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Shi Hao estaba de ocio, vagando por montañas y aguas sin prisa, pero solo le tomó veintiún días llegar a las afueras de la Capital Imperial del País de Changming.
Su físico era increíblemente fuerte, y aunque viajaba a pie, su velocidad era más rápida que la de un caballo veloz.
—Si hubiera viajado día y noche sin detenerse, probablemente solo habría tomado alrededor de trece o catorce días.
La Capital Imperial yacía tranquilamente en la distancia, grandiosa e imponente.
—Joven, detente ahí mismo. —Desde el espeso bosque adelante, un anciano de unos sesenta años de repente salió.
Shi Hao mostró una expresión desconcertada:
—¿Nos conocemos?
—No, no nos conocemos. —El anciano rió y sacudió la cabeza—. Pero alguien me ha encargado esperarte aquí.
—Oh, ¿esperarme para qué? —preguntó Shi Hao.
—Para quitarte la vida. —El tono del anciano de repente se volvió frío.
La expresión de Shi Hao no cambió:
—¿Quién te encargó?
