El sonido del clic de la llave entrando en el pequeño agujero del gran candado resonó a través del oscuro pasillo del sótano del palacio de la reina.
Un fuerte chasquido siguió cuando el candado se abrió, y la puerta de madera cubierta de polvo rechinó en sus bisagras.
Isabella entró en la pequeña habitación.
Dentro, las arañas habían tejido gruesas telarañas, y el polvo había cubierto cada superficie a lo largo de los años.
Su mirada siguió el parpadeo de la luz dorada que emanaba de un gran cofre colocado en el centro de la habitación, por lo demás vacía.
Apretando las llaves fuertemente en su mano, seleccionó otra e introdujo la llave en el candado del cofre. Con un suave clic, el mecanismo cedió.
Ella abrió el cofre, y una deslumbrante luz dorada se derramó. Dentro había un radiante núcleo de maná con forma de diamante, aunque mucho más poderoso que cualquier otra piedra en existencia.