En la oficina del emperador, el aire estaba cargado de tensión. Las paredes altas adornadas con estandartes imperiales y estanterías repletas de libros parecían opresivas bajo la mirada helada del emperador Damián. Cuando el primer príncipe, Darius, cruzó la puerta, lo único que sintió fue una oleada de furia incontrolada en la figura de su padre.
Sin previo aviso, la mano de Damián se alzó y aterrizó con fuerza en la mejilla de su hijo. El impacto resonó en la habitación, y Darius no retrocedió ni mostró debilidad.
Su mirada azul intensa, clara como un cielo despejado, no mostraba ni rastro de desafío ni de miedo, sino una calma inusual.
Darius permanecía inmóvil, su postura recta, mientras el leve ardor en su mejilla recordaba la reprimenda física que había recibido. La figura imponente de Damián se alzaba frente a él, con una mirada cargada de enojo y descontento.
—No creí que tú harías esto —dijo Damián, su tono bajo, pero afilado como una cuchilla—Me lo esperaría más de Magnus, pero tú… me has decepcionado.
El silencio de Darius fue absoluto. No hizo ningún intento por justificarse ni ofrecer una explicación. Simplemente mantuvo su mirada fija, sin apartarse, pero tampoco desafiante Sus ojos, claros y profundos, no revelaban más de lo necesario.
—¿No tienes nada que decir? —insistió el emperador, dando un paso hacia él.
Darius no respondió. Su semblante permaneció sereno, y aunque la tensión en el aire era casi asfixiante, no dio señales de vacilación. La falta de palabras irritó aún más a Damián, quien apretó los puños, pero finalmente dejó escapar un suspiro pesado.
—Tu silencio no te salvará de las consecuencias. Adam es mi hermano, y no toleraré faltas de respeto hacia él, ni siquiera de ti. ¿Entendido?
Darius inclinó ligeramente la cabeza, una señal de acatamiento, pero su expresión seguía siendo inescrutable. Damián lo observó durante un largo momento, intentando descifrar lo que pasaba por la mente de su hijo, pero como siempre, el primer príncipe era una muralla.
—Puedes retirarte. Pero escucha bien, Darius: no vuelvas a actuar de manera imprudente. Esto es una advertencia, y no la repetiré.
Sin una palabra, Darius inclinó la cabeza nuevamente en señal de respeto y salió de la oficina. Sus pasos resonaron en el mármol pulido del pasillo, mientras su figura desaparecía en la distancia. La puerta se cerró detrás de él con un eco sordo, dejando a Damián solo.
El emperador permaneció quieto por un momento, mirando la puerta cerrada. Había algo en el silencio de su hijo que lo inquietaba, pero sabía que presionarlo no serviría de nada. Finalmente, se dejó caer en su silla, apoyando los codos en la mesa y frotándose las sienes.
Mientras tanto, Darius caminaba por los pasillos del palacio, su rostro impasible. Aunque su silencio había sido tomado como sumisión, su mente estaba activa, procesando cada detalle del encuentro. Sin embargo, no dejó que sus pensamientos se reflejaran en su rostro. Como siempre, Darius mantenía sus motivos ocultos, y no planeaba revelarlos a nadie.
Darius detuvo sus pasos al escuchar la voz burlona de Magnus. Giró lentamente, encontrándose con la figura de su hermano menor, quien se acercaba con una sonrisa torcida y una actitud despreocupada. Magnus siempre había sido el más provocador, disfrutando del caos que podía causar con tan solo unas pocas palabras.
—Nunca creí que fueras tan estúpido, hermano —dijo Magnus cruzándose de brazos mientras su tono adquiría un deje de diversión cruel
—¿Atacar al tío? Al fiel perro de nuestro padre, nada menos Sabes muy bien que está prohibido siquiera mirarlo mal. ¿Qué esperabas conseguir?
Darius lo observó en silencio, su rostro permaneciendo tan impasible como siempre. No respondió de inmediato, dejando que el eco de las palabras de Magnus llenara el vacío entre ellos.
—¿Te divierte esto, Magnus? —preguntó finalmente, su tono frío pero carente de emoción
—¿Perder tu tiempo burlándote en lugar de ocuparte de tus asuntos?
La sonrisa de Magnus se ensanchó, sus ojos brillando con malicia.
—Oh, claro que me divierte. Ver a nuestro perfecto príncipe cometer un error tan obvio es un espectáculo raro. No puedo desaprovecharlo. Además, siempre es interesante cuando papá se enfurece contigo.
—Se inclinó ligeramente hacia Darius, como si intentara leer sus pensamientos
— Pero lo que realmente me intriga es… ¿por qué lo hiciste? Tú no haces nada sin una razón.
Darius no respondió de inmediato. Simplemente miró a su hermano con una calma que bordeaba lo intimidante. Sus ojos, tan claros como un cielo sin nubes, parecían vacíos de cualquier emoción, pero detrás de ellos, su mente calculaba cada palabra, cada movimiento.
