En una noche de luna llena, un cuervo sobrevolaba un inmenso bosque alejado de cualquier civilización humana. Mientras el cuervo seguía volando, se acercaba más a una gran fogata en un espacio circular que no tenía árboles; en cambio, había una especie de altar demoníaco y personas encapuchadas de color rojo a su alrededor.
—¡Traigan a la bestia! —exclamó uno de ellos.
Entonces, uno de esos hombres salió de entre la oscuridad del bosque con una cadena de hierro. De repente, comenzaron a brillar unos símbolos extraños en la cadena, con el brillo de las cadenas, se reveló una jaula enorme que tenía los mismos símbolos brillantes en ella y, en su interior, una criatura feroz parecida a un oso verde con cuatro cuernos de alce en su cabeza. Luego, la jaula siguió siendo arrastrada por la cadena hasta que se detuvo cerca del altar demoníaco.
—Ya está todo listo para comenzar. ¡Libérenla! —dijo uno de los encapuchados con una sonrisa malvada.
Entonces, los símbolos brillantes que había en la jaula comenzaron a desaparecer, debilitando la dureza de la misma. Entonces, la bestia, que parecía estar triste y asustada durante el camino, destruyó la jaula de un zarpazo y mostró en sus ojos una ira hacia las personas que lo apresaron.
—¿Al parecer no eres tan tierna como pensábamos, ¿verdad? —dijo un encapuchado de forma burlesca mientras se acercaba a la bestia.
Sin perder tiempo, la bestia fue directo hacia la persona que se acercaba, pero de la nada el encapuchado empezó a generar círculos de agua flotante cerca de su mano y, con un solo movimiento, separó la cabeza de la bestia de su cuerpo con un corte bastante preciso con los círculos de agua.
—No eras para tanto, solo una bola de carne grande —dijo uno de los encapuchados mientras que la sangre del cuerpo de la bestia se acercaba al altar demoníaco.
Entonces, la sangre de la bestia empezó a formar un círculo rodeando el altar y así comenzó a formarse un pentagrama demoníaco mediano en el centro de este. Entonces uno de los encapuchados comenzó a llevar a un bebé en brazos hacia el altar y el bebé comenzó a llorar.
—Tú serás el comienzo de nuestra nueva era, el encargado de traer a nuestro señor de vuelta —dijo el encapuchado mientras posaba al bebé en el altar.
El bebé comenzó a llorar asustado. Entonces, en los bordes del espacio circular donde se encontraban comenzaron a salir pequeñas llamas de fuego que se hacían más grandes mientras pasaban los segundos. De pronto comenzó a salir un humo negro del altar que se estaba haciendo más grande hasta que entre el humo se mostraron unos ojos de color rojo sangre que se centraban en el bebé.
—¡Mi señor! ¡Nosotros lo hemos estado esperando por muchos siglos esperando pacientemente su regreso y ahora tome este cuerpo y renazca como un ser superior! —exclamó uno de los encapuchados.
Luego todas las personas que estaban ahí comenzaron a agacharse y a alabar al demonio del humo. Entonces el humo comenzó a hacerse más grande cerca del altar y poco a poco se iba adentrando en el bebé que solo podía llorar del miedo. Ya pasando varios minutos solo quedaba una pequeña porción del humo donde se encontraban esos ojos, pero de pronto cuando el humo sobrante estaba a punto de ingresar al cuerpo del bebé, salieron tres extraños encapuchados de negro de entre las llamas que comenzaron a atacar a las personas de la secta con poderosos hechizos elementales.
—Ustedes distraigan a esas personas; ¡yo iré por el bebé! —dijo uno de los extraños mientras se dirigía al altar.
Así comenzó una batalla entre los encapuchados y los extraños que llegaron; magia de todo tipo de elementos y algunos que no lo eran, eran recitados como si se tratara de una guerra. En eso cuatro encapuchados intentaron detener al extraño que iba hacia el altar, pero, con un solo movimiento de su mano, el extraño sacó volando a los encapuchados con magia de viento; luego, con un aire cortante cortó a la mitad el altar haciendo que el humo desapareciera y no ingresara al cuerpo del bebé. Así, el extraño atrapó al bebé llevándolo hacia sus compañeros que habían derrotado a una pequeña cantidad de los encapuchados.
—Rous, Marcos, aquí les traigo a su bebé; está sano y salvo —dijo el extraño mientras le entregaba el bebé a Rous.
Con una sonrisa y lágrimas en los ojos, Rous y Marcos empezaron a abrazar a su bebé.
—Mi querido hijo, estás bien; ya no llores; tu papá y yo estamos contigo —dijo Rous con una sonrisa.
De pronto un ataque de fuego se dirigió hacia la pareja, pero el extraño logró desviar el ataque con su magia del viento por muy poco. Entonces más encapuchados comenzaron a llegar interrumpiendo la felicidad de la pareja. Así Marcos tomó una decisión y dijo:
—Noa por favor llévate a nuestro hijo y huye rápido de aquí —dijo Marcos con lágrimas en los ojos.
—Sí tú eres el único que puede escapar sin que le pase nada a nuestro hijo; por favor hazlo —dijo Rous con una cara de tristeza.
Noa quiso negarse porque, según él, el niño necesita a sus padres y él no servía para eso, pero viendo bien la situación Noa aceptó e invocó un águila muy grande de viento. Rous le entregó al bebé en sus manos y así Rous y Marcos le dieron el último adiós a su bebé antes de que partieran vuelo.
—No se preocupen; nosotros nos encargaremos de ellos; no dejaremos ni uno solo con vida para que no los vuelvan a molestar; pero por favor cuida bien de nuestro hijo —exclamó Marcos con Rous de acuerdo con lo que dijo.
Así el águila de viento empezó a volar llevándose a Noa y al bebé consigo hacia un lugar seguro. Los encapuchados intentaron atacarlos con ataques a distancia, pero Rous y Marcos no se lo permitieron, comenzando así una batalla feroz donde, aunque los superaban en número Rous y Marcos no se rindieron hasta acabar con el último de esos encapuchados logrando así conseguir su cometido. Con las pocas fuerzas que les quedaban se dieron un abrazo mientras las llamas del bosque comenzaban a acercarse hacia ellos.
—Sabes me alegro de que nuestro hijo esté a salvo; aunque quisiera estar un poco más tiempo con él sé que estará bien al cuidado de Noa, aunque sea un poco torpe —dijo Rous con una voz apagada.
—Sí será torpe, pero estará bien en sus manos; él siempre tuvo cuidado con todo lo que le pedimos, aunque siempre le terminamos ayudando también —dijo Marcos con una pequeña risa.
Entonces la pareja se dio un último beso antes de morir y ser consumidos por el fuego. A lo lejos Noa veía cómo las llamas se extendían por donde estaban sus amigos sabiendo que nunca los volvería a ver. En eso dejó salir unas cuantas lágrimas con cara triste pero luego vio al bebé que estaba durmiendo y recordó la promesa que les hizo; así secó las lágrimas y siguió adelante sobrevolando el inmenso bosque hacia casa.
Después de un tiempo Noa se encontraba fuera de su nueva casa dándole leche al bebé con un biberón. En su delante se encontraba un amigo muy confiable suyo que le había contado lo que pasó; en eso su amigo le pregunta cómo lo llamaría ya que sus padres todavía no le habían puesto un nombre.
—Pues ellos me habían dicho un nombre que estaban pensando pero que todavía no estaban seguros y por eso no se lo pusieron; como yo no soy su padre le pondré ese nombre que pensaron —dijo Noa con una sonrisa en su rostro mirando al bebé—. Tu nombre será Kazuki.