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Pistolero en un apocalipsis zombie: Redemption in Dead

🇲🇽AlexinNatsuki
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Synopsis
La humanidad está siendo arrasada y desplazada de la cadena alimenticia. Noah debe hacer decisiones difíciles para salvar a su preciada mujer y sobrevivir en un entorno hostil y decadente.
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Chapter 1 - Capitulo 1: Evolución

¿? Noviembre de 2039

La última semana ha sido dura. He viajado desde Coahuila hasta Nuevo León en busca de un motor diésel; los gobernantes me han encomendado esta importante tarea. Pronto podré volver a verla, solo espero llegar con vida. Si Dios existe, ¿por qué nos ha mandado este infierno? Sigo preguntándome esto incluso 15 años después del eclipse. Sé que soy una mala persona, pero este mundo me ha moldeado; solo estoy garantizando mi supervivencia. Espero que mañana sea mejor.

Calidez y seguridad era lo que proporcionaba la hoguera para el pistolero que se encontraba descansando en ella y escribiendo en su diario. Su miedo era solo evitado por las luces abrasadoras que impedían al bosque consumir todo con su oscuridad. Por más que deseara estar acompañado, estaba solo en el bosque y no iba a desaprovechar este momento.

Antes del eclipse, casi siempre se desvelaba hasta las 3 de la mañana jugando videojuegos, leyendo algún libro o novela ligera. Ahora dormir temprano era un lujo, y aún así, solo podía dormir 5 horas como máximo. Fue cerrando sus ojos poco a poco, seguro de que no sería atacado en la noche ni robado. Aunque intentaran robar el cargamento importante de su camioneta, les sería imposible llevárselo por lo pesado que era.

Un relámpago impactó en el bosque, iluminándolo de golpe. Tiempo después se dio cuenta de que no era un relámpago; sintió que sus horas de descanso fueron de baja calidad por no haber podido soñar. Sin más opción, se levantó y empezó a prepararse para seguir con su camino. Pero antes, quería asegurarse de que no hubiera ningún infectado en los alrededores. Su zona favorita eran los bosques de día, y su camioneta podría recibir algunos golpes al aplastarlos, así que caminó por el espeso bosque explorando el área.

«Nueva Coahuila es un lugar impresionante pero peligroso, el solo hecho de tener a demasiadas personas amontonadas en un mismo lugar hace que sean un blanco para los infectados. En cuanto pueda, me largo…»

Los pájaros volando y ramas rotas interrumpieron su exploración. ¿Había encontrado lo que tanto temía?

"Grrrr"

Sacó su revólver de la guantera sin dudarlo, una arma poderosa en estos tiempos en donde fueron reemplazadas por armas caseras de tubo. Tras girar, vio a la criatura que atentaría contra su vida. Una criatura floral en 4 patas estaba en posición ofensiva. El pistolero dio un disparo rápido, pero la criatura reaccionó rápidamente, dando un arañazo con sus rojas garras teñidas por la sangre seca a la bala y partiéndola en varios fragmentos. Una boca partida, mostrando los músculos de los alrededores junto a sus dientes filosos como cuchillos, sonreían maliciosamente. Seguían generando un miedo increíble a pesar de haber sobrevivido todo este tiempo enfrentándose contra ellos. Su espina dorsal deformada parecía montañas verdes gracias a los fragmentos de hueso que se encontraban en la punta.

El olor pútrido le recordaba que, a pesar de estar en descomposición, podían moverse incluso más rápido que él, cosa del hongo que los controlaba. El descompuesto infectado empezó a correr en 4 patas hacia él; posicionó su revólver en la cadera y disparó. El infectado estaba en el suelo, derramando una viscosa sangre verde.

Estaba a punto de bajar la guardia cuando una manada apareció; habían usado al anterior infectado de cebo. Con la desventaja numérica, empezó a correr por su vida. Era horrible correr con mochila para él, pero era necesario por si se ponían las cosas complicadas. Los infectados le seguían el paso, incluso haciendo acrobacias excepcionales para un cuerpo consumido por la muerte hace ya 15 años.

