El silencio de Donovan era opresivo, ya que su cabeza palpitaba con un dolor sordo y constante. La voz que resonaba en su mente no era parte de la maldición — no llevaba el tono burlón de la maldición, sino que era algo más.
Era como si un espectro de su lejano pasado, enterrado durante quince largos años, se abriera paso de vuelta desde las sombras.
La ironía de eso era que Donovan casi daba la bienvenida a la promesa del olvido. La muerte le sonaba como un alivio. Sabía que había cometido innumerables errores de niño, pero ¿cómo podía ser considerado responsable? Era solo un chico brutalizado, soportando un tormento inimaginable.
Antes de que lo durmieran, en la misma noche de su ejecución fallida, alguien irrumpió en su mente inconsciente. No podía verlos, ni discernir su verdadera identidad, pero su presencia aportaba un frío y desconcertante consuelo. Al final, su yo más joven hizo un trato con esta figura misteriosa, apostando su propia vida.