Eyra
"Yo, siempre, tengo la razón"
Recuerdo como volví a la mesa, con los nervios de punta al saber todo lo que se venía y no poder hacer nada. Después de todo solo era una estudiante aficionada a un hecho de "ficción".
Solo una idolatra más hacia lo inexplicable.
Sin embargo, tras casi un año después de sentarnos en la mesa y que me convencieran en detener mi búsqueda, mis palabras se hicieron realidad.
Aunque no estoy agradecida al respecto.
"Lo importante, es que tenemos salud", era lo que se respondía cuando algo no iba bien, pero a su ves, no iba cuestas abajo.
—Eyra, baja el cuchillo.
—Aún hay esperanza. Hija, la cura podrá salvarlo.
Ahora, con la oración: "Me puse la dosis y sigo siendo humana", bastaba para poder vivir un día más.
—Esto no es una cura, madre —carraspeo mi garganta mientras le enseñaba la jeringa—. Esto solo es un activador que acelera la infección —termine de decir entre lágrimas.
—Nuestro gato se puede salvar, solo espera un poco más, por favor —me implora mi hermana, ahogada con sus propias lágrimas.
—¡Debes entender que es él o nosotras! —grite con desesperación al sentir como ese pequeño ser convulsionaba bajo mis manos.
Me apresuré al acariciar, por última vez, el suave pelaje de mi querido gato antes de que se transformarse en un monstruo. Manteniendo presente su vivida imagen tierna y juguetona.
Después de unos segundos, después de apreciarlo por completo, con un nudo en la garganta y antes de que se despierte, levanté mi cuchillo y lo dejé caer sobre su pequeño cuello. Atravesandolo.
Ahora mismo no recuerdo que sucedió después de eso, si el silencio tras haberle arrebatado la vida de nuestra mascota o los gritos desgarradores de mi hermana tras haber asesinado, ante sus ojos, una gran parte de su vida.
Nunca deseé que tuviera razón respecto a todo esto, tampoco deseé el haber matado a mi gato, pero esta era nuestra nueva realidad.
Después de detener mi investigación, hace un año, comenzaron a ser más constante las señales de los problemas de tal manera que ya no se podía ocultar como una simple noticia para los "aficionados" de lo inexplicable, si no que ya era noticia nacional.
Lo que al poco tiempo nos alcanzó.
—¿Es necesario que vayas a la institución?, es más que arriesgado —dice mi madre tras ponerme mi bolso en la espalda.
—Solo debo firmar y volveré —dije, transmitiendo seguridad. O eso creo.
—Lleva todo, toma un cuchillo o no se, toma todo lo que puedas llevar —me presiona y yo sonrío.
—Sabes que no sucederá nada, los militares están en las calles y se nos prohíbe, por ahora, portar cualquier tipo de armas.
—Eso es una estupidez —responde al instante.
—Pero es ley —suelto para que no insita al respecto y funciona. Miro a mi costado y tomo mi accesorio de cabello—. Aunque llevaré esto, como es de metal lo puedo desarmar con facilidad y así me puedo proteger.
Mi madre lo ve y no se queda muy conforme con lo que he dicho, pero le es suficiente.
—Solo regresa con vida, Eyra. Se que sales más que nosotras, pero solo eso te pido.
Después de sus palabras, me abraza con fuerza, transmitiendome todo su amor con ese abrazo. Le correspondo con la misma intensidad y me separo de ella.
—¿Mi hermana aun está dormida? —pregunto para cambiar de tema.
—Es lo más seguro —responde con un bufido—. Antes me molestaba mucho que estuviese encerrada por tanto tiempo, pero ahora no puedo decirle nada.
—Iré a despedirme —respondo con una sonrisa y camino hacia su puerta. Toco dos veces antes de entrar y, con fuertes gritos, me responde: "¡Lárgate, no te quiero ver!".
Suspiro ante su respuesta, pero ya es común a estas alturas. La entiendo completamente, yo todavía no me puedo perdonar del todo.
Miro a mi madre y me despido en silencio para luego salir de casa.
Camino por un pasillo, pisando ramas y flores secas, una señal que cuenta la triste historia de la pérdida de mis vecinos.
Salgo por completo de mi hogar atravesando la reja que tenemos para luego cerrar por completo cualquier ingreso.
Avanzo hasta llegar a la parada de buses públicos y me siento a esperar a que pase el mio. Como era de esperar, no había ni un militar por la zona, ya sea patrullando o durmiendo por ahí.
Volteo a ver como un grupo se acerca a la parada armados hasta los dientes, más específicamente, se acercan a mi para saber si soy una de esos monstruos o sigo siendo humana.
Levanto levemente mi antebrazo descubierto para enseñarles las marcas de cada una de las inyecciones que me he puesto y ellos me enseñan las suyas.