Cada vez se acercaban más a él, lo que provocó que empezara a respirar por la boca, cansándolo aún más. Uno de los infectados, que se encontraba saltando entre las ramas, emitió un grito de guerra y saltó hacia él, intentando agarrarlo por detrás. Pero el pistolero se dio cuenta y desaceleró de golpe, provocando que el infectado se diera un fuerte golpe en el suelo, quedando expuesto para que él terminara con su vida clavándole el cuchillo que había sacado de su tobillera.

Se giró rápidamente y atino un disparo relámpago a otro infectado en la pierna, lo que lo hizo tropezar, y remató con un disparo en la sien. Pero ya había caído en su trampa: lo habían acorralado los infectados restantes. Los infectados empezaron a generar un líquido que caía en cataratas de sus bocas, un viscoso líquido verde como su sangre, que usaban para digerir más fácil y lentamente a sus presas. Se quedaron viéndolo y gimiendo entre ellos, algo que desconcertó al pistolero.

Era algo como un "Ja, te hemos atrapado, no hay nada que puedas hacer." Normalmente ellos atacarían apenas pudieran, ¿pero estaban jugando con su presa? Él no desaprovechó esta oportunidad y sacó su arma secreta.

El pistolero hurgó entre su mochila rápidamente y encontró el fruto de varios trueques en el refugio: una compacta linterna profesional de rayos ultravioleta, la fortaleza de los infectados y su debilidad, su espada de doble filo. Si los infectados fueran seres pensantes, estarían sintiendo, aparte de hambre, miedo.

Empezaron a retroceder y a gemir. Su presa había aprovechado ese pequeño momento de confianza que tenían para darle la vuelta al combate. Ráfagas del revólver se oyeron y la vida de sus enemigos se esfumó. El sobreviviente se desplomó en el suelo; su garganta pedía a gritos agua para humedecerla. El mal hábito de respirar por la boca en momentos de peligro surgía como una muestra física de los horrores que sentía al salir afuera del refugio.

«¿Por qué mierda hago esto? ¿Por los peces gordos que necesitaban una manera de generar electricidad?» pensó el pistolero, que aún estaba desplomado en la suave hierba. Sus piernas desgastadas ardían por el esfuerzo de haber corrido alrededor de un kilómetro de persecución. Tambaleando como gelatina, empezó a dirigirse a su recuerdo más preciado: el cuchillo de caza que había sido heredado por sus antiguos camaradas. Lo cuidaba incluso más que su propio revólver.

«Tal vez si estuviera acompañado sería más fácil sobrevivir. ¿O me dificultarían las cosas aún más?»

Sus recuerdos de los antiguos intentos de sobrevivir con un grupo de camaradas en el apocalipsis le nublaron la mente. Si existía Dios en este mundo, seguramente mantenía al pistolero en soledad para que no dañara a nadie más.

Un terremoto estaba sucediendo en el bosque. Hacía mucho que el indefenso pistolero no experimentaba un terremoto, pero se dio cuenta de que en verdad no era un desastre natural. Una comunidad de infectados estaba desfilando por el bosque en busca de presas para saciar su hambre. El pistolero se escondió lo más rápido que sus adoloridas piernas le permitían en un árbol.

Las pisadas eran la fuente del temblor del suelo. ¿Era acaso posible eso? Decenas, quizás cientos de pies caminaban sin rumbo, pero se pararon en seco. El corazón de su cena estaba latiendo tan fuerte como las ganas de comer de toda la horda. El pistolero estaba a punto de sacar su linterna ultravioleta, pero se desconcertó ante la escena que estaba presenciando.

Un infectado emitió un grito espectacular; las cuerdas vocales tan cuidadas eran raras, puesto que la descomposición debería impedir que tuviera cuerdas vocales tan vivas. Después de ese grito, vinieron más gemidos. A primera instancia, el aterrado pistolero no sabía qué estaban haciendo, pero tras unir las piezas, formuló una hipótesis.

