportamiento.
—¿No fue suficiente ya? —dijo Robin desde el otro lado del jardín zen.
—¿Robin? ¡Pero si tú eres nuestro amigo!
Guisante escuchaba todo, lo soltaron con agresividad y cayó al suelo, tuvo que quitarse la bolsa de encima.
—Sí, pero a veces ustedes son demasiado abusivos, —reclamaba Robin, la repetidora—. Dejen a Guisante en paz.
—¡Mirenlo! ¿Ahora eres un héroe? ¡Vuelve a decirme qué hacer y yo mismo voy a meterte en esta bolsa de tierra! —respondió Jalapeño.
—¡Si! —interrumpió Cactus—, ¿Por qué defiendes a ese debilucho?
—Porque no merece que lo traten así.
Guisante se levantó, antes de que pudiera reaccionar vio a Cactus aproximarse a su amigo, "Todo esto es mi culpa" pensó, la tensión aumentó en su cuerpo, se preguntó qué podría pasar e imagino mil escenarios posibles en solo un segundo. ¿Y si su mejor amigo era lastimado? su único amigo… Cactus había tomado la superioridad en el Jardín zen porque si alguien intentaba tocarlo recibía un abrazo de púas. Robin se volvió amigo de eso dos hasta este momento, en el combate la repetidora fue más inteligente. Salto con su maceta y golpeó en la cara al abusón, varias de sus espinas terminaron enterradas en la maceta de Robin pero no fue él quien se desmayó en el suelo.
—¡Si cualquier planta vuelve a molestar a alguien más entonces se las verá conmigo! —gritó para todo el jardín zen, sin embargo, no habló con Guisante respecto a lo sucedido. Desde ese día la repetidora fue respetada y temida y por alguna razón, dejó de hablar con el pequeño lanzaguisantes.
No son recuerdos lindos de volver a ver, Guisante devuelve su mente al presente.
Ya anocheció en el jardín zen, el pequeño se queda debajo de las mesas antes de irse a dormir, pues se siente realmente incómodo con el resto de plantas, incluyendo a Robin. Ahí debajo le gusta pensar que está en un jardín de verdad o en medio de la naturaleza, en una primavera cuyo sol le nublara la vista e impidiera ver más allá, pero no era más que una imaginación porque este es el único mundo que existe para él. se pregunta el porqué de todo esto y piensa que debe de existir algo más allá de estos cristales que difusan la luz, ¿Verdad?... ¿Verdad?
Despierta después del resto de plantas, hoy será un nuevo día aburrido igual al resto. Riegan agua sobre todas las plantas con una regadera dorada y un caracol les asiste en lo que necesiten durante la mañana, a veces les permiten comer barras de chocolate aunque desconozcan por completo el origen del tan exquisito alimento, mejor que no lo sepan. En la tarde la doctora Humoseta vuelve para hacer examen a otras plantas.
—¡Robin! —grita la doctora, no solía llamar mucho a la repetidora, fue realmente extraño.
Guisante se encuentra al borde de una de las mesas, a lo lejos ve como su antiguo amigo baja para tomar la sesión, Guisante no puede soportar la curiosidad ¿Que pensaba alguien que lo tenía todo? pues lo debía averiguar. Piensa en saltar de la mesa para bajar y escuchar la conversación pero… ¿Acaso está permitido hacerlo? ¿Robin se enojaría si se entera? Normalmente Cactus y el Jalapeño escuchan las conversaciones de Guisante para luego burlarse de él ¿Entonces por qué no podría hacer lo mismo? No… No es correcto, no es lo que está bien… No es lo que se debe hacer…
—¡Despierta, baboso! —Cactus empuja a Guisante de la mesa, es normal que lo hiciera—. ¡Jajaja!