Asiento de forma despreocupada y me pongo mis audífonos inalambricos, no escuchó música, pero me ayuda a concentrarme solo en mi respiración. Como dije antes, ahora esto es como decir que sigo vivo después de todo, un boleto a que no te hagan daño.
En cuanto llega mi bus, subo casi corriendo y, tras pasar el torniquete, me siento en la parte de al fondo de todo, sintiendo esa paz y recordando todos los días en los que tenía que salir a estudiar.
Me invaden los recuerdos felices y no puedo evitar no soltar unas pocas lágrimas al ver como mi mundo cambió tanto en tan solo 1 año.
Primero fueron esas noticias por la radio, la cual encontré porque estaba jugando con mi celular y sin querer abrí esa App, lo escuché y mi deseo de saber más me llevó a investigar sobre todo eso, pero la información era escasa y sólo logré rescatar unas pocas cosas.
Lo segundo fue que las matanzas ya dejaron de ser fuera de la ciudad y comenzaron a suceder en la capital, solo ahí se tomaron el tiempo en gestionarlo y crear formas para detenerlo. Pero no pudieron, se les escapo de las manos la situación al ver que cada día iban muriendo al rededor de cincuenta personas en la capital.
Luego se difundió información sobre los cuidados y sobre todo del contagio, porque no se trataba de una organización de locos o una amenaza, si no de un virus.
Este virus te convierte en una flor, es una hermosa forma de morir, pero como enfermedad es la peor que puede existir.
Te va comiendo el cerebro con sus raíces como método de invasión y poco a poco te vas transformando en una marioneta, ya que te obliga a hacer cosas que no quieres con tal de sobrevivir. Y aquello solo puede vivir con sangre, por lo que te obliga a conseguir lo más que pueda hasta saciarse.
—Ojos, orejas, boca y manos. Rápido —dice un militar hacia una mujer embarazada. No me di cuenta cuando subieron—. Limpia. Siguiente.
Cierro mis ojos y me saco por completo los audífonos, me concentro solo en mi audición y trato de escuchar más allá de donde estoy.
—Ahora te revisan los ojos —dice un chico—. Es la nueva forma de descubrir más rápido si estás infectado, ya que suelen tener un color rojo intenso.
—¿Pero esos no son los que fuman hierba? —responde su amigo.
—Exacto, no se como no los confunden, quizá hay algo más que los identifique.
—Dicen que en las orejas le salen unas enredaderas largas, delgadas y feas. Por eso las revisan—dice otra persona.
Abro los ojos y veo que ya va siendo mi turno.
—Ojos, orejas, boca y manos —me repiten su diálogo. Se las enseño y paso, por esta vez, la prueba.
Me levanto al ver que ya me toca bajar y salgo del bus corriendo, se me olvidaba que hoy era mi último día para asistir a clases ya que era mi graduación y, por voto popular, decidimos solo firmar e irnos.
Abro las puertas de mi institución y veo como sólo queda el viento que corre dentro de éste, al estar vacío todo se ve más grande. Deciendo mi vista hacia el suelo y me encuentro con montones de carteles de papel sobre alumnas de aquí que habían perdido la vida gracias a este virus.
Avanzo sobre este camino de papel, escuchándolos crujir en cada paso, hasta que entró en mi salón.
—¡Ey! —me detiene un conserje—. Ojos, orejas, boca.
—Y manos —termino su oración mostrándole todo según lo dictaba—. Estoy limpia.
—¿Tu eres Eyra? —pregunta con rostro de amargado. El es así.
Apesar de que llevamos 4 años viéndonos las caras, solo yo recuerdo su nombre.
—Eyra Lara.
—Ten esto —dice, entregandome una pequeña caja alargada y dos sobres de cartas—. Tu salón es el más afortunado. Aun les quedan 15 alumnas, cinco más que cualquier salón de esta institución.
Termina por decir y se marcha, dejando solo el sonido de sus pasos con el crujir de las hojas en todo este sitio.
Veo la lista en una de las mesas y me apresuró a firmar. Salgo tan pronto como puedo y me detengo en una parada.
Guardo todo lo que me entregó el conserje en mi bolso y subo al bus. Me siento detrás del conductor y observo como los militares abundan en esta zona.
Evito sentirme furiosa sobre el tema y me pongo mis audífonos con música leve para captar cualquier cosa a mi alrededor.
Veo por la ventana y contemplo como los militares comienzan a disparar a unos infectados que atravesaron con sus manos los cuerpos de unos civiles y allí estaba yo. Me encontraba en el medio, sin saber como escapar de los disparos.
Corría de un lado para otro, tratando de arrancar de todos ellos, pero me confunden con un infectado, levantan el arma hacia mí y, antes de apretar el gatillo, volteo para ver el retrovisor del conductor y pude verlo.
Los ojos de un monstruo.