«¿Están conversando? ¿Cómo es posible? ¿Han creado un nuevo lenguaje?»

Una lluvia de preguntas inundó su mente. ¿Es acaso que habían llegado a tal nivel de evolución? La magnitud del descubrimiento hizo revolotear sus sentidos y una jaqueca se presentó. Las gotas de sudor caían en picada desde su frente. La única razón por la que los humanos no habían cedido ante los infectados era la capacidad de razonar y coordinarse, pero los infectados habían logrado igualarnos en inteligencia. Él se preguntó en su mente:

«¿Acaso el hongo es la cúspide de la evolución?»

Estaba tan metido en sus pensamientos que el sonido de unas ramas quebrándose lo hizo pensar que él las había provocado. Una manada de ciervos se había sentenciado a sí misma tras presentarse ante la horda. Una vez más, el infectado que parecía liderar esta manada dio un estruendoso grito, como si intentara decir "¡A por ellos!" La manada solo obedeció y corrió a devorar el alimento. El pistolero aprovechó esta situación y huyó lo más rápido que pudo, sin generar ruido.

Tras haberse alejado algunos metros, se recargó en un árbol, intentando procesar todas las incongruencias que había presenciado.

«Supongo que ahora mi prioridad es informar estos cambios en los infectados, pero primero debo llegar a mi camioneta», pensó para sí mismo. Tras descansar un rato, prosiguió su regreso. Las manchas de sangre seca que habían dejado los infectados al correr le permitieron regresar al punto de partida. Una vez cerca de su camioneta, subió y se puso en marcha hacia el refugio.

Incluso en la ciudad, no parecía haber una frontera clara con el bosque, más que una pared rota que permitía moverse rápidamente entre ambos lugares. El pistolero no se sentía temeroso, a pesar del silencio que reinaba en el lugar. No había ni un alma, si no se contaban los cadáveres de animales, infectados y humanos por igual.

Condujo lentamente por las calles fúnebres de una antigua sociedad. No había rastro de infectados, pero temía pasar bajo los gigantes arcos de pavimento de la ciudad; tras 15 años sin mantenimiento, podrían caerse en cualquier momento, justo cuando su camioneta pasara por allí.

Le quedaban alrededor de cuatro kilómetros para llegar a su destino, pero su experiencia le advirtió algo: el silencio de las calles tenía una ausencia de sonido extraña, como si alguien se esforzara por no hacer ruido. No tenía pruebas, pero sus sentidos se pusieron alerta; por si acaso, sacó su revólver.

Notó con el rabillo del ojo algunos movimientos en los edificios, pero fue sorprendido cuando un carro salió de uno de los callejones, cerrando el paso. El pistolero reaccionó rápidamente e intentó golpear al carro para zafarse, pero cinco rifles estaban apuntando, listos para volarle la cabeza.

El pistolero frenó de golpe. Los asaltantes conversaron un poco entre ellos hasta que un calvo con un extraño uniforme verde se bajó y se acercó.

—Buenas tardes. —El calvo saludó con la mano—. Está siendo asaltado. Sabemos que trae una carga importante.

—Son muy respetuosos para ser asaltantes, ¿no? —respondió el pistolero, tranquilo.

—¡Muy bien, cabrón, espero que sigas de gracioso cuando te volemos los sesos! —El calvo frunció el ceño y alzó la voz, visiblemente molesto.

—¡Deberíamos hacerle el águila de sangre! ¿Por qué dejarlo vivir si podemos matarlo y llevarnos sus cosas? —gritó un sujeto desde la camioneta.

El pistolero cerró los puños con rabia. Las venas se le marcaron en la frente, la nariz se le ensanchó y apretó los dientes tras reconocer la referencia a "el águila de sangre", una tortura antigua utilizada por una banda surgida en los inicios del apocalipsis.

Una risa chillona proveniente de uno de los edificios alertó a ambos lados por igual. Alrededor de ocho infectados estaban en los edificios; una masa verde con garras rojas, más largas que las de los infectados comunes, cayó estrepitosamente sobre el motor de los asaltantes. El pistolero hizo honor a su nombre disparando rápidamente al conductor del otro carro.

