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Chapter 13 - Beneficioso para ambos

—Su Gracia, ¿realmente cree que es prudente para usted andar vagando por la Capital? Su condición está empeorando, y sería preferible que permaneciera en el interior a menos que sea absolutamente necesario que salga al exterior.

Félix observó cómo el Duque se quitaba su atuendo negro y lo lanzaba despreocupadamente sobre el sofá en su estudio. Ciertamente, había pasado algo de tiempo desde que Damián había experimentado una recaída, y sus síntomas se estaban manifestando rápidamente, insinuando un brote inminente e impredecible de la Fiebre Acme.

No obstante, Damián se negaba a soportar el confinamiento de su propia mansión, sintiéndose atrapado y marchitándose como un viejo enfermo.

—Estoy bien, deja de fastidiar.

Félix tragó un nudo invisible atorado en su garganta, luego pasó sus dedos enguantados por su largo cabello plateado y dejó escapar un suspiro sutil, esperando que no irritara aún más a su Señor. Y aunque sabía que su próxima pregunta sería en vano, el hombre aún tenía que hacerla, simplemente por deber y, lo más importante, genuina preocupación,

—¿Debería solicitar ya al Sumo Sacerdote que evalúe su condición, Su Gracia?

—No, todavía es muy pronto.

Dado que el Templo aún no había encontrado la manera de romper la maldición de Damián, el único alivio que encontraba de los síntomas de la Fiebre Acme era mediante el uso del Poder Sagrado del Sumo Sacerdote. Aunque el proceso parecía sencillo, asemejándose al poder habitual del Sacerdote para sanar lesiones y dolencias, cuando el Poder Sagrado se dirigía hacia el cuerpo de Damián lleno de Acme Demoníaco, provocaba un choque entre las fuerzas demoníacas y celestiales dentro de él. Este choque se sentía como si sus mismas almas estuvieran en guerra, infligiéndoles a ambos un tremendo dolor y agotamiento. Por consiguiente, Damián siempre se esforzaba por retrasar su tratamiento tanto como fuera posible.

Otro suspiro, teñido de descontento, escapó de los labios de Félix. Observó mientras su Señor hojeaba un montón de papeles esperando su firma y se estremeció, al parecer recordando algo de considerable importancia.

—Su Alteza, el Príncipe Heredero, envió un mensajero mientras usted estaba fuera. Me ordenó informarle que si usted no asiste al Banquete de Caza de este año, no tendrá más remedio que mover su Ducado a la frontera norte y dejarlo allí solo para que guíe al Norte frente a las Bestias Mágicas —dijo Félix.

Damián se reclinó en su silla y cruzó sus grandes brazos frente a su pecho, sus labios curvándose en una sonrisa indiferente.

—Muy bien. Que así sea. Preferiría luchar contra Bestias Mágicas todos los días que soportar la presencia de esos molestos socialites una vez al año.

Félix no pudo evitar negar con la cabeza en total desaprobación. Su Señor era simplemente un caso perdido.

—Su Gracia, usted sabe que el Príncipe Lloyd tiene solo buenas intenciones en mente. Su Majestad el Emperador está muy preocupado porque aún no está casado a la edad de veinticinco años. Me temo que realmente podría terminar enviándole todo el camino al Norte para vivir allí sus días solo —advirtió Félix.

Por fin, llegó el turno de Damián de suspirar.

—Félix...

Una línea de preocupación se grabó entre las cejas del Duque mientras luchaba por suprimir su molestia.

—¿Cómo se supone que me case con alguien cuando todas las mujeres tienen miedo de mí debido a mi maldición? Enviarme a pudrirme solo sería el gesto más misericordioso tanto para mí como para el Imperio en general.

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—Puedo enviar una carta de rechazo, citando la Fiebre Acme como razón, Su Gracia —dijo algo en voz baja—. Estoy seguro de que Su Alteza no insistirá en su asistencia al banquete al enterarse de su dolor.

Al oír la palabra "dolor", Damián tocó inconscientemente su brazo derecho, pasando sus largos dedos sobre el lugar donde Rosalía lo había tocado cuando la salvó y sintió una extraña sensación de alivio. El primer síntoma de la Fiebre Acme era el dolor muscular, lo cual el Duque ya había estado experimentando durante los últimos días, sin embargo, por razones desconocidas, el lugar donde su mano había tocado su brazo, ya no le dolía.

—No es necesario —respondió Damián—. Esta vez asistiré. Pospondré mi partida al Norte por otro año más.

***

Cuando Félix dejó el estudio del Duque, Damián volvió a su rutina diaria habitual de manejar el papeleo que nunca parecía disminuir en cantidad, sin importar cuán duro trabajara.

Cuando finalmente llegó al último papel, notó una carta familiar y frunció el ceño.

—Félix, tonto, te dije que quemaras esta carta —susurró para sí.

Suspiró y recogió el papel doblado una vez más, sus ojos recorriendo su contenido:

—Querido Damián Dio, Su Gracia —leyó—. Mi nombre es Rosalía Ashter, soy la única hija del Marqués Ashter y le escribo porque conozco el secreto sobre su maldición y tengo algo que podría ayudarlo mejor que el tratamiento del Sacerdote.

Si le interesa lo que tengo que decir, por favor reúnase conmigo en los Jardines del Palacio Imperial justo antes de la ofrenda del botín de caza.

Por favor, no tome mis palabras a la ligera ya que lo que tengo que ofrecer será beneficioso tanto para usted como para mí.

Sinceramente, Rosalía Ashter.

Damián apoyó su barbilla en su mano izquierda y leyó la carta una vez más. Inconscientemente, comenzó a escuchar la voz de Rosalía, recitando las palabras de la carta, mientras su mente regresaba al momento en que la sostuvo en sus brazos tras salvarla del desafortunado accidente de carruaje más temprano ese día.

Sacudiendo esos pensamientos inútiles con un movimiento brusco de su cabeza, el Duque apartó su cabello negro de sus ojos y dejó escapar un suspiro cansado.

—Dama Rosalía Ashter... Lo único beneficioso para ti sería mantenerte alejada de mí —murmuró.

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