—Mi padre sufre del síndrome de Noctisveil —comenzó Leonardo después de acomodarse en la silla de madera en la torre de física—. Es un… un padecimiento familiar, realmente. Una enfermedad incurable que lentamente devasta tanto el sistema respiratorio como el muscular, debilitando el cuerpo con el tiempo hasta que... —Se detuvo, las palabras se le atoraron en la garganta como un doloroso bulto.
—Sabía que era hereditaria, pero nunca pensé que mi padre tendría tanta mala suerte. Me ocultó la verdad y, aunque entiendo por qué lo hizo, todavía me quema cada vez que lo pienso.
Las palabras de Leonardo estaban teñidas de un sentido de traición que aún persistía, su ira y frustración burbujeaban justo bajo la superficie.
Los ojos de Esme se abrieron de par en par, incapaces de comprender lo que él acababa de decirle. Ella esperaba muchas cosas, pero no esto. No una enfermedad terminal que colgaba como un espectro sobre la cálida familia de Leonardo.