—¡Maldito pedazo de mier…! —Uno de los asaltantes gritó, pero fue interrumpido por un infectado peculiar; sus piernas musculadas, junto con el techo del carro, amortiguaron su caída desde el edificio, y clavó sus largas garras rojas en el asaltante.

La pandilla estaba en caos. El pistolero aprovechó el momento y arrancó a toda potencia, golpeando el carro enemigo. Uno de los asaltantes restantes disparó a la llanta de la camioneta del pistolero que intentaba escapar, acertando y dificultándole el manejo.

La dificultad para conducir, junto con la persecución que se había desatado tras él por parte de cuatro cazadores, hizo que el pistolero comenzara a respirar por la boca. El plan era simple: aguantar hasta llegar a la puerta del refugio, donde los guardias darían apoyo con fuego a los perseguidores.

La confusión se originó en la presa. Los cazadores dejaron de seguirlo apenas se acercó a la entrada del refugio. ¿Acaso sabían lo que había en esa dirección? Se calmó un poco; a lo lejos, podía divisar el refugio llamado "Nueva Coahuila". Los guardias alzaron sus armas y le apuntaron.

Poco a poco fue bajando la velocidad de su camioneta, hasta frenar completamente. Se bajó del vehículo, y un guardia le dirigió la palabra.

—Ah, eres tú, Noah. Casi te vuelo los sesos —El guardia intentaba no reírse en la cara del pistolero—. Mierda, hermano, debes darte un baño. ¿Cuánto estuviste afuera?

—Una semana, solo revísame rápido —respondió el pistolero, harto de la mañana que llevaba.

El guardia buscó mordidas, arañazos y posibles corrosiones en la piel. Tras no encontrar nada, siguió con el protocolo.

—¿Has inhalado esporas?

—No.

—¿Has sido alcanzado por el ácido de un vomitivo?

—No.

—¿Has comido algún vegetal infectado?

—No.

—¿Has sido picado por un insecto controlado por el hongo?

—Ya estuviera mordiéndote la cara si fuera así.

Después de algunas otras preguntas, el pistolero pudo retirarse. Metió su camioneta en un espacio libre del estacionamiento y visualizó uno de los últimos intentos de mantener una sociedad como antes del eclipse. Niños corriendo y jugando a las escondidas, señoras regateando verduras, señores trabajando como obreros, múltiples puestos de verduras y herramientas, puestos de comida... El sentimiento de nostalgia lo invadió.

A pesar de no recordar casi nada antes del eclipse, algunas veces las personas se aglomeraban y hacían tianguis, lo que le recordaba cuando su madre lo llevaba a hacer las compras y pasaban por el tianguis para comprar verduras.

«Mi madre…»

La mente del pistolero se nubló con los vagos recuerdos de su madre. No recordaba su voz, ni su cara; era un fantasma que vagaba en su mente. En este nuevo mundo, todos deben ser fuertes, y es por eso que el atormentado chico decidió hacerse fuerte. Hizo a un lado sus problemas y hace lo que debe hacer.

Aunque los problemas y heridas del pasado lo atormenten cuando está en descanso, eso le basta mientras sus seres queridos estén bien.

«Debería ir a visitarla, seguro piensa que estoy muerto. No, primero tengo que ir a entregar el recado.»

Se dirigió a la zona este del refugio, una especie de zona política donde se realizaban la mayoría de las reuniones para decidir acciones sobre el refugio. En el transcurso del camino, se topó con un tipo extraño.

—Hola, ¿no quisiera de mis servicios? —Un tipo misterioso y muy discreto le preguntó; apenas se podía observar su pelo castaño. El pistolero estaba extrañado y confuso.

«¿Acaso se refiere a copular conmigo? Tal vez se refiera a alguna especie de guía por la ciudad.»

—Eh, no, gracias. —respondió el pistolero.

El extraño no gastó más saliva y pasó junto al pistolero.

