Después de un rato, tanto Arwen como Aiden salieron de la boutique. Todavía era tarde en la tarde y el suave y cálido resplandor del sol todavía estaba allí en el cielo. Justo cuando llegaron al coche, y Aiden estaba a punto de abrirle la puerta, Arwen se giró, sus ojos interrogantes y su tono incierto.
—¿Por qué hiciste eso? —preguntó, cruzando los brazos—. Los anillos de boda vienen en pares. ¿Cómo puedes regalarme uno pero no dejar que yo te compre uno a ti?
Ella había querido pedirle al señor Castille un anillo a juego para Aiden, pero él la había detenido suavemente antes de que pudiera hacerlo.
Aiden se detuvo, una pequeña sonrisa divertida tironeaba de la comisura de sus labios. Extendió la mano, acariciando lentamente su cabello. —Claro que puedes —dijo suavemente—. Pero no de aquí. Puedes comprarme uno en otra tienda y será igual de precioso.
