Poco después de que el rey llegara, Leonardo se fue para atenderlo, dejando a Esme sola en la torre.
Al ponerse a trabajar, Esme destapó el primer frasco y vertió una pequeña cantidad de sangre en un plato poco profundo. El líquido rojo intenso brillaba bajo la luz, casi como si palpitara con vida, y eso hizo que Esme frunciera el ceño. Tomó la aguja delgada y plateada que había apartado.
Sumergió la aguja en la sangre, luego la transfirió cuidadosamente a un frasco que contenía un reactivo transparente. Después de observarlo durante cinco minutos y no ver el efecto deseado, eso no la desanimó. Esto solo confirmó que la muestra provenía de un guardián herido por un arma simple. Había recogido tres tipos de muestras; sangre normal, y dos de aquellos que fueron ferozmente mordidos o arañados.