«Qué personas más raras hay aquí», pensó. Un picor en la garganta seca hizo que se le antojara alguna bebida fría del refugio, así que se dirigió a buscar la famosa "revolteada", una mezcla de bebidas que, a pesar de sonar mal, sabían bien. Ya las había probado antes.

«Voy a volver a pedir esa revolteada de limón.»

Una vez en el puesto, refunfuñó por la gran fila que había. Al final de lo que parecieron cinco minutos, pudo pedir.

La revolteada, servida en una copa de vidrio, era de color verde. No sabías de qué estaba hecha, claro que se podía cuestionar la salubridad del puesto, pero ¿a quién diablos le importa en el apocalipsis?

—Recuerde pagar primero antes de tomarlo —dijo el señor que atendía el puesto.

—Claro, señor, aquí está. —El pistolero dirigió su mano a la cadera, para encontrarse con que la bolsa donde guardaba su dinero no estaba.

«¿Será que se cayó tras ser perseguido en la mañana? No, me habría dado cuenta. Ese maldito con el que me topé me la robó. Solo eran 20 balas de calibre militar, sin embargo, no me di cuenta.»

El pistolero rebuscó entre su mochila y le dio una botella a medias de agua al señor. Dio un sorbo de la extraña bebida de limón, retomó su camino y finalmente se encontró con la gran puerta que dividía la zona mercantil de la zona política.

Tras haber ingresado en el hábitat de los peces gordos, se dirigió al edificio más grande de la zona. Al entrar, un hombre le dirigió la palabra.

—¿Es usted el señor Noah? ¿Cumplió con el requerimiento del refugio?

—Sí, está en mi camioneta en el estacionamiento del refugio. Tengo que hablar seriamente con el gobernador.

—Entiendo, le agendaré una cita mañana a las 10 de la mañana. Por el momento, puede descansar.

—Muchas gracias.

El pistolero se extrañó con la facilidad con que fue atendido; antes tenía que esperar horas para hacer una cita y entregar objetos pedidos por los altos mandos. Tal parece que había desarrollado un renombre entre los gobernantes. Sin nada más que hacer, se dirigió al hospital del refugio, que estaba en la zona oeste.

Un desgastado edificio blanco con una cruz roja despintada y carpas verdes se veía a lo lejos. La emoción lo invadió; hacía una semana que no había visto a la única persona que le quedaba. Su corazón se sentía pesado. Entró en el hospital y vio a la recepcionista, tan hermosa.

La recepcionista se tapó la boca y empezó a llorar, para luego correr y abrazar al pistolero.

—Sabía que no estabas muerto, te tardaste mucho.

Él respondió al abrazo.

—Lo sé, lo siento.

El abrazo de ambas almas que se protegían entre sí duró alrededor de 2 minutos, hasta que se separaron y la recepcionista le dirigió la palabra.

—Ya casi se acaba mi turno. —La recepcionista buscó entre su bolso y sacó unas llaves—. Date un pequeño baño, hueles muy mal. Luego te veo, Noah.

—Está bien, Elizabeth, te quiero.

Elizabeth solo sonrió. El pistolero acató su petición, agarró las llaves y se dirigió a la zona central, donde estaba el hotel en el que se hospedaba Elizabeth. Su relación era extraña; si le preguntas al pistolero, él te diría que es una relación platónica aún mayor que el noviazgo, una relación en la que ambos se amaban y se protegían en el horrible mundo en el que vivían.

Una vez en el hotel, subió las escaleras y entró al cuarto de Elizabeth. Sacó de su mochila unas prendas, una toalla y productos de higiene. Aún en el apocalipsis, debes mantenerte limpio si no quieres tener caries en un mundo sin dentistas.

El agua fría recorriendo su cuerpo sobreexplotado hizo que, a primera instancia, no pudiera meterse de manera directa. Poco a poco fue integrándose en la ducha hasta acostumbrarse a la temperatura del agua. Las cicatrices en su espalda y vientre del pasado lo metieron en un trance.