Cae con sus raíces aún atadas a la maceta, recibe un golpe doloroso que le deja algunas púas en su tallo y tierra. Mira hacia arriba y únicamente se permite aceptar su derrota tras caer. Entre los gnomos de jardín y la basura, logra ver a Robin charlar con la doctora Humoseta, se voltea al instante para no escuchar, pero las voces alcanzan a llegar a sus oídos… ¿Acaso debe acercarse?
—Hola Robin, ¿Cómo has estado? —pregunta Humoseta, el pequeño logra escuchar de lejos.
—Doctora… Usted sabe que debo salir de aquí y…
—Baja un poco más la voz, ¿Si?
Guisante siente una chispa que jamás había sentido en su vida, toma la determinación para buscar una cobertura detrás de una maceta vieja. ¿Realmente quería hacer esto? ¿Y si lo descubren? De todas formas ya no puede subir.
—¡Guisante, vuelve aquí! —Jalapeño grita—. ¡Hay una merienda que debes darme!
¿Acaso es justo lo que está viviendo? ¿Está mal querer salir de la opresión? Guisante es una planta cobarde, si, pero demostró lo contrario al tomar una decisión. Saca sus raíces a la luz del día para poder colocarlas sobre la tierra y andar sin hacer ruido, deja la maceta atrás y con ella la oportunidad de arrepentirse. Su pequeño tamaño le permite ocultarse rápidamente detrás de un jarrón verde roto y con una hoja como símbolo, seguramente debía contener algo valioso en el pasado.
—¿Cuándo vas a salir, Robin? —pregunta la doctora Humoseta durante su entrevista, Guisante escucha la conversación cada vez más claro, avanza un poco y se oculta ahora con ayuda de una podadora dañada.
—Es… es que no lo sé —contesta Robin—, No puedo hacerlo ahora, necesito que me ayude doctora, necesito que me avise cuando "él" aparezca, solo entonces saldré de aquí.
Así que Robin elige quedarse… interesante pero… ¿Quién es "él"?
—Se que podría salir ya si quisiera —repite—, pero tengo miedo de fallar en mi misión. ¿Está segura de que no sabe nada sobre…?
—No, Robin, —interrumpe la doctora—. No he visto a la planta que buscas. Allí fuera se están dando cuenta de que tú no sales de aquí, me están reclamando por retenerte tanto tiempo en el jardín zen.
—No puedo quedarme más tiempo en este lugar —Robin se ve realmente preocupado, Guisante no deja de oír ni un solo segundo, ¿De qué es lo que están hablando?—. Tendré que salir del Jardín Zen. Cambio de planes.
El pequeño se acerca un poco más, odia a los chismosos con todo su ser y se está convirtiendo en uno. Realmente le interesa lo que pueda decirla repetidora, podría ayudarle a saber como salir.
—Nadie te conoce allá afuera —dice la seta—. ¿Estás seguro de que…?
—Lo sé, lo sé doctora —responde Robin—, ¿Pero qué me espera fuera de este lugar? ¿Las calles? yo me crié en ellas… no es lindo.
Ya había escuchado esa palabra antes… ¿Qué es una calle? Se pregunta a sí mismo el escondido.
—Bien… —la doctora humoseta suspiro para continuar—. Toma este pequeño emblema, cuando estés decidido a salir solo colocalo en la puerta y alguna margarita te abrirá y te guiará, de igual modo volveré para hablar contigo en caso de que permanezcas aquí todavía.
—No necesito que me guíen —responde Robin—. Yo ya sé como es el mundo fuera de aquí.
¿Un emblema que sirve para salir de aquí? ¿Ya conoce el exterior? eso suena a algo que Guisante necesita.
—Robin, solo intento ayudarte.
—Gracias doctora… Lo tendré muy en cuenta.
Rápidamente el espía empieza a correr hasta su maceta, tropieza algunas veces pero Robin nunca lo descubre. ¿Qué es todo lo que acaba de suceder? ¿Emblema? ¿Decidir cuándo salir? esto no puede estar pasando, es sin duda el suceso más extraordinario en sus catorce años de vida… ¿Acaso también tendrá un mal desenlace? Esto no huele bien, nada bien… Literalmente.
