Zuri odiaba a su padre y las agujas, no podía pensar con claridad cuando lo veía de nuevo, amenazándola con el mismo método que usaba cuando estaba vivo.
Y ahora que estaba muerto, Zuri seguía atrapada en la misma pesadilla.
¿Cómo podía estar en esta situación? Ella lo había matado. Ella era la razón por la que él estaba muerto, pero aun así, no podía deshacerse de él.
Lo único en su mente en este momento era deshacerse de él, fantasma o no, quería saber si sangraría si le aplastaba la cabeza. Había matado brutalmente a dos guardias y atacado a su hermano hasta dejarlo en estado crítico.
No iba a dejar que un fantasma del pasado la arruinara de nuevo.
Con eso, Zuri agarró un jarrón sobre la mesa y se lanzó hacia su padre. Él todavía sostenía esas malditas agujas y una sonrisa burlona adornaba sus labios.
—¡MUERE! ¡MUERE! —Zuri estrelló el jarrón contra su cabeza y cuando se rompió en pedazos afilados, agarró el más grande y comenzó a apuñalarlo.