—Magnus, —dijo finalmente, con un tono cortante como el filo de una espada
—hay cosas que tú nunca entenderías, y tampoco es mi trabajo explicártelas. Si tienes tanto tiempo para preocuparte por mis acciones, quizás deberías preocuparte más por las tuyas.
El comentario hizo que la sonrisa de Magnus se desvaneciera brevemente, pero la recuperó rápidamente, aunque con menos confianza.
—Qué aburrido eres, Darius. Ja ja siempre tan perfecto. —Hizo un gesto exagerado con la mano, como si estuviera renunciando a la conversación—En fin, sigue jugando a ser el hijo ejemplar Solo no olvides que papá no perdona errores… ni siquiera los tuyos.
Darius no se molestó en responder. Simplemente giró sobre sus talones y continuó su camino, dejando a Magnus atrás. Sabía que su hermano no era más que un elemento disruptivo, alguien que disfrutaba sembrando discordia donde pudiera. Pero Darius tenía cosas más importantes en mente. Su misión, su objetivo, era algo que solo él conocía, y no planeaba desviarse por comentarios vacíos.
Mientras se alejaba, sus pasos resonaban en los pasillos, firmes y constantes. Aunque la burla de Magnus aún flotaba en el aire, Darius la dejó atrás, como todo lo demás que no merecía su atención. "No entenderías, Magnus. Nadie lo haría. Y así es mejor."
"Soy Darius Zuream, el primer príncipe del Imperio. Un título que muchos admiran, pero para mí, es solo una máscara que debo llevar para cumplir mi verdadero propósito. En este palacio, en este trono, no hay lugar para los débiles ni para los soñadores. Aquí, todo se mueve con intrigas, conspiraciones y sacrificios."
Caminando por el largo pasillo iluminado por la luz de la luna, Darius mantenía su expresión imperturbable. Sin embargo, su mente estaba lejos, viajando a recuerdos que se negaban a desvanecerse con el tiempo.
"Mi madre, Marianne, fue una mujer excepcional. No porque fuera amable o cariñosa, sino porque entendía el juego del poder mejor que nadie. Una princesa elfa enviada para consolidar un tratado de paz, pero que se convirtió en un símbolo de fortaleza en un lugar donde todos querían aplastar cualquier atisbo de independencia. Marianne no era perfecta, pero sabía lo que significaba tener un propósito."
El eco de sus pasos resonaba en el mármol, mientras recordaba aquella noche fatídica. Una cena llena de falsos halagos, copas alzadas y risas vacías. Marianne estaba en el centro, con su porte impecable y su mirada que no se doblegaba ante nadie.
"Los nobles la envenenaron porque no podían controlarla. Porque Marianne no se inclinaba ni susurraba palabras dulces para obtener favores. Ella era todo lo que ellos odiaban: una fuerza que no podían manejar. Y pagó el precio por ello."
Darius se detuvo frente a un ventanal, observando los jardines bajo la luz plateada de la luna. Sus ojos azules brillaban con una intensidad contenida, mientras apretaba ligeramente los puños.
"No lloro por su muerte. No lo hice y no lo haré ahora. Mi madre no habría querido que me debilitara con lamentos. Pero su muerte no será olvidada, ni perdonada. Los nobles corruptos que la mataron aún respiran, aún conspiran, y yo me aseguraré de que paguen por lo que hicieron."
Giró sobre sus talones, retomando su caminar con pasos firmes y constantes. Sus pensamientos continuaban como una marea implacable.
"Mi padre, el emperador Damián, nunca la amó. Tal vez la respetó, pero el respeto no es suficiente cuando el poder es lo único que guía tus acciones. Él me entrenó para ser fuerte, para ser útil, pero nunca para ser alguien que dependiera de otros. Es por eso que él mismo permitió que el palacio se convirtiera en un nido de víboras. Tal vez no lo admite, pero sabe que en algún momento, las serpientes lo morderán."
Darius llegó a las puertas de su habitación y las abrió lentamente. El aire dentro era frío, pero tranquilo.
"No confío en nadie, ni en Magnus, ni en los sirvientes, ni siquiera en mi propio reflejo. No espero que nadie me ayude a cumplir mi propósito. Mi madre me enseñó a depender solo de mí mismo, y esa lección la llevaré hasta el final. Los nobles corruptos no caerán con palabras ni con discursos. Caerán con acciones, una a una, hasta que no quede ninguno."
Cerró la puerta tras de sí y se quedó en la penumbra, dejando que sus pensamientos tomaran forma.
"Este no es un acto de venganza. Es justicia. Por mi madre, por el imperio y por el futuro que quiero construir. Ellos pueden jugar a sus intrigas, pueden pensar que han ganado, pero yo estoy aquí. Observaré. Esperaré. Y cuando llegue el momento, haré que todo su mundo se desmorone."
El príncipe se sentó en el borde de su cama,
"Soy Darius Zuream, el primer príncipe del Imperio. Y no importa cuánto tiempo tome, todos pagarán por lo que hicieron."
Con esa resolución firme, Darius cerró los ojos, dejando que la oscuridad de la noche lo envolviera mientras su determinación ardía como un fuego inextinguible.