El día empieza a oscurecer, justo antes de que la luz solar desapareciera y las ventanas del jardín zen se tornarán rojas, sucede durante muy poco tiempo pero a Guisante le llama la atención y suele preguntarse qué causa esa luz. Eso que llaman cielo tiene colores muy variados; Azules, Blancos, Anaranjados e incluso púrpuras, pero hoy su mente está preguntando por otra cosa. Algunas plantas se preparan para dormir sobre sus macetas y ahora es el turno del pequeño, generalmente no duerme bien por la preocupación de estar con el resto del jardín zen y la consecuencia de ellos son algunas ojeras bajo sus ojos, pero el insomnio de hoy es causado por el miedo. Él quiere ese emblema, él quiere salir de allí.
—Si fuera Robin ya me habría ido, ¿Por qué yo no puedo? —pensó.
Un pequeño destello blanco, mucho más allá del simple jardín zen y en el puro cenital del cielo falso, resplandece una luz débil pero suficiente como para causar sombra, alguna vez Guisante escucho que a eso lo llaman luna. Robin está dormido sobre su maceta en un puesto de bambú lejano. ¿Qué tan difícil podía ser quitárselo? seguramente es algo imposible, lo mejor será intentar dormir.
La luna ha avanzado por el cielo cambiando el ángulo en el que se proyectan las sombras, su luz entra por los cristales haciendo brillar el polvo que vuela por el invernadero. No queda ninguna planta despierta más que él, no puede robarle el emblema a Robin, lo haría añicos si se diera cuenta. Además, suponiendo que lo lograse ¿Quién le dejaría salir?
Pero la noche continúa, la mente del pequeñin se destruye a sí misma al pensar que tiene una oportunidad, la misma chispa que sintió en la mañana… Esa misma chispa de voluntad vuelve a picar de nuevo.
Guisante avanza hacia Robín, salta con su maceta haciendo ruido accidentalmente, por lo que empieza a arrastrarla por las mesas blancas, hace más ruido aún y opta por rodar con los bordes de la misma tambaleándose de derecha a izquierda. Logra llegar hasta la repetidora sin despertar a ninguna planta, verlo dormido justo al frente llena de demasiada angustia, ¿Que mentira podría decir en caso de que se despierte? Guisante nunca miente y que vergonzoso seria si alguien lo ve en esta situación, las manos de los lanzaguisantes en realidad son vainas que salen de sus tallos, Clorofil las usa para buscar entre la tierra de una planta ajena. Un movimiento en falso y es descubierto, un solo ruido y mil golpes volarán hacía el. Nadie puede hablar, nadie puede descubrirlo.
Una voz habla tras sus espaldas.
—¿Guisante? —pregunta alguien detrás, el lanzaguisantes queda helado—. ¿Qué rayos haces?
El pequeño ladrón se da la vuelta sin poder pronunciar ni una palabra, Cactus lo ve fijamente desde arriba. Robin sigue dormido.
—¿Estas…?
—Yo…
—¿Haciéndole una broma a Robin? —la planta de espinas sonríe—, ¡Ya estás aprendiendo a ser como nosotros! ¡Si, así se hace!
La tensión de Guisante baja, la clorofila vuelve a su cabeza.
—Si… Si, eso… Hay que hacer silencio.
—¿Y que planeas hacerle? Yo ayudo.
—El tiene un emblema, pensé que podríamos esconderlo y que lo busque por todas partes.
—Bien… ¿Y dónde está ese supuesto emblema?
Lo piensa dos veces antes de responder, esto es cruel… Esto es como hacer una de las bromas con las que molestan al pequeñín. ¿Es necesario?
—Aquí dentro —Guisante señala la maceta del dormido, Cactus mira sus manos llenas de espinas.
—Bueno pues tendrás que hacerlo tú, si yo lo llego a pinchar lo despierto.