«No puedo seguir así, debo hacerme más fuerte.»

Con tranquilidad, empezó a analizar todo lo que había vivido en ese día. El reciente descubrimiento de infectados comunicándose era algo que no esperaba. El hongo que manejaba al huésped podía modificar sus cuerpos, desde la estructura ósea hasta las hormonas. Gracias a esto, genera una gran cantidad de infectados y formas de infección diferentes.

«La variación de un infectado líder de la manada ¿era porque el hongo lo modificó así? ¿O porque los infectados empezaron a ser racionales y eligieron a su líder?»

Todo apuntaba a que era la segunda opción. Los infectados confiados que mató con la luz ultravioleta en la mañana eran la prueba. En ese caso, ¿era el final de la evolución o habría otro escalón más? Entre más preguntas se hacía, menos respuestas encontraba.

Tomó la toalla y se dispuso a secarse, cepillarse y finalmente vestirse. La puerta abierta le indicó que su amada había llegado.

—Ahora ya no te ves como un vagabundo —dijo Elizabeth mientras soltaba una pequeña risa.

—Una semana estuve afuera. Agradecida deberías estar de que volví, aunque sea oliendo a mierda.

—Lo sé, lo sé. ¿Cómo te fue en esa semana?

—Una mierda total. En la mañana me emboscaron unos infectados y vi una horda gigante… —El pistolero estaba temblando al recordar el suceso.

—¿Por qué estás temblando?

—La horda no era normal.

—¿A qué te refieres?

—Los infectados han alcanzado el raciocinio. ¡Incluso había un infectado que lideraba la horda! —Elizabeth se acercó al pistolero y le revisó la cabeza, buscando signos de golpes—. ¿No me crees?

—Puede que te hayas golpeado en el transcurso de la emboscada.

—¡El infectado lideraba a la horda! Los dirigió hacia una manada de ciervos.

—Bueno, es normal que se dirijan hacia la comida.

—No lo entiendes. Se quedaron parados viéndolos, hasta que el infectado líder dio un grito tremendo y fueron a por los ciervos. —Un pequeño tic se presentó en el ojo del chico, quien aumentó su temblor—. Y además…

—¿Además qué? Tranquilízate, Noah. Estoy aquí contigo. —Elizabeth tomó su mano y le dio una sonrisa protectora, intentando calmarlo—. Unos conocidos me asaltaron…

—¿Conocidos?

—Unos bandidos de las Águilas… me asaltaron.

La sonrisa de Elizabeth se borró. Las lágrimas empezaron a caer deslizándose por sus mejillas y su mirada se puso en blanco.

—¿Las Águilas? ¿Estás seguro? No puede ser…

—Ellos mencionaron hacerme la tortura del águila de sangre.

—Puede haber sido coincidencia.

—No lo creo, solo ellos hacen esa tortura…

—La última vez que los vimos fue hace 14 años… en el Estado de México. No puede ser posible.

—Lo es, y ellos están infiltrados. Sabían quién era y me intentaron asaltar debido al encargo que tenía.

Miles de horrores se cruzaron en la mente de ambos, pero sobre todo en la mente de Elizabeth. Ella había sido abusada de mil maneras por ellos. Su mente estaba reproduciendo todos esos momentos que había sepultado.

Elizabeth abrazó al pistolero, intentando encontrar protección. Si ellos estaban aquí, ¿podrían volver a cometer las atrocidades que ella vivió?

—¿Estaremos bien? Tengo miedo…

—Yo también tengo miedo… —El pistolero se sentía indefenso, pero iba a proteger con su vida a lo único que le quedaba. Si Dios quería el sufrimiento de Elizabeth, entonces era el pistolero contra Dios—. No te preocupes, cariño, no dejaré que te toquen ni un pelo.

Ambas almas se fusionaron en un abrazo, intentando protegerse de los horrores que los atormentaban. Lloraron desconsoladamente, intentando darse consuelo mutuo.

En un mundo en el que la muerte está en cada esquina, ¿por qué se debería vivir?