Arwen no dijo nada, pero podía sentir el cuchillo que él llevaba clavado en su corazón. Se retorcía dolorosamente, tallando heridas que hacía tiempo que se habían cicatrizado pero que nunca sanaron del todo. Sin embargo, él soportaba todo el dolor con una tranquila resiliencia, como si hubiera dominado el arte de sufrir a lo largo de los años.
Extendiendo la mano, sostuvo la suya entre las suyas, su toque suave y deliberado. Lentamente, acarició el dorso de su mano, su voz llegaba como un bálsamo gentil. —No importa cuánto poder y orgullo lleve el nombre Winslow, para mí, es insignificante sin ti. Eres tú el que importa, Aiden —con o sin el nombre. Solo tú.