Guisante ya no quiere hacerlo, seguramente se habría arrepentido si Cactus no hubiera llegado, pero ahora que está obligado a hacerlo no tiene opción. La diminuta mano de vainas le permite sacar el emblema con el más mínimo movimiento, la pequeña planta al fin aprovecha su tamaño para algo más que ser la burla. Se lo muestra a Cactus.
Es un emblema realmente bello y completamente ajeno a cualquier cosa que haya visto antes; Los ojos de Guisante se reflejan en un finísimo círculo plateado hecho con acabados sublimes y púas que apuntan al exterior. Su miedo se retrata en un precioso símbolo de hoja hecho de la misma plata que el resto del pequeño sol de metal.
—¡¿Qué?! ¡No! tú sacaste eso y tú lo vas a esconder —responde, gritando entre un susurro—-. Si Robin pregunta quién hizo esto te aseguro que diré que fuiste tú.
Guisante tiene ganas de responder, ni siquiera puede contar con Cactus, a no ser…
—¿Seguro? —arquea una ceja, parece que va a enfrentarse al grandulón — ¿Recuerdas que me empujaste ayer en la mañana por el borde de la mesa? Pues gracias por dejarme un par de espinas en el cuerpo, quitarmelas fue doloroso, ¡Sí! pero ahora están en la maceta de Robin, veamos a quién le cree.
Guisante jamás olvidará el rostro de Cactus en ese momento, parece una mezcla entre ira y confusión, seguro no se esperaba que el lanzaguisantes pudiera ser tan inteligente, y él tampoco esperaba tener tanta astucia.
—Eres un niño estupido… —Cactus se acerca amenazante.
—¡No lo harás! —aunque atemorizado, toma alguna de las espinas que había guardado y amenaza a Cactus con despertar a Robin.
—Quita esas espinas de ahí o yo mismo te pondré un par en los ojos cuando despiertes, ¡Tonto!
—Pues te deseo suerte con eso —Guisante sabe que mañana ya no estará aquí, no solo logró hacer lo que había planeado, también enfrentó a la planta que tanto lo molestaba, sintió la victoria, quizás se sintió feliz por un momento.
Aunque cada acto tiene su consecuencia. Guisante hace todo su esfuerzo para no dormir, si llega a caer en el sueño entonces despertaría en el jardín zen con el cuerpo lleno de espinas y con un Robin sin su emblema, debía salir antes que nadie, debía desaparecer antes de que alguien despierte y pueda verlo. Para alivió del pequeño el sol empieza a salir, Guisante se encuentra pegado a las ventanas difusas del jardín zen que no permiten ver más que solo un borrón del exterior. No obstante, las ventanas superiores si que estan hechas de un cristal preciosamente transparente, tanto que incluso alcanzan a verse unas enormes cosas a los que suelen llamar "Árboles" y enormes ballenas blancas a las que llaman "Nubes" Ver por última vez el cielo le dio más ansias a Guisante y más ganas de salir de allí para explorar el mundo.
Voces empezaron a escucharse, habían plantas afuera, es la oportunidad. Guisante colocó el emblema en el cristal, los objetos cercanos podían verse de forma más o menos clara, de hecho una vez todo el Jardín zen quedó fascinado al ver una pelota de un deporte raro. ¿Nadie hace nada al pensar que hay plantas que se esconden del mundo? miles de voces allí afuera y ninguna actúa… ¿Por qué?
El sol ya había alcanzado su máxima luz para despertar al resto, debía darse prisa, escuchó el primer bostezo del jalapeño, huele bastante mal.
Las puertas comenzaron a abrirse, la luz empezó a entrar.
El chiquitín retira el emblema de la ventana mientras su pulso acelera a un ritmo increíblemente rápido. Dos margaritas aparecen enfrente de él, al fondo solo logra ver una cantidad infinita de colores y formas que no puede distinguir en el primer instante, tanta información para sus ojos le causa una ceguera espontánea y un dolor de cabeza instantáneo, las margaritas que lo observan también son victimarias de su ansiedad.
—Tienes… ¿Ese es el emblema de Humoseta? —pregunta una de las margaritas, Guisante escuchó como sus compañeros se levantaban de las macetas.
Hablar con alguien de afuera aumentó su pulso y sus nervios, no puede pensar bien, ni siquiera está seguro de lo que ve.
—Debo ve-ver a la doctora Humoseta, pronto —responde con un gran esfuerzo, ni siquiera sabe cómo las palabras salen de su tallo, siente toda la presión del mundo y la mayor vergüenza del universo.
—¿Haces parte del jardín zen? —pregunta una margarita.
—¿Y qué haría aquí si no? —responde la otra.
—Eh… ¡Si! Digo.. ¡No! Ah… ¡Miren, miren!—Guisante coloca el emblema en las manos de la margarita, empieza a temblar al tocar las hojas de una planta exterior.
—Humoseta dijo que eras una repetidora, no un lanzaguisantes.
—¿Que-que? —Guisante levanta una ceja fingiendo confusión, comienza a sudar—. Yo soy… soy una repetidora, soy una repetidora ¿Si ven? repito cosas.
—Eeh… ¿Seguro que eres una repetidora?
—Sí, soy una repetidora ¡Nos-nos vemos más tarde!
Guisante sale de aquel lugar que lo torturó por tantos años, en primera instancia la tensión sobre su cabeza no le permite digerir con exactitud el momento, corre sin saber muy bien a dónde y lo primero que nota es un intenso color verde que cubre por completo el suelo. Le recuerda a sus imaginaciones de aquella pradera llena de sol, pero ahora el corazón le late a mil pulsaciones por minuto. se sentó en la sombra de una pared enorme sin darse tiempo de sorprenderse, aunque su subconsciente se pregunta cómo puede existir algo tan grande como eso. cierra los ojos e intenta mantener la calma, es imposible. La tensión es dolorosa, le duele el tallo, le duele la cabeza, todo… No se siente parte de este mundo.
—Guisante… cálmate, eres un lanzaguisantes, cálmate —Su cuerpo jamás había sentido tanta presión—. Puedo arreglar esto… no pasa nada, todo esta bien.
La luz del exterior ciega su vista, tal como veía en sus recuerdos.
—Calmate…
¿Qué estaba sucediendo? ¿Qué intentaba decirle su cuerpo de planta acerca de lo que sucedía? No tiene idea, pero… Ya está fuera del jardín zen… Ya es libre… ¿No?
Antes de mirar a su alrededor levanta el emblema para observarlo con más calma y a la luz del día. Guisante ahora tiene todo un mundo que explorar y ver, se preocupa por el futuro pero no puede ocultar su motivación de igual modo, él es consciente de las consecuencias que podrían llegar luego ¿O no? Como fuese, debía pensar en el ahora, en el presente. Observa con más detalle el emblema, algunas líneas verdosas brillan alrededor de la hoja en el centro. Guisante vuelve a sentir dolor por lo que acaba de pasar, empuña sus vainas con el emblema en ellas y la presión activa un mecanismo que desconocía por completo, el emblema de plata se abre.
—¿Pero qué…? —una pequeña hojita ilumina su rostro lleno de ilusión y curiosidad, el metal plateado queda completamente opacado por el objeto que brilla de un color verde intenso. Transmite cierta sensación conformante para el tallo y vainas de Guisante—. ¿Qué es esto?
El pequeño separa la hoja luminosa del emblema y observa fijamente su limbo verde y brillante, también logra notar un sonido sutil proveniente de la nervadura.
—¿Esto era de Robin?
Guisante lo gira entre sus vainas para observar ambas caras del objeto. El emblema de plata, aquel que tomó sin permiso para salir del jardín zen, aquel objeto que recibe el mérito de darle la libertad que tanto buscaba, aquél que lo liberó, no contenía nada más que un nutriente poderoso en su interior.