Seguí a mi hermana al centro del círculo con las manos sudorosas. Por un lado, estaba ansioso por aprender y demostrar lo que podía hacer. Por otro lado, sabía que Anastasia era mucho más fuerte que yo y temía hacer el ridículo. Sacudí la cabeza mientras respiraba profundamente.
Vamos Arceus, no seas cobarde. Es solo un entrenamiento con tu hermana. Aunque... ¿y si me humilla completamente?
No, no pienses así. Recuerda lo que dice papá: mantén la calma y analiza la situación. Mientras nos preparábamos, vi por el rabillo del ojo cómo Atlas y Adelaide se retiraban al borde del campo. Sabía que nos observaban con atención, evaluando cada movimiento.
Genial, más presión.
—¿Estás listo, Ars? —preguntó Anastasia, con sus manos en la cadera. Irradiaba una confianza que yo simplemente envidiaba.
Asentí mientras le daba una sonrisa torcida, tratando de mostrar una seriedad que no sentía del todo. —Siempre estoy listo, Ana —respondí, mi voz sonando más pequeña de lo que me hubiera gustado
Maldita sea, ¿por qué mi voz tiene que sonar así? Parezco un ratón asustado. Vamos, muestra algo de confianza.
Desde un lado del campo, escuché la voz profunda de Atlas: —Pueden comenzar.
En un instante, el aire alrededor de Anastasia comenzó a vibrar. Pequeños remolinos de viento se formaron a su alrededor, haciendo danzar las hojas caídas en el suelo. Su control sobre el elemento era impresionante.
Wow, mira eso. Es como si el viento fuera una extensión de su cuerpo.
—Prepárate, Arceus —advirtió, su sonrisa ensanchándose de una manera que hizo que mis labios temblaran.
Oh, conozco esa sonrisa. Esto va a doler. Respiré hondo, cerrando los ojos por un momento. Concentré toda mi energía, buscando ese núcleo de poder que sabía que existía dentro de mí.
Cuando abrí los ojos de nuevo, sentí una débil aura azulada emanando de mi cuerpo. Era apenas perceptible, pero estaba ahí. Es débil, pero es algo.
Anastasia no perdió tiempo. Con un movimiento fluido de su mano, envió una ráfaga de viento hacia mí. Apenas tuve tiempo de levantar mis brazos en defensa antes de que el viento me golpeara, empujándome hacia atrás varios pasos.
Mantén el equilibrio, no dejes que te derribe. Apreté los dientes, luchando contra la fuerza del viento. Mi mente trabajaba a toda velocidad, recordando las lecciones de mi padre. Mantén la calma, analiza la situación y busca una apertura.
Bien, piensa. El viento es fuerte, pero no es constante. Debe haber un patrón, una debilidad que pueda explotar.
Tensando mis músculos, logré dar un paso adelante, luego otro. El viento rugía a mi alrededor, pero me negaba a ceder. Fijé mis ojos en Anastasia, buscando cualquier signo de debilidad.
—Nada mal, Arceus —dijo ella, aumentando la intensidad del viento—. Pero, ¿qué harás ahora?
¿Qué haré? Buena pregunta, Ana. Ojalá yo tuviera la respuesta.
No respondí. En cambio, cerré los ojos nuevamente, concentrándome con todas mis fuerzas. Sentí cómo el aura azul a mi alrededor se intensificaba ligeramente. Extendí mis manos hacia adelante, visualizando lo que quería crear.
Vamos, agua. Responde a mi llamado. Necesito tu ayuda. Una pequeña bola de agua se formó entre mis palmas, temblando inestablemente. Con un grito que sonó más como un chillido, la lancé hacia Anastasia.
¡Sí! ¡Lo logré! Aunque... ¿por qué tuvo que sonar así mi grito? Qué vergüenza.
Mi hermana esquivó fácilmente el ataque, pero sus ojos se abrieron con sorpresa. —¡Vaya! ¿Cuándo aprendiste a hacer eso? —preguntó, genuinamente impresionada.
Jadeaba por el cansancio, pero no pude evitar que una pequeña sonrisa se dibujara en mis labios. —He estado practicando —respondí entre respiraciones entrecortadas.
Desde el lado del campo, escuché a mi madre murmurar: —Ese es mi niño.
Su voz estaba llena de afecto, y eso me dio fuerzas para continuar. Atlas también comentó algo, pero no pude escucharlo claramente. Estaba demasiado concentrado en el combate.
Mamá está orgullosa, eso se siente bien. Anastasia había reanudado su ataque. Esta vez, en lugar de una ráfaga constante de viento, envió una serie de proyectiles de aire comprimido hacia mí.
Oh, no. Esto va a doler.
Hice lo mejor que pude para esquivar, moviendo mi pequeño cuerpo con toda la agilidad que pude reunir. Pero no fue suficiente. No pude evitar todos los ataques. Uno me golpeó en el hombro, haciéndome tambalearse. Otro rozó mi pierna, dejando una pequeña marca roja que ardía.
¡Auch! Maldita sea, eso duele. Apreté los dientes, negándome a mostrar dolor. Concentré toda mi energía en mi próximo movimiento. Sentí cómo el aura azul a mi alrededor se intensificaba aún más, y el aire alrededor de mis manos comenzó a condensarse en pequeñas gotas de agua.
Vamos, una vez más. Puedo hacerlo mejor esta vez. Con ese pensamiento, lancé una serie de proyectiles de agua hacia Anastasia. Eran pequeños y no muy poderosos, pero me sentí orgulloso de haber logrado crear tantos a la vez.
Para mi sorpresa y satisfacción, la cantidad y la velocidad tomaron a Anastasia por sorpresa. La vi moverse rápidamente para evitar ser golpeada.
—¡Eso es, Arceus! —exclamó, su voz llena de emoción—. ¡Muéstrame todo lo que tienes!
Sus palabras me animaron. Sentí una oleada de energía recorrer mi cuerpo.
Redoblé mis esfuerzos, continuando mi ataque con proyectiles de agua. Con cada lanzamiento, intentaba hacer que fueran un poco más grandes y rápidos. Pero el esfuerzo estaba empezando a pasar factura. Mi respiración se volvió más laboriosa, y sentí gotas de sudor formándose en mi frente.
Estaba llegando a mi límite. No sabía cuánto más pueda mantener esto.
Anastasia, por su parte, parecía apenas afectada. La veía moverse con gracia y facilidad, esquivando mis ataques como si estuviera bailando con el viento. De vez en cuando, contraatacaba con sus propios proyectiles de aire, obligándome a mantenerme a la defensiva.
¿Cómo lo hace? Parece que ni siquiera está cansada. Mientras tanto, yo estaba aquí, jadeando como un perro.
A medida que el combate continuaba, me di cuenta de cuán grande era la diferencia en habilidad y experiencia entre nosotros. Mientras yo luchaba por mantener mi ritmo, Anastasia parecía estar jugando, su sonrisa nunca abandonó su rostro.
Finalmente, después de lo que me pareció una eternidad, Anastasia decidió terminar el combate. Con un movimiento fluido de sus manos, creó un torbellino de viento a mi alrededor, levantándome del suelo.
Oh, no. No otra vez. ¡Odio cuando hace esto!
Luché contra el viento con todas mis fuerzas, tratando desesperadamente de liberarme. Pero estaba agotado, y mi control sobre el agua se había desvanecido.
En un último esfuerzo, logré formar una pequeña burbuja de agua alrededor de mi cabeza antes de que el torbellino me envolviera por completo. Al menos no me ahogaré. Pequeñas victorias, supongo.
Por unos segundos, todo fue un caos de viento y confusión. Luego, tan repentinamente como había comenzado, el torbellino se disipó. Caí al suelo, aterrizando sobre mis manos y rodillas, jadeando pesadamente.
Bueno, eso fue humillante. Pero al menos logré mantener esa burbuja de agua. Es algo, ¿no?
—¡Fin del combate! —anunció Atlas, su voz resonando en el campo.
Anastasia corrió hacia mí inmediatamente. A través de mi visión borrosa, pude ver la preocupación en su rostro.
—¿Estás bien, Arceus? —preguntó, arrodillándose a mi lado.
No, no estoy bien. Me duele todo y mi orgullo está por los suelos. Pero no puedo decir eso, ¿verdad?
Asentí lentamente, aun tratando de recuperar el aliento. —Estoy... bien —logré decir entre jadeos, aunque no estaba seguro de si era cierto. Me sentía agotado, adolorido y, sobre todo, frustrado.
Adelaide y Atlas se acercaron a nosotros. Sentí las manos de mi madre sobre mí, emanando una suave luz verde mientras me examinaba en busca de heridas.
El toque de mamá siempre se siente bien. Cálido y reconfortante. Ojalá pudiera curar mi ego magullado también.
—Lo hiciste muy bien, Arceus —dijo Atlas mientras levantaba las cejas—. Has mostrado un gran progreso.
¿Progreso? ¿En serio? No me siento como si hubiera progresado en absoluto.
Levanté la mirada hacia mi padre mientras sacudía la cabeza. La frustración y la decepción conmigo mismo eran abrumadoras.
—Pero... pero no fue suficiente —dije, mi voz sonando pequeña y débil incluso a mis propios oídos mientras bajaba la cabeza—. No pude ganar.
Genial, ahora sueno como un niño quejumbroso.
Sentí la mano de Anastasia sobre mi hombro. —Hey, no te desanimes —dijo con una sonrisa cálida—. Lo hiciste increíble. Esos proyectiles de agua fueron impresionantes. ¡Ni siquiera sabía que podías hacer eso!
Adelaide terminó su examen, acariciando suavemente mi cabello. —Tu hermana tiene razón, cariño —dijo mientras levantaba suavemente con su mano mi mentón. Ella me miró fijamente antes que sus ojos se curvaran en medias lunas—. Has progresado mucho en poco tiempo. Deberías estar orgulloso de ti mismo.
Asentí lentamente, pero la frustración seguía ahí, ardiendo en mi pecho. —Pero quiero ser más fuerte —dije con los hombros caídos —. Quiero poder protegerlos a todos.
Quiero ser el héroe que todos esperan que sea. No este niño débil que apenas puede mantenerse en pie después de un simple entrenamiento.
Atlas se arrodilló frente a mí, sus ojos rojos mirando directamente a los míos. —Y lo serás —dijo con firmeza—, pero estas cosas llevan tiempo. No puedes esperar dominar en unos meses lo que a otros les toma años aprender. La paciencia y la perseverancia son tan importantes como la fuerza y la habilidad.
Tiempo. Siempre es cuestión de tiempo. Pero, ¿y si no tengo tiempo? ¿Y si algo malo sucede y no estoy listo para protegerlos?
Miré a mi padre, mientras apretaba los labios. Poco a poco, sentí que la frustración comenzaba a dar paso a la determinación. Tiene razón, no puedo rendirme solo porque es difícil.
—Entiendo —Suspire, resignado.
Anastasia sonrió ampliamente, abrazándome con fuerza. —¡Ese es el espíritu! —exclamó—. Y estaré aquí para ayudarte en cada paso del camino. Después de todo, ¿qué clase de hermana mayor sería si no te ayudará a alcanzar tu potencial?
Su sonrisa era contagioso, y no pude evitar sonreír también. Miré a mis padres, que nos observaban con expresiones de afecto y cariño. En ese momento, a pesar del cansancio y los dolores, me sentí afortunado y amado.