El rostro de Brenda mostraba los contornos de la culpa y el arrepentimiento. Aunque era sutil, estaba indiscutiblemente allí. —Te encanta ser condescendiente conmigo, Margaret. Pero sabes esto: si una persona no te entiende, está bien. Pero si todos dejan de entenderte, no son las personas las que están equivocadas. Es tu acción la que no es lo suficientemente correcta —sus labios se curvaron en una sonrisa autodespreciativa al agregar—. Y ahí es donde he fallado. ¿Cómo puedo ser justa cuando ni siquiera puedo hacer que mi propia hija me entienda?
Margaret, que había estado escuchando en silencio, dudó antes de hablar, su tono era suave pero firme. —Señora, la señorita Catrin nunca trató de entenderla. Siempre pensó que usted la sometía a pruebas, pero nunca supo que incluso en esas luchas siempre estuvo ahí para ayudarla. Si solo se lo hubiera hecho saber, ella podría haberla entendido mejor.
