—¡Papá! —Escuché la adorable voz de mi hija detrás de mí.
Me giré y una enorme sonrisa se dibujó en mi rostro. Mi pequeña niña corría hacia mí, con sus bracitos levantados en el aire. Era como un pequeño pingüino, y no estaba seguro de si podía ser más adorable de lo que ya era.
—Oh, mi princesa —dije mientras la levantaba en mis brazos.
Ella envolvió sus pequeños brazos y piernas alrededor de mí tan fuerte como pudo. Enterré mi nariz en su cabello y aspiré su olor a bebé. Seguramente lo echaría de menos una vez que desapareciera.
—No quiero lavarme el cabello, Papá —se quejó mi pequeña niña, haciéndome reír.
Le daba miedo lavarse el cabello y tratar de bañarla era una guerra constante entre nosotros y ella.
—Vamos, princesa —dije mientras besaba la punta de su nariz—. Papá te hará trenzas cuando esté